En donde no existe la propiedad privada de los medios de producción, y de la propiedad en general, como en los países socialistas, los integrantes de la sociedad quedan ligados a tales medios perdiendo su libertad de elección. Sólo les queda la "libertad" de obedecer órdenes provenientes de quienes dirigen al Estado. Si bien en las sociedades democráticas puede ocurrir algo similar en muchos casos, a todo individuo le queda la posibilidad de buscar otro trabajo o bien trabajar por cuenta propia.
Este es el primer inconveniente que surge de la abolición de la propiedad privada. Constancio C. Vigil escribió: "Algunos dicen que el hombre se libraría de su miseria si perdiera el instinto de propiedad. Sin propiedad individual no hay libertad".
"El hombre ya no es dueño de sí. Con collar y cadena sigue a la mano que lleva su alimento y su destino social. Para evitar que lo exploten, retornaría a la esclavitud".
"Sin propiedad individual, desaparecería la única igualdad posible, la que nos hace iguales respecto a la consecuencia de cada acción y en el derecho a la justicia terrenal. No habrá quien restablezca la igualdad una vez rota la ley natural de compensación".
"Sin propiedad individual, no hay esperanza de fraternidad. El odio, como una peste, se propaga entre los esclavos. Las fallas del sistema suscitan repulsiones feroces. Los disimulados amos aprecian de tal manera el trabajo de cada esclavo, que ni uno solo se conforma con su apreciación. La astucia erígese en cualidad victoriosa, substitutiva de las reales que ahora prevalecen y prevalecerán aún más en lo porvenir" (De "El Erial"-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1973).
Además de los inconvenientes sociales y personales generados por la ausencia de propiedad privada, surgen los inconvenientes económicos. Así, durante la colonización de Sudamérica, se produce el proceso de depredación de lo que carece de dueño, o de propietario, ya que el ganado existente fue consumido casi hasta su extinción. Se advirtió entonces la necesidad de la propiedad privada, cuya aplicación revirtió esa tendencia. Martín Krause escribió: “En algún momento de la colonización del Río de la Plata, los españoles trajeron a esta región algunos ejemplares de ganado equino y vacuno, los que encontraron un hábitat fértil para su reproducción”.
“No resulta extraño que se reprodujeran con facilidad y dieran origen al «ganado cimarrón». Pero la cacería indiscriminada de vacunos y equinos provocó la disminución drástica de su número”.
“En ese momento, el ganado cimarrón era una «propiedad común». Al no existir un dueño específico, nadie tenía el incentivo de cuidarlo y el ganado era objeto de depredación (como ocurre hoy con las ballenas). El ganado cimarrón era un recurso móvil y la extensión de la pampa hacía imposible controlarlo”.
“Esto fue así hasta que los incentivos generados por la propiedad de la tierra y el interés de los dueños de manejar racionalmente el recurso dieron paso al avance tecnológico que permitió la delimitación clara de derechos de propiedad: el alambrado”.
“A partir de la difusión de esa innovación tan simple para nosotros hoy, nunca hubo ya problemas de depredación del ganado y los propietarios se encargaron de cuidar atentamente su producción. Pero hubo un momento en que en la Argentina hubiera debido considerarse a las vacas como una especie «en peligro de extinción». Pocos ejemplos resultan tan claros como éste para comprender el papel que cumplen los derechos de propiedad”.
Durante la colonización de América del Norte hubo un caso similar. Krause escribe al respecto: “Con la llegada de los europeos se abrió la posibilidad de que la caza de pieles de castor fuera un lucrativo negocio para los indios: surge entonces un precio para las pieles, y sube y aumenta su caza. La caza indiscriminada amenaza ahora llevar a una situación que ha sido descripta por Garret Hardin como la «tragedia de la propiedad común». Cada cazador se ocupa de obtener la mayor cantidad de pieles posible, pero ninguno de ellos se ocupa de cuidar que los animales se reproduzcan. Resultado: la depredación, la desaparición de la especie”.
“Los indios resolvieron este problema asignando derechos de propiedad, y comenta un relato anónimo de 1723, donde se muestra que el principio de los indios es marcar los límites del terreno de caza seleccionado por medio de marcas en los árboles realizadas con sus propias vinchas tribales, de modo que nadie ingrese en las zonas de otros. Hacia la mitad del siglo, estos territorios de caza estaban relativamente estabilizados” (De "La economía explicada a mis hijos"-Aguilar SA de Ediciones-Buenos Aires 2010).
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