Con la invención del circuito integrado, se advierte una tendencia favorable respecto de la utilización de patentes de invención, algo que ya se dislumbraba con la aparición del transistor. En épocas pasadas, algunos fabricantes iniciaban juicios por supuestas e indebidas utilizaciones de patentes de invención, pertenecientes a los denunciantes, con la intención de paralizar por un tiempo la producción de los competidores. Thomas A. Edison se lamentaba de que gran parte de sus ganancias debían ser destinadas al pago de abogados. Otra "víctima" de maniobras perversas fue Erwin Armstrong, quien perfecciona el receptor de amplitud modulada (AM) e inventa la transmisión por frecuencia modulada (FM), dando fin a su vida suicidándose.
Los Laboratorios Bell, por el contrario, facilitaron el uso del transistor, del cual poseían las respectivas patentes de invención. Walter Isaacson escribió: "En 1952, Centralab era de esas compañías que pagaban 25.000 dólares por una licencia para construir transistores y que contaban con la buena disposición de Bell para compartir sus conocimientos. Con aquella extraordinaria disposición a ceder sus patentes por un módico precio y a compartir sus conocimientos, los Laboratorios Bell sentaron las bases de la revolución digital, aun cuando no invirtieron su capital íntegro en ello" (De "Los innovadores"-Debate-Buenos Aires 2014).
Un circuito integrado es un circuito en el que las funciones de varios componentes discretos (transistores, resistencias, diodos, etc.) son realizadas en una pieza única de material semiconductor. Jack Kilby, de la Texas Instruments, había mostrado que en un mismo chips de semiconductor podían hacerse aquellos componentes antes separados, mientras que Robert Noyce, de la Fairchild, mostró unos meses más tarde el proceso por el cual estos componentes podían ser fácilmente conectados, ya que también los conductores podían integrarse en un solo chip. Kilby recibe posteriormente el Premio Nobel de Física, época en que Noyce había ya fallecido, posiblemente por fumar excesivamente. Jack Kilby expresó: "A diferencia del invento del transistor, éste era un invento con relativamente pocas implicaciones científicas. Ciertamente, en aquellos años, ahora y siempre, podrías decir que contribuia muy poco al pensamiento científico" (Citado en "Revolución en miniatura" de S. Braun y S. Macdonald-Editorial Tecnos SA-Madrid 1984).
Antes de la aparición de los circuitos integrados, existían aplicaciones definidas (radioreceptores, televisores, etc.) y la habilidad del diseñador radicaba en lograr el mejor circuito para una aplicación ya establecida. Cuando aparecen los circuitos integrados, la habilidad del diseñador radica en su capacidad para vislumbrar nuevas aplicaciones de los circuitos previamente fabricados.
Respecto de la participación de Robert Noyce, Isaacson escribió: "Con frecuencia, se llega a una misma innovación por distintos caminos. Noyce y sus colegas de Fairchild habían estado trabajando en la posibilidad de un microchip desde otro ángulo. Todo empezó cuando se toparon con un problema desastroso; sus transistores no funcionaban demasiado bien. Una cantidad bastante considerable de ellos fallaban. Una diminuta partícula de polvo o la mera exposición a ciertos gases podían hacer que se estropeasen. Lo mismo sucedía si recibían un golpe seco o sufrían una sacudida".
"Jean Hoerni, un físico de Fairchild, dio con una solución genial. Extendería una fina capa de óxido de silicio sobre la superficie del transistor, como si glasease por encima un pastel de tres pisos, para proteger el silicio de debajo". "El método recibió el nombre de «proceso planar» a raíz de la película plana de óxido que se formaba sobre el silicio. Una mañana de enero de 1959, Hoerni tuvo otra «epifanía» mientras se duchaba; en aquella capa protectora de óxido podían practicarse unas ventanitas para permitir que las impurezas se propagasen hacia puntos concretos con el fin de crear las propiedades semiconductoras deseadas. A Noyce le encantó aquella idea de «construir un transistor dentro de un capullo»".
Luego de varios enfrentamientos entre los abogados de la Texas y de Fairchild, respecto del tema de las patentes de invención, llegan a un acuerdo. Isaacson escribe: "En 1966, tres años antes de la resolución definitiva, Noyce y los abogados de Fairchild se reunieron con el presidente y el letrado de Texas Instruments y firmaron tortuosamente un tratado de paz. Cada parte reconocía que la otra poseía ciertos derechos de propiedad intelectual sobre el microchip, y ambas convenían en otorgarse una licencia cruzada sobre los susodichos derechos. Otras compañías tendrían que hacer tratos de permisos con ambas, en general pagando unas regalías que ascenderían al 4 por ciento del beneficio aproximadamente".
Respecto de la relación entre Kilby y Noyce, Isaacson escribe: "Cuando le informaron a Kilby de que había ganado el Premio Nobel en el 2000, diez años después de que Noyce falleciera, una de las primeras cosas que hizo fue alabar a Noyce: «Lamento que ya no esté vivo -le dijo a los periodistas-. Si estuviera con nosotros, sospecho con compartiríamos este premio»".
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