miércoles, 17 de septiembre de 2025

Milei debe dejar flotar el peso

Lorenzo Bernaldo de Quirós señala que las reformas positivas del gobierno de Milei se han visto acompañadas de un sistema de tipo cambio fijo pero ajustable, que no sólo es inconsistente con la filosofía del líder argentino, sino que constituye una peligrosa y potencial fuente de inestabilidad.

Por Lorenzo Bernaldo de Quirós

En sus dos años de mandato, el Presidente Javier Milei ha producido un cambio radical en el rumbo de la economía argentina. Su política macro ha logrado reducir de manera drástica la inflación y ha eliminado el déficit público. Eso unido a su programa desregulador se ha traducido en un fuerte crecimiento económico, en un descenso brutal de la pobreza y del desempleo. Sin embargo, ese escenario virtuoso se ha visto acompañado por una política cambiaria, un sistema de tipo de cambio fijo pero ajustable, no sólo inconsistente con la filosofía del líder argentino, sino que, como enseña la teoría económica y avala la evidencia empírica, constituye un peligroso y potencial foco de inestabilidad.

En el esquema cambiario implantado en Argentina, las bandas de fluctuación para el dólar-peso en el mercado mayorista están ubicadas entre $951 y $1.471,4. El Banco Central de la República Argentina (BCRA) interviene en el mercado si la tasa de cambio se acerca o supera estos límites. Si el dólar se acerca al techo de la banda, el Banco Central vende divisas para frenar su subida. De manera opuesta, si el dólar se acerca al piso, compraría para evitar una caída excesiva. Sin embargo, esa aparente mezcla de fijeza y flexibilidad es precisamente el punto débil de ese sistema.

Cuando un gobierno intenta mantener un tipo de cambio fijo-ajustable, genera incentivos perversos. Si los mercados perciben que la moneda está sobrevalorada, se crean expectativas de devaluación, lo que incita a los especuladores y a los propios ciudadanos a sacar sus capitales del país para evitar pérdidas. Para defender la tasa de cambio, el banco central debe usar sus reservas internacionales, pero estas son finitas. La situación se agrava aún más en el supuesto de que un país en el que aquellas son escasas, caso argentino, lo que le hace muy vulnerable a los potenciales envites de los especuladores.

La historia está plagada de ejemplos de sistemas cambiarios, como el instaurado en la Argentina, que fueron destruidos por la especulación. Esto sucedió con el Mecanismo de Tipos de Cambio del Sistema Monetario Europeo (SME) que sufrió un imponente ataque especulativo en 1992 por parte de fondos de cobertura. La libra esterlina y la lira italiana, que formaban parte de aquel, fueron objeto de venta masiva. Los bancos centrales del Reino Unido y de Italia intentaron defender sus divisas con subidas de tasas de interés y el uso de sus reservas, pero la presión fue insostenible. Al final, tuvieron que dejar flotar sus monedas. De manera similar, las crisis del peso mexicano de 1994 y la asiática de 1997 fueron precipitadas por el colapso de modelos cambiarios como el descrito. En todos estos casos, la percepción de que las monedas estaban sobrevaloradas y las reservas no eran suficientes para mantener el tipo de cambio desató una fuga de capitales que obligó a devaluaciones caóticas y provocó económicas profundas.

Ante las lecciones ofrecidas por la experiencia, Argentina debería adoptar un sistema de tipo de cambio flotante. En él, el valor del peso sería el establecido por la oferta y la demanda en el mercado de divisas, sin intervención del banco central. Ello traería consigo una serie de beneficios cruciales para la economía austral.

En primer lugar, actuaría como un amortiguador automático frente a shocks externos o cambios en las condiciones económicas internas. Por ejemplo, una caída en los precios de las exportaciones no requeriría una devaluación abrupta y desordenada, ya que la moneda se depreciaría gradualmente, ayudando a preservar la competitividad de aquellas.

En segundo lugar, si se permite al peso ajustarse libremente, se evitaría se evitaría la acumulación de desequilibrios y presiones que suelen derivar en devaluaciones masivas y crisis. Las correcciones se producirían de manera continua y menos volátil, reduciendo el riesgo de "estallidos" cambiarios.

En tercer lugar, al no tener que defender un tipo de cambio fijo, el BCRA recuperaría el control sobre su política monetaria. Esto le permitiría centrarse en su principal objetivo: controlar la inflación. En lugar de usar las tasas de interés y las reservas para defender el dólar, podría emplearlas para estabilizar los precios internos.

En cuarto lugar, dejar que el peso flote sería la señal más clara de que el gobierno confía en que su plan de saneamiento fiscal y monetario es sostenible a largo plazo. Mostraría a los inversores y a los ciudadanos que la estabilidad macroeconómica alcanzada es genuina y que el tipo de cambio no necesita ser sostenido de manera artificial.

En quinto lugar, en un sistema de cambio flotante, no hay un valor fijo de la divisa a mantener, porque le determina constantemente, lo que hace que sea muy difícil identificar una debilidad específica para ser explotada por los especuladores. En consecuencia, éstos tienen menos incentivos a actuar porque, entre otras cosas, se elimina la posibilidad de que las reservas se agoten.

Esas razones de naturaleza económicas en pro de la implantación de un sistema de tipos flotantes en Argentina se ven reforzadas por la incertidumbre político-electoral reinante en la Argentina. Si el Presidente Milei no consigue unos buenos resultados en las elecciones legislativas del próximo mes de octubre, su capacidad de avanzar en la aplicación de su programa se complicará de manera significativa. En este contexto, la flotación aparte de ser conveniente por lo apuntado sería un instrumento muy útil para no poner en riesgo los logros macroeconómicos alcanzados hasta la fecha.

(De www.elcato.org)

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