En la actualidad, según comentan los especialistas en geopolítica, existen conflictos entre países motivados por la frecuente tendencia a la expansión territorial y a la recuperación de territorios poseídos en épocas pasadas y perdidos al ser derrotados en alguna guerra. Así, en Turquía han aparecido sectores que reclaman la expansión de su país aduciendo los territorios que conformaban el Imperio Otomano, en Hungría sucede algo parecido con el Imperio Austro-húngaro, en la Rusia de Putin se busca la expansión abarcada por el Imperio Soviético, y así en muchos casos más. 
El caso más llamativo es el de los sectores judíos que pretenden la expansión de Israel aduciendo "derechos de propiedad" establecidos hace miles de años, cuando el Dios de Israel les otorgó las tierras que aparecen en el Antiguo Testamento. Como se trata de grandes extensiones, en la actualidad formando parte de países vecinos, tal expansión aseguraría guerras futuras por mucho tiempo. Al respecto, Pedro Brieger opinaba acerca de la actitud que tenía la población israelí, hace algunos años atrás, respecto de la ocupación de Cisjordania y la Franja de Gaza: "En 1967 el discurso oficial planteó que la ocupación sería temporal y en los medios de comunicación se solía utilizar la denominación «territorios administrados», otorgándoles un sentido de transitoriedad". 
"Pero como también existía una continuidad con el pensamiento pragmático de 1948 cuando se planteaba que ante un ataque se podía tomar cualquier territorio en defensa del país y más tarde se vería qué hacer por parte del gobierno israelí, pensó que esta ocupación podría ser utilizada como «naipe ganador» para negociar con los países árabes. La devolución de territorios se haría a cambio del reconocimiento de la existencia y legitimidad del Estado de Israel negado desde 1948". 
"Sin embargo, la ocupación de esos territorios tuvo su propia dinámica. No hubo ninguna negociación entre Israel y el mundo árabe y lentamente una parte importante de la sociedad israelí consideró que no había que devolverlos porque -decían- era parte integral de lo que había sido el «Reino de Israel» y su posesión estaba legitimada por la Biblia y la historia". 
"En 1977 la derecha israelí ganó por primera vez las elecciones y en vez de «territorios administrados» se oficializó en todos los ámbitos (educativos, medios de comunicación, etc.) la denominación de «Judea y Samaria» como sinónimo de Cisjordania, remitiendo a una «propiedad» judía, pues con ese nombre figuraban en la Biblia".  
"La ciudad de Jerusalén adquirió un lugar central en el espíritu colectivo porque en la parte Oriental está la antigua ciudad amurallada, y dentro de ella el Muro Occidental del antiguo templo de Jerusalén venerado por los judíos. La euforia por la apabullante victoria militar y la dinámica de los acontecimientos los llevó a relegar o simplemente ignorar el problema de los palestinos, que se convertiría en el eje del conflicto árabe-israelí".  
 
"Fueron muy pocos los israelíes que advirtieron que la ocupación de un territorio donde vivía más de un millón de palestinos los convertiría en un clásico ejército de ocupación colonial represivo. Por otra parte, la frontera que durante 19 años había separado a Israel de Jordania -la línea verde- comenzó a desaparecer de los mapas oficiales israelíes" (De "El conflicto palestino-israelí"-Capital Intelectual SA-Buenos Aires 2015).
 
Estos conflictos se deben esencialmente al predominio de los nacionalismos sobre el universalismo. Incluso cuando los nacionalismos suponen estar apoyados u originados por el mismísimo Dios, adquieren una fuerte convicción que niega cualquier posibilidad de acuerdos. El universalismo, por otra parte, hace que cada individuo observe al resto de seres humanos como miembros de una única especie humana, regida por similares leyes biológicas y surgida bajo un mismo origen.  
 
Mientras la religión natural se basa en la evidencia de la existencia de leyes naturales invariantes, que materializan la voluntad de Dios, las religiones basadas en creencias subjetivas, suponen que la religión surge de Dios, y no de los seres humanos, con las graves consecuencias a que conduce. La universalidad del cristianismo nos sugiere la posibilidad de que sea una religión natural, o que así se la pueda considerar. 
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