Hace unos siglos atrás, cuando todavía no se había popularizado el principio de conservación de la energía, hubo muchos e ingeniosos inventos, todos fallidos, apuntados hacia el logro del movimiento continuo. Ello implica construir un sistema en el cual se logra un movimiento que se prolonga en el tiempo sin necesidad de proveerlo de energía adicional.
Si en la actualidad quisiéramos construir un sistema que se aproximara a esos intentos, podríamos utilizar un generador eléctrico que provee energía eléctrica a un motor eléctrico. Luego, el motor eléctrico entrega energía mecánica al generador y, si no existiera rozamiento mecánico, el sistema podría mantenerse en movimiento en forma indefinida.
Además del rozamiento mecánico, que genera algo de calor, existe adicionalmente cierta generación de calor en los conductores eléctricos, motivada por el movimiento de electrones que chocan con la estructura interna del metal conductor. De ahí que, luego de moverse por un tiempo, el sistema se detiene, a menos que se le entregue energía desde el exterior para compensar las pérdidas mencionadas en forma de calor.  
 
Respecto de este tema, Juan Aroca Sanz escribió: "Sin duda alguna, el siglo XVIII es el Siglo de Oro del Movimiento Continuo. Durante el mismo, las polémicas alcanzan su grado más virulento y apasionado. Aunque sus personajes pertenecen a las profesiones más dispares, muchos de ellos poseen los conocimientos técnicos y científicos suficientes para no caer en las redes de la intentona". 
"Hemos visto, sin embargo, que cayeron en ella como moscas. Hombres de la reconocida talla científica de Bernoulli, Fontana y Ferguson maduraron ideas sobre el movimiento continuo, las desarrollaron y, lo que es más importante, se pusieron a trabajar en ellas hasta llegar a proyectar modelos o sistemas. Lo intentaron profesores de filosofía y lo defendieron astrónomos y matemáticos. Un obispo evangélico, hombre positivamente culto e inteligente, echó por tierra uno por uno todos los sistemas planteados hasta entonces, únicamente con el ánimo de que la nueva ola de atacantes no incurriese en los mismos yerros que sus predecesores". 
"No hay conocimiento humano que no se ponga a prueba para lograr el Gran Descubrimiento, en medio de afanes febriles muchas veces. Desde la «afección natural» existente en cada cuerpo hasta las propiedades magnéticas de ciertas sustancias, pasando por el tornillo de Arquímedes, la capilaridad y la presión atmosférica. La lucha para «hacerle trampas» a la naturaleza es continua".
"Cualquier procedimiento nuevo que se sugiere, aunque casi siempre esté basado en fundamentos conocidos, se considera y reconsidera por los sabios hasta descartarlo tras demostrar razonadamente por qué no puede trabajar. A un fracaso siguen cientos más. Y tanta repetición, sin que ninguno de ellos permita vislumbrar el más ligero resquicio de posibilidad, obliga a una Academia de Ciencias europea a tomar la resolución muy poco científica: no volver a dedicar ni un solo instante de tiempo a estudiar ningún sistema, dispositivo, máquina o procedimiento con los que  se pretenda conseguir el movimiento continuo" (De "La fascinante historia del movimiento continuo"-UTEHA-México 1963).  
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