viernes, 26 de septiembre de 2025

Acerca del economismo: Röpke vs. Mises

Se denomina “economismo”, o "economicismo", a la creencia de que los comportamientos individuales dependen enteramente del sistema económico adoptado por la sociedad. De ahí que tanto la religión y la ética, como las restantes ramas de las ciencias humanas y sociales, cumplirían un rol secundario, ya que todo comportamiento dependería básicamente del sistema adoptado para la producción y la posterior distribución de bienes y servicios.

Los economicistas estiman que la economía es “la madre de todas las ciencias”, cuando en realidad debería ocupar un lugar entre las demás ciencias sociales tratando de ser compatible con aquellas. Incluso se da el caso de que el economicista liberal pretende solucionar los problemas educativos aplicando una competencia similar a la del mercado, o también pretende mejorar la salud pública con ese mismo criterio. Para colmo, llegan al extremo de suponer que todo lo estatal es necesariamente “malo” mientras que todo lo privado es necesariamente “bueno”, constituyéndose en simples repetidores de slogans sectoriales. Mariano Grondona escribió: “Entendemos por «economicismo» el predominio de la Economía sobre el resto de las ciencias sociales (Ciencia Política, Sociología, Ética, Antropología, Derecho…) en el terreno académico y el predominio del ministro de Economía sobre los demás ministros (de Educación, Salud, Interior, Relaciones Exteriores…) en el terreno político” (De “Las condiciones culturales del desarrollo económico”-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1999).

El pensamiento socialista es esencialmente economicista; Karl Marx expresó: “El modo de producción de vida material determina el carácter general de los procesos de vida social, política y económica” (Citado en “Siete teorías de la naturaleza humana” de Leslie Stevenson).

Para algunos autores liberales, por el contrario, los resultados económicos dependen principalmente de los atributos personales de cada individuo, sin dejar de lado el marco social. Juan Bautista Alberdi escribió: “El trabajo y el ahorro son esas causas naturales de la riqueza, como la ociosidad y el dispendio son las causas de la pobreza. Esas cuatro palabras expresan los cuatro hechos a que está reducida la gran ciencia de Adam Smith”.

“La riqueza y la pobreza, según esto, residen en el modo de ser moral de una sociedad, en sus costumbres de labor y ahorro, y en sus hábitos viciosos de ociosidad y dispendio…Comprender la riqueza y la pobreza en su ser y causas morales es colocarse en el camino de aprender a salir de la pobreza y llegar a la riqueza”.

“Un empobrecimiento nacido de ideas viciosas sobre el medio de enriquecer sin las virtudes del trabajo y del ahorro, es una enfermedad moral como su causa, y sólo puede ser curada por medicamentos morales igualmente. Esos remedios consisten desde luego en el abandono de las ilusiones que buscaron riquezas improvisadas en combinaciones y artificios ingeniosos que no pueden suplir al trabajo y al ahorro, considerados como manantiales de riquezas y bienestar. Esta curación moral no puede ser sino lenta, penosa y difícil, como es siempre la reforma de los usos y de las costumbres entradas en mal camino”.

“El ahorro, manantial más productivo de riquezas que el trabajo mismo, es, sin embargo, más penoso y difícil para el americano del sud. Es que el ahorro, como costumbre, es toda una educación: es una virtud que se compone de muchas otras y supone un grande adelanto de civilización. Sus elementos son: la previsión, la moderación, el dominio de sí, la sobriedad, el orden. Es imposible llegar a ser rico sin la posesión de estas cualidades morales. Cuando ellas abundan en una nación, esa nación no es, no puede ser pobre, aunque habite un suelo pobre. Mejor sin duda si posee un suelo fértil, pero no es más el suelo que un instrumento de su poder productor, que se compone de sus fuerzas morales” (De “Estudios Económicos”-Librería La Facultad-Buenos Aires 1927).

Por otra parte, Wilhelm Röpke escribió: “La vida económica no se desenvuelve naturalmente en el vacío moral. Se halla en constante peligro de desviarse del nivel moral medio si no se la apuntala con un vigoroso apoyo ético. No cabe pensar siquiera en que pueda faltar ese apoyo, el cual, por otra parte, debe ser preservado constantemente de la corrupción. De lo contrario, nuestro sistema económico libre, y con él toda forma de Estado o sociedad libres, están condenados a derrumbarse”.

“El mercado, la competencia y el juego de la oferta y la demanda no crean estas reservas éticas; las presuponen, y las consumen. Estas reservas deben venir de fuera del mercado, y ningún manual de economía puede sustituirlas” (Citado en “Enfoques económicos del mundo actual” de L. S. Stepelevich-Editorial Troquel SA-Buenos Aires 1978).

Existen, sin embargo, quienes abogan por la implantación de una economía de mercado con el objeto de subsanar todos los problemas de una sociedad, incluso los de orden moral y familiar. En cierta forma adoptan una postura similar a la del marxismo, sólo que esta vez la solución económica propuesta es distinta. Justamente, es necesario en el ser humano un nivel moral básico que le permita adaptarse al orden natural, nivel que simultáneamente lo hará apto para una economía que contemple la libertad requerida por todo individuo para poder desarrollar plenamente su potencial natural.

El fundamento de la acción humana son las emociones y sentimientos, como es el caso de los padres que hacen todo el esfuerzo necesario para que sus hijos triunfen en la vida. La empatía, por la cual nos ubicamos con la imaginación en el lugar de otro, para compartir sus penas y alegrías, posibilita nuestra tendencia a la cooperación y a la supervivencia. Para Marx, y también para Mises, por el contrario, son los vínculos económicos los fundamentos de la sociedad. Ludwig von Mises escribió: “En el marco de la cooperación social brotan, a veces, entre los distintos miembros actuantes, sentimientos de simpatía y amistad y una como sensación de común pertenencia. Tal disposición espiritual viene a ser manantial de placenteras y sublimes experiencias humanas. Dichos sentimientos constituyen precioso aderezo de la vida, elevando la especie animal hombre a la auténtica condición humana. Ahora bien, no fueron, como hubo quien supuso, tales experiencias anímicas las que produjeron las relaciones sociales. Antes al contrario, aquéllas no son más que fruto de la propia cooperación social, y sólo a su amparo medran; ni son anteriores a la aparición de las relaciones sociales ni tampoco semilla de las mismas”.

“En un mundo hipotético, en el cual la división del trabajo no incrementara la productividad, los lazos sociales serían impensables. No habría en él sentimiento alguno de benevolencia o amistad” (De “La Acción humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).

Respecto de Mises y su postura frente a la ética, leemos: "En una de sus obras, La acción humana, Von Mises critica las doctrinas de carácter ético que «pretenden establecer unas escalas de valores a cuyo tenor el hombre debería pronunciarse, aun cuando no siempre lo haga». Entiende dicho autor que tales «escuelas aspiran a definir el bien y el mal y quieren aconsejar al hombre acerca de lo que, como bien supremo, debe perseguir»".

"En base a ello Von Mises cae en la inmoralidad de propugnar como sistema la carencia de normas morales objetivas, pues sostiene que los fines últimos perseguidos por el hombre «constituyen datos irreductibles, son puramente subjetivos, difieren de persona a persona y, aun en un mismo individuo varían según el momento»".

Respecto del derecho natural, von Mises afirma: "No existe, en realidad, el denominado derecho natural ni hay tampoco inmutable módulo valorativo humano que permita distinguir y separar lo justo de lo injusto. La naturaleza ignora el bien y el mal. No forma parte del hipotético derecho natural el no matarás. El bien y el mal son, por el contrario, conceptos estrictamente humanos, utilitarias expresiones arbitradas al objeto de hacer posible la cooperación social bajo el signo de la división del trabajo" (Citas en "El orden político" de J. R. Llerena Amadeo y E. Ventura-AZ Editora SA-Buenos Aires 1994).

Para el economicista liberal, la economía de mercado genera, mediante el hábito de su ejercicio, las virtudes morales necesarias para su eficaz utilización. Así, en un país subdesarrollado, el mercado haría a las personas más trabajadoras, ahorrativas e innovadoras. Por el contrario, los economistas que admiten la existencia de valores extraeconómicos, advierten en el fracaso de la aplicación de la economía de mercado la ausencia de virtudes previas a su aceptación. Wilhelm Röpke escribió: “Se concedió a la economía de mercado plena autonomía dentro de la sociedad, y no se tomaron en consideración ninguno de los requisitos y postulados extraeconómicos que han de cumplirse si se quiere que aquella funcione. Con la mentalidad peculiar del siglo de las luces se aceptó como producto natural lo que, en realidad, es un producto artificial muy frágil de la civilización. Por principio se tendía a no querer admitir limitación alguna para la libertad económica, perdiéndose también aquí en lo incondicional y absoluto y haciendo a regañadientes aquellas concesiones que la incómoda realidad acababa de exigir”.

“No se quería admitir que la economía de mercado para no hundirse y arruinar simultáneamente a la sociedad en general mediante una economía de intereses desenfrenados, necesita estar encuadrada en un sólido marco moral-político institucional (un mínimo de honradez comercial, un Estado fuerte, una «policía de mercado» sensata y un Derecho bien estudiado y adecuado a la constitución del comercio). El liberalismo histórico (sobre todo el del siglo XIX) no se dio cuenta de que la competencia representa una reglamentación sociológico-moral no exenta de peligro, por lo que ha de mantenerse y vigilarse dentro de ciertos límites para que no llegue a envenenar el organismo social. Al contrario, se pensaba que la economía de mercado basada en la competencia y en la división del trabajo constituía un excelente medio de educación moral que, haciendo un llamamiento al egoísmo, estimulaba a los hombres a vivir en paz, con dignidad y observando todas las virtudes burguesas. En cambio hoy sabemos (y se hubiera podido saber siempre) que la economía basada en la competencia mina la moral, por lo que requiere que existan reservas morales fuera de ella. En la ofuscación racionalista se llegó a creer que estas reservas incluso las iba acumulando aquélla” (De “La crisis social de nuestro tiempo”-Revista de Occidente-Madrid 1947).

Röpke se refiere también a la situación de los países subdesarrollados: “Puede comprenderse también lo que este espíritu burgués significa para nuestra cultura a la vista de las dificultades que se plantean cuando se intenta transplantarlo a países subdesarrollados que muchas veces carecen de presupuestos espirituales y morales que aquí venimos analizando. Mientras que los hombres de Occidente apenas si son conscientes de ellos, pues los consideran como algo obvio y natural, los portavoces de los países subdesarrollados se inclinan con excesiva facilidad a ver sólo el aspecto externo del éxito económico de Occidente, pero sin parar mientes en la base espiritual y moral que le sirve de fundamento. Nos hallamos aquí, por así decirlo, ante el humus humano que debe existir o se espera que exista, si se quiere que el transplante de las industrias occidentales tenga un éxito real. Sus presupuestos últimos se llaman precisión, flexibilidad, sentido del tiempo, laboriosidad, fidelidad al deber y aquel amor a las cosas que se hacen” (De “Más allá de la oferta y la demanda”-Unión Editorial SA-Buenos Aires 1979).

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