Respecto al subdesarrollo, encontramos la siguiente definición elemental: “Se dice del país, o región cuya economía presenta formas arcaicas y cuyos habitantes tienen un nivel de vida muy inferior al existente en los países con una economía moderna y potente” (Del “Diccionario de la Lengua Española”-Ediciones Castell–Madrid 1988). Si bien resulta ser una definición bastante general, quizás poco precisa, será suficiente para darnos una idea de lo que el concepto significa.
Entre la ciudadanía argentina aparecen grupos diferenciados en cuanto a sus esperanzas, o no, de que el país llegue a estar alguna vez como lo estuviera a principios del siglo XX, cuando ocupaba el 7mo lugar en el mundo teniendo presentes el PBI per capita, y otros indicadores económicos. En la actualidad, estadísticas realizadas por instituciones confiables, como la Universidad Católica Argentina, indican la existencia de unos 11 millones de pobres sobre 40 millones de habitantes, lo que implica un 27,5% de la población. Cuando se hacen críticas al gobierno por esta situación, de inmediato surge como respuesta la afirmación de que “en el 2001 estábamos mucho peor, ya que teníamos más del 50% de pobreza”. Incluso, por pedir cambios en la economía, se unifica a la oposición (el “enemigo”) como si todo ese sector deseara volver a esa situación del pasado. Al tomar como referencia lo que pasó hace una docena de años, en lugar de mirar hacia el futuro, puede afirmarse que existe cierto conformismo y que la economía sólo podrá mejorar ante una nueva crisis, por cuanto es poco probable que el oficialismo acate sugerencias que provengan del “enemigo”. De ahí que podamos hablar del “subdesarrollo consensuado”.
Haciendo un análisis muy breve y general, respecto a cómo llegamos a esta situación, podemos comenzar en los 80, con Raúl Alfonsín, cuando se llega a la hiperinflación. Tal “incendio económico” se apaga utilizando la conversión equivalente entre peso y dólar, durante el menemismo. Crece notablemente la producción como también los gastos del Estado y la deuda externa. Al final de la convertibilidad, durante el gobierno de De la Rúa, resulta más atractivo importar que producir, llegándose a una severa recesión, mientras los productos de exportación agrarios tienen un bajo precio en el mercado mundial. Con el gobierno de Eduardo Duhalde, siendo Roberto Lavagna ministro de economía, finaliza la conversión peso-dólar adquiriendo esta moneda un valor que promueve nuevamente la producción y las exportaciones. Luego surge el kirchnerismo, inicialmente con 4 ministros del gobierno de Duhalde, incluido Lavagna, lo que da lugar al inicio de la “década perdida”, o bien la etapa de la gran mejora económica según el oficialismo.
Durante los inicios del kirchnerismo, el dólar alto favorece las exportaciones como también las favorece el alto precio de la soja, dando como resultado la elevación de la producción agrícola. La soja triplica su valor, mientras que la producción también se triplica, respecto del 2001, por lo que la entrada de divisas resulta nueve veces mayor. Se promueve el consumo y se desatiende la inversión. Los gastos del Estado comienzan a superar a los ingresos, por lo cual se emite dinero sin respaldo favoreciendo la aparición de una importante inflación. Los costos de la producción se elevan con la inflación por lo cual se pierden las ventajas para la exportación, situación que caracteriza al gobierno actual de Cristina Fernández.
La inflación comienza a gestarse, con Néstor Kirchner, de la siguiente forma: se emiten billetes para comprar dólares, lo que permite mantener una buena demanda que mantiene elevado su valor. De esta manera se favorece a las exportaciones mientras se van acumulando reservas en el Banco Central. Este procedimiento es poco usado por cuanto, al producir inflación, las cosas empeoran en el mediano y en el largo plazo.
Para favorecer el consumo, el Estado subsidia a las empresas del sector energético. Los costos reducidos para el usuario, favorecen el derroche, mientras que el bajo precio de la luz, del gas y de los combustibles, desalientan la inversión en ese sector. Se ganan muchos votos debido a la “fiesta del consumo” pero se pierde el autoabastecimiento energético que tanto costó lograr. En la actualidad, debe importarse gran cantidad de combustibles y gas. E. Levy Yeyati y M. Novaro escriben: “El consumo, efectivamente, fue el motor del producto de la poscrisis. Y la política de servicios y energía baratos sin duda hizo su aporte al ingreso de las familias –aunque no necesariamente a las humildes- en la forma de nafta para autos, agua para las piletas de natación, electricidad para los equipos de aire acondicionado y gas para la calefacción, primero a expensas de las empresas proveedoras y, más tarde, de los usuarios industriales –a los que ajustó la tarifa y luego se les empezó a cortar el suministro- y del Estado” (De “Vamos por todo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2013).
El crecimiento económico implica un crecimiento de la cantidad de capital productivo invertido per capita, que no es lo mismo que el crecimiento del PBI, ya que éste puede deberse principalmente al consumo, como es el caso argentino. Además, no es lo mismo aumentar la inversión junto a la producción, como en China, que poner en marcha una economía en recesión que no requiere inversión adicional para hacerlo. De ahí el engaño oficial que publicitaba un crecimiento de la economía a “tasas chinas”, en lugar de hablar del aumento del consumo a costa de restringir la inversión e incluso del mantenimiento de lo existente cuando ello involucraba al patrimonio del Estado, como trenes y barcos.
Con una incipiente inflación, el gobierno trató de “solucionarla” tergiversando los datos estadísticos oficiales del INDEC, aplicando multas a las empresas que realizaran el mismo trabajo y cuyos resultados fueran distintos a los oficiales. Se comentaba que tal decisión se adoptó para pagar menos (estafar) a los bonistas del Estado cuya inversión debería ajustarse con el índice inflacionario. Los citados autores escriben: “¿Justificación tardía o nacionalismo mal entendido? Lo cierto es que el riesgo país argentino, tras un fugaz coqueteo con el brasileño, sufrió un golpe mortal con la manipulación del IPC [Índice de precios al consumidor], que lo llevó gradualmente a niveles de default y dejó al país fuera de los mercados de capitales, a pesar de su solvencia financiera y del promocionado desendeudamiento. Y lejos estuvo de ser un gran negocio para el gobierno y, menos todavía, para el país”.
Cada vez que el kirchnerismo ponía sus manos en algún sector de la economía, tal sector quedaba seriamente deteriorado, como fue el caso de la ganadería. Kirchner sostenía que, prohibiendo la exportación ganadera, los precios internos de la carne habrían de bajar sustancialmente (pensando recibir muchos votos adicionales en futuras elecciones). Los pronósticos de los economistas serios se cumplieron y, ante la notoria baja de la rentabilidad del sector, aumentó el precio de la carne y el stock ganadero se redujo en unas 10 millones de cabezas, según estimaciones de los especialistas. Incluso en el Uruguay alguien afirmó que “el mejor presidente uruguayo fue Kirchner…..” ya que la destrucción que produjo en la ganadería argentina fue ampliamente favorable para el crecimiento de las exportaciones uruguayas.
Las retenciones a las exportaciones agrarias desviaron hacia el Estado gran cantidad de recursos que, en otro caso, habrían ido a parar a la inversión productiva y al incremento del trabajo genuino. Si, además, tales recursos hubiesen sido asignados a la gente pobre, se habrían reducido parcialmente los niveles de pobreza e indigencia. Sin embargo, parte de tales recursos se repartió, como ayuda social, entre quienes los necesitaban y también entre quienes no, ya que la cantidad de votos logrados para futuras elecciones crecerían de esa forma todavía más. Se siguió un criterio similar al de las tarifas energéticas, que fueron reducidas tanto para el pudiente como para el de escasos recursos.
Guiado más por motivos políticos e ideológicos que económicos, el kirchnerismo inició una serie de expropiaciones, o estatizaciones, que actuaron como señales de alarma para los inversores nacionales y extranjeros. El éxodo de capitales, para ser salvaguardados en el exterior, llegó a varias decenas de miles de millones de dólares que, en definitiva, materializan la diferencia entre desarrollo y subdesarrollo. Este éxodo de capitales, por si solo, puede considerarse como una justificación para quienes hablan de la “década perdida”. La acción ahuyentadora de capitales deriva también del poco respeto que tienen las autoridades nacionales ante las leyes vigentes, como así también por la tendencia a cambiarlas según el estado de ánimo de la líder absoluta de la Nación, lo que se conoce como “inseguridad jurídica”.
En cuanto al momento actual de plena inflación, podemos orientarnos con una fórmula en la que se compara demanda con oferta global. De la misma manera en que, en microeconomía, cuando la oferta de un bien iguala a su demanda, el precio se estabiliza, en macroeconomía, cuando la demanda global iguala a la oferta global, los precios se mantienen estables. La ecuación es:
M.v = P.Q
En donde (M.v) es la demanda global mientras que (P.Q) es la oferta global, siendo M la masa o cantidad de dinero circulante, v la velocidad de circulación del dinero, P es el nivel de los precios y Q el total de bienes y servicios que se producen. Cuando aumenta la masa monetaria M, principalmente por una emisión excesiva de dinero, se produce un aumento generalizado de los precios P, ya que la elevación de la producción Q tarda cierto tiempo, o no aumenta. De ahí que, en un proceso inflacionario como el argentino, el reducido aumento de la producción Q se debe esencialmente a la pobre inversión productiva realizada.
El proceso inflacionario tiende a acentuarse cuando aumenta v, que es la velocidad de circulación del dinero, cuando la gente confía muy poco en una moneda que sufre una devaluación anual del orden del 25% o más, y trata de sacársela de encima lo antes posible. Tal elevación de v, aun cuando M fuese constante, tiende también a provocar una elevación del nivel de precios P. De ahí el peligro de que el proceso inflacionario se descontrole, porque depende de algunos factores poco controlables.
En la actualidad, pareciera que el único medio de financiamiento que tiene el Estado es la máquina de imprimir billetes, ya que los créditos, para países calificados con un alto riesgo-país, son bastante costosos. Los autores citados responden ante la pregunta ¿por qué faltan dólares?, aduciendo, entre otras causas: “Por la interpretación radicalizada que hace el gobierno del concepto de desendeudamiento. Para un país serio, el desendeudamiento puede definirse como la reducción del cociente entre deuda pública y PBI, pero esa reducción no implica eludir la emisión de deuda y pagar cada vencimiento al contado, con recursos fiscales (incluso a expensas del crecimiento), sino refinanciar parcialmente los pagos de modo que el cociente de deuda baje de a poco. El objetivo de desendeudarse en años buenos es acceder al financiamiento en años malos, para sumar recursos al estimulo fiscal. En cambio, en la Argentina el kirchnerismo se embanderó desde el inicio en un desendeudamiento a marcha forzada que, lejos de abrir los mercados, los mantuvo cerrados y lo obligó a exprimir dólares de una economía cada vez peor financiada”.
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