Entre los valores adoptados, y que caracterizan a la mentalidad occidental, aparece la libertad, concepto que, sin embargo, no es tan valorado por la tradición oriental, al menos según la opinión de algunos especialistas en el tema. Orlando Patterson escribió: “Nadie negaría que hoy la libertad es el valor supremo del mundo occidental. Los filósofos discuten interminablemente acerca de su naturaleza y significado; es palabra clave de todo político, evangelio secular de nuestro sistema económico de «libre empresa», fundamento de todas nuestras actividades culturales. Es también un valor central del cristianismo: ser redimido, ser liberado por y en Cristo es el objetivo último de los cristianos. Es el único valor por el cual mucha gente parece estar dispuesta a morir –sin duda según lo que dicen y a menudo según lo que hacen-. Durante la prolongada pesadilla de la Guerra Fría, los lideres de Occidente llegaron a dividir el mundo en dos grandes bandos, el mundo libre y el mundo no libre, y más de una vez declararon –con siniestra sinceridad- que estaban dispuestos a arriesgar un holocausto nuclear para defender este ideal sagrado que llamamos libertad” (De “La libertad”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1991).
Si contemplamos al hombre bajo la perspectiva de la evolución biológica y su posterior adaptación al medio; proceso continuado por la evolución y adaptación cultural, a cargo del hombre, podemos decir que la libertad es la condición del hombre plenamente adaptado al orden natural. Tal atributo implica ser gobernado por la ley natural. De ahí que la libertad plena es un objetivo a lograr, que se va adquiriendo paulatinamente. Marco Tulio Cicerón escribió: “Seamos esclavos de la ley para que podamos ser libres”. La validez esencial de esta sentencia radica en considerar no sólo la ley humana, sino, sobre todo, la ley natural.
Si bien la definición, o descripción, anterior es bastante general y puede decirnos bastante poco, es conveniente analizar el tema desde esta perspectiva. De ahí que podamos decir que, debido a que el hombre actúa tanto por la influencia recibida del medio social como por su herencia genética, la libertad dependerá tanto de una necesidad natural como también será una conquista cultural que hubo de aparecer en algún momento de la historia de la humanidad.
Si nuestras acciones son consecuencias parciales de la influencia social recibida, podemos afirmar que nadie se encuentra ajeno a tal influencia, por lo que, en principio, la libertad, como atributo de quien obra sin estar ligado a la influencia externa, dejaría de tener sentido. Sin embargo, podemos distinguir entre una influencia “mala”, que nos induce a actuar en función de lo que piensa un hombre que desconoce la ley natural, y una influencia “buena” que es la de quienes realizan sus vidas acorde a dicha ley. En otras palabras, ser gobernado mentalmente por otros hombres implica no ser libre, mientras que ser inducido por otros hombres a ser gobernado por las leyes naturales implica adoptar el rumbo de una libertad genuina. Recordemos la frase bíblica: “La verdad os hará libres”.
Como vemos, la condición de libres implica no solamente serlo respecto de nuestra capacidad de obrar cotidiana, sino también respecto de las ideas que predominan en nuestra mente, ya que las ideas son las que, tarde o temprano, deciden nuestra conducta individual como también las conductas colectivas del grupo social. De ahí que seremos libres en la verdad y esclavos en la mentira. Lord Acton dijo: “El gran objeto, al tratar de comprender la historia es ir más allá de los hombres y captar las ideas. Las ideas tienen una radiación y un desarrollo, un linaje y una posteridad propios, en que los hombres desempeñan el papel de padrinos y madrinas, más que de padres legítimos. Las fuerzas impersonales que rigen al mundo, [doctrinas e ideas] empujan las cosas hacia ciertas consecuencias sin ayuda de motivos locales o temporales o accidentales”. “Es nuestra función comprender el movimiento de las ideas, que no son el efecto sino la causa de los hechos públicos” (Citado en “El pensamiento europeo moderno” de Franklin L. Baumer-Fondo de Cultura Económica-México 1977).
Una vez que definimos la libertad individual, todo tipo de orden social, legal o económico propuesto, deberá contemplar su compatibilidad con dicha libertad. De lo contrario habría de oponerse o anular un valor esencial del hombre, como también habría de oponerse a la tendencia de la humanidad al logro de mayores niveles de adaptación. Así, los sistemas totalitarios (todo en el Estado) promueven el colectivismo para anular todo individualismo. Promueven la vigencia del hombre masa, el que ha de ser dirigido mentalmente por el ideólogo socialista y materialmente por el político totalitario a cargo del Estado.
La pérdida de la libertad implica muchas veces perder los atributos esenciales del hombre por cuanto la negativa influencia exterior actúa como el ruido que encubre la información en un sistema de comunicaciones. Pero dicha pérdida, muchas veces, no depende solamente de quienes buscan un excesivo poder, político o económico, que los hace sentir importantes, sino del que prefiere establecer el cambio de protección y seguridad a costa de la libertad.
Podemos imaginar el caso de un hombre que pierde su trabajo y que, de pronto, queda en la calle. Es una situación indeseable ya que ese individuo, y su familia, pierden la base material de su existencia. Sin embargo, tal individuo “goza de una libertad total”, lo que resulta ser una expresión poco afortunada. Tal individuo necesita trabajo imperiosamente y, seguramente, preferirá perder parte de su libertad a cambio de cierta seguridad esencial.
Este también es el caso de la mujer con pocas aptitudes para realizar diversos trabajos, cuando tiene que soportar el maltrato hogareño y cotidiano, que proviene de su marido, ante la imposibilidad de irse de su casa, situación en la que podrá quedar totalmente desprotegida.
Nótese que no todo individuo, en tales circunstancias, pasará momentos difíciles, como es el caso de quienes pueden desempeñarse adecuadamente en varias actividades laborales. La eficaz preparación del adolescente para el trabajo futuro le permitirá asegurarse alguno de los trabajos que pueda realizar.
La servidumbre medieval, y otros tipos de dependencia laboral, se han dado muchas veces en forma voluntaria, como un intercambio de libertad por seguridad, siendo un caso parecido al del presidiario que prefiere seguir viviendo en la cárcel por cuanto allí siente mayor seguridad, o la de quienes prefieren vivir bajo un régimen totalitario por cuanto carecen de voluntad para tomar decisiones por ellos mismos. De ahí la gran cantidad de adeptos hacia ese tipo de gobierno.
También la libertad debe ir acompañada de responsabilidad. Todos buscamos, desde niños, que los padres nos permitan mayor libertad. Sin embargo, si esa capacidad de conducirnos según nuestro criterio no va acompañada de ciertos conocimientos y de cierta responsabilidad, será un valor que puede conducirnos a consecuencias negativas, como es el caso de los adolescentes que conducen vehículos en una forma poco segura.
El precio que debemos pagar por nuestra libertad radica en que no sólo tenemos la opción de elegir el bien sino también el mal. Cuando elegimos esta última posibilidad, generalmente sin advertirlo, nos damos cuenta que la libertad es un arma de doble filo. De ahí la solución propuesta por varios sectores, la que consiste en recurrir al Estado “todopoderoso” que sabiamente conoce todo lo que el ciudadano común ignora. Como el Estado está constituido por seres humanos, tal carácter todopoderoso deriva de una supuesta superioridad racial, social, ideológica, ética, o alguna otra, atribuida a los integrantes del grupo totalitario. Ludwig von Mises escribió:
“Libertad, en definitiva, significa derecho a equivocarse. Destaquemos esto. Tal vez nos desagraden sobremanera los hábitos de nuestros contemporáneos, su forma de vivir y de gastar; posiblemente pensemos que lo que practican es tonto y nocivo. Pero, en una sociedad libre, hay múltiples vías de expresión para airear los ajenos errores, para expresar qué debieran hacer los demás, en nuestra opinión. Cabe escribir libros, publicar artículos, dar conferencias, perorar en los parques, como en algunas ciudades se hace. Lo que no resulta permisible –si se quiere vivir en libertad- es prohibir, por la fuerza o la coacción, a los demás que sigan sus personales vías de actuación simplemente porque a mí, sujeto, me desagradan”.
Si bien la libertad es un valor esencial para Occidente, existe una lucha abierta y encubierta, por abolirla. Y ella surge principalmente del marxismo, ideología que critica, esencialmente, a las sociedades previas a la aparición del capitalismo. Ello se debe a que, antes de tal aparición, no existía movilidad social y, efectivamente, las sociedades estaban estratificadas en clases sociales bastante definidas. Sin embargo, tal caracterización sigue vigente, en la mente de muchos, y es utilizada para tratar de restringir la libertad individual. El autor citado agrega:
“Karl Marx, en el primer capitulo del «Manifiesto Comunista», ese pequeño panfleto con el que se inicia su movimiento socialista, cuando proclama la existencia de una inevitable lucha clasista, para probar su tesis, no consigue, sin embargo, presentar más que ejemplos y situaciones de las épocas precapitalistas. Entonces sí hallábase la sociedad dividida en diversos estamentos de condición hereditaria, similares a las castas de la India” (De “Seis lecciones sobre el capitalismo”-Union Editorial SA-Madrid 1981).
La abolición de la libertad, justamente, es la que genera la división de la sociedad en clases antagónicas ya que el individuo, al ceder el gobierno de su propia vida a quienes dirigen al Estado, permite el surgimiento de una esencial situación de servidumbre, ya que aparece una clase gobernante y una gobernada. Ludwig von Mises escribe al respecto: “”El consumidor americano es, a la vez, comprador y productor –por esto es, en cierto sentido, amo- de la mercancía que al mercado accede. En los grandes almacenes neoyorquinos, a la salida, suelen verse carteles que agradecen al cliente su visita, rogándole vuelva pronto. En la Rusia soviética o en la Alemania nazi, por el contrario, lo que se le decía al comprador es que debía agradecer al correspondiente supremo «padrecito» su bondad extrema demostrada suministrándole la correspondiente mercancía”.
“No es el vendedor, sino el comprador, en los países socialistas, quien debe estar reconocido por el favor que se le hace. El comprador –el amo bajo el capitalismo- por eso allí no manda. Es el Jefe, el Comité, la Junta Central, los entes que dirigen y mangonean las cosas. Los humildes callan y tragan cuanto la Autoridad tenga a bien echarles”. “La soberanía en el sistema capitalista radica en el mercado; son los consumidores los que tienen el poder, quedando así garantizada la libertad individual”.
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