Las revoluciones auténticas constituyen un positivo cambio político y económico que ocurre en una sociedad como efecto de una previa maduración de las ideas en ella dominantes. La revolución liberal implica, entre otros aspectos, que por primera vez se reconoció que el interés de cada individuo no se oponía al interés de la sociedad. Armando Ribas escribe al respecto: “Cuando se habla de la Gran Revolución, en general se entiende que nos estamos refiriendo a la revolución francesa (las minúsculas son a propósito) de 1789. Pero ésa no es la Gran Revolución, sino la gran confusión histórica que permitió que los crímenes de lesa humanidad que fueron la guillotina y el terror, puedan ser concebidos como origen de la libertad y los derechos del hombre en Occidente”.
“La verdadera Gran Revolución tuvo lugar paulatinamente en la historia y podemos encontrar en ella los hitos que la representaron. Esa Gran Revolución fue una transformación ética a partir de un principio gnoseológico. Tuvo lugar cuando el hombre en sociedad tomó conciencia de la importancia de la armonía entre el interés general y los intereses particulares. Sólo a partir de esta concepción ética es posible la búsqueda de la felicidad, que es motor de la acción humana, sujeta a la norma de derecho de carácter general”.
“Este principio, que armoniza los intereses particulares con el interés general, es el que permite a su vez la separación de los poderes como instrumento de la sociedad para limitar el poder político. Ese límite es la contrapartida de los derechos individuales o privados, que sólo pueden existir sobre la base de que no haya un antagonismo irreductible entre ellos y el interés general”. “En tal sentido, el «socialismo», más que una ideología (si lo es), es una enfermedad que ataca el cuerpo social en el medio de la República. Esa enfermedad es la confusión entre privilegio y propiedad, al tiempo que pretende el regreso a la ética rousseauniana que enseña que los intereses privados son necesariamente contrarios al interés general”.
“Ese proceso histórico, que comenzó fundamentalmente con la Revolución Gloriosa, en Inglaterra, en 1688, y los principios del parlamentarismo fueron los que establecieron límites al poder político. Esa revolución liberal siguió en 1776 con la declaración de la independencia de las colonias inglesas en Norteamérica y tomó forma definitiva en Filadelfia, en 1787, con la Constitución Federal. Finalmente, este lujo de la historia llegó al Río de la Plata con la caída de Rosas y el establecimiento de la Constitución argentina de 1853” (De “Entre la libertad y la servidumbre”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1992).
Por lo general, tendemos a pensar que el subdesarrollo es una anormalidad, ya que implica perder las condiciones que caracterizan al desarrollo, y que existían previamente a la llegada de una crisis. Sin embargo, la realidad es que, históricamente, ha sido el subdesarrollo lo normal y el desarrollo la innovación destacable. Alain Peyrefitte escribió:
“El no desarrollo es la suerte común de los hombres desde su aparición en la Tierra, hace ya cuatro millones de años. Comparados con estos cuatro millones de años, un siglo o dos de desarrollo genuino es un lapso equivalente a los dos o cuatro últimos segundos de un día de veinticuatro horas. Es necesario entonces preguntarse ¿por qué la casi totalidad de la historia humana ha estado signada por el no desarrollo, por qué tres cuartas partes de la humanidad pertenece aún al mundo no desarrollado? Es más lógico plantearse la pregunta inversa. ¿Cómo apareció, alrededor de tres siglos atrás, una forma de civilización que se extendió lentamente de vecino a vecino y que permite hoy a una cuarta parte de los hombres escapar totalmente de aquel trágico destino?”. “Por paradójico que sea, incluso chocante, debemos reconocer que el no desarrollo no es un escándalo: el milagro es el desarrollo” (De “Milagros económicos”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1997).
Se supone, por lo general, que los países desarrollados, de alguna forma, perjudican a los menos desarrollados para establecer sus ventajas, creencia que asegura perdurar en la misma categoría al país subdesarrollado que mantiene tal supuesto. Tal creencia es desmentida, al menos parcialmente, en el caso de las ayudas que los países en crisis reciben desde el exterior en forma de créditos, especialmente. Como es distinta la mentalidad dominante en los distintos pueblos, el aprovechamiento, o no, de estas ayudas financieras, depende mucho del receptor. Así, mientras que, luego de la Segunda Guerra Mundial, se produjo el “milagro alemán”, como consecuencia de la inicial ayuda de EEUU (plan Marshall), en otros países europeos no ocurrió algo similar. Incluso las ayudas que llegan a los países subdesarrollados, a veces terminan empeorando la situación. El autor antes citado escribe al respecto:
“A prorrata de la población, Francia, Bélgica y Holanda recibieron tanto o más subsidios norteamericanos que la Republica Federal Alemana, sin que la expresión «milagro» se emplease en sus casos. Por ejemplo, sumas igualmente sustanciales invertidas en Francia no produjeron un efecto decisivo, pues sólo aseguraron los fines de mes del Estado. Capitales del mismo orden de magnitud colocados en América Latina fecundaron el clientelismo y la inflación, no el crecimiento”.
“Las condiciones iniciales pueden jugar para un lado o para otro. Por lo tanto, hay que invocar las causas morales del milagro económico: voluntad encarnizada de salir de la miseria y la derrota, espíritu de iniciativa, convicción de que el restablecimiento se efectuará en el terreno económico, papel del político reducido al de simple regulador. Liberada de la concepción nazi del Estado, la economía alemana reflotó muy pronto, portadora de un pujante anhelo de éxito”.
Podemos sintetizar los principios implícitos en la revolución liberal, que involucran no sólo lo económico, ya que también se requiere de un marco político adecuado:
1- División de poderes en el Estado
2- Identificación entre intereses privados y sociales
3- División, o especialización, del trabajo
4- Intercambios libres en el mercado
5- Formación y acumulación de capitales (ahorro e inversión)
Entre las principales consecuencias de esta innovación social, aparecen: a) Aumento de la productividad debido a la acumulación de capitales e innovación tecnológica, b) Liberación de los antiguos esclavos que pasan a ser trabajadores libres bajo un salario, c) Movilidad social (“En adelante se podrá nacer pobre y morir rico, y viceversa”).
Las ideas que promovieron tal revolución resultan ser precisamente aquellas que se requieren en la actualidad para pasar del subdesarrollo al desarrollo. Todo cambio de mentalidad implica la asimilación de información que no se tenía previamente. Es el mismo caso de la computadora que adquiere un nuevo programa que ha de agregarse a los anteriores. Es la misma máquina de antes, pero con una diferencia, que es el nuevo programa adquirido. Alberto Benegas Lynch escribió:
“Los progresos que deslumbraron al mundo de entonces, realizados durante aquella etapa iniciada a fines del siglo XVIII, fueron consecuencia y no causa del cambio que se operó en el campo de las ideas. No fueron primero adoptadas las nuevas formas de producción y de gobierno político y después creada la superestructura ideológica, como pretenden los marxistas”. “Quesnay, Turgot, Say, Adam Smith, Ricardo, Bastiat, Cobden, Locke, Burke, Lord Acton, Hume, Montesquieu, Tocqueville, Stuart Mill y, más tarde, Menger y Böhm-Bawerck, figuran en la historia del pensamiento entre los principales forjadores de la filosofía de la libertad. Hoy, los nombres de los profesores von Mises y Hayek, no pueden dejar de mencionarse entre los eminentes pensadores contemporáneos pertenecientes a la escuela liberal” (De “Destino de libertad”-Centro de Estudios sobre la libertad-Buenos Aires 1961).
Podemos decir que un país tiene muchas posibilidades de llegar al desarrollo si existe una cultura nacional compatible con los principios liberales, mientras que transitará por el subdesarrollo si tal cultura se le opone en forma terminante. Incluso, aunque exista cierto reconocimiento de las bondades del mercado y la democracia, un pueblo no podrá consustanciarse con ellas si no existe una cultura de la innovación y el trabajo, además de un nivel ético básico aceptable.
Tampoco el desarrollo es una etapa que, tarde o temprano, seguirá al subdesarrollo, ya que nadie puede asegurar cuál será la mentalidad predominante en una sociedad o en un país en un futuro más o menos distante. Así, tenemos el caso de la Argentina, desarrollada a principios del siglo XX y subdesarrollada en años posteriores. Desarrollada cuando predomina el liberalismo implícito en la Constitución de 1853 y subdesarrollada cuando predominan los sucesivos populismos. Alain Peyrefitte escribió: “Más vale reconocer que desarrollo y subdesarrollo no constituyen el pasado y el porvenir de toda sociedad como dos etapas sucesivas de una maduración irreversible; más bien articulan una bifurcación ante la que los grupos humanos vacilan sin que sean patentes los móviles de su impulso o las causas de su resignación” (De “La sociedad de la confianza”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1996).
Mientras que el liberalismo surge de una innovación política y económica que tiende a favorecer la adaptación del hombre al orden natural, tendencia que será adoptada en lo sucesivo por la ciencia experimental y la tecnología, el socialismo, por el contrario, puede considerarse como una “contrarrevolución” respecto del liberalismo, ya que promueve el retorno de la sociedad, en muchos aspectos, a etapas previas a la de la revolución liberal. Ante la división de poderes propone el poder absoluto del Estado, y no sólo político sino también económico. Ante la identificación entre el beneficio individual y social del liberalismo, sostiene que existe un antagonismo esencial entre ambos. Ante el libre intercambio cuya necesidad surge luego de la división del trabajo, propone la planificación estatal de la producción. Ante la libertad asociada a la propiedad privada propone la coerción del Estado sobre todo individuo que vive o trabaja en propiedad ajena, es decir, estatal. J. Salwin Schapiro escribió:
“La revolución científica de los siglos XVI y XVII estaba íntimamente relacionada con el surgimiento del liberalismo. Reveló que el mundo era una máquina gobernada por leyes universales, automáticas, inmutables, que operaban fácil e infaliblemente. El método científico para el descubrimiento de la verdad se convirtió en el modelo para el liberalismo”. “Como sistema de pensamiento puede decirse que el liberalismo recibió expresión definitiva durante el siglo XVIII. Ese periodo, conocido como el del Iluminismo y Edad de la Razón, presenció una revolución intelectual que se extendió por casi todos los países del mundo occidental”.
“En el siglo XVIII se dio un nuevo significado a la ley natural, que en sí era una vieja idea. Se hizo de ella la prueba de toque de la legitimidad del orden existente político y social. Si una institución funcionaba mal debido a los privilegios, prejuicio y tiranía, se consideraba que tenía un carácter artificial; por eso debía ser abolida y establecerse una institución nueva, esclarecida, basada en la ley natural. En los asuntos de los hombres, tanto como en los de la naturaleza, existían leyes naturales que podían descubrirse por el método científico de investigación” (De “Liberalismo”-Editorial Paidós-Buenos Aires 1965).
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