Una de las ideas más simples que aparece en una temprana indagación acerca del mundo, es la de un Creador que lo hizo todo y que estaba presente antes de la aparición del hombre sobre la Tierra. Luego surgirán distintas caracterizaciones y se le asociarán distintos atributos. Una posibilidad es que el Dios imaginado consista en un ser similar a un hombre, que decide las cosas a cada instante, o bien alguien que ha establecido leyes, divinas o naturales, a las cuales nos debemos adaptar. De ahí que la religión es “el reconocimiento de la trascendencia absoluta del Creador y de la consiguiente dependencia absoluta de la criatura” (José Graneris) (De “La religión en la historia de las religiones”-Editorial Excelsa-Buenos Aires 1946).
Ante el avance del conocimiento científico, del cual deriva la imagen de un mundo totalmente regido por leyes naturales, resulta adecuado identificarlas con las leyes de Dios. Dichas leyes constituyen un vínculo, o un intermediario, entre Dios y el hombre, y nuestro interés ha de recaer en su descripción y en su difusión, dejando de lado la indagación acerca de los supuestos atributos mencionados.
Existe una tendencia, respecto a la idea que tenemos de Dios, que va desde un ser con atributos humanos, el Dios personal, hasta la idea de un mundo ordenado por leyes, es decir, un orden natural, acerca del cual podemos atribuir un sentido, o una finalidad, tal como el asociado a la voluntad de un Dios personal. Pierre Teilhard de Chardin escribió: “Se han multiplicado los sistemas en los que el hecho religioso es interpretado como un fenómeno psicológico ligado a la infancia de la humanidad. De intensidad máxima en los comienzos de la civilización, debería desvanecerse gradualmente y ceder el paso a construcciones más positivas, de las que Dios (sobre todo un Dios personal o trascendente) se encontraría excluido” (De “La energía humana”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1972).
Podemos decir que la importancia que tiene la religión para el hombre no debería decaer en el futuro, por cuanto resulta absurdo pretender vivir en un lugar acerca del cual ignoramos “las reglas del juego”. El decaimiento del pensamiento religioso sólo provocará malestar y caos individual y social; efecto similar a establecer una religión incompatible con las leyes naturales existentes. Lo que seguramente ha de cambiar, ha de ser la imagen que nos formamos de Dios, que va desde un Dios personal (teísmo) hasta un Dios diseñador de leyes naturales invariantes (deísmo o religión natural) que tiende a hacerse algo más abstracta al dejar de lado la imagen previa dominante. La Iglesia Católica, si bien admite posibles intervenciones divinas, se fundamenta en la ley natural, de ahí sus justas pretensiones de ser una Iglesia “católica”, o universal. Pío XII expresó: “¡La ley natural! He aquí el fundamento sobre el cual reposa la doctrina social de la Iglesia” (Alocución del 25/9/1949).
El alejamiento del hombre de las formas religiosas tradicionales no implica que exista necesariamente un ateismo creciente, que también podría existir, sino tan sólo un cambio esencial de la imagen predominante que tiende a identificarse con la visión científica del universo. Por otra parte, la postura atea, que descarta la existencia de leyes naturales y de un orden natural, resulta bastante difícil de imaginar. De ahí que la descalificación que desde el teísmo se hace a la religión natural, identificándola como atea, sólo responde a cierta perversidad propia del idólatra que supone que logrará un mejor lugar en la vida eterna en cuanto desprecie las opiniones religiosas diferentes con mayor intensidad.
Uno de los deístas de mayor trascendencia fue Baruch de Spinoza, quien fue separado de la sinagoga judía acusado de ateismo, entre otras cosas. Sin embargo, sus aportes al entendimiento de la Biblia fueron de gran importancia, incluso en su libro “Ética” fue capaz de definir, con cierta precisión, el significado del amor, que es el fundamento del cristianismo y que, debido a la amplitud de interpretaciones subjetivas, resulta ser un concepto que ha quedado sepultado bajo un conjunto de misterios y de oscuros conceptos, lo que ha llevado a un deterioro significativo del mensaje original. Tal definición implica esencialmente al fenómeno de la empatía, por medio del cual compartimos las penas y las alegrías de quienes nos rodean. Carl Gebhardt escribió sobre Spinoza:
“….Sólo así se logra comprender la violencia con que se defiende de la acusación de ateismo. Ninguna carta está tan llena de profunda indignación como la que rechaza esa denominación. El hombre actual difícilmente puede comprender este sentimiento; para éste el ateo es un dogmático como cualquier otro. En aquel tiempo, el que no reconocía a Dios, rechazaba absolutamente todo orden ético del mundo, pues la moral sólo se fundaba en la fe en el más allá” (De la Introducción del “Epistolario” Baruch de Spinoza-Proyectos Editoriales-Bs. As. 1988).
Es oportuno mencionar la actitud del Dalai Lama, líder budista, respecto de la ciencia experimental y su relación con la religión. Al respecto expresó: “El diálogo entre la ciencia y el budismo es una interacción bidireccional, puesto que los budistas podemos servirnos de los descubrimientos realizados por la ciencia para esclarecer nuestra comprensión del mundo en el que vivimos, mientras que la ciencia, por su parte, también puede aprovecharse de algunas de las comprensiones proporcionadas por el budismo”. “Con cierta frecuencia he dicho que, si la ciencia demuestra hechos que contradicen la visión budista, deberíamos modificar ésta en consecuencia” (De “Emociones destructivas” de Daniel Goleman-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2003).
Las religiones actuales constituyen un elemento más para la discriminación entre sectores y el debilitamiento del orden social. Si consideramos una de las definiciones de la palabra religión, como proveniente de “unir a los adeptos”, podemos decir que, en general, no funcionan como verdaderas religiones. Incluso en algunos casos se pretende establecer dominios de tipo cultural a través de la imposición de creencias, y de formas de vida propias, a otros pueblos.
El tan difundido multiculturalismo, que implicaría la aceptación de todo tipo de cultura, creencia o forma de vida, en realidad es una especie de trampa que favorece a los sectores que, en realidad, pretenden suplantar una cultura por otra. Uno de esos casos es el del Islam, que exige su plena aceptación en los distintos países, pero para suplantar y someter, en el futuro, a todo aquel que se mantenga “infiel” a dicha religión.
El creyente musulmán no trata de adaptarse a las leyes y a las costumbres de los pueblos a donde va, ni tampoco trata de mantenerse en su lugar respetando las diferencias, sino que tiende a presionar a los pueblos originarios a adoptar su propia forma de vida. La periodista Oriana Fallaci escribió:
“En este planeta nadie defiende su identidad y se niega a integrarse tanto como los musulmanes. Nadie. Porque Mahoma prohíbe la integración. La castiga. Si no lo sabe, échele un vistazo al Corán. Que le trascriban las suras que la prohíben, que la castigan. Mientras tanto le reproduzco un par de ellas. Ésta, por ejemplo: «Alá no permite a sus fieles hacer amistad con los infieles. La amistad produce afecto, atracción espiritual. Inclina hacia la moral y el modo de vivir de los infieles, y las ideas de los infieles son contrarias a la Sharia. Conducen a la pérdida de la independencia, de la hegemonía, su meta es superarnos. Y el Islam supera. No se deja superar». O esta otra: «No seáis débiles con el enemigo. No le ofrezcáis la paz. Especialmente mientras tengáis la superioridad. Matad a los infieles dondequiera que se encuentren. Asediadlos, combatidlos con todo tipo de trampas». En otras palabras, según el Corán tenemos que ser nosotros los que nos integremos. Nosotros los que aceptemos sus leyes, sus costumbres, su maldita Sharia [moral islámica]” (De “La Fuerza de la Razón”-Editorial El Ateneo-Bs. As. 2004).
La táctica adoptada por el Islam, para lograr su dominio sobre Europa, consiste esencialmente en mantener la superior tasa de nacimientos del sector musulmán, residente en Europa, respecto de la reducida tasa de nacimientos de los pueblos europeos originarios. En cuanto al expansionismo islámico, la autora citada escribe: “Porque éste es el único arte en el que los hijos de Alá han destacado siempre, el arte de invadir, conquistar, subyugar. Su presa más codiciada siempre ha sido Europa, el mundo cristiano”.
El trato que se le da a la mujer, en el Islam, es totalmente desigual, teniendo el marido pleno poderes ante un ser que sólo debe mostrar sumisión y obediencia. El nombre del Islam significa justamente “entrega, sumisión”, no sólo respecto de Dios, o Alá, sino también de la mujer hacia su marido. Ya se están viendo en Europa casos en que los propios familiares asesinan a una mujer por cuanto, aducen, no cumplió con algunos de los preceptos del Islam, sin que sean castigados por el hecho de haber matado a una persona. Si bien el Islam pretende ser una continuidad del judaísmo y del cristianismo, al legitimar asesinatos en varias circunstancias, se opone radicalmente a los mandamientos bíblicos, por lo que resulta falsa la afirmación acerca de tal continuidad. Oriana Fallaci escribe:
“El noventa y cinco por ciento de los musulmanes rechaza la libertad y la democracia, no sólo porque no saben lo que es sino también porque, si se lo explicas, no lo entienden. Son conceptos demasiado opuestos a aquellos sobre los que se basa el totalitarismo teocrático. Demasiado ajenos al tejido ideológico del Islam. En dicho tejido es Dios el que manda, no los hombres. Es Dios el que decide el destino de los hombres, no los propios hombres. Un Dios que no deja espacio a la elección personal, al raciocinio, al razonamiento. Un Dios para el que los hombres no son ni siquiera sus hijos: son sus súbditos, sus esclavos”.
En los países europeos se han promulgado leyes que protegen al musulmán de la discriminación religiosa, aunque en esos mismos países se les permita a ellos discriminar y ofender a los “perros-infieles”, como designan al europeo común. Oriana Fallaci escribe al respecto: “Esa Suiza en la que los hijos de Alá son ya más numerosos, más potentes, más arrogantes que en La Meca, y donde para su uso y consumo se aprobó en 1995 el artículo 261 bis del Código Penal. Artículo en virtud del cual un inmigrante musulmán puede ganar cualquier proceso ideológico o sindical o privado apelando al racismo religioso y a la discriminación racial («No-me-ha-despedido-porque-haya-robado-sino-porque-soy-musulmán»)”.
Los serios conflictos tienden a perpetuarse por cuanto las religiones dominantes se basan en creencias subjetivas que producen sentimientos de unión entre los adherentes a su mismo grupo, pero antagónicos respecto de los demás. El afianzamiento de la religión natural, fundamentada en la ciencia y la razón, puede constituir una alternativa válida para superar los conflictos, ya que sus fundamentos científicos le otorgan el carácter universal que debería tener toda religión. El cristianismo puede interpretarse como una religión natural aunque, seguramente, gran parte de los cristianos prefieran que las cosas sigan como hasta ahora, ante la disyuntiva de tener que cambiar en algo sus creencias.
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