La palabra patria (del latín) significa “perteneciente al padre” de donde deriva “terra patria” (la tierra de los padres). El amor a la patria implica, en cierta forma, una prolongación, hacia toda la sociedad, del amor a los padres. El patriotismo se manifiesta como un espíritu cooperativo que habrá de constituir el vínculo que unirá a los integrantes de una sociedad, siendo además lo que nos liga al pasado y nos impulsa hacia el futuro. Respecto de la diferencia entre conceptos aparentemente similares, como patria, país y nación, Jorge M. Bergoglio expresó:
“Me gusta hablar de patria, no de país ni de nación. El país es, en última instancia, un hecho geográfico, y la nación, un hecho legal, constitucional. En cambio, la patria es lo que otorga la identidad. De una persona que ama el lugar donde vive no se dice que es un paisista o un nacionalista, sino un patriota. Patria viene de padre, es, como ya dije, la que recibe la tradición de los padres, la lleva adelante, la hace progresar. La patria es la herencia de los padres en el ahora para llevarla adelante. Por eso, se equivocan tanto los que hablan de una patria desgajada de la herencia, como aquellos que la quieren reducir a la herencia y no la dejan crecer” (De “El jesuita” de S. Rubin y F. Ambrogetti-Ediciones B de Argentina SA-Buenos Aires 2010).
Mientras que el patriotismo produce buenos efectos, el nacionalismo resulta ser una causa de conflictos. Ello se debe a que puede tenerse más de una patria, mientras que el nacionalista se jacta de pertenecer sólo a una nación, a veces sin sentir a la patria, en el sentido antes mencionado. Así, el ex-futbolista Alfredo Distéfano considera que tiene dos patrias, Argentina y España, dándole sentido a la expresión de Marco Tulio Cicerón, quien afirma: “Dondequiera que se esté bien, allí está la patria”. Mediante el patriotismo podemos llegar a ser ciudadanos del mundo, mientras que con el nacionalismo podemos incluso llegar a destruirlo. Lucio Anneo Séneca escribió: “No he nacido para sólo un rincón; mi patria es todo el mundo”.
En épocas de crisis predomina el nacionalismo sobre el patriotismo. Incluso podríamos decir que, a mayor nacionalismo, menor patriotismo. Mientras mayor desprecio exista hacia lo extranjero y hacia el pasado (y a los sectores de la población que, se supone, adhieren a lo extranjero) mayor división existirá en la sociedad y menor será la cooperación existente entre los distintos sectores. Ramón Serrano Suñer escribió:
“El patriotismo es un sentimiento muy antiguo que, en algunos países, vive hoy sus horas más bajas. Hay épocas en que un determinado concepto o, si se quiere, una idea-fuerza, es objeto de sobre-estimación hasta convertirse en tópico; mientras que en otros periodos de tiempo ese mismo concepto está como aletargado y parece como si sobre él se extendiera un velo de pudor. Esto último ocurre en la actualidad con el patriotismo; ese noble sentimiento –esa virtud- que une al hombre con la comunidad en que ha nacido, o se ha formado, por un vínculo de fidelidad. Hay, sin embargo, muchas ambigüedades en la definición de ese sentimiento que nunca está totalmente exento –como la mayor parte de los afectos humanos- de un matiz de egoísmo, ya que solemos amar lo que amamos por el hecho de ser nuestro y por la idea, a veces subconsciente, de que el bien de lo que amamos implica nuestro propio bien. En ocasiones ese matiz cobra una importancia desmesurada y unilateral, llegando a dar a la palabra «nuestro» una acepción patrimonial, bajo cuya influencia se producen en alguna ocasión y medida transmutaciones del patrimonio nacional al privado” (De “De anteayer y de hoy”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1981).
El patriota llena su vida encarnando una escena imaginaria en la cual se siente parte de una humanidad que se esfuerza por lograr mejoras adaptativas al orden natural. Por el contrario, el nacionalista necesita ver al mundo sintiéndose parte de uno de los bandos en conflicto en alguna de las luchas históricas entre amigos y enemigos. De ahí que, necesariamente, se ha de involucrar de alguna manera en algún movimiento político u ideológico que favorezca su producción diaria de actitudes negativas.
Los movimientos nacionalistas, en muchos casos, adoptan posturas populistas y totalitarias, tal como ha ocurrido con el fascismo, nazismo, comunismo, peronismo, chavismo y kirchnerismo. En ellos encontramos algunos aspectos comunes:
1- Adopción de mitos que presuponen un pasado de gloria que es preciso recuperar, o bien recurren a tergiversar la historia a través de cierto revisionismo histórico favorable al relato propuesto.
2- Elección de enemigos externos e internos a quienes se ha de culpar por los males de la nación.
3- Debilitamiento de la sociedad debido al estímulo del odio entre sectores.
4- Surgimiento de un líder carismático que decide por voluntad personal los destinos de la nación.
Walter Theimer escribió: “Había enseñado Gaetano Mosca que todo régimen que persiga con suficiente energía a sus adversarios, puede mantenerse en el poder ilimitadamente, y añadía que, en su opinión, si el cristianismo y el liberalismo habían podido prosperar, era porque no se les había perseguido lo suficiente: las revoluciones sólo sobreviven por la debilidad de los que gobiernan, pues si la persecución es suficientemente intensa, la fuerza obtiene siempre la victoria sobre el espíritu. Los dictadores totalitarios aceptaron cordialmente estas teorías neoescépticas, y pusieron por obra un sistema de persecución y opresión muy duro y cuantitativamente ilimitado, contra el cual hasta la fecha una revolución interior se ha revelado, aun en el caso de que el régimen tenga muchos enemigos, como realmente imposible” (De “Historia de las ideas políticas”-Ediciones Ariel SL-Barcelona 1960).
En la Argentina se ha emprendido la tarea de desligarnos de nuestro pasado europeo amparados en el multiculturalismo, o el relativismo cultural. En realidad, multiculturalismo implica aceptar en forma igualitaria a todas las formas de cultura, mientras que reemplazar a una por otra implicaría adoptar un absolutismo cultural que, en apariencias, se pretende combatir. Sin embargo, como las distintas formas culturales están íntimamente ligadas a las actitudes individuales, no todo comportamiento resulta favorable al individuo y a la sociedad, por lo que a veces es necesario incorporar las mejoras adoptadas incluso por otras culturas. El patriota no tiene inconvenientes en imitar lo bueno de otras patrias, mientras que el nacionalista, por principio, tiende a rechazarlas. James Neilson escribió:
“A la presidente Cristina Fernández de Kirchner no le gusta para nada que la Argentina sea un país de cultura esencialmente europea. Es de suponer que siente indignación cuando algún visitante desprevenido le dice que ciertas zonas de la ciudad de Buenos Aires le hacen recordar a Paris. Para ella la Argentina de 1910 fue despreciable porque «queríamos parecernos a Europa, y mirar hacia afuera», en vez de concentrarnos en el ombligo propio como es debido. Por supuesto que Cristina no es la única persona que opina así. La idea de que no fue suficiente conseguir la independencia política, que para terminar la obra sería necesario romper por completo con Europa y convertirse en algo radicalmente distinto, es compartida por una proporción muy significante de la intelectualidad local”.
“Escapar de la «cárcel» cultural así supuesta para transformarse en un ex europeo, por decirlo de algún modo, no es del todo fácil. La verdad es que muy pocos argentinos han soñado con hacerlo. ¿Cuántos se han dado el trabajo de estudiar una lengua y literatura no europea con el propósito de familiarizarse con las alternativas? ¿Cuántos han elegido adoptar las costumbres, y la forma de pensar, de uno de los muchos «pueblos originarios»? En vista de las dificultades, es comprensible que la mayoría haya llegado a la conclusión de que para sacarse de encima el peso de milenios no hay que hacer nada más que hablar pestes del imperialismo español y anglosajón”.
“La voluntad de negar todo valor a lo heredado de Europa, como si fuera cuestión de una especie de maldición ancestral, ha contribuido mucho a la depauperación de la Argentina. Para destacar la independencia no sólo política sino también mental, gobiernos comprometidos con diversas ideologías, algunas de ellas improvisadas localmente a partir de retazos europeos, se han sentido libres para mofarse de la experiencia ajena”.
“Una consecuencia del desasosiego que se ha apoderado de las elites europeas, las que en ese ámbito como en muchos otros se asemejan a la variante progresista argentina, es la hostilidad que sienten hacia lo logrado a través de los siglos por sus congéneres de generaciones anteriores, de ahí el multiculturalismo según el cual todas las culturas, sin excluir a las más rudimentarias o las más cruentas, son igualmente valiosas y por lo tanto sólo a un racista de mentalidad imperialista se le ocurriría manifestar cierta preferencia por la de Europa”.
“Merced a la distancia geográfica, aquí ha sido posible ingeniárselas para asumir el rol de víctimas inocentes del colonialismo. Quienes se han comprometido con dicha postura quisieran pasar por alto el hecho manifiesto de que, de no haber sido por el colonialismo que denuncian con fervor justiciero, la Argentina nunca hubiera existido. El rencor apenas contenible que sienten los que intentan reemplazar el pasado por un mito a su juicio más digno puede entenderse: para un parricida, saberse producto de un pecado imperdonable constituye un motivo adicional para odiar a sus progenitores” (De “Los años que vivimos con K”-Emecé Editores-Buenos Aires 2011).
El revisionismo histórico emprendido por el gobierno kirchnerista en realidad parece llevar como objetivo atacar al sector patriota para llenarlo de indignación, ya que algunos historiadores representativos de tal movimiento tienden incluso a usurpar la intimidad y la privacidad de los grandes patriotas de nuestra historia, la que resulta ser una información poco comprobable. Olvidan que varios de los personajes ilustres aceptaron misiones motivadas por altos valores morales; algo poco conocido por quienes necesitan vivir cotidianamente de la difamación pública dirigida al sector de la sociedad al que pretenden destruir de alguna manera. Hay quienes padecen el infortunio de haber elegido una escala de valores que los hace ubicar en la más baja de las categorías sociales, por lo que es oportuno tener presente aquella expresión de Friedrich Nietzsche que afirma: “No se odia mientras se menosprecia. No se odia más que al igual o al superior”.
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