Los analistas políticos, por lo general, consideran al populismo, no como una tendencia política, sino como a una distorsión de alguna de ellas. Ello se debe, entre otras causas, a que son movimientos políticos que muestran poco respeto por las leyes (incluso pretendiendo cambiarlas), responden a las decisiones y los caprichos de una persona, muestran poco respeto por la verdad y tratan de que exista en la población una sensación de bienestar, es decir, mejoras en el corto plazo que no están sustentadas en el fortalecimiento real de la economía de una nación. Francisco Panizza escribió:
“El término «populista» fue usado originalmente en EEUU, a mediados de la década de 1890, en referencia al Partido del Pueblo, pero desde entonces casi ningún movimiento o líder ha reconocido ser «populista». En el lenguaje político corriente, el término posee una connotación negativa, al estar estrechamente asociado con términos como demagogia y prodigalidad económica, que indican irresponsabilidad económica o política”, mientras que Michael Conniff lo caracteriza de la siguiente manera: “El populismo fue un estilo expansivo de realizar campañas electorales por parte de políticos pintorescos y carismáticos, que podían atraer masas de nuevos votantes a sus movimientos y mantener indefinidamente su lealtad, aun después de muertos. Inspiraban en sus seguidores un sentimiento de nacionalismo y orgullo cultural, y prometían también darles una vida mejor” (De “El populismo como espejo de la democracia”-Francisco Panizza y otros-Fondo de Cultura Económica de Argentina SA-Buenos Aires 2009).
Existen ciertas semejanzas entre el movimiento del desaparecido Hugo Chávez respecto del peronismo de los 50 y del kirchnerismo actual. Una de las características comunes radica en promover el odio colectivo logrando una efectiva división de la sociedad. Estas divisiones resultan ser una especie de cáncer social, ya que el líder actúa como un tumor que contagia a las células cercanas produciéndose un crecimiento descontrolado de las mismas hasta que comienza a destruir los tejidos y los órganos sanos. Es poco probable que una sociedad pueda avanzar bajo esas condiciones.
Una de las imágenes que alguna vez observamos de Chávez, por televisión, la constituyó un discurso en el cual desacredita y difama a cierto medio periodístico independiente. Luego de la proclama, en los días subsiguientes, mueren asesinados dos periodistas del grupo previamente agredido. Puede decirse que no hace falta que se ordene alguna ejecución, ya que basta con culpar en forma sostenida a los sectores independientes para que se vaya estableciendo un fuerte antagonismo que es el inicio de una etapa de violencia generalizada. Andrés Oppenheimer escribió: “Ya entonces, el país estaba dividido en dos mitades. Y se polarizaba cada vez más en los cuatro años siguientes, en la medida en que Chávez arremetía contra los partidos de oposición, los medios, la Iglesia Católica, la «oligarquía», y cualquier otro grupo que osara criticar a su gobierno”.
El avance del Estado sobre la justicia y los medios de comunicaciones es otra de las tácticas del populismo para lograr el incremento de su poder. El citado autor agrega: “En 2004, tras salir airoso de un plebiscito sobre su mandato, Chávez había ordenado ampliar la Corte Suprema de 20 a 32 miembros, llenándola de partidarios suyos y asegurándose el control de la institución que en el futuro tendría la última palabra en materia de disputas sobre la libertad de prensa y las reglas electorales. Y ese mismo año había hecho aprobar una ley de medios que le daría al gobierno poderes de facto para censurar a la prensa. O sea, había ido descabezando uno a uno a todos sus enemigos reales y potenciales, hasta quedarse con el control de los tres poderes del Estado, y en alguna medida con todos los factores de poder del país”.
Para la “compra de votos”, los gobiernos populistas utilizan el dinero del Estado para distribuirlo discrecionalmente en aquellos sectores que, con seguridad, prefieren seguir recibiéndolo en forma independiente a cómo sea la situación económica y social del país. Andrés Oppenheimer agrega: “Sin embargo, aunque los obstáculos legales y la intimidación fueron factores importantes, lo que más contribuyó a la victoria de Chávez fueron los petrodólares. El presidente desembolsó entre 1.600 y 3.600 millones de dólares de los ingresos de PDVSA, el monopolio petrolero estatal venezolano, en los meses anteriores a la votación, en forma de becas temporales de más de 150 dólares mensuales a cientos de miles de jóvenes y desempleados. Se trataba de becas para la educación, en su gran mayoría, pero que no llevaban consigo ninguna obligación de estudiar. Chávez estaba nadando en petrodólares. Y en un país en el que el petróleo constituía el 80 por ciento de las exportaciones y el principal ingreso del Estado, Chávez tenía un dineral, y lo estaba repartiendo en efectivo para ganar votos” (De “Cuentos chinos”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).
La venganza hacia los sectores poco “dóciles” es otro de los atributos del populismo. En la Venezuela de Chávez, la oposición juntó miles de firmas para pedir la destitución del presidente, algo contemplado por la Constitución. La reacción no se hizo esperar. El citado autor comenta: “El gobierno hizo saber a través de sus voceros en la televisión estatal que examinaría detenidamente la lista de quienes habían firmado el petitorio para el referéndum, y que ni los empleados gubernamentales ni los empresarios firmantes que tenían negocios con el Estado podían esperar que el gobierno los siguiera tratando como hasta entonces. En otras palabras, habría represalias contra los firmantes. Y mientras aparecían en la prensa las primeras denuncias de despidos arbitrarios de opositores que habían firmado el petitorio, el gobierno anunció que los «arrepentidos» podían firmar un nuevo formulario exigiendo ser retirados de la lista”.
Entre las imágenes que recordamos de Chávez, aparece aquella en que consulta a un asesor acerca de cierta propiedad que tienen a la vista, incluso ante las cámaras de televisión. Luego ordena: “¡Exprópiese!”. Tales decisiones arbitrarias y fuera de la ley, resultan ser llamados de atención para que todo propietario trate de salvaguardar su patrimonio por lo cual “el narcisismo-leninismo de Chávez había causado la fuga de capitales más grande de la historia venezolana” (A. Oppenheimer). Entre los países beneficiados por tal fuga, pueden estar incluso los EEUU; el odiado país “imperialista” que se ve así beneficiado por un gobierno populista.
Resulta bastante evidente que el chavismo tiene muy poco de democracia. Sin embargo, resulta muy sencillo tergiversar significados o utilizar conceptos que disfrazan la realidad de manera tal de seguir hablando del carácter democrático del movimiento. Aparece así la “democracia participativa” que ha de suplantar a la tradicional democracia representativa. Carlos Alberto Montaner escribió:
“Cuando se dice «representativa» se alude a un modelo de gobierno en el que existen plenas garantías para los individuos. Es el tipo de Estado de Derecho con límites precisos y numerosas cautelas, en el que las personas están a salvo de los atropellos del gobierno y aun de la voluntad de las mayorías. Por el contrario, cuando dicen «participativa» a lo que se refieren es a un modelo «revolucionario» en el que las reglas del juego pueden ser cambiadas constantemente en nombre de los intereses reales o supuestos del pueblo” (De “Las columnas de la libertad”-Edhasa-Buenos Aires 2007).
En cuanto a la economía chavista, se afirma que, cuando se inicia el proceso, las exportaciones petroleras de Venezuela constituían un 72% del total, mientras que en el último año rondan el 97%. Ello implica que la sociedad se ha convertido en una “sociedad rentista”, que vive principalmente de lo que ha heredado de la madre naturaleza.
Según las últimas versiones del marxismo, la explotación no sólo existe en el plano laboral, sino también entre las naciones. De ahí que las poderosas explotan a las débiles asignándoles el papel de productoras de materias primas, lo que constituye la conocida “teoría de la dependencia”. En el caso de Venezuela puede comprobarse que no sólo colabora, por propia decisión, con el envío de capitales a los países poderosos, sino que también adopta la postura de autodesignarse como país productor y exportador casi exclusivo de materias primas. Carlos Alberto Montaner escribe al respecto:
“Otra idea entonces presente entre nosotros era la llamada «teoría de la dependencia», tomada de la interpretación que en el siglo XIX hizo Marx de las relaciones económicas entre Inglaterra y la India. Para el pensador alemán resultaba claro que Londres le había asignado a la India un papel económico complementario. Como en los viejos pactos coloniales, la India sólo podía producir aquello que Inglaterra no producía, pues su destino era el de convertirse en suministradora de materia prima y en compradora de las exportaciones inglesas. De manera que nuestros teóricos antiimperialistas latinoamericanos no tuvieron que esforzarse demasiado para darles forma a sus planteamientos: los grandes círculos económicos del primer mundo habían determinado que América Latina sólo debía desempeñar el rol de territorio dependiente, condenado a comprar en el exterior los productos manufacturados que necesitara y a vender la materia prima que las naciones desarrolladas requerían para elaborar sus bienes. Los nuestros no eran realmente países sino mercados cautivos” (De “La libertad y sus enemigos”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).
Recordemos que, en épocas recientes, la división de países en función de una producción especializada fue una decisión de la ex Unión Soviética, de ahí que constituía efectivamente un Imperio. Incluso, en sus delirios de grandeza, Chávez trataba de emularla a través del ALBA (Alternativa Bolivariana de las Américas), dedicada a fomentar el comercio entre naciones y no entre empresas privadas. Carlos Alberto Montaner escribió:
“Los comunistas, adictos a la planificación, se asignaron tareas. A los rusos les tocaba la responsabilidad de suministrar petróleo (como ocurre hoy con Venezuela). Los alemanes y polacos construirían los barcos. Los eslovacos, las armas. Los cubanos aportarían el azúcar. Los búlgaros, húngaros y checos, los productos agrícolas, las carnes, los embutidos y cierta industria ligera. ¿Para qué seguir? No había creatividad. No había empresarios decididos a triunfar. Los intercambios los planeaban y ejecutaban aburridos burócratas que tomaban las decisiones mecánicamente, siempre bajo el dictado de los comisarios políticos. Al final lograron un resultado asombroso: por primera vez en la historia se consiguió un modelo de negocios en el que todos perdían” (“Las columnas de la libertad”).
Si la teoría de la dependencia es verdadera, en el caso latinoamericano, entonces Hugo Chávez ha sido evidentemente un colaboracionista de los EEUU, que ha debilitado a su nación dividiéndola y llenándola de odio, la ha convertido en un exportador de materias primas cuyo principal destino es precisamente ese país, debiendo importar la mayor parte de los bienes necesarios para la población. La otra opción es que tal teoría sea errónea, en cuyo caso los desaciertos de Chávez siguen teniendo la misma gravedad.
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