domingo, 17 de marzo de 2013

La izquierda latinoamericana

Luego de la designación del Papa argentino, los pueblos latinoamericanos manifestaron síntomas de legítima alegría y de orgullo. Cuando alguien se siente feliz, otras personas compartirán esa felicidad, lo que constituye la actitud del amor, aunque también habrá personas incapaces de asociarse a ese estado de ánimo, como es el caso de los egoístas, incluso otros experimentarán un malestar bastante evidente, y son los que sienten envidia, respuesta que constituye, junto con la burla, el síntoma básico del odio.

De ahí que surgieron, desde el propio país del nuevo Pontífice, una serie de difamaciones que trataban de empañar la fiesta y la alegría reinante en millones de personas de todo el mundo. Tal alegato, surgido desde sectores izquierdistas, acusaban al cardenal Jorge M. Bergoglio de haber “entregado” en épocas de la dictadura militar, en los años 70, a dos sacerdotes jesuitas. Sin embargo, las cosas se aclararon cuando algunos integrantes de comisiones investigadoras de derechos humanos desestimaron la veracidad de tales calumnias, entre los que puede nombrarse a la ex funcionaria nacional Graciela Fernández Meijide, a la ex jueza Alicia Oliveira y a Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz.

La falta de dignidad de quienes calumnian y difaman es notoria en varios políticos de izquierda, como es el caso del periodista Horacio Verbitsky, de donde surgió la falsa información sobre el nuevo Papa. Sin embargo, este tipo de maniobra informativa tuvo pocos efectos en comparación con los que tuvo la prédica marxista en los 70, cuando miles de jóvenes creyeron las versiones distorsionadas de la realidad, emitidas por tales personajes, siendo llevados a formar parte de bandas terroristas que mataban con cierto entusiasmo a policías, militares, empresarios, intelectuales, y a todo aquel que era considerado como un colaboracionista del “imperialismo yankee”.

Las distintas posturas filosóficas, religiosas o políticas adoptadas por un individuo están estrechamente ligadas a los rasgos que caracterizan a su personalidad, de ahí que no es arriesgado decir que el izquierdista es alguien que tiene una visión pesimista del hombre y del mundo en el que le toca vivir. De ahí la predisposición a desconfiar de todos y a controlarlos desde el Estado, asociada a cierta actitud de odio hacia la sociedad, como en el caso antes descrito.

El izquierdista parece sufrir de algún complejo de persecución, por cuanto siempre culpa a otros países por los males del suyo propio. Convencido de la maldad del extranjero, supone que éste necesita de la colaboración de compatriotas suyos, sobre quienes recaerá todo el peso de la violencia. De ahí que gran parte de la literatura de izquierda constituye un relato que describe la realidad en base a la culpa de otros, actitud que, desde luego, impide ver los errores propios favoreciendo el estancamiento y el subdesarrollo.

Entre los ideólogos más influyentes tenemos al escritor Eduardo Galeano con su libro “Las venas abiertas de América Latina” (1971), respecto del cual Plinio A. Mendoza, Carlos A. Montaner y Álvaro Vargas Llosa, escriben: “Es el libro definitivo para explicar por qué América Latina tiene unos niveles de desarrollo inferiores a los de Europa occidental o EEUU”. “El libro es un constante memorial de agravios montado desde la victimización y la identificación de los villanos que nos martirizan cruelmente; los que importan nuestras materias primas, los que nos exportan objetos, maquinarias o capitales; las multinacionales que invierten y las que no invierten, los organismos internacionales de crédito (FMI, BID, BM, AID). La ayuda exterior es un truco para esquilmarnos más. Si nos prestan es para estrangularnos: «El intercambio desigual funciona como siempre: los salarios de hambre de América Latina contribuyen a financiar los altos salarios de EEUU y de Europa»”.

“Galeano es capaz de afirmar la siguiente falsedad sin el menor rubor: «En Cuba la causa esencial de la escasez es la nueva abundancia de los consumidores: ahora el país les pertenece a todos. Se trata, por lo tanto, de una escasez de signo inverso a la que padecen los demás países latinoamericanos»”.

“Naturalmente, ese discurso sólo puede conducir a la violencia más insensata, como la desatada por sus compatriotas tupamaros. Veamos el párrafo con que termina su libro: «El actual proceso de integración no nos reencuentra con nuestro origen ni nos aproxima a nuestras metas. Ya Bolívar había afirmado, certera profecía, que los EEUU parecían destinados por la Providencia para plagar América de miserias en nombre de la libertad. No han de ser la General Motors y la IBM las que tendrán la gentileza de levantar, en lugar de nosotros, las viejas banderas de unidad y emancipación caídas en la pelea, ni han de ser los traidores contemporáneos quienes realicen, hoy, la redención de los héroes ayer traicionados. Es mucha la podredumbre para arrojar al fondo del mar en el camino de la reconstrucción de América Latina. Los despojados, los humillados, los malditos tienen, ellos sí, es sus manos, la tarea. La causa nacional latinoamericana es, ante todo, una causa social: para que América Latina pueda nacer de nuevo, habrá que empezar por derribar a sus dueños, país por país. Se abren tiempos de rebelión y de cambio. Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres»” (Del “Manual del perfecto idiota latinoamericano”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1996).

Es oportuno mencionar el hecho de que la Argentina recibió en los años 90 gran cantidad de dólares en préstamos pero, a pesar de ello, seguimos en pleno subdesarrollo. También la Venezuela de Hugo Chávez tuvo elevados ingresos debido al alto precio del petróleo, aunque Venezuela sigue siendo subdesarrollada por propia decisión. De ahí que no sea justo culpar a quienes otorgan préstamos, sino a quienes los administran pésimamente. Guillermo Laura y Adolfo Sturzenegger escriben:

“Con frecuencia se escucha decir que Argentina necesita un Plan Marshall. Quienes así razonan creen que el problema de nuestro país es la falta de dólares y que si se obtuviera un flujo generoso de ayuda, todo se resolvería como por arte de magia. Durante la década de 1990 lo que sobraron fueron los dólares ya que Argentina recibió préstamos por U$S 107.452 millones entre 1991 y 2001, o sea U$S 9.527 millones más que el total del Plan Marshall actualizado. Pero con una diferencia esencial: el Plan Marshall se distribuyó entre 16 países con 270 millones de habitantes, mientras que Argentina tenía la décima parte de la población. Si hacemos el cálculo per capita descubriremos algo asombroso: recibimos casi diez veces más que Europa. Argentina U$S 3.357 por habitante y Europa apenas U$S 362 (expresado en dólares actuales de igual poder adquisitivo)”.

“En la década de 1990, Argentina recibió el equivalente a un Plan Marshall todos los años durante diez años. O sea diez planes Marshall. Dólares no faltaron. El problema fue el destino: burocracia, «ñoquis» [pseudoempleos remunerados], consultorías truchas [falsas] y mucha corrupción. Es cierto que el 88,7% del Plan Marshall fue no reembolsable. Pero, a partir del default argentino, los créditos otorgados a nuestro país también se han transformado en la práctica en donaciones, al menos en el porcentaje de la quita” (De “Abundancia de lo indispensable”-Pearson Education SA-Bs.As. 2004).

Si alguien considera que el “culpable” es el que hace los préstamos, u otorga beneficios, se le puede preguntar acerca de por qué en Europa se produce, luego de la Segunda Guerra Mundial, el “milagro alemán” y otros resurgimientos económicos notables, mientras que en la Argentina no ocurrió nada parecido. La respuesta más adecuada parece ser la que distingue entre el grado de corrupción de los países, aprovechando los préstamos los poco corruptos y despilfarrándolos los altamente corruptos. (Si tenemos un Papa argentino, no es porque seamos mejores, sino porque más lo necesitamos).

Otro de los libros de orientación izquierdista es “Para leer al pato Donald” de Ariel Dorfman y Armand Mattelart (1972). Este curioso título hace referencia a que los personajes de Walt Disney en realidad se habrían realizado con la finalidad de introducir cierta ideología favorable al capitalismo. P.A. Mendoza y los otros autores mencionados escriben: “Donald, Mickey, Pluto, Tribilin, no son lo que parecen. Son agentes encubiertos de la reacción sembrados entre los niños para asegurar una relación de dominio entre la metrópoli y las colonias. El tío rico no es un pato millonario y egoísta, y lo que le acontece no son peripecias divertidas, sino que se trata de un símbolo del capitalismo con el que se inclina a los niños a cultivar el egoísmo más crudo e insolidario”.

El libro “La historia me absolverá”, de Fidel Castro (1953), se encuentra entre los preferidos por la izquierda latinoamericana. Los autores mencionados escriben: “A sus veintisiete añitos, sin la menor experiencia laboral –no digamos empresarial o administrativa-, puesto que no había trabajado un minuto en su vida, Castro sabe cómo resolver en un abrir y cerrar de ojos el problema de la vivienda, de la salud, de la industrialización, de la educación, de la alimentación, de la instantánea creación de riquezas. Todo se puede hacer rápida y eficientemente mediante unos cuantos decretos dictados por hombres bondadosos guiados por principios superiores”.

Existe una teoría que trata de sintetizar el proceso imperialista en “Dependencia y desarrollo en América Latina” de Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto (1969). Los tres autores citados escriben: “Había que encontrar alguna explicación al hundimiento de la teoría desarrollista del argentino Raul Prebisch, escuela basada en dos premisas que la experiencia acabaría por desacreditar totalmente: la primera, era industrializar a los países latinoamericanos mediante barreras arancelarias temporales que les permitieran sustituir las importaciones extranjeras; y la segunda, que ese gigantesco esfuerzo de «modernización» de las economías tenia que ser planificado y hasta financiado por los Estados, puesto que la burguesía económica local carecía de los medios y hasta de la mentalidad social que se requería para dar ese gran salto adelante”. Ante el poco éxito del plan anterior, Cardoso y Faletto realizan la teoría mencionada.

Enrique del Acebo Ibáñez y Roberto J. Brie escriben: “La teoría de la Dependencia, elaborada a partir de la mitad del siglo XX para explicar la situación específica de dominación, dentro de la concepción de estratificación social (marxista-leninista) de las naciones, según la cual los países ricos e industrialmente avanzados mantienen en una situación de dominio a los países pobres o en desarrollo; esta relación externa tiene su correlato dentro de cada país en el dominio de las clases ricas –ligadas a los países centrales- sobre las clases pobres (F.H. Cardoso y E. Faletto). Se expresa también en términos de centro-periferia, o países centrales-países periféricos”.

“Dentro de esta teoría de la dependencia juega un papel importante la conciencia, con su sistema de representaciones y valores: la servidumbre de la mente (Ph. Altbach) es condición de la situación de dependencia y se expresa en términos de colonialismo o imperialismo cultural. La educación juega un papel importante en el mantenimiento de la ideología oficial y condiciona en el oprimido la mentalidad de opresor potencial (P. Freire); de ahí que haya que elaborar una nueva pedagogía del oprimido. De acuerdo con la teoría de la dependencia, las instituciones y las clases dominantes tienen como tarea la «reproducción» de representaciones, valores y actitudes de los países dominantes. Los críticos de esta teoría –incluso dentro de las corrientes marxistas y neomarxistas-destacan dos aspectos epistemológicamente relevantes: a) la ilegitimidad de transcribir el orden de la cultura y de la vida social a lo que sucede en las relaciones económicas; y b) el carácter dogmático con que se justifica el rechazo de toda critica a partir del principio de que cualquier crítica no sería más que una manifestación de la dependencia o colonialismo cultural” (Del “Diccionario de Sociología”-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).

Resulta ilustrativo mencionar el libro “Hacia una teología de la liberación” de Gustavo Gutiérrez (1971), sacerdote católico. Los “tres idiotas latinoamericanos” citados (que reconocen haberlo sido alguna vez), escriben: “Gustavo Gutiérrez buscó los libros sagrados y encontró la lectura adecuada para convertir a los pobres en el sujeto histórico del cristianismo. Estaba en los orígenes, en los salmos, en diferentes pasajes bíblicos, en anécdotas del Viejo y del Nuevo Testamentos. Resultaba perfectamente posible, sin incurrir en herejía, afirmar que la misión principal de la Iglesia era redimir a los pobres, pero no sólo de sus carencias materiales, sino también de las espirituales. El concepto liberación era para Gutiérrez mucho más que dar de comer al hambriento o de beber al sediento: era –como «el hombre nuevo» del Che y Castro, a quienes cita –construir una criatura solidaria y desinteresada, despojada de viles ambiciones mundanas”.

Para darle un sustento militar a la imposición del socialismo en América Latina, aparece el libro “La guerra de guerrillas” de Ernesto Che Guevara (1960). Los autores citados escriben: “El Che parte de tres axiomas extraídos de la experiencia cubana: I) Las guerrillas pueden derrotar a los ejércitos regulares, II) No hay que esperar a que exista un clima insurreccional, pues los «focos» guerrilleros pueden crear esas condiciones, III) El escenario natural para esta batalla es el campo y no las ciudades”.

“El gran error de este librito, que le costó la vida al Che y a tantos miles de jóvenes latinoamericanos, es que elevó a categoría universal la anécdota de la lucha contra Batista, ignorando las verdaderas razones que provocaron el desplome de esa dictadura. Castro y el Che –que quieren verse como los héroes de las Termópilas- nunca han admitido que Batista no era un general decidido a pelear, sino un sargento taquígrafo, encumbrado al generalato tras la revolución de 1933, cuyo objetivo principal era enriquecerse en el poder junto a sus cómplices”.

Según la teoría de la dependencia, el valor de las materias primas es impuesto por los países centrales, y no por el mercado. Recordemos que la adopción de economías de mercado por parte de países como China e India, han hecho subir la demanda mundial de materias primas y de alimentos debido a sus grandes poblaciones, influyendo en el precio de los bienes mencionados. Además, con el avance tecnológico, tanto las actividades agrícolas como las industriales se realizan con el trabajo de pequeños porcentajes de la población laboralmente activa, por lo que todo país que las produzca, no sólo debe especializarse en tales actividades, sino que también debe desarrollarse en las demás. La Venezuela de Chávez, con cerca del 97 % de sus exportaciones constituidas por el petróleo, es un ejemplo negativo por cuanto implica que gran parte de la población vive a costa de esa industria realizando muy poco trabajo productivo.

¿Adonde conduce la ideología izquierdista? Como puede apreciarse en los textos citados, promueve el odio hacia pueblos extranjeros y hacia sectores de la propia sociedad. Por este camino se llega a la violencia y a los asesinatos, como se pudo observar en la década de los 70 en gran parte de Latinoamérica. Al culparse a los demás por los males propios, se encuentra la justificación del fracasado y la renuncia a una mejora por medios civilizados. Cuando los izquierdistas llegan al poder y comienzan a realizar expropiaciones, provocan la huida de capitales, que muchas veces se dirigen hacia los países centrales, por lo cual se convierten en colaboraciones y favorecedores de la dependencia que tanto dicen rechazar y combatir.

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