Cada vez que se produce el ascenso de un nuevo Papa, se esperan cambios en la Iglesia Católica, generalmente respecto a su postura social, esperando unos un acercamiento hacia el liberalismo mientras que otros lo esperan respecto del socialismo. Parece ignorarse que el orden social propuesto por el cristianismo, si uno se atiene a las prédicas evangélicas, es aquel que ha de derivarse del masivo acatamiento y cumplimiento posterior de sus mandamientos. Luego, según sea la interpretación de los mismos, hay quienes los ven cercanos al liberalismo mientras que otros lo ven cercanos al socialismo.
Si se tienen presentes los nefastos resultados obtenidos por los sistemas socialistas, surge de inmediato que una Iglesia que predica el amor al próximo debe estar en oposición a un sistema que produjo en el siglo XX decenas de millones de víctimas. El gobierno absoluto, sobre cada individuo, por parte de quienes dirigen al Estado, se opone al gobierno (o el Reino) de Dios sobre los hombres a través de su adaptación a las leyes naturales que nos rigen. Además, la discriminación social promovida por el socialismo, cuyos resultados son incluso peores a los efectos de la discriminación racial promovida por el nazismo, estimula la división y la violencia entre clases sociales, algo que poco o nada tiene que ver con el amor al prójimo sugerido por el cristianismo. Sin embargo, engañados por el significado de las palabras o por la simple ignorancia, se ha notado una tendencia de la Iglesia hacia la admisión de la postura socialista, lo que implica un abandono del espíritu de las prédicas cristianas, implicando un serio retroceso de la Iglesia respecto a su finalidad esencial.
La labor de la Iglesia, hasta hace unos pocos siglos atrás, consistía esencialmente en la preparación mental y espiritual del individuo para llegar a la vida eterna. En los últimos tiempos, además, ha incorporado un conjunto de sugerencias respeto de la forma adecuada que, se supone, debería tener el orden social vigente en el mundo.
Uno de los temas de mayor confusión es el de la valoración ética de la riqueza y de la pobreza, que en realidad resultan ser atributos asociados a las aptitudes productivas o a las aspiraciones económicas de las personas, que no presentan un vínculo directo con alguna postura ética. La descripción fácil e inmediata es la de atribuir una actitud pecadora a quien posee riquezas y una actitud virtuosa a quien no las posee. Se olvida considerar los medios por los cuales una persona llegó a poseer un importante capital, siendo el trabajo y la inventiva uno de esos atributos necesarios (aunque pueda decirse que existen excepciones), mientras que muchas veces la desidia y la negligencia son los atributos mostrados por muchos de quienes viven en la pobreza, algo que no debe asociarse a virtud alguna.
La postura que atribuye una actitud pecadora a la riqueza y cierta virtud a la pobreza, se identifica con la ideología marxista, que condena a todo empresario (la burguesía) y exime de culpas a todo trabajador en relación de dependencia (el proletariado), algo que resulta completamente injustificado. San Agustín expresó: “Si tienes riquezas, no lo censuro, son de tu herencia, tu padre hombre rico te las dejó, tiene origen honesto, son el fruto acumulado de un honrado trabajo, nada tengo que reprocharte”. “Navegaste, afrontaste peligros, no has engañado a nadie, no juraste con mentira, adquiriste lo que a Dios plugo, y esto guardas ávidamente con sosegada conciencia, porque ni lo allegaste de mala manera ni buscas lo ajeno” (Citado en “Fabricantes de miseria” de P. A. Mendoza, C. A. Montaner y A. Vargas Llosa-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1998).
En el siglo XIX, el entonces Papa León XIII escribe: “Porque mientras los socialistas presentan el derecho de propiedad como «invención» que repugna la igualdad natural de los hombres y, procurando la comunidad de bienes, piensan que no debe sufrirse con paciencia la pobreza y que pueden violarse impunemente las posesiones y derechos de los ricos; la Iglesia, con más acierto y utilidad, reconoce la desigualdad entre los hombres –naturalmente desemejados en fuerza de cuerpo y espíritu- aun en la posesión de bienes, y manda que cada uno tenga, intacto e inviolado, el derecho de propiedad y dominio que viene de la misma naturaleza” (Quod apostolici muneris).
Luego, en Rerum Novarum (1891), encíclica que sería la base de la Doctrina Social de la Iglesia, expresa: “Creen los socialistas que en el traslado de los bienes particulares a la comunidad se podría curar el mal presente. Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es, además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión de la república y agita fundamentalmente a las naciones”.
“El que Dios haya dado la tierra para usufructuarla y disfrutarla a la totalidad del género humano no puede oponerse en modo alguno a la propiedad privada. Pues se dice que Dios dio la tierra en común al género humano, no porque quisiera que su posesión fuera indivisa para todos, sino porque no asignó a nadie la parte que habría de poseer, dejando la determinación de las propiedades privadas a la industria de los individuos y a las instituciones de los pueblos”.
Si bien algunos consideran que la propiedad privada, tanto como la posibilidad de su herencia, produce injusticias, la abolición de ambos derechos implica llegar a situaciones como la de Cuba, país en el que el “propietario” de todo lo existente es Fidel Castro, mientras que tal “propiedad” pudo ser heredada por su hermano Raúl. El simple ciudadano cubano no puede disponer libremente de su propia vivienda e incluso no puede dejarla en calidad de herencia a sus hijos (aunque últimamente parece haber cambios en este aspecto). Si en el socialismo el ciudadano común no es dueño de nada ni tampoco puede dejarle nada a sus hijos, sus motivaciones y alicientes se reducen de tal manera que pocos son los que trabajan con entusiasmo por el “bienestar de la sociedad”. El Papa Pío XI afirmó: “Socialismo religioso, socialismo cristiano, implican términos contradictorios; nadie puede ser a la vez buen católico y verdadero socialista”.
Los cambios en la Iglesia comienzan bajo el papado de Juan XXIII quien admite que “la época registra una progresiva ampliación de la propiedad del Estado y la causa es que el bien común exige hoy de la autoridad pública el cumplimento de una serie de funciones”, sin embargo continúa con la tradición que viene de León XIII, afirmando “La historia y la experiencia demuestran que en regímenes políticos que no reconocen a los particulares la propiedad, incluida la de los bienes de producción, se viola o suprime totalmente el ejercicio de la libertad humana en las cosas más fundamentales, lo cual demuestra con evidencia que el ejercicio de la libertad humana tiene su garantía y al mismo tiempo su estímulo en el derecho de propiedad” (De “Mater et Magistra”).
El sucesor de Juan XXIII fue Pablo VI, quien escribió: “Pero, por desgracia, sobre estas nuevas condiciones de la sociedad se construyó un sistema que consideraba el lucro como el motivo esencial del progreso económico, la competencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de producción como un derecho absoluto, sin limites ni obligaciones sociales correspondientes” (De “Populorum Progresssio”). P.A. Mendoza, C.A. Montaner y A. Vargas Llosa, escriben al respecto: “Esta encíclica muy bien puede considerarse como uno de los documentos clave para percibir los errores de juicio que convierten a la Iglesia en un fabricante de miseria”.
“Pablo VI consigna tres fobias que, por razones morales, una y otra vez fustiga el catolicismo: la búsqueda del lucro, la competencia y la propiedad privada”. “Sin el afán de lucro, sin la voluntad de sobresalir, las personas no consiguen prosperar. ¿Conocía Pablo VI lo que sucedía en las dictaduras comunistas, en las que se había demonizado el afán de lucro? ¿No sabía de esas muchedumbres impasibles, apáticamente marginadas de la actividad económica por la falta de motivaciones?”. “¿Cómo aspirar lógicamente a los niveles de confort y prosperidad que caracteriza a las sociedades ricas si se renuncia al resorte psicológico que mejor la propicia?”.
En cuanto a la competencia, es indudable que las actitudes competitivas se oponen a las cooperativas, por lo que, éticamente hablando, el mal viene asociado a la competencia y el bien a la cooperación. Pero resulta absurdo dar un mismo significado a la palabra “competencia” cuando pasa del ámbito de la ética y de las actitudes humanas a la actividad económica. Quien esté contra la competencia entre comerciantes o entre fabricantes, está a favor del monopolio, que favorece la concentración de riquezas en pocas manos a costa de la mayoría. Justamente, la competencia que impera en el mercado no permite la existencia de monopolios. Y tal competencia se traduce en una mejor capacidad del comerciante o del productor para cooperar con el cliente (reduciendo costos o mejorando la calidad).
Es muy sencillo verificar las ventajas que presenta la búsqueda del lucro, la competencia y la propiedad privada respecto de su abolición. Indáguese acerca de lo que aconteció en los países comunistas ante tal abolición para luego hacer una comparación con lo que resultó en los países desarrollados al adoptar la economía de mercado. La libertad y el mercado parecen ser considerados en forma similar a cómo se hace con la propia madre; que es valorada principalmente cuando se extraña su presencia.
También se considera pecaminoso la acumulación de capitales, siendo que quien acumula ahorros y luego los invierte en la producción, es quien dispone de dinero que prefiere guardar para el futuro en lugar de vivir un presente con mayores comodidades, lujos y ostentación. Los autores citados escriben: “¿Es acaso tan difícil de entender uno de los mecanismos que explican la dinámica del desarrollo económico? Si no hay ahorro e inversión no es posible eliminar la miseria. Es el ahorro suficiente o excesivo del que ha superado el umbral de lo imprescindible lo que hace posible un aumento de los ingresos de los menos favorecidos. Al mismo tiempo, es la inversión en bienes de capital lo que suele aumentar la productividad, reducir los costos y generar un crecimiento intensivo de la economía, fenómeno que acaba por multiplicar los puestos de trabajo y el monto de los salarios”.
Quienes promovieron y difundieron tanto la Teoría de la Dependencia como la Teología de la Liberación, fueron los autores intelectuales de miles de atentados, secuestros y asesinatos a lo largo y a lo ancho de la América Latina. El sector de la Iglesia que apoyó esta insurrección promotora de atraso y pobreza, poco tiene que ver con el cristianismo. Fueron doblemente culpables por cuanto convirtieron en asesinos a muchos jóvenes, quienes a la vez fueron asesinados por las fuerzas militares. Tanto quien tiene algún tipo de influencia social como el arquero de un equipo de fútbol, debe ser valorado por los resultados de sus acciones, sin tener en cuenta si estuvieron “bien intencionados”, o no.
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