Cuando existen individuos que sólo tienen deberes, y ningún derecho, pensamos en hombres que viven en la condición de siervos o esclavos, mientras que, si se trata de individuos que sólo tienen derechos, y ningún deber, pensamos que se trata de hombres en la condición de tiranos. Surge de inmediato la idea de que el término medio, es decir, la posesión equilibrada tanto de derechos como de deberes, resulta ser la condición óptima para los seres humanos. Mientras que la injusticia existente puede contemplarse desde la perspectiva del desequilibrio entre deberes y derechos, la justicia deberá provenir de su equilibrio. La injusticia provoca conflictos mientras que la justicia asegura la paz.
Este equilibrio anhelado entre deberes y derechos se da principalmente cuando existe un deber asociado a cada derecho, y un derecho asociado a cada deber, siendo pares indisolubles que garantizan la estabilidad del orden social. Por lo general, nuestros derechos serán satisfechos por los deberes de los demás, mientras que nuestros deberes constituirán los derechos requeridos por los demás. De ahí, que desde el punto de vista personal, debe recaer la atención en nuestros deberes, de tal manera que nuestros derechos se cumplirán por añadidura si en los demás se establece la misma prioridad. El cumplimiento de deberes es accesible a nuestras decisiones; mientras que el de nuestros derechos no lo es. Simone Weil escribió:
“La noción de obligación prima sobre la de derecho, que le es subordinada y relativa. Un derecho no es eficaz por sí mismo, sino únicamente por la obligación a que corresponde; el cumplimiento efectivo de un derecho proviene no de quien lo posee, sino de los otros hombres que se reconocen obligados hacia él. La obligación es eficaz desde que es reconocida. Una obligación que no fuera reconocida por nadie, no perdería nada de la plenitud de su ser. Un derecho que no es reconocido por nadie no es gran cosa”.
“No tiene sentido decir que los hombres poseen por una parte derechos y por otra deberes. Estas palabras expresan diferentes puntos de vista. Su relación es la de objeto y sujeto. Un hombre considerado en sí mismo sólo tiene deberes, entre los que se cuentan ciertos deberes para consigo mismo. Los otros, considerados desde su punto de vista, sólo tienen derechos. A su vez tiene derechos cuando es considerado desde el punto de vista de los otros, que reconocen sus obligaciones para con él. Un hombre que estuviera solo en el universo no tendría ningún derecho, pero tendría obligaciones” (De “Raíces del existir”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2000).
Por lo general se establecen declaraciones sobre los derechos del hombre, aunque en realidad deberían aparecer declaraciones sobre sus deberes. Recordemos que los mandamientos bíblicos son en realidad conjuntos de deberes exigidos a cada uno para que, de esa manera, los derechos básicos tiendan a cumplirse con eficacia. Maria Eugenia Valentié escribió: “Simone Weil sustituye las declaraciones de derechos por una declaración de deberes. Los derechos dependen de las circunstancias políticas: en tal o cual época histórica, en tal o cual comunidad, se reconocen al hombre tales o cuales derechos. Si estos derechos no son reconocidos, no podemos decir que existen. Pero independientemente de todas las circunstancias espacio-temporales, el hombre tiene necesidades, y esas necesidades crean obligaciones, las mismas en todos los tiempos, aunque las acciones para cumplirlas varían” (Del prólogo de las “Raíces del existir”).
El mérito de cumplir con un deber equivale al mérito de responder a las demandas o a las necesidades o a los derechos de los demás. De ahí que sea meritorio beneficiar a los demás, a través de cierto esfuerzo, especialmente cuando uno es egoísta o cuando tiene pocas aptitudes para compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes. Por el contrario, para quienes tengan esas aptitudes, cumplir con sus deberes no implica sacrificio ni mérito alguno, ya que es la forma de vida corriente de la persona que ha encontrado el camino de la felicidad.
En la actualidad es muy común observar protestas laborales, o de otro tipo, por las que se reclama el cumplimiento de derechos no satisfechos, aunque pocas veces se pone de manifiesto el previo cumplimiento de los deberes en forma adecuada. En el Japón, en cambio, ocurren casos como el de los trabajadores de una empresa que prometen, primero, elevar la producción en un determinado porcentaje para luego preguntar al empresario: ¿Qué ofrece usted a cambio?.
En las sociedades en decadencia, el individuo adopta una actitud estricta frente a la sociedad, ya que exige que los demás cumplan con sus deberes, mientras que él mismo ignora los propios. Lo hace para sentirse beneficiado sin otorgar beneficio alguno a los demás. Este comportamiento no es un efecto de tal decadencia, sino una de sus causas principales. José Ortega y Gasset escribió:
“Este hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas «internacionales». Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre constituido por meros ´idola fori´; carece de un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que sólo tiene derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga –sine nobilitate-, snob”. “Por esta razón es hostil al liberalismo, con una hostilidad que se parece a la del sordo hacia la palabra. La libertad ha significado siempre en Europa franquía para ser el que auténticamente somos. Se comprende que aspire a prescindir de ella quien sabe que no tiene auténtico quehacer” (De “La rebelión de las masas”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1984).
También la denominada posmodernidad presenta, como característica esencial del individuo típico, el desconocimiento de los deberes mínimos que todo hombre habría de ofrecer al resto de la sociedad. Armando Roa escribe al respecto: “Una actitud que asombra y que sin embargo aparece natural, es una especie de paso desde la ética de los deberes a la ética de los derechos en los últimos veinte años. La ética siempre fue una disciplina ocupada del deber ser, o sea, la que discernía entre lo que se quiere y se puede hacer, y a su vez, lo que cabe hacer sin evadirse de lo correcto”.
“Al decir de G. Lipovetsky, que ha tratado esto con detalle, estaríamos en los tiempos de la ética del posdeber. En efecto, en todas partes se habla de derechos humanos, derecho al manejo del propio cuerpo, derecho a gozar de la individualidad sexual que se posee, sea homo o heterosexual, derecho a crear vida humana por vías artificiales, derechos a disponer de los órganos del cadáver, etc. Se reclama si se vulnera el más pequeños de los derechos, y de hecho suena mal hacerle presente a alguien sus deberes. Se podría pensar que todo derecho involucra un deber, pero la posmodernidad maximiza los derechos y en cambio tiene una mirada benévola, comprensiva, silenciosa, para las evasiones de deberes. Parece curioso sin embargo que la situación engendrada por este paso a la ética del posdeber, no haya provocado un caos en la vida social, como sería lo esperado; da la impresión de que una especie de percepción sutil ha detenido esta corriente antes de extremarse, lo que haría pensar que la ética de los deberes, tan debilitada, aun sin nombrársela y desde la sombra, siguiera, pese a todo, conteniendo los desbordes de los derechos dentro de limites aun tolerables”.
“Esta etapa en que nos encontraríamos es la que algunos autores llaman la etapa de la eticidad sin moralidad, en la cual se dejaría de lado la discusión de los grandes principios en que se fundamenta una moral, y se llegaría a un acuerdo en la regulación de las costumbres y también de las acciones profesionales, como las médicas por ejemplo, a base más bien de un mero consenso; a esto se lo llama eticidad” (De “Modernidad y posmodernidad”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1995).
La ética tradicional, o de los deberes, puede ampliarse desde la esfera individual a la social, mientras que la ética fragmentada de los derechos se centra en el individuo e impide su expansión hacia lo social. El mandamiento cristiano que nos ordena compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes como si fuesen propias lleva implícita la ética del deber asumiendo que el respeto de nuestros derechos provendrá de tal cumplimiento por parte de los demás integrantes de la sociedad.
Al difundirse la ética de los derechos, ha comenzado a predominar en los establecimientos educativos el alumno que se comporta como “el noble déspota” por cuanto, precisamente, sólo tiene derechos. Protegido y encubierto por sus padres y amparado por una la ley que hace inimputables a los menores de edad por delitos cometidos, van surgiendo individuos esencialmente antisociales y amorales, por cuanto la influencia familiar y social les resulta poco favorable para la vida en sociedad.
Existen coincidencias respecto a la asignación de causas respecto a las recientes crisis económicas que afectan a varios países. Se aduce que se trata de una crisis esencialmente moral por cuanto la mayor parte de los actores económicos trata de optimizar sus ganancias observando esencialmente sus derechos a hacerse millonarios aunque sea a base de pura especulación y sin apenas contemplar los derechos de los demás a llevar una vida segura. También los políticos a cargo del Estado son guiados por sus propias ambiciones personales sin tener en cuenta sus deberes más elementales por cuanto, como se dijo, la existencia de deberes no forma parte de la “ética” que se ha puesto de moda. La gente acepta y propone cambios esenciales para las relaciones sociales pero rechaza sus consecuencias si son poco favorables. Justamente, todo cambio debería aceptarse si los efectos producidos son favorables, y rechazado en caso contrario.
La aparición del Estado de bienestar ha favorecido esencialmente el desequilibrio entre deberes y derechos, ya que, por lo general, se supone que el individuo sobreprotegido por el Estado sólo tiene derechos, mientras que el Estado sólo tiene deberes. De ahí que el individuo se sienta liberado de cualquier tipo de obligación social por cuanto, supone, tales obligaciones corresponderán al Estado.
El individuo que adhiere a un gobierno populista o intervencionista que dirige al Estado de bienestar, supone que, con tal adhesión, cumple con todas las obligaciones que tiene con la sociedad. El Estado es su representante para hacer la justicia social, por lo cual se siente eximido de la necesidad de colaborar en forma directa con los demás integrantes de la sociedad.
Como se acepta, además, que no existe una ética objetiva, ya que predomina la creencia en un relativismo moral por el cual, se supone, toda sugerencia ética no es más que una convención social sujeta a cambio posterior, se trata de culpar al “sistema económico”, o al “sistema social”, liberando de culpas a todo individuo. Si bien existen distintos resultados cuando se adoptan sistemas democráticos en lugar de totalitarios, debe tenerse presente que ninguno de ellos puede prescindir de una base ética individual aceptable, requisito que, de faltar, impide el éxito de cualquier sistema social adoptado.
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