sábado, 18 de mayo de 2013

La justicia distributiva

Cuando se habla de “distribución de la riqueza” se entiende como la distribución de los beneficios de la producción entre los distintos agentes que en ella participan, mientras que se habla de “redistribución de la riqueza” cuando el Estado tiende a ejecutar una distribución adicional al considerar injusta a la anterior. John A. Ryan escribió respecto de la primera: “Su materia no versa acerca de la distribución de todos los bienes del país entre toda la población del mismo, sino solamente en lo que respecta a la distribución de los productos entre las clases que han tomado parte de su obtención”.

“Estas clases son cuatro, llamadas terratenientes, capitalistas, empresarios u hombres de negocios, y trabajadores o asalariados. El miembro individual de cada clase es un «agente» de la producción, y el instrumento o energía que aquel posee y aporta es un «factor» de la producción. Así, el propietario de tierras es un agente de la producción porque contribuye con el factor tierra, y el capitalista es un agente de la producción porque contribuye con el factor capital, mientras que el empresario y el trabajador son agentes no sólo en el sentido de que aportan factores, sino también porque su cooperación implica continuo desgaste de energía” (De “Justicia distributiva”-Editorial Poblet-Buenos Aires 1950).

En cuanto a la redistribución por parte del Estado, Bertrand de Jouvenel escribió: “En la duración de una vida, las ideas corrientes acerca de lo que se puede hacer en una sociedad por decisión política han sufrido un cambio radical. Hoy en general se considera como parte de la esfera de acción legítima del Estado, y en realidad como una de sus principales funciones, transferir riquezas de sus miembros más ricos a los más pobres. «Una maquinaria sumamente compleja se ha ido construyendo de a trocitos» (J.E. Meade) para proveer beneficios monetarios, servicios gratuitos, bienes y servicios por debajo de su costo. Esa maquinaria es más voluminosa que la de la hacienda pública, por mucho que ésta se haya ampliado, como en la operación de control de la renta. Su propósito es redistribuir ingresos y en especial, según se supone generalmente, los ingresos de los ricos, reducidos por impuestos progresivos y a la vez afectados por el control de las rentas, la limitación de dividendos y la confiscación de activos” (De “La ética de la redistribución”-Katz Editores-Buenos Aires 2010).

Respecto del significado de “justicia distributiva”, podemos considerar la opinión de J. Rawls, uno de los filósofos que se han ocupado de este tema. Mariano Grondona escribe al respecto: “John Rawls empieza diciendo que la justicia, para él, ocupa en la sociedad el mismo lugar que la verdad en la ciencia; es un valor máximo en su propio ámbito. Cuando se piensa, se busca la verdad; cuando se organiza una sociedad, se busca la justicia. Luego afirma que la justicia es el balance apropiado entre derechos y deberes. Pero inmediatamente da una definición «operacional» (una definición que sirva para trabajar). Dice «justice as fairness», justicia como equidad; algo así como la justicia posible entre seres humanos y no el ideal absoluto de justicia. Es, para él, la que buscarían los contratantes originarios de una sociedad” (De “Los pensadores de la libertad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1992).

Por lo general, se busca que en la sociedad exista justicia, ya que ha de traer simultáneamente aparejadas tanto la libertad como la igualdad, valores que generan discusiones respecto de cuál de los dos debe ser prioritario. John Rawls escribió: “La naturaleza no es justa ni injusta, como tampoco es injusto que las personas nazcan en una determinada posición social. Estos hechos sólo son naturales. Lo que puede ser justo o injusto es el modo en que las instituciones actúan respecto de esos hechos”.

Es conveniente orientarnos en base a dos modelos de sociedad posibles y que son los resultantes luego de haber considerado prioritaria la igualdad, en el primer caso, y la libertad, en el restante:

Modelo I (Igualdad prioritaria)

La persona A tiene unos ingresos de 2.000 pesos
La persona B tiene unos ingresos de 2.000 pesos

Se trata, evidentemente de una sociedad igualitaria (económicamente hablando). Por lo general, los ingresos similares resultan ser insuficientes, por lo que podemos hablar de una “igualdad en la pobreza”. A este tipo de sociedad, promovida por el socialismo teórico, debe añadirse un reducido grupo y es el de la clase dirigente, que a través de la intervención del Estado ha logrado la mencionada igualdad. Esta clase, por lo general, tiene ingresos bastante mayores que el resto, lo que constituye el socialismo real.

Modelo II (Libertad prioritaria)

La persona A tiene unos ingresos de 4.000 pesos
La persona B tiene unos ingresos de 8.000 pesos

Se trata, evidentemente de una sociedad liberal (económicamente hablando). Por lo general, los ingresos desiguales resultan ser suficientes, por lo que podemos hablar de una “desigualdad en la riqueza”. En tal tipo de sociedad, promovida por el liberalismo, es el proceso del mercado el que ha permitido distribuir la riqueza en forma desigual.

Nótese que estos son los casos de la economía china durante las épocas de Mao Tse Tung (modelo I) y la actual China con economía de mercado (Modelo II), o bien la economía de la Alemania Oriental (la del muro de Berlín) (Modelo I) y la Alemania Occidental (la del “milagro alemán”) (Modelo II). Son dos ejemplos válidos por cuanto se trata del mismo pueblo durante épocas distintas, o bien de sectores de un mismo pueblo en una misma época.

El modelo igualitario y socialista, es el preferido por el envidioso por cuanto teme verse en una situación social inferior, a pesar de que su situación económica podría mejorar bastante con el otro modelo. También es el preferido por el dirigente político que ambiciona poder y riquezas a través de su futuro desempeño al mando del Estado. El modelo desigualitario y liberal, es el preferido por el trabajador emprendedor por cuanto no teme sentirse en una situación social inferior, aun cuando no logre una gran fortuna. También es el preferido por el empresario innovador que busca cooperar con la sociedad ambicionando cubrir o dominar un importante sector del mercado.

Mariano Grondona escribe respecto de los posibles acuerdos entre quienes establecen un pacto para el futuro orden social: “Rawls supone que los pactantes aceptan las desigualdades económico-sociales, con tal de que el progreso personal de algunos redunde en algún beneficio para los otros. Con este principio, se acerca a la socialdemocracia. La idea que subyace aquí es ésta: «si tu progreso, aun siendo mayor que el mío, genera algún progreso en mí, lo acepto». Por ejemplo, si siendo tú un empresario creas una fuente de trabajo donde obtengo un salario mejor que el que hubiera obtenido si no estuviese esa fuente de trabajo, lo acepto. Si yo me comparo contigo, estoy peor que al pactar, puesto que te me has adelantado; pero si me comparo conmigo antes del pacto, estoy mejor”.

“La racionalidad no prevalece cuando la sociedad es envidiosa. Una persona es envidiosa cuando, en lugar de ver cuánto progresa ella misma gracias al pacto y a la cooperación social, se fija en cuánto progresa el otro por delante de ella misma. Y entonces está dispuesta a que nadie progrese, con tal que la distancia no se acentúe. Cuando predomina esta mentalidad, dice Rawls, no hay progreso”. “El celoso es el que ya está arriba y no quiere que el otro lo alcance; prefiere que los dos se queden donde están. En una típica sociedad celosa aristocrática, con tal que haya servicio doméstico no se quiere la industrialización. Con tal de mantener las condiciones de subordinación, se prefiere que la sociedad se quede quieta”.

Podemos aquí incluir un principio que permitirá dirimir el problema (siempre que se acepte la validez del principio): “Todo ordenamiento social debe contemplar el libre accionar del hombre normal, es decir, con errores y defectos normales. Por el contrario, el hombre poco cooperativo, como el envidioso, el vago o el soberbio, deberá adaptarse al ordenamiento social aunque le resulte inaceptable en un principio”. En cambio, si se acepta un ordenamiento de tipo “socialista”, hecho a la medida del hombre poco cooperativo, los resultados no serán positivos.

Si bien resulta indiscutible que uno de los dos modelos de sociedad es superior al otro, en el sentido de que ha dado los mejores resultados bajo condiciones similares (casos chino y alemán), ello no implica que también ha de dar resultados óptimos por el sólo hecho de que sus lineamientos básicos sean aceptados masivamente, ya que debe existir previamente una base moral adecuada en la población. Si en una sociedad no existe una mentalidad favorable al surgimiento de empresarios, o no existe una cultura del trabajo, o reina la corrupción, nunca podrán lograrse resultados óptimos; si bien, bajo esas circunstancias todavía será aconsejable aplicar gradualmente una economía de mercado.

Debe tenerse presente que, en el caso de un empresario exitoso, es decir, que logra muchas ventas y ganancias por cuanto sus productos son bastante requeridos, seguramente tales ganancias se convertirán en inversiones productivas que crearán nuevas fuentes de trabajo, o ampliarán las existentes. Si a ese empresario el Estado le quita una parte importante de su rentabilidad, para redistribuirla en la sociedad (quedando una gran parte en los bolsillos de los propios redistribuidores) es posible que vaya a parar a los sectores políticamente adherentes al gobierno de turno, que posiblemente no sean los más trabajadores o los más necesitados. Los políticos dilapidan así los capitales que iban a ser destinados a las inversiones productivas. Si se considera que el crecimiento económico depende de la cantidad de capital productivo per capita existente en una sociedad, la redistribución impide el crecimiento que habría de darse si no existiese tal acción por parte del Estado. Bertrand de Jouvenel escribió:

“Hoy se está desarrollando una encendida polémica acerca de lo que se llama «el efecto desincentivador de la redistribución excesiva». Sabemos por experiencia que en la mayoría de los casos, aunque de ninguna manera en todos, los hombres son estimulados por retribuciones materiales proporcionales o incluso más que proporcionales a su esfuerzo, como por ejemplo en el caso de las horas extraordinarias que se pagan doble. Se podría afirmar que si se hace que cada aumento de esfuerzo sea menos remunerado que los que lo precedieron, y a la vez se reduce –mediante la provisión de beneficios- el esfuerzo básico necesario para sostener la existencia, el ritmo de la producción y el progreso económico se verán afectados. Por esa razón, la política de redistribución está recibiendo fuertes ataques. Sin embargo, ese ataque se hace en términos de conveniencia. La crítica actual de la redistribución no se basa en que sea indeseable sino en que, más allá de cierto punto, es imprudente”.

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