Las diversas influencias sociales, favorecidas por los medios masivos de comunicación, establecen conductas predominantes que surgen de los individuos más influyentes y van luego al resto de la sociedad. Con el tiempo, se alcanza cierta uniformidad tanto en el comportamiento como en las ideas dominantes, de la misma manera en que los objetos mantenidos en una misma habitación adquieren una misma temperatura. Existe, desde luego, un sector de la sociedad que se mantiene alejado de la influencia social, en especial cuando se trata de una influencia negativa.
Podemos decir que la persona normal es la que adopta una escala de valores predominantemente cooperativa, y es la que se interesa por el resto de la sociedad. De alguna manera tiene en cuenta las leyes básicas de la ética natural, ya sea porque tiene algún vínculo con la religión o bien por heredar una sana costumbre imperante en su propio hogar. Ante el reconocimiento generalizado de que la persona normal adquiere un aceptable grado de felicidad, parte de la sociedad finge adoptar sus valores, reconociendo las leyes básicas de la ética tanto como sus consecuencias, pero sin acatarlas en toda su amplitud. Este es el caso de la persona hipócrita; es la que finge ser una persona íntegra, pero cuyos sentimientos sociales no siguen lo que le indica su razonamiento egoísta.
La actitud del hipócrita, por la cual dice una cosa y siente y hace otra distinta, genera cierto rechazo social, especialmente en el caso de quienes trascienden el comportamiento individual hasta tener cierta influencia pública, por cuanto inspiran confianza y credibilidad que luego se pierde cuando algún detalle o hecho desmiente la imagen que se pretendió transmitir. El que descubre al hipócrita, se siente estafado por el hecho de haber creído por un tiempo en la sinceridad de sus palabras.
En contraposición al hipócrita, aparece la “nueva sinceridad”, no de alguien que dice siempre la verdad, sino de quien, además de mentir, se jacta de desconocer o de no respetar las más elementales normas de convivencia social, y este es el caso del cínico. No existe, por supuesto, el hipócrita o el cínico en estado de “pureza actitudinal” ya que generalmente se produce una mezcla de ambas actitudes. En cuanto a la palabra “cínico”, encontramos como sinónimos: descarado, desfachatado, desvergonzado, insolente, procaz, impúdico.
Quien haya desempeñado algún cargo docente en escuelas secundarias argentinas, durante los últimos años, habrá advertido el serio retroceso moral que se ha producido en el alumnado respecto de años anteriores. Tal persona creerá vivir una pesadilla cuando observa, en quienes ocupan los más altos cargos del gobierno nacional, la ausencia de los valores morales que trató de inculcar a sus alumnos y la vigencia de la mayor parte de los defectos personales que por años trató de erradicar. Los políticos a cargo del Estado han pasado a ser un mal ejemplo para la juventud.
Un caso frecuente es el del alumno que, al descubrírsele un “ayuda memoria” durante un examen, destruye la “prueba del delito” y de inmediato niega el hecho, como si el docente estuviese equivocado en su apreciación (incluso sospechado de no poseer las normales aptitudes mentales que se espera de un docente). Cuando le sucede por primera vez, se siente desconcertado por cuanto nunca esperaba tanta deshonestidad. Pero la sorpresa ha de ser mucho mayor cuando la negación de la realidad y de lo evidente forma parte de los cotidianos mensajes emitidos desde el alto mando presidencial, tales como “no existe inflación” o “no existe inseguridad”.
Por lo general, cuando un alumno es reprendido por haber cometido algún acto de indisciplina, es común escucharle decir, como defensa, que otro acto similar fue cometido por otros alumnos y que no fueron reprendidos ni sancionados. Luego, piensa que su acción es legítima y que el docente no tiene derechos a reclamar (por el contrario, supone que debería acostumbrarse a tales hechos). Esta es también la actitud del delincuente que participa en algún saqueo masivo contra comercios y se siente inocente por cuanto “muchos hicieron lo mismo”. De ahí que, piensa, los delitos cometidos en conjunto dejan de serlo. Luego, las victimas de la delincuencia deben quedarse callados y sin ningún derecho a la protesta.
Esta actitud parece haber sido adoptada por las autoridades del gobierno cuando, en lugar de dar explicaciones razonables ante las críticas recibidas por establecer monopolios estatales en base a expropiaciones, por ejemplo, contestan que en tal país (admirado aparentemente por los que critican) se estableció un monopolio similar y, por lo tanto, no tienen ningún derecho a protestar. Es decir, en este caso no niegan los hechos, sino que los justifican. Además, el gobierno critica severamente a los monopolios privados, como es el caso de los medios masivos de comunicación en manos del “enemigo”, pero va formando otros monopolios de medios pero esta vez en manos de empresarios “amigos” y del propio Estado bajo su mando. Esto significa que considera que un mismo hecho no resulta ser bueno o malo por los resultados que produce, sino que esa valoración depende de quien sea su autor.
El gobierno “nacional y popular” basa sus acciones en los ataques permanentes a las “corporaciones” y a los grupos empresarios “enemigos” debido a su posible influencia y poder, mientras que establece vínculos con corporaciones y grupos empresarios “amigos” para promover un poder mayor aún, lo que resulta ser un engaño evidente al ciudadano común que espera que su gobierno se preocupe por sus problemas reales en lugar de indicarle casi diariamente a quien debe odiar. Incluso olvida decir que, al promover expropiaciones, ahuyenta capitales al exterior, favoreciendo al “imperialismo enemigo” e impidiendo que el propio país llegue al desarrollo económico. Se dice una cosa, y se hace otra que produce resultados totalmente opuestos.
Si el cinismo fuese una cuestión que afecta sólo al reducido grupo de políticos que intentan controlar al país en una forma absoluta e indefinida, no seria un síntoma de decadencia tan grave por cuanto cabría esperar un lapso relativamente breve para que el propio pueblo les retirara su apoyo. Pero la gravedad de la crisis radica en que un importante sector de la población acepta las mentiras y la corrupción tanto como los serios deterioros a la economía y a las instituciones públicas con toda naturalidad, por cuanto adhiere ideológicamente a la postura del gobierno.
En el origen de las actitudes cínicas encontramos una tendencia esencialmente antisocial, cuyas causas diferirán en cada caso. El cinismo viene asociado al resentimiento social, que caracteriza a muchos adherentes de la izquierda política. En ellos también se observa la ironía, la burla, el odio y la venganza, entre otras actitudes y “cualidades” del individuo. La palabra resentimiento puede interpretarse como un sentimiento reiterado y repetido, por lo que resulta ser una actitud premeditada antes que espontánea. Max Scheler escribió:
“El resentimiento es una autointoxicación psíquica, con causas y consecuencias bien definidas. Es una actitud psíquica permanente, que surge al reprimir sistemáticamente la descarga de ciertas emociones y afectos, los cuales son en sí mismos normales y pertenecen al fondo de la naturaleza humana; tiene por consecuencia ciertas propensiones permanentes a determinadas clases de engaños valorativos y juicios de valor correspondientes. Las emociones y afectos que debemos considerar en primer término son: el sentimiento y el impulso de venganza, el odio, la maldad, la envidia, la ojeriza, la perfidia”. “El punto de partida más importante en la formación del resentimiento es el impulso de venganza. Ya la palabra «resentimiento» indica, como se ha dicho, que las emociones aquí referidas son emociones basadas en la previa aprehensión de los sentimientos ajenos; esto es, en efecto, el impulso de venganza, a diferencia de los impulsos activos y agresivos, de dirección amistosa u hostil” (De “El resentimiento en la moral”-Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1938).
Cuando el educador recomienda no odiar al prójimo, no solamente piensa en el prójimo sino, sobre todo, en el que odia, por cuanto ha de inflingirse un autocastigo cercano, inmediato y permanente. Emilio Mira y López escribió: “Max Scheler ha sido quien con mayor clarividencia ha analizado este complejo y deletéreo estado anímico, en el que muchas personas se resecan y carcomen, en una tortura peor que la más infernal de las imaginadas venganzas. Pone de manifiesto ese gran pensador que se requieren tres condiciones para que el odio engendre el resentimiento. 1- Que se haya alimentado una probabilidad de triunfo sobre lo odiado, 2- Que ésta se haya perdido por falta de coraje, 3- Que el sujeto, que siente una sed sin esperanza de venganza, perciba su inferioridad y no se conforme con ella, odiándose tanto o más de lo que primitivamente se odió”.
En cuanto a la ironía, Mira y López escribió: “Entre la ira y la iro-nía hay mucho más que una semejanza fónica; hay una identidad substancial. Todo ironista es un iracundo que no osa abiertamente su descontento y recurre a la máscara de un falso humorismo. Analizando la ironía se ve que contiene un fondo sádico y perverso, que la torna aun más desagradable que la agresión directa, mediante el insulto o la critica franca. El irónico trata, en el mismo acto, de humillar –mediante la burla- a su adversario y de mostrar su superioridad intelectual ante él; mas esto lo hace de un modo cobarde, es decir, ocultando directamente su ofensa, de modo que ésta sea, a veces, más percibida por los circunstantes o interlocutores que por el propio interesado. Esta cobardía es la que explica que la ironía se ejerza también, especialmente, en ausencia del objeto o tomando objetos abstractos, es decir, que no pueden replicar físicamente” (De “Cuatro gigantes del alma”-Librería El Ateneo Editorial-Buenos Aires 1957).
También el resentido social muestra una actitud de soberbia, respecto de la cual el citado autor escribe: “Hay quien la confunde con el «orgullo», mas es, en realidad, distinta de él. Es, casi puede decirse, su «bastarda imitación exhibicionista». En efecto, mientras el auténtico orgulloso –autosatisfecho- trata de disimular ese defecto, el soberbio lo escupe ante quien lo contempla: en su voz ahuecada, en sus gestos y ademanes altaneros, en su porte un tanto provocativo y en su actitud despectiva, se manifiesta esta constante agresión previa al ambiente. Cuando se rinde pleitesía al soberbio no nos agradece la sumisión, como hace el vanidoso, pues aquél está seguro de su valor y su poder, en tanto éste, en su intimidad, sabe que solamente es capaz de representarlo”. “La soberbia es, pues, un «corsé» psíquico; dentro de él, en realidad, se debate un alma insatisfecha que a fuerza de engañarse llegó a creerse valiosa, pero que se siente vulnerable y rodeada de «envidiosos», que solamente existen en su imaginación”.
El resentimiento social está asociado, necesariamente, a cierto deseo de venganza contra la sociedad. Luego, como ser patriota implica amar a la sociedad, y no a un territorio, el resentido no ha de ser precisamente un patriota, sino todo lo contrario.
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