A partir de la caída del Muro de Berlín, y del abandono de la economía socialista por parte de Rusia y de China, entre otros países, quedaba en evidencia que tal sistema económico no cumplía con las esperanzas y las necesidades básicas de la población. Sin embargo, como los líderes y adeptos al socialismo poco se interesan por los resultados concretos del sistema, volvieron a sus proclamas partidarias con ciertos cambios, o disfraces, del socialismo, como lo es el Socialismo del Siglo XXI.
Ante las evidencias concretas de su debilidad, algunos optimistas, como Axel Kicillof, aseguran que el sistema no funcionó por cuanto el programa Excel no estaba disponible en épocas de la Unión Soviética o de la China maoísta, negándose a renunciar a una fe profunda en el sistema. Cuando los marxistas afirman que la descripción de la sociedad establecida por Marx tiene “validez científica”, debe recordarse que tal validez implica poder verificar cierta teoría respecto de su posible compatibilidad con la realidad, mientras que tal verificación puede ser observada por cualquier persona. De ahí que el marxismo tiene “validez científica” en el sentido de que todo observador puede constatar que tal descripción es incompatible con la realidad y que conduce a resultados no esperados.
Con el Socialismo del Siglo XXI aparece un nuevo intento de recuperación de la vieja teoría. Al respecto leemos: “Los neocomunistas latinoamericanos, acaudillados por Hugo Chávez, vieron los cielos abiertos cuando Heinz Dieterich Steffan (1943), un sociólogo alemán avecindado desde hace décadas en los medios académicos de México (donde no le prestan demasiada atención), a mediados de los años noventa comenzó a acuñar un concepto pegajoso, El Socialismo del Siglo XXI, en el que concretaba algunas ideas fundamentales en el pensamiento de Marx, acariciadas desde el decenio de 1980 y maduradas con el paso del tiempo”.
“Dieterich pretendía superar el descrédito total del «socialismo real» tras el derribo del Muro de Berlín, la desaparición de la URSS y el fin del Bloque del Este, como se les llamaba a las naciones europeas atrapadas tras el telón de acero”.
“En todo caso, ya Chávez tenía su teoría y comenzó a reivindicar la obra de Dieterich. Era un personaje en busca de un autor, como en la pieza de Pirandello, y lo había hallado. Él hacía lo que le daba la gana, pero se refería pomposamente al Socialismo del Siglo XXI, supuestamente su marco teórico, como antes se llenaba la boca para celebrar El libro verde de Gadafi, la llamada Tercera teoría universal. (Suponemos que la de Dieterich sería la cuarta)”.
“Hay que comenzar por establecer que Dieterich es un utopista irritado con la pobreza de las multitudes y la riqueza de unos pocos. Es un hombre bueno que quiere cambiar al mundo. Ese es su punto de partida. No obstante, como tanta gente que comparte su forma de entender la realidad, no es capaz de percibir que hasta el siglo XVIII la miseria era casi la forma natural de vivir (y morir), y que fueron la revolución industrial, la propiedad, el rechazo al mercantilismo y la democracia liberal –que incluye la libertad de los individuos- los factores que produjeron el fin de los despotismos reales, el desarrollo científico, el surgimiento de las clases medias, la educación universal y una notable extensión de los años de vida promedio, como resultado de los cuidados sanitarios. Nada de eso llegó por obra de los controles y la planificación a cargo de los gobiernos”.
“Dieterich hace suya la teoría marxista de la lucha de clases como eje del desarrollo histórico y propone un socialismo revolucionario sostenido en cuatro puntos de apoyo (como disfrutan los marxistas con estas construcciones artificiales absolutamente banales): el desarrollismo democrático regional, la economía de las equivalencias, la democracia participativa y las organizaciones de base”.
“Centrémonos en la «economía de las equivalencias». Es el corazón de su teoría. Es la vuelta, otra vez (estos tipos no aprenden), a la teoría marxista del valor, como si el desastre de la práctica comunista no hubiera servido de nada. Según Dieterich, la madre de todas las injusticias está en los precios injustos y abusivos que imponen los amos del mundo a todos los bienes y servicios que se producen. Son ellas, las diez mil malvadas personas que gobiernan el planeta (parece que las ha contado), las que controlan la economía asignando los precios y olvidando el verdadero valor”.
“¿De dónde sale el valor y debe salir el precio? Del tiempo dedicado a producir el bien o el servicio. Lo dice de una manera muy clara, siguiendo de cerca a Marx: «Entonces la gratificación o ingreso del trabajador es directamente proporcional al tiempo de trabajo gastado, independientemente de su edad, género, estado civil, raza, nacionalidad, carácter del trabajo, esfuerzo físico, educación, dificultad, habilidad, práctica, dedicación personal, trabajo pesado y riesgo de salud, en fin: la gratificación corresponde a las horas de trabajo de manera directa y absoluta»”.
“¿Pero vale igual el tiempo de un neurocirujano que el de un cortador de caña? ¿Vale igual la camisa cosida por un sastre al software fabricado por un técnico especialista en electrónica? Según los socialistas del siglo XXI, o al menos según Dieterich, por supuesto que sí: «Si todas las mercancías en todo el mundo se intercambiaran con base al tiempo laboral contenido en ellas (con lo que tal vez tendrían que pagarse tan sólo 7.300 sacos de café por una locomotora, quiere decir, tanto como los obreros en Brasil cosechan durante el mismo tiempo que se requiere para construir una locomotora), esta nueva relación de precios, producto natural-producto industrial, traería consigo la necesaria igualdad de derechos económicos de los pueblos entre sí»”.
“Por supuesto surgirían conflictos («mi cosecha de algodón vale más que tu penicilina» podría afirmar cualquiera), pero eso no sería un problema insoluble porque «los eventuales casos de conflicto» según Dieterich «serían decididos por Tribunales de Valor (Trabajo) compuestos por jurados de ciudadanos»”.
“¿Vale la pena continuar examinando esta sarta de tonterías? No deja de ser maravillosa la infinita capacidad del neocomunista, también llamado neoidiota, para fascinarse con los «truquitos» propuestos por esos personajes que los españoles llaman cantamañanas. A nuestro juicio, ese párrafo de Dieterich es suficiente para demostrar la raquítica endeblez de su infantil proposición” (De “Últimas noticias del Nuevo Idiota iberoamericano” de P.A. Mendoza, C. A. Montaner y Á. Vargas Llosa-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2014).
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