domingo, 2 de julio de 2023

El nuevo rostro de la Iglesia

Toda institución que difunde un mensaje promoviendo sus objetivos y acciones sociales, tiene un aspecto exterior visible y definido, o al menos debería tenerlo para consolidar y justificar su existencia. En el caso de la Iglesia Católica se advierte un cambio evidente en los últimos tiempos que incluso involucra a la liturgia. (Liturgia: orden y forma que ha aprobado la Iglesia para celebrar los oficios divinos, y especialmente la misa) (Del "Diccionario de la Lengua Española"-Ediciones Castell 1988).

Podemos establecer una analogía entre las actitudes emotivas que despierta en ciertas personas la liturgia tradicional con aquellas actitudes emotivas que despierta una película. En este caso hay personas que no distinguen entre ficción y realidad y absorben su contenido de tal forma que los influye en una forma importante. También hay personas que nunca dejan de tener presente que una película no es lo mismo que la realidad concreta, inflluyendo bastante menos que en el caso anterior. Algo similar ocurre con las simbologías sagradas asociadas a una religión.

La liturgia católica que existía hasta algunas décadas atrás, implicaba una serie de simbologías, con sus historias y objetivos propios, que servía a muchos como una manera de consolidar sus vidas dentro de la moral bíblica. Pasados los años uno se entera que esas simbologías fueron dejadas de lado por propia decisión de la Iglesia, cambiando en cierta forma el rostro de la Iglesia en un sentido negativo. Estela Arroyo de Sáenz escribió: "Tenemos el raro privilegio de vivir tiempos difíciles: ver un mundo que se derrumba y sentir la incertidumbre por el que vendrá. Pero ni el pesimismo ni el temor son actitudes cristianas; también nuestra era surgió después de la desintegración del Imperio Romano por la decadencia y corrupción del paganismo".

"Lo que necesitamos es tener, como los primeros cristianos protagonistas de ese nacimiento, una esperanza firme y la misma fe viva y coherente que los hizo buscar a Dios como único apoyo. Conocían el valor de la Misa y eran capaces de jugarse la vida por asistir a una sola, aunque pudiera acarrearles el martirio" (De "Descubriendo las Riquezas de la Santa Misa"-Ediciones Gladius-Buenos Aires 1992).

Uno de los cambios establecidos fue el de la introducción de las lenguas nacionales y locales para el desarrollo de las misas, lo que se prestaba a que, en el caso de las diversas lenguas africanas, se perdieran los significados originales. Pero los efectos del cambio fueron negativos desde el punto de vista emocional. Así, un sacerdote escribió: "Desde que tenemos la liturgia en francés, nunca más quedé conmovido por una oración de la misa, nunca me impresiona como una proposición de plegaria...Antes, yo estaba absorbido a cada rato, porque en las oraciones latinas había una calidad literaria y espiritual que no existe ni puede existir sino en latín...".

"Pienso en el Himno de Navidad Christe Redemptor Omnium. Es una música celestial y, al mismo tiempo, de una simplicidad evangélica: ¡ya no se lo canta más!" (Citado en "Sí y No" de Marcel Lefebvre-Editorial Iction-Buenos Aires 1978).

La destrucción de la Iglesia, a través de la destrucción de la misa, fue una idea de Martín Lutero, quien expresó: "Para herir en el corazón a la Iglesia Católica, ¡es la misa lo que habría que demoler! Sin embargo, para llegar segura y felizmente al fin, habría que conservar ciertos elementos de la antigua misa para no escandalizar con cambios demasiado bruscos" (Citado en "Sí y No").

El periodista José Hanu, coautor del libro mencionado, comenta al respecto: "Los enemigos de la Iglesia, alentados por el Concilio Vaticano II, han procedido exactamente de esta manera".

Pero la destrucción del rostro y de las simbologías asociadas a la Iglesia no resulta tan grave como la destrucción del cristianismo. Si bien nadie podrá cambiar la historia, cuando la Iglesia se aleja de las prédicas originales, ha de transmitir a las nuevas generaciones algo completamente distinto. La gravedad del caso se vislumbra en la expresión de Jorge Bergoglio: "Son los comunistas los que piensan como los cristianos".

Cuando un adolescente quiere saber algo sobre lo que el cristianismo implica, y escucha la expresión antes citada de la máxima autoridad de la Iglesia, seguramente la asociará a algún comunista que conoce. Y los comunistas de la actualidad, que saben muy bien lo que sucedió en la China de Mao, en la URSS de Stalin y en otras partes, y siguen creyendo y aplaudiendo tanta barbarie, harán que el adolescente comience a asociar el cristianismo con el marxismo, tal como lo hace un importante sector del clero.

Una vez producida la caída de la Unión Soviética y la adhesión de China a la economía de mercado, junto a la propiedad privada, la institución más influyente para la continuidad del comunismo tradicional es justamente la Iglesia Católica como institución, incluso con muchos sacerdotes promoviendo la violencia armada y el "terrorismo bueno" (el que favorece la llegada del socialismo). Ricardo de la Cierva escribió: "El padre José Luis Sicre, de la Compañía de Jesús, declaró no hace mucho durante un encuentro sacerdotal en Granada que, como profesor visitante en la Universidad Centroamericana de San Salvador donaba la mitad de su sueldo -de cuya escasez se quejaba- «para que los guerrilleros del Frente Farabundo Martí se compraran botas». El padre Sicre es ahora rector de la Facultad Teológica de Granada, donde reciben su más alta formación jesuitas españoles junto a otros miembros del clero" (De "Jesuitas, Iglesia y Marxismo"-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1986).

1 comentario:

agente t dijo...

La liturgia tiene un significado profundo y definidor de un credo, pero llevarla hasta el exceso de decir la misa en un idioma que la inmensa mayoría no entiende es un signo de extravagancia que sólo puede darse desde una situación de poder. Es renunciar a convencer por estar seguro de vencer, naturalmente por tener al brazo civil de tu entera parte.