domingo, 30 de julio de 2023

Deducciones lógicas en ciencia y en humanidades

Las distintas respuestas acerca de planteos de tipo filosófico o científico, provienen de la experimentación, pero también de la lógica. Si bien la lógica no da una garantía absoluta, puede ser una guía importante para establecer posibles soluciones. Este fue el caso de Galileo Galilei, quien mediante un razonamiento lógico dedujo la imposibilidad de que los objetos pesados cayeran a tierra antes que los livianos, como afirmaba Aristóteles.

Galileo pensaba que, al unir un cuerpo pesado A con uno liviano B, obtendríamos uno más pesado A+B, que debería caer antes que ambos cuerpos cuando estaban sueltos (de ser cierta la afirmación aristotélica). Además, el cuerpo liviano B (al estar atado al pesado A) retardaría a A, por lo que el conjunto A+B no podría caer antes que ambos cuando estaban sueltos. Sin tener que hacer la experiencia de arrojar distintos pesos desde la torre inclinada de Pisa, Galileo dedujo, mediante la lógica elemental, el error de Aristóteles. Algunos autores dudan de que haya hecho el experimento mencionado, si bien la mentalidad de Galileo era favorable a realizar experimentos concretos.

También Albert Einstein realizaba "experimentos imaginarios" para orientarse acerca de cómo funcionaría el mundo real. Así, teniendo presente que una onda electromagnética implica una variación de campos eléctricos y magnéticos, dedujo que, si un observador pudiera moverse junto a un haz de luz (que es una perturbación electromagnética) no vería más la luz, porque no habría tales variaciones. De esa forma dejaría de cumplirse la equivalencia entre el estado de reposo y el movimiento rectilíneo uniforme (principio de relatividad), deduciendo así que la velocidad de la luz debe ser la misma para cualquier observador en forma independiente a su estado de movimiento. De ahí vienen luego las complejidades de los distintos ordenamientos espaciales y temporales asociados a distintos obervadores en movimiento.

A continuación se transcribe una descripción acerca de cómo Tomás de Aquino "resuelve" el problema del bien y del mal, siendo uno de los temmas que mantenían despiertos a nuestros antepasados medievales:

EL BIEN Y EL MAL

Por Louis de Wohl

Por muchas cabezas bulle todavía la idea de que el bien y el mal son poderes «del mismo valor», antípodas inevitables y naturales, algo así como lo positivo y lo negativo.

El místico persa Manes basó su doctrina en este principio y nada menos que San Agustín fue durante algún tiempo uno de sus seguidores. Hasta el siglo XIII -una época en que se apreciaba más la lógica que en el siglo XX- no surgió una de las mejores cabezas de todos los tiempos, capaz de destruir una teoría según la cual, en definitiva, el demonio debía tener el mismo poder que Dios. La Iglesia la había condenado como herejía. Pero fue Tomás de Aquino quien encontró la solución para un problema que parecía no tener ninguna, y sabemos incluso en qué momento la encontró.

El dominico alto y corpulento era uno de los invitados a un banquete del rey Luis IX de Francia, el futuro San Luis. En lugar de participar en la conversación, Tomás permanecía silencioso y meditabundo. De repente levantó su brazo poderoso, golpeó con el puño fuertemente la mesa real y exclamó: «¡Así! ¡Esto es lo que destruye a los maniqueos!».

Silencio absoluto lleno de espectación. ¿Qué diría el rey ante un comportamiento tan contrario al ceremonial? Luis IX hizo lo que ya era típico en él. Inmediatamente mandó a llamar a su secretario con papel y recado de escribir para que escribiera enseguida lo que se le acababa de ocurrir a su invitado, con objeto de que no se olvidara.

El razonamiento que tuvo que anotar aquel buen hombre fue aproximadamente éste. El mal no tiene como el bien existencia substancial. No puede existir solo. Por el contrario, para su existencia, necesita de la existencia ya establecida del Bien. Se trata simplemmente de una imperfección o una perversión del Bien.

No tiene existencia por sí mismo, no tiene pues nada en sí, nada. Y eso lo vemos enseguida, si pensamos que se puede hacer algo bueno por un buen motivo, pero en cambio no se puede hacer nada malo por un mal motivo. Cualquiera que sea el mal que se pretenda hacer, siempre y sin excepción se hará por un motivo bueno en sí.

El ladrón roba para enriquecerse y para proporcionarse cosas buenas con el dinero obtenido criminalmente, es decir, de mala manera. Un hombre asesina al enemigo odiado. ¿Por qué? Para recuperar la propia estima satisfaciendo su venganza o para disfrutar con la espantosa agonía del enemigo. Pero no para perder la propia estima o para disgustarse por la muerte del enemigo.

El asesino quiere en definitiva proporcionarse algo «bueno» de forma depravada, infame, maligna; quiere un «bien» deformado y pervertido; pues recuperar la propia estima o proporcionarse alegría son cosas buenas en sí. Lo que pasa en estos casos es que el camino que se sigue es malo.

El odio, el afán de venganza, el sadismo, cualquier tipo de acto de violencia, todos los delitos, todos, necesitan la existencia primaria (¡es decir anterior!) del Bien y todos los delitos se cometen porque el delincuente esperar obtener de ellos algo bueno para sí. Por tanto, el Bien y el Mal no son iguales, no son antípodas naturales como lo positivo y lo negativo.

Que es lo que había que demostrar, como dice el matemático. Se había encontrado la fórmula fundamental para la solución del poderoso problema.

(De "Adán, Eva y el mono"-Ediciones Palabra SA-Madrid 1984).

1 comentario:

agente t dijo...

Es un clásico de la criminalística: el delito obedece, en los casos elaborados, a un cálculo racional y en los más espontáneos a un pálpito, inducido por la experiencia, igualmente racional, sopesándose en ambos casos costos y beneficios.