Por lo general, los gobiernos populistas expresan públicamente conceptos opuestos a lo que realmente persiguen con sus decisiones. De ahí que debe considerarse prioritario lo que hacen en lugar de lo que dicen. También el pueblo, cuando trabaja e invierte poco, apunta hacia el subdesarrollo y la pobreza, aunque pretenda un elevado nivel de vida. Carlos Mira escribió: “Decir que queremos tener un Mercedes Benz, pero conformarnos con los patrones de trabajo y de productividad que nos arrojan resultados compatibles con un Fiat 600 no es querer un Mercedes Benz. Querer es hacer cosas compatibles con la obtención de la meta querida. Donde se lea «no quiero hacer esas cosas», debe leerse «no quiero la meta»” (De “Así somos…y así nos va”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2007).
Existe también una inconsistencia lógica entre quienes aceptan las ventajas del capitalismo aunque rechazan las reglas del mismo; contradicción incluida en la vieja antinomia entre felicidad y competencia, ya que al tener éxito en una, se malogra la otra, si es que no se supo armonizarlas. Tal inconsistencia caracteriza la mentalidad anticapitalista, que surge generalmente de la envidia de quienes no tuvieron éxito laboral, y de ahí que se oponen al sistema que no les permitió ocupar el lugar social que anhelaban. En todos los ámbitos laborales existen triunfadores y perdedores, de ahí que sean estos últimos los que tienden a quejarse del “sistema”. Ludwig von Mises describe un caso típico que origina la mentalidad anticapitalista:
“Aquellos más eminentes, cuyos métodos e innovaciones ha de aprender y practicar si quiere mantenerse al día, fueron sus compañeros de facultad, trabajaron como internos juntos y asisten con él a las reuniones médicas. Los encuentra a la cabecera de los pacientes y en las fiestas de sociedad. Algunos son sus amigos personales o mantienen con él relación frecuente y todos le tratan con la mayor cortesía y se le dirigen llamándole «mi querido colega». Pero descuellan sobremanera en la estimación del público y también, a menudo, en la cuantía de sus honorarios. Al compararse con ellos siente humillación, pero, sin embargo, ha de vigilarse cuidadosamente para no dejar traslucir su resentimiento y envidia. La más ligera exteriorización de tales sentimientos sería considerada como signo de muy mala educación, convirtiéndole en un ser despreciable a los ojos de todo el mundo. Tiene que disimular su mortificación y desviar su ira cambiando de blanco. Denuncia la organización económica de la sociedad, el nefasto sistema capitalista. Si no fuera por este injusto régimen, sus capacidades y talentos, su celo y sus realizaciones le hubieran valido la gran recompensa que se merece” (De “La mentalidad anticapitalista”-Fundacion Ignacio Villalonga-Valencia 1957).
Los ataques hacia el capitalismo se concentran principalmente en los empresarios, a quienes se les atribuyen atributos morales cada vez peores a medida que resultan más exitosos. Luego, las grandes empresas multinacionales habrían de constituir el mal supremo. De ahí surge la tendencia populista de tratar de evitar el asentamiento de tales empresas hasta llegar al extremo de “vivir con lo nuestro”, es decir, prescindiendo totalmente de todo grupo empresario multinacional. William E. Simon escribió:
“El concepto de que «la riqueza es robo» debe ser repudiado. En la actualidad está presente, en forma implícita, en la mayoría de las declaraciones políticas que escuchamos. Es verdad que se puede robar riqueza, pero eso sucederá solamente después que esa riqueza haya sido producida; por otra parte, la diferencia entre riqueza robada y riqueza producida, es trascendental. Si un hombre obtiene su fortuna mediante fraude o el uso de la fuerza, es sencillamente un delincuente que debe ser entregado a la policía y a la justicia. Si ha ganado su fortuna honorablemente, gracias al intercambio voluntario de bienes y servicios, no es un delincuente ni un ciudadano de segunda clase, y por lo tanto debe ser tratado como tal. Una sociedad a la que se le enseña que los productores son delincuentes, terminará destruyendo su sistema productivo” (De “La hora de la verdad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1980).
Las ventajas que presentan tales empresas surgen por la razón de que, al operar en un mercado mundial, los precios de sus productos tienden a ser accesibles aun para los sectores menos favorecidos. Promueven, además, la transmisión del conocimiento tecnológico desde los países más avanzados hacia los restantes. De ahí que sean el principal factor del despegue económico de la China, ya que, en ese país antiguamente socialista, además de promoverse el sistema capitalista, resultó imprescindible la llegada de capitales productivos. Guy Sorman escribió:
“El destino de este país depende en gran parte de las decisiones tomadas en Occidente: sin las inversiones extranjeras, sin la importación de productos chinos, el desarrollo económico del país se vería interrumpido; el 60% de las exportaciones de China se efectúa por intermedio de empresas extranjeras; la supervivencia del Partido Comunista es tributaria de la relación privilegiada que tiene con quienes deciden en Occidente” (De “China. El imperio de las mentiras”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2007).
Recientes declaraciones de Jorge Castro, analista político internacional, efectuadas en el programa “Hora clave” (22/Set/13) (Canal 26) confirman el porcentaje mencionado por Guy Sorman. Incluso afirma que los porcentajes de las exportaciones chinas, efectuados por empresas multinacionales, son superiores al 60% cuando se trata de dispositivos de alta tecnología.
El éxito de la economía china se debe, sobre todo, a considerar el ritmo de crecimiento antes que el nivel económico general de la población, que todavía dista bastante de ser el deseado. Recordemos que hace muy pocos años logró superar el PBI del Japón; pero debe tenerse presente que este país tiene diez veces menos cantidad de habitantes que la China.
Cuesta bastante encontrar un país que le haya ido bien “viviendo con lo nuestro”, mientras que tampoco puede encontrarse un país que haya progresado bastante sin contar con amplios capitales de producción asociados a las empresas multinacionales. De ahí que resulta llamativo el convencimiento del pueblo argentino que se opone mayoritariamente al capitalismo, incluso detestando todo lo asociado al liberalismo, que resulta casi una mala palabra. De ahí el apoyo incondicional que un importante sector de la población brinda al modelo “nacional y popular” que ha favorecido la huida de capitales en forma sostenida. Entre las formas preferidas para ahuyentar capitales de inversión, podemos mencionar algunas decisiones adoptadas por el kirchnerismo como también otros inconvenientes permitidos, o favorecidos, por la ineficacia de su gestión:
1- Expropiación de empresas
2- Redistribución de sus ganancias permitida por los altos impuestos
3- Prohibición para llevar sus ganancias al exterior
4- Permitir la intervención estatal de las empresas a solicitud de accionistas minoritarios
5- Cambiar las leyes con bastante frecuencia promoviendo incertidumbre
6- Alta inflación e inestabilidad monetaria
7- Alta inseguridad urbana
8- Altos niveles de corrupción
Respecto de preguntas tales como: ¿Qué mágica combinación de impuestos, gasto deficitario y estímulos monetarios adoptará para “resolver” nuestros problemas?, que cierta vez le hacían los periodistas a un candidato populista, William E. Simon escribió: “Esas eran las preguntas que se hacían porque muy pocos sabían qué otras hacer y, en realidad, en lo que respecta al gobierno no hay otras: ésas son las únicas alternativas que se ofrecen a un Estado intervencionista. Puede confiscar, puede redistribuir lo que ha confiscado, puede gastar más de lo que dispone recurriendo a préstamos y emitiendo moneda sin respaldo. Hay una sola cosa que no puede hacer: producir riqueza”.
Quienes afirman que las decisiones económicas que impiden la llegada de inversiones a la Argentina se deben a una cuestión ideológica, antes que económica, posiblemente estén en lo cierto, aunque olvidan que el propio socialismo soviético se mantuvo por varios años gracias al aporte de empresas de Occidente. De ahí que pueda decirse que el socialismo no pudo prescindir del capitalismo, mientras que éste pudo prescindir del socialismo, lo que no resulta sorprendente. Alfredo Sáenz escribió:
“Existe una verdadera alianza entre los lideres soviéticos y los capitalistas de EEUU, afirmó Solzhenitsyn en una conferencia a los trabajadores norteamericanos, una permanente solidaridad de fondo entre la revolución soviética y el mundo liberal-capitalista de Occidente. Él mismo ha podido constatar cómo durante 50 años los hombres de negocios de Occidente han puesto el hombro. La economía chapucera y torpe de los soviéticos no hubiera podido superar las dificultades internas, sin la continua ayuda material y tecnológica de Occidente. Los planes quinquenales se llevaron a cabo sobre la base de esa ayuda, como el mismo Stalin lo reconoció en su momento. «Y si hoy en día la Unión Soviética tiene fuerzas militares y policiales poderosas…se las usa para aplastar nuestros movimientos a favor de la libertad en la Unión Soviética; también tenemos que agradecerles esto a los capitales occidentales»”.
“En el caso de que Occidente dejara de mantener económicamente a la URSS, pronto el comunismo tendría que abandonar el poder. La ironía de Solzhenitsyn se vuelve trágica: «Hago una sola petición: cuando nos entierren vivos en el suelo….como ustedes saben, es una sensación muy desagradable: la boca se le llena a uno de tierra, mientras está vivo todavía; por favor, no les manden palas. Por favor, no les manden los equipos más modernos para remover la tierra»” (De “De la Rus` de Vladímir al «hombre nuevo» soviético”-Ediciones Gladius-Buenos Aires 1989).
En la Argentina se ha intensificado la promoción del socialismo por la vía pacifica. Carlos Mira escribió: “El intelectual italiano del marxismo Antonio Gramsci, superó con creces las burdas inteligencias de Marx, Engels y Lenin. Estos tres no dudaban en proponer la abierta violencia para alcanzar los ideales colectivistas de la dictadura del proletariado. Pero Gramsci consideró que todo aquello era propio de las bestias. Lo que debía hacerse era conformar un verdadero ejército de propagadores (que él llamaba «intelectuales orgánicos») para que todos los centros de la transmisión de la cultura fueran copados por estos con el objetivo de cambiar los valores medios de la sociedad por la vía de un constante machaqueo colectivista”. “Así, la academia, la universidad, la escuela, la prensa y los medios en general debían ser cooptados por los intelectuales orgánicos que, con su mensaje de «gota china», horadarían los bastiones de la sociedad libre. Una vez que las convicciones medias de la sociedad fueran cambiadas por el mensaje cotidiano de los intelectuales orgánicos, la violencia no sería necesaria: la sociedad se entregaría a sus nuevos amos sin ofrecer resistencia” (De “La idolatría del Estado”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2009)
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