El poder, o la capacidad para influir sobre el resto de la sociedad, tiende a distribuirse entre los diversos organismos e instituciones, públicos y privados. Así, a los poderes del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial) se agrega la capacidad de influencia de los medios masivos de comunicación y de las empresas privadas, conocidos estos últimos como el cuarto y el quinto poder, respectivamente.
De la misma manera en que se hacen comparaciones entre quienes más ganan y quienes menos, a fin de buscar una equitativa distribución de la riqueza, se debería también comparar las posibles influencias que tienen los distintos sectores, ya que, mientras mayor sea la concentración de poder, mayor será el peligro que ha de afrontar cada ciudadano respecto de su libertad personal.
Previendo las debilidades humanas, el liberalismo propone, como un sistema de seguridad para la libertad individual, la plena división de los poderes políticos dentro del Estado como también la independencia mutua entre estos poderes respecto del periodismo y de las empresas, De ahí que se opone a la formación de monopolios privados como estatales, situación que puede simbolizarse de la siguiente manera:
Liberalismo = Ejecutivo + Legislativo + Judicial + Periodismo + Empresas
Como contrapartida, desde el socialismo se promueve la unificación del poder en manos del Estado, involucrando no sólo a los tres poderes políticos, sino al económico, el periodístico y el cultural. De ahí que el socialismo real se haya caracterizado por favorecer sociedades de tipo carcelario, ya que ello es una consecuencia ineludible de la concentración de poder, que puede simbolizarse de la siguiente forma:
Socialismo = Ejecutivo = Legislativo = Judicial = Periodismo = Empresas
Por lo general, se aduce que el político socialista a cargo del Estado tiene ambiciones de tipo social, orientadas hacia el bien de la colectividad, mientras que el empresario privado apunta hacia la búsqueda de ambiciones particulares, o egoístas. Sin embargo, en el caso real, no puede afirmarse que exista superioridad ética en alguno de los sectores, de ahí que convenga establecer, desde el marco legal, la máxima división posible del poder. Cuando una sociedad se orienta hacia el socialismo, lo hace desde la política avanzando sobre los demás poderes hasta absorberlos totalmente (“vamos por todo”). Se dice que, mientras mayor sea el Estado, más chica es la nación, ya que se limita la actividad privada.
Cuando el periodismo, o las empresas, avanzan sobre los poderes estatales, se dice que hacen lobby, que consiste esencialmente en influir sobre los políticos de turno para adquirir mayor poder. Aunque no siempre la influencia empresarial sobre los políticos ha de ser ilegal, o motivada por intereses sectoriales. Armando Alonso Piñeiro escribió:
“En el siglo XVIII, en el Reino Unido, los salones situados antes del recinto de sesiones de la Cámara de los Comunes se llamaban lobby, y eran frecuentados por representantes de distintos intereses comerciales o políticos que conversaban con los diputados para obtener ciertos favores. En cambio, el lobby como estructura parlamentaria formal data de 1884”.
“Un lobbyista es pues, un persuasor, si bien resulta preferible seguir adoptando la palabra inglesa, que delimita mucho mejor y más profesionalmente la actividad, ya que el persuasor va más allá de la instrumentación disciplinal, siendo aplicable a cualquier persona que se valga de la razón para obtener su propósito de convencer”. “Para algunos teóricos, la diferencia entre grupo de presión y partido político es que éste tiene por objeto la conquista del poder, mientras que aquél busca influir sobre quienes tienen el poder” (De “El quinto poder: teoría y práctica del lobbying”-Ediciones Macchi-Buenos Aires 1992).
En la década de los `50, se establece un conflicto entre el gobierno y algunos medios periodísticos, ya que ciertos diarios se oponen a perder la libertad de expresión, siendo cerrados por la dictadura peronista. Se advertía el avasallamiento de la prensa como síntoma de la orientación del país hacia el totalitarismo (todo en el Estado). Julio A. Ramos escribió:
“Volvamos a la mayor tragedia del periodismo argentino. «La Prensa» se había vuelto insoportable a los ojos del gobierno peronista y, más allá de su gravitación real, era tenido por un símbolo indeseable de la oposición más acérrima”. “Todo terminó, en forma rápida en aquel Congreso obsecuente, que expropió a «La Prensa» y la pasó a manos de la CGT”.
“Así cerró «La Prensa», el diario de mayor información periodística y un ejemplo de honorabilidad y amor a la libertad y a la democracia”. “No se trataba de un monopolio, en absoluto, sino de la preeminencia de un diario por su gran dignidad, cuando había enorme multiplicidad de medios antes de formarse «la cadena de diarios» del gobierno peronista”. “El periodismo argentino desde 1951 –cierre de «La Prensa»- hasta septiembre de 1955 (Caída de Juan Perón) prácticamente no existió” (De “Los cerrojos a la prensa”-Editorial Amfin SA-Buenos Aires 1993).
En la actualidad, se reedita parcialmente el conflicto entre poder político y medios periodísticos, tal el establecido por el kirchnerismo con el Grupo Clarín, pero esta vez se trata de un poder político en expansión que se enfrenta con un monopolio de medios de información, también en expansión. De todas formas, debe distinguirse entre monopolio natural, formado como consecuencia de la superioridad y la eficiencia de una empresa, del monopolio que se expande a través de acciones ilegales contra la competencia, como parece ser una característica del grupo mencionado. Julio A. Ramos escribió:
“Indudablemente, el gran problema, la gran acechanza de la prensa argentina en estos años `90 es el monopolio Clarín. Es el gran dominador, el gran pulpo que se extiende amenazante sobre toda forma de difusión, escrita o electrónica, que no se pliegue a sus designios de dominación, que va disecando a sus aliados y arrinconando a sus competidores. El que sorprende con un zarpazo a quien se creía ajeno y a salvo de sus apetencias. El que se disfraza de oveja para seducir gobiernos y luego se revela como un tigre agresivo cuando obtuvo sus fines”. “La tesis de este libro –alarmante, sin duda- es que un monopolio de prensa tiene una tendencia natural al ahogo de la competencia y a la expansión mucho mayor que la que mostraría un sujeto malvado que buscase deliberadamente el mismo fin. Y al final la conclusión será inevitable: si un mal es natural y creciente sólo la legislación puede detenerlo, porque aunque se diera el caso de que los monopolios fueran dirigidos por hombres comprensivos y buenos, eso sería insuficiente para frenar sus desbordes sobre el cuerpo social”.
Como típica maniobra de Clarín, el citado autor menciona: “Millones de personas del interior del país que en junio de 1993 no podían ver los partidos de fútbol de la «Copa América», que se disputaba en Ecuador, no conocían la razón de esa penuria. Ignoraban que detrás de eso también estaba el monopolio Clarín manipulando las televisaciones para debilitar a los canales de cable más sólidos, dándole las transmisiones a los más débiles para luego ir a ofertar la compra del grande y terminar dominando a los dos. Denunciar eso fue parte de una lucha constante que puede significar para muchos medios, un enfrentamiento de David contra Goliat. Pero en el futuro, puede significar la lucha de David contra toda la Biblia”.
La estrategia del kirchnerismo, en materia de medios de información, consiste esencialmente en desplazar al Grupo Clarín para reemplazarlo por un monopolio estatal-partidario bastante mayor que aquel. Incluso los medios de difusión estatales, en lugar de estar al servicio de la nación, lo están respecto al partido gobernante. Edi Zunino escribió: “Que nadie se llame a engaño: la persuasión, la cooptación y el último recurso de destruir el potencial oponente son tres acciones que, en materia política, suelen costar mucho dinero. Subordinar empresas periodísticas, condicionar libertades y adquirir diarios, revistas y radios a granel implican inversiones y esfuerzos carísimos. El tamaño de la «caja» sí que importa. Paga el contribuyente” (De “Patria o medios”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2009).
En cuanto a los medios, públicos o privados, y programas a favor del kirchnerismo, Luis Majul da la siguiente lista:
a) Grupo Szpolski: Revista Veintitrés. 7 Días. Newsweek. Diagonales. Miradas al Sur. Radio América. Diario El Argentino. Diario Tiempo Argentino. CN23 Noticias. La Gaceta del Cielo.
b) Diego Gvirtz: 6,7,8 (Canal 7). Duro de Domar (Canal 7). TVR (Canal 7). Diario registrado (digital).
c) Víctor Hugo Morales: La Mañana (Radio Continental). Bajada de línea (Canal 9),
d) Grupo Electroingeniería: Radio del Plata.
e) Editora 12: Página 12. Rosario 12.
f) Grupo Olmos: Diario Crónica. Diario El Atlántico. Crónica TV. BAE Económico.
g) Sistema Nacional de Medios Públicos: Canal 7. Radio Nacional. Canal Encuentro. Agencia Telam. Telesur.
h) Editorial Debate. Revista Debate.
i) Grupo Rudy Ulloa: El Periódico Austral. Revista Actitud. FM Estación del Carmen. FM Calafate. Cielo Producciones. Sky Producciones.
j) Madres de Plaza de Mayo: Revista Sueños Compartidos. Radio AM 530.
k) Grupo Hadad: Señal de noticias C5N. Radio 10. FM Mega. FM Pop. FM Vale. Infobae.com (De “Él y ella”-Planeta-Buenos Aires 2011).
En la actualidad, si no fuese por los canales televisivos del Grupo Clarín, y alguno que otro canal, no podríamos enterarnos de la realidad nacional, ya que el resto es incondicionalmente oficialista, y repite lo que viene desde “arriba”. Si bien Clarín es un monopolio, sus medios periodísticos son creíbles por cuanto tratan de mantener su prestigio, mientras que los medios oficialistas son seguidos por quienes prefieren escuchar que casi no hay inflación, ni pobreza, ni inseguridad, ni crisis energética, etc., además de las habituales burlas y difamaciones hacia la oposición. Jorge Lanata expresó: “El periodismo es independiente; si no, no es periodismo”. “Si no somos periodistas, hacemos publicidad”. “El 90% de los medios está alineado con el gobierno” (De “Noticias del poder”-Jorge Halperín-Aguilar-Buenos Aires 2007).
En cuanto a la ley de medios, puede decirse que fue realizada especialmente para destruir al Grupo Clarín y para afianzar el monopolio kirchnerista. La ley contempla que los grupos periodísticos pueden tener hasta una tercera parte del total, una tercera parte el Estado y otra tercera parte las organizaciones de la sociedad civil. Como éstas, por lo general, no disponen de capital suficiente, será el Estado quien las subsidie, por lo que han de depender finalmente del Estado, o del partido gobernante, con lo que se facilita la formación de un monopolio estatal casi absoluto. Edi Zunino escribió: “Oponerse a un objetivo aparentemente tan noble como la distribución de un tercio de las radios y los canales entre sociedades de fomento, sindicatos, universidades, organismos de derechos humanos, ONG representativas de los «pueblos originarios» y asociaciones filantrópicas hubiera sonado tan políticamente incorrecto como manifestarse en contra del articulo 14 bis de la Constitución Nacional……”.
“A los entusiastas promotores de esta parte declarativa del proyecto les faltó preguntarse, aunque más no fuera para evitar futuros desencantos, quién financiará el equipamiento tecnológico y el mantenimiento a largo plazo de esas emisoras y sus trabajadores. Jamás podrían ser los operadores privados, ya que el proyecto les prohibió expresamente la creación de fundaciones u otros artilugios para hacerse de ellos ante la primera oportunidad. Por lo visto, ni los funcionarios que redactaron el nuevo menú de opciones ni sus asesores universitarios tuvieron en cuenta algo que quienes trabajan en los medios sufren a diario: la finitud de la torta publicitaria comercial que, además, suele inclinarse hacia los soportes que garantizan masividad inmediata. Lo que no podía desconocer el gobierno era que un sinnúmero de medios en manos de sociedades anónimas eran esclavos de la pauta publicitaria desde mucho antes de que se pergeñara la ley. La disposición pareció orientada desde su origen a que el Estado, es decir, el Gobierno de turno, termine convirtiéndose, en nombre de la libertad de prensa, en el verdadero conductor y financista de una pretendida revolución mediática”.
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