Aunque la propia naturaleza, mediante la reproducción sexuada y la herencia genética, busca la variedad y la desigualdad de los seres humanos, en muchos sectores se admite que la igualdad, en todos los aspectos, es una meta que debemos perseguir. El biólogo Ernst Mayr escribió: “Hay muy pocas características humanas que no presenten una enorme variación (poliformismo) en cada población. Esta diversidad es, precisamente, la base de una sociedad saludable. Permite la división del trabajo, pero también exige un sistema social que haga posible que cada persona encuentre el nicho concreto de la sociedad para el que está mejor adaptada”.
“Casi todo el mundo está a favor de la igualdad y está de acuerdo en que igualdad significa igualdad ante la ley e igualdad de oportunidades. Pero no significa identidad total. La igualdad es un concepto social y ético, no un concepto biológico. Olvidar la diversidad biológica humana en nombre de la igualdad sólo puede provocar daños; ha constituido un impedimento en la educación, en la medicina y en muchas otras actividades humanas” (De “Así es la biología”–Editorial Debate SA-Madrid 1995).
Desde las épocas de Adam Smith se reconocen las ventajas de la división (o especialización) del trabajo. Para el establecimiento de una productividad aceptable, es imprescindible una gran diversidad en las características y en las preferencias laborales de los distintos seres humanos. Una superioridad parcial, existente y necesaria, no es admitida por todos, ya que, respecto de quienes nos superan, se pueden adoptar dos actitudes extremas: una consiste en emularlos o imitarlos, mientras que la otra actitud implica envidiarlos o bien negar los valores y habilidades que posean.
Como la envidia resulta moralmente dolorosa para todo individuo, quienes renuncian a la emulación de los mejores, pueden caer en la actitud del resentido; persona que se protege de toda posible superioridad ajena negando todo tipo de valor asociado a posibles conquistas o acciones humanas. Gonzalo Fernández de la Mora escribió: “El envidioso estima los valores, pero le duele que los posea otro y le hagan más feliz. En cambio, el resentido llega a negar los valores y aun a considerarlos contravalores” (De “La envidia igualitaria”–Editorial Planeta-Barcelona 1984).
El símbolo de la justicia es una balanza en equilibrio; de ahí que la igualdad sea considerada como una condición de justicia. Cuando se habla de justicia social, se acepta tácitamente una igualitaria distribución de la cosecha, aunque generalmente se descarta una previa e igualitaria distribución de la siembra. De ahí que muchos creen ser “generosos” apoyando la posibilidad de repartir medios económicos ajenos una vez “cosechados”. Gonzalo Fernández de la Mora escribió: “Los demagogos apelan a la envidia porque su universalidad hace que todos los hombres sean víctimas potenciales y porque la invencible desigualdad de las capacidades personales y la irremediable limitación de muchos bienes sociales hacen que, necesariamente, la mayoría sea inferior a ciertas minorías. El cultivo de ese sentimiento de inferioridad envidiosa es la táctica política dominante, por lo menos, en la edad contemporánea. El demagógico fomento de la envidia, como cuanto se refiere a ese sentimiento inconfesable, no se realiza de modo franco, sino encubierto. Un enmascaramiento muy actual de la envidia colectiva es la llamada «justicia social»”.
El capitalismo privado tiende a producir diferencias económicas y sociales, pero con grandes rendimientos productivos. Las economías dirigidas desde el Estado, por el contrario, buscan la igualdad económica generalmente asociada a una reducida productividad. En un caso tenemos la desigualdad en la riqueza y en el otro caso la igualdad en la pobreza. Respecto de la actitud del que prefiere una u otra opción, podemos ejemplificarla suponiendo el caso de alguien que tiene que elegir a sus vecinos. Si se trata de una persona no envidiosa, preferirá que sus vecinos tengan mucho dinero. De esa manera, en caso de que alguna vez le falten los medios económicos básicos, es posible que reciba alguna ayuda de quienes más tienen. Por el contrario, la persona envidiosa preferirá tener vecinos con menos recursos que él. Cuando le falte algo, casi nadie podrá ayudarlo. Como siempre, la búsqueda de la felicidad en forma simultánea con éxito competitivo, no resulta recomendable. (Se ha ignorado, en el ejemplo mencionado, la tendencia de la gente pobre a ser solidaria, algo que muchas veces no sucede con los que más tienen).
Las tendencias políticas de izquierda y derecha pueden asociarse, respectivamente, a la búsqueda prioritaria de la igualdad y a la búsqueda de la libertad, según lo propone el escritor Norberto Bobbio. La igualdad económica fue la meta de la sociedad comunista, aunque para ello se debió restringir totalmente la libertad. La sociedad liberal tiende a producir desigualdades, de ahí que deban buscarse soluciones intermedias, ya que la falta de libertad hace desdichada la vida del hombre, mientras que las desigualdades sociales notorias crean tensiones que podrán llevar a conflictos insuperables. C. Bouglé escribió: “La igualdad de oportunidades no está hecha para borrar, sino para poner de relieve la desigualdad de capacidades”.
Si tratamos de promover un orden social que satisfaga al que compite con poco éxito, estaremos favoreciendo al envidioso. En el ámbito educativo, en alguna ocasión se llegó al extremo de aceptarse que el abanderado del establecimiento surgiera de la elección de sus propios compañeros, desconociéndose los logros educativos anteriores. Al no otorgarle la distinción que merecía, el establecimiento permitió premiar, alguna vez, al que no realizó méritos suficientes. En estos casos, no se logró una injusta igualdad, sino una injusta desigualdad, algo todavía peor.
El lema igualitario del marxismo sugiere “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”, lo que implica que se debe sembrar según su capacidad (desigual) y cosechar según su necesidad (igualitariamente). Este “igualitarismo” se opone a la “meritocracia” que contempla el esfuerzo y las capacidades individuales, tal como lo impulsa la tendencia liberal.
La mentalidad que “protege” la actitud del envidioso puede ejemplificarse en el caso de una reunión de aficionados a la filosofía. En tal caso, se considera tan valiosa la opinión del que se dedica al tema desde mucho tiempo atrás, como la del adolescente que piensa por primera vez acerca del tema debatido. En un ámbito como el descrito, predominará la mediocridad. La excesiva “igualdad” impedirá la enseñanza y el aprendizaje, ya que se acepta tácitamente que nadie sabe más que otro. El lema “nadie tiene la verdad”, es equivalente a “cualquiera tiene la verdad”, mientras que la realidad es que algunos están más cerca de la verdad que otros, que es algo distinto.
Así como los procesos térmicos requieren de un inicial desequilibrio térmico y los procesos eléctricos requieren de cierto desequilibrio eléctrico inicial, los procesos sociales también han de ser impulsados por ciertas desigualdades previas. Tal concepto es sustentado por el economista John Rawls. Al respecto, Raymond Boudon escribe: “Consciente de que esta elevación del nivel de base sea obtenida mediante un aumento de las desigualdades, poco importa que el rico se torne más rico si se puede demostrar que ello permite al pobre volverse menos pobre: ése es el mensaje de las curvas rawlsianas. Tal es el contenido del célebre principio de diferencia: la diferencia entre el mejor y el peor dotados debe justificarse por el hecho de que contribuye a mejorar la condición del segundo” (Citado en “Los profetas de la felicidad” de Alain Minc – Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2005).
La violencia social tiene dos estímulos principales: el lujo, y la posterior ostentación, por una parte, y, la demagogia izquierdista que culpa de todos los males, con exclusividad, a la clase productiva y empresarial. Se le informa al menos pudiente, día a día, instante a instante, que toda la culpa de sus males y de su sufrimiento la tiene el que posee una aceptable situación económica. Así, luego del asesinato de la mujer de un empresario, víctima de un robo, no resultó extraño que alguien justificara tal acción diciendo que el que tiene dinero suficiente “lo robó antes o lo robó ahora”. El ciudadano común impulsa la violencia urbana de la cual incluso alguna vez podrá ser una víctima.
La búsqueda de la igualdad económica presupone una igualdad en el grado de felicidad a lograr. De ahí los intentos por llegar a esa situación. En cambio, debe admitirse que la felicidad está ligada también a los aspectos afectivos o éticos, como también a aquellos intelectuales o culturales.
La igualdad que debemos contemplar es aquella que surge del hecho de estar regidos por una ley natural única y universal. Sólo desde allí tiene sentido impulsar la igualdad de los hombres. Así, el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, nos conduce hacia esa igualdad natural, apuntando a lograr la felicidad, pero no a satisfacer nuestra tendencia competitiva. G. Thibon escribió: “El igualitarismo cristiano, basado en el amor que eleva, implica la superación de las desigualdades naturales; el igualitarismo democrático, basado en la envidia que degrada, consiste en su negación” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de P. Foulquié–Editorial Labor SA-Barcelona 1967).
La lucha ideológica entre marxismo y cristianismo sigue todavía vigente; el primero trata de establecer un orden social artificial que busca liberar al individuo de la envidia. El cristianismo, por el contrario, trata de eliminar la envidia a través del sentimiento del amor. A partir de ahí podrá construirse un orden social natural que será beneficioso para todos.
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