Se considera a la violencia como la consecuencia necesaria de la actitud del odio, siendo importante distinguir entre la agresividad, propia de nuestra naturaleza humana, y la violencia, que resulta ser un atributo adquirido y que depende de la influencia del medio social y familiar, si bien tales influencias afectan de distinta manera a los distintos individuos. José Sanmartín escribió: “Considero necesario distinguir entre la agresividad (biología) y la violencia (cultura o ambiente). Los seres humanos somos agresivos por naturaleza, pero violentos por cultura”. “La biología nos hace agresivos; pero es la cultura la que nos hace pacíficos o violentos”.
“Los mecanismos cerebrales conectados con la agresividad son unos; los mecanismos cerebrales conectados con la violencia son, en su núcleo, en su meollo, los mismos que los de la agresividad, pero a ellos se añaden nuevos circuitos conectados con la historia social del individuo (lo que aprende a lo largo de su vida). Los primeros permiten la reacción automática y, por tanto, involuntaria ante ciertos estímulos; los segundos no promueven reacciones, sino acciones conscientes. Y la violencia, tal como yo la entiendo, es toda acción (o inacción) consciente que causa un daño a terceros, daño que puede ser de muy diverso tipo (físico, psicológico, sexual, económico…)”.
Las respuestas emocionales están asociadas a la empatía; fenómeno psicológico por el cual nos ubicamos imaginariamente en las emociones y sentimientos ajenos para compartirlos, o bien para rechazarlos; consistiendo en las tres posibilidades siguientes:
a) Empatía positiva: se comparten las penas y las alegrías ajenas como propias (actitud de amor)
b) Empatía negativa: las penas ajenas producen alegría propia, mientras que las alegrías ajenas producen tristeza propia (actitud de odio)
c) Ausencia de empatía: anormalidad del comportamiento (asociada a los psicópatas)
En la persona cuyo comportamiento favorece los vínculos sociales, predomina la empatía positiva, mientras que en la que impide tales vínculos predomina la empatía negativa. En cuanto a los atributos típicos de los psicópatas, el mencionado autor escribió: “Se trata de individuos cuya personalidad y conducta están fuertemente alteradas, por los menos, en tres vertientes. En la vertiente de sus relaciones interpersonales, estos individuos, desde un marcado egocentrismo y narcisismo, tienden a manipular a los demás, engañándolos con mucha frecuencia”.
“En el plano afectivo, se trata de personas que son incapaces de ponerse en el lugar de los otros o, dicho técnicamente, incapaces de empatizar. Esa falta de empatía quizá explica otras notas de la personalidad del psicópata, como su carencia de ansiedad y de sentimiento de culpa. Pues, al no poder ponerse en el lugar de otro, es incapaz de sentir lo que le hace, aun sabiendo lo que hace. Y, al no sentir lo que hace, al no sentir el daño que causa a los otros, no se siente responsable de sus actos y, en consecuencia, no tiene nada de qué arrepentirse”.
“Hay un tercer plano en el que el psicópata sufre graves trastornos: el de la conducta. El psicópata se comporta antisocialmente. No asume ni las normas ni las convenciones sociales. Las usa en su favor y las transgrede cuando le viene en gana”. “Lo dicho no significa que todo psicópata acabe convertido en un asesino. Hay autores que en este punto suelen hacer la broma de que, si los psicópatas son de casa bien, se hacen ejecutivos o políticos famosos; pero si son de casa mal, se convierten en asesinos” (De “La violencia y sus claves”-Editorial Ariel-Barcelona 2013).
Considerando la verdad parcial asociada al humor, puede decirse que los políticos populistas, al favorecer la violencia colectiva, son en realidad psicópatas, ya que se caracterizan por ser egocéntricos, tendiendo a manipular y a engañar al pueblo a través de mentiras reiteradas. Ignoran las leyes y la Constitución, transgrediéndolas a su favor, etc. Al ser aclamados por el pueblo, se produce un proceso de identificación entre el psicópata y la masa popular, incitándolas al odio hacia los sectores opositores.
Es posible que exista una transición gradual que va desde la persona que tiene empatía positiva hasta la que tiene empatía negativa, pasando por la ausencia total de ese atributo. Estos comportamientos típicos no sólo dependen de nuestras características heredadas, ya que podemos mejorarlos o empeorarlos según sea la influencia social recibida y de la receptividad en cada caso. De ahí que los intentos de mejoramiento personal pueden establecerse luego de ser conscientes de nuestras acciones y de sus efectos, actuando el razonamiento posterior como un elemento que condicionará nuestro comportamiento emocional futuro siendo el medio natural que disponemos para acrecentar nuestra capacidad de empatía positiva, o capacidad de amar al prójimo. Podemos decir que los sentimientos son los condicionantes posteriores de nuestro nivel de empatía. José Sanmartín escribió: “El sentimiento es la reflexión sobre la emoción”. “Se denomina «sentimiento» a la consciencia de las emociones”.
Entre las causas generadoras de violencia doméstica aparece la desigualdad familiar entre hombre y mujer, lo que también se conoce como “machismo”. Esta tendencia se opone a la igualdad esencial promovida por el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, sugerencia que, al utilizar la palabra prójimo, no distingue entre hombre y mujer. El autor citado escribió al respecto: “Aunque violencia contra la mujer la hay en todo tipo de familias, predomina en la familia fuertemente jerarquizada en la que el varón adulto ejerce el poder verticalmente (de arriba hacia abajo) de acuerdo con las leyes implícitas (cuando no explícitas) de la cultura patriarcal. Esas leyes exigen el respeto y la obediencia del subordinado, de forma tal que los de abajo únicamente suelen tener obligaciones con los de arriba. Los derechos fluyen de arriba hacia abajo; los deberes a la inversa”.
En forma análoga, cuando existe un desequilibrio entre deberes y derechos en la sociedad, decimos que existe cierta desigualdad social, como ocurre cuando se supone que sólo un sector tiene la obligación de producir y repartir sus ganancias entre los demás, mientras que otros tienen sólo el derecho a ser mantenidos por el resto de la sociedad a través del Estado, aun sin trabajar; ya que ni siquiera se les asigna el deber de ser capaces de mantenerse a si mismos. Igualdad social debe significar igualdad tanto de deberes como de derechos.
Cuando a alguien se le imponen obligaciones y a otros no, tiende a no cumplirlas, mostrando cierta actitud de rebeldía, mientras que, cuando a alguien se le otorgan derechos y a otros no, tiende a protestar cuando no son satisfechos. José Ortega y Gasset caracterizaba al hombre masa como alguien que suponía tener solamente derechos, desconociendo sus obligaciones. Así, el fenómeno de la rebelión de las masas implica la insatisfacción del hombre-masa que opta por elegir a un psicópata como líder político, para que defienda sus derechos y le otorgue otros.
También los medios de comunicación favorecen la violencia. José Sanmartín escribió: “Los dos jóvenes que en 1999 mataban a doce compañeros y a un profesor de un instituto de Denver no eran sólo hiperaficionados a la visión de películas violentas; ellos mismos concibieron su lamentable acción como el salto a la fama que los haría dignos personajes de algún filme rodado por Spielberg o Tarantino”.
En cuanto a las ideologías que promueven el odio racial y el de clases, respectivamente, la primera, el nazismo, quedó “pasado de moda”, mientras que al marxismo se lo rechaza tan sólo por su ineficacia en el ámbito económico. Así como alguna vez se habló de “la miseria de la filosofía”, o de “la miseria del historicismo”, debería hablarse de la “miseria de la sociología” al aceptar en su propio ámbito una ideología violenta como el marxismo. Las ideologías totalitarias, cuyos nefastos efectos han podido comprobarse sin dejar dudas, sólo sirven para enmascarar el odio que sintieron sus creadores y que sienten sus propagadores. También los nacionalismos y las religiones tienden a generar violencia en contra de los demás sectores. Henri Baruk escribió:
“¿Existirían, pues, dos variedades de odio, una patológica, otra normal? No lo creemos. Todas las observaciones que hemos podido hacer acerca del odio de los alienados nos han mostrado que estos odios tienen exactamente los mismos mecanismos, las mismas raíces y las mismas leyes que los de los sujetos llamados normales: la única diferencia es que los primeros están poco o mal disimulados, mientras que los segundos están hábilmente enmascarados o disfrazados por la razón: en los dos casos el punto de partida es una tendencia inconfesable que va acompañada de un sentimiento de vergüenza, pronto reprimido y transformado”.
“En los dos casos, la personalidad trata de disculparse ante los ojos de otro y ante sus propios ojos utilizando para una mala causa todo el aparato de la razón: ésta se halla entonces como domesticada, a la manera de un cuerpo de juristas sin conciencia al servicio de un poder absoluto que persiguiera fines criminales. Estos juristas elaborarán textos amplios y en apariencia sólidamente fundados a fin de dar una justificación racional a hechos abominables. La razón sirve entonces para falsear la verdad y para darle al crimen la máscara de virtud. Por eso no es, en tal caso, más que un instrumento”.
“En el odio del hombre normal la razón construye con gran habilidad una red apretada de pruebas y contrapruebas todas ellas escogidas, claro es, como verosímiles y que son tanto más abundantes cuanto más falso es su punto de partida. Cuanto más grande es su culpabilidad tanto más considerable es el esfuerzo del individuo y este esfuerzo está dotado de un dinamismo pasional, de una perseverancia y de una energía inauditas que tienden todas las fibras de la personalidad hacia este resultado diabólico. Por eso este resultado se alcanza a menudo, ya que casi todos consideran perentorias las leyes demostrativas de la razón. En general, nadie duda de que se pueden falsificar los principios racionales, por lo menos cuando el punto de partida es falso, pero cuanto más densa y rigurosa es la construcción racional, tanto menos se experimenta la necesidad de verificar el punto de partida”.
“Esta curiosidad supondría una fuerza y un intenso amor por la verdad que son muy excepcionales, por lo menos en la humanidad actual. Por eso estas falsificaciones tienen tanto más éxito cuanto que atañen a gentes egoístas, amigas de su tranquilidad y cuya abulia y cobardía tolera de antemano todos los crímenes, siempre que dejen intactos sus intereses y su dicha. Además, es un hecho frecuente que los espíritus racionales son, igualmente, más a menudo engañados por las falsedades que las almas sencillas y rectas. Esto se comprende, puesto que concediéndole los primeros un valor absoluto a la razón están dispuestos a inclinarse ante todo aparato racional bien construido, aun si recubre el error. Por eso, intelectuales refinados pueden ser en este dominio, ya sea por una baja moral, o bien por el punto ciego de la razón, muy inferiores a espíritus poco cultivados pero dotados instintivamente de un sentido psicológico mucho más profundo” (De “Psiquiatría moral experimental”-Fondo de Cultura Económica-México 1960).
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