El final del Imperio Soviético y del socialismo estuvo precedido por una severa crisis social y económica que requirió de sus autoridades un intento final por salvar la estructura tradicional del sistema. Tal reestructuración, si bien constituyó cierto acercamiento al sistema capitalista, no fue considerado como tal por cuestiones esencialmente ideológicas, ya que en realidad existen sólo dos posibilidades para la organización de la economía, de ahí que todo cambio implica acercarse a uno y alejarse simultáneamente del otro sistema. Ramón Tamames escribió: “Con las palabras perestroika (reestructuración) y glasnost (transparencia) se resumen las reformas emprendidas en la URSS desde 1985 para modernizar y democratizar la economía y la sociedad. Mijaíl Gorbachov tomaba la dirección, tantas veces anhelada, de más libertad, mayores cotas de bienestar, autonomía de las empresas y renovada capacidad innovadora frente a la asfixiante planificación centralista” (Del prólogo de “La perestroika económica” de Abel Aganbegyan-Ediciones Grijalbo SA-Buenos Aires 1990).
No existe una tercera vía, tal como un “socialismo de mercado”, por cuanto en la sociedad capitalista las decisiones económicas son tomadas por cada individuo a través de la planificación de sus propias vidas, o bien todas las decisiones, incluyendo la planificación económica colectiva, será llevada a cabo por quienes dirigen a la sociedad comunista. En el mercado, el empresario orienta su producción según la demanda observada de sus productos, de ahí que ambas decisiones (demanda y producción) están vinculadas cercanamente. Alberto Benegas Lynch (h) escribió: “Separar la producción de la distribución es imposible, ya que se trata del mismo proceso. La redistribución genera mala inversión de recursos, lo que a su vez hace que se consuma capital, resultando de este proceso menores ingresos y salarios. De esta forma, cuando el Estado interviene en la economía, redistribuyendo coactivamente, termina generando un efecto exactamente inverso al buscado, perjudicando en especial a los más desposeídos” (De “Socialismo de mercado”-Ameghino Editora SA-Rosario 1997).
Entre los aspectos más notorios de las deficiencias del sistema socialista tenemos, por una parte, la excesiva centralización de las decisiones económicas. En lugar de ser cada uno de los millones de habitantes quienes decidirán sus vidas, eligiendo distintas alternativas cotidianamente, respecto de qué hacer en el presente vislumbrando y proyectando un futuro, son las autoridades políticas quienes “sabiamente” decidirán el destino de cada habitante. Además de no existir tanta sabiduría concentrada en una persona normal, no es factible manejar una cantidad formidable de información para luego decidir en función de ella, lo que provoca una ineficiencia manifiesta en todo el sistema. Abel Aganbegyan, asesor de Gorbachov, escribió:
“El problema principal consiste en sustituir el sistema de administración mediante órdenes, que ha regido en nuestro país durante los últimos cincuenta años, por un sistema de administración radicalmente nuevo, basado en la utilización de los métodos económicos: desarrollo del mercado y de los mecanismos financieros y crediticios, afirmación de los estímulos económicos, y todo esto bajo la influencia determinante de una democratización general y de la aceptación de la autoadministración”.
“El fundamento del nuevo sistema global de dirección consiste en proporcionar una independencia económica a los principales eslabones productivos de la economía, o sea a las empresas o asociaciones. El Estado no es responsable de sus cuentas y las empresas no son responsables de las deudas del Estado. Se acepta el pluralismo en las relaciones de propiedad: además de las empresas estatales, se crea un importante sector cooperativo y se desarrolla la actividad artesanal, que penetra en todas las esferas de la economía”.
Además de los problemas derivados de la planificación central de la economía, los sistemas socialistas presentan una ausencia de incentivos para promover el trabajo y la innovación. Ramón Tamames escribió: “El propósito de la reforma abordada por Gorbachov consiste en generar bienestar, sobre la base de producir toda clase de artículos de alta tecnología. Se propone superar el grave atraso de muchos sectores y proporcionar incentivos salariales y extrasalariales a los trabajadores para elevar la productividad «el que trabaja mejor debe poder vivir mejor». Persigue erradicar el derroche, evitar las producciones invendibles por su mala calidad y de aumentar la competitividad acabando, gradualmente, con los sistemas de subvenciones que, cubriendo pérdidas, fomentan la ineficiencia de muchas empresas”.
Respecto de los problemas socialistas, Ricardo Bebczuk escribió: “¿Qué gobierna nuestras decisiones de trabajo e inversión? Nos gustaría decir que es la vocación de servicio o el compromiso con la sociedad, pero la respuesta correcta tiene menos poesía: el incentivo a la ganancia. Aquí es donde falló el principio comunista que pregonaba «de cada uno según su capacidad; a cada uno según sus necesidades». Incluso con sus métodos autoritarios, el sistema no consiguió el resultado esperado. Ausente el incentivo de un ingreso acorde a la capacidad, las personas optaron por trabajar de acuerdo a sus necesidades; del otro lado del escritorio, los gobernantes no se contentaron con un ingreso acorde a sus necesidades y, mucho menos, acorde a su capacidad. Faltaron los incentivos para que cada uno diera lo mejor de sí y los controles para evitar lo peor de cada uno. Se impusieron reglas asfixiantes hacia un lado y se dejó sin reglas al otro sector” (De “Para entender la economía”-Galerna-Buenos Aires 2012).
Las deficiencias del sistema socialista, en la URSS, han sido también descriptas por el propio Mijaíl Gorbachov, quien escribió: “En cierta etapa –eso se vuelve particularmente claro en la última mitad de los años setenta- sucedió algo que resultó a primera vista inexplicable. El país comenzó a perder impulso. Los fracasos económicos se volvieron más frecuentes. Comenzaron a acumularse las dificultades y se multiplicaron los problemas sin resolver. Elementos de lo que nosotros llamamos estancamiento, y otros fenómenos ajenos al socialismo comenzaron a aparecer en la vida de la sociedad. Una especie de «mecanismo de freno» afectaba el desarrollo social y económico. Y todo eso sucedía al mismo tiempo que la revolución científica y tecnológica abría nuevas perspectivas para el progreso social y económico”.
“El impulso a la producción bruta, en particular en la industria pesada, se convirtió en un objetivo «prioridad uno», casi un fin en sí mismo. Lo mismo sucedió con la capitalización, donde una considerable parte de la riqueza nacional se convirtió en capital ocioso. Hubo costosos proyectos que nunca fueron dignos de los más altos niveles científicos y tecnológicos. El trabajador o la empresa que había gastado la mayor cantidad de trabajo, material y dinero, era considerado el mejor. Es natural que el productor trate de «agradar» al consumidor, si puedo expresarlo de esa manera. Sin embargo, en nuestro país el consumidor se encontró totalmente a merced del productor, y tuvo que conformarse con lo que éste decidiera ofrecerle. Esto era, nuevamente, consecuencia del impulso de la producción bruta”.
“Se convirtió en algo típico de nuestros especialistas en economía, el pensar, no en cómo elevar el activo nacional, sino en cómo colocar más material, mano de obra y horas de trabajo en una partida, para venderla a precios altos. Por lo tanto, a pesar de esa «producción bruta», había escasez de productos. Nosotros gastamos; de hecho estamos todavía gastando mucho más en materias primas, energía y otros recursos, por unidad de producción bruta, que otras naciones desarrolladas. La riqueza de nuestro país, en términos de recursos naturales y mano de obra, nos ha echado a perder; incluso podría decirse que nos ha corrompido” (De “Perestroika”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1987).
Lo que resulta difícil de entender, respecto de los adeptos al socialismo, son sus criticas al liberalismo por cuanto éste recomienda adaptarse a las leyes del mercado, teniendo presente que en un sistema capitalista no ocurrirían los errores económicos elementales descriptos por el citado autor. En cuanto a la corrupción inherente al sistema, Gorbachov escribe: “Las actitudes parásitas estaban aumentando, el prestigio del trabajo cuidadoso y de alta calidad comenzó a disminuir y la mentalidad de «nivelar los salarios» comenzaba a generalizarse. La falta de equilibrio entre la dimensión de trabajo y la dimensión de consumo se había convertido en algo así como la pieza clave en el mecanismo de freno; no solamente obstruyendo el crecimiento de la productividad laboral, sino también conduciendo a la distorsión del principio de justicia social”.
“La presentación de una realidad sin problemas fue contraproducente: se había formado una brecha entre la palabra y la acción, que produjo la pasividad pública y el descreimiento de los eslogans que se proclamaban. Es natural que esta situación diera por resultado una brecha en la credibilidad: todo lo que era proclamado en las tribunas e impreso en los periódicos y libros de texto fue cuestionado”. “El mundo de las realidades cotidianas y el mundo de la prosperidad ficticia fueron divergiendo más y más”.
“Virtualmente no hay desempleo. El Estado ha asumido la preocupación de asegurar el empleo. Hasta una persona echada por holgazanería o por una infracción a la disciplina laboral se le deberá dar otro trabajo”. “Pero también vemos que la gente deshonesta trata de explotar esas ventajas del socialismo, conoce solamente sus derechos pero no quiere saber sus deberes: trabajan poco, evitan el trabajo, y beben mucho. Hay alguna gente que se ha adaptado a las leyes existentes y las practica para sus propios intereses egoístas. Casi no da nada a la sociedad, pero sin embargo se las arregla para sacar de ella todo lo posible y aun lo imposible, vive de ingresos que no ha ganado”.
Por lo general se destaca, en los ámbitos socialistas, que, al no existir la propiedad privada de los medios de producción, y a veces de las viviendas, todo pertenece al Estado y, por lo tanto, todo pertenece al pueblo. Sin embargo, como nadie puede disponer de nada, excepto los gobernantes, resulta mejor decir que en el socialismo nadie es dueño de nada. Gorbachov escribe al respecto: “La propiedad pública fue gradualmente privada de su verdadero dueño: el hombre trabajador. Esta propiedad fue frecuentemente víctima del departamentalismo y el localismo, se convirtió en una tierra de nadie, privada de un verdadero dueño. Signos siempre en aumento pusieron de manifiesto la alienación del hombre con respecto a la propiedad de todo el pueblo, la falta de coordinación entre los intereses públicos y los intereses personales del que trabaja. Ésta fue la causa principal de lo que sucedió: en la nueva etapa, el viejo sistema de gestión económica comenzó a convertirse, de un factor de desarrollo, en un freno que retardaba el avance socialista”.
Quien pretende cooperar con la sociedad en que vive, seguramente se inclinará por el trabajo productivo libre mientras que quien pretende vivir a costa de los demás, a veces en forma “igualitaria”, a veces tratando de gobernar desde el Estado a quienes lo mantendrán con su trabajo, puede considerarse como alguien que padece de la corrupta “actitud socialista”.
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