sábado, 26 de agosto de 2023

Principio descriptivo de la vida inteligente

En las descripciones científicas, o que siguen el método científico, por lo general se proponen los principios descriptivos luego de haber tenido en la mente la mayor parte de los fenómenos descriptos. Tales principios sirven luego como punto de partida para facilitar la deducción de tales fenómenos. Debe aclararse que el seguimiento del método científico no garantiza la veracidad de una descripción, siendo un requisito necesario pero no suficiente.

Uno de los principios que se emplea para la descripción tanto de la vida en general como de la vida inteligente es el propuesto por Baruch de Spinoza: "El esfuerzo con que cada cosa trata de perseverar en su ser, no es sino la esencia activa de esta cosa. Tal esfuerzo cuando se relaciona sólo con el alma se llama voluntad; pero cuando se relaciona a la vez con el alma y con el cuerpo, se llama instinto".

"El instinto no es pues otra cosa que la esencia misma del hombre; y de la naturaleza de dicha esencia se sigue necesariamente lo que sirve para su conservación. De todo esto se deduce que no nos esforzamos por nada, ni queremos, anhelamos o codiciamos cosa alguna porque la juzgamos buena sino por el contrario, la juzgamos buena porque nos esforzamos por ella, la queremos, anhelamos y codiciamos" (Citado en "Spinoza" de Carl Gebhardt-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1977).

Al respecto, Fernando Savater escribió: "Lo que todo ente quiere, lo sabemos al menos desde el propio Spinoza, es perseverar en su ser y aumentar al máximo su perfección y eficacia. La voluntad de Schopenhauer y la voluntad de poder de Nietzsche no son más que la visión dolorida y culpabilizada y la visión exaltada, trágicamente afirmativa, del mismo conatus".

"De este impulso esencial, constituyente, brota todo lo que en cualquier sentido vale para cada existente, sea éste animado o inanimado, vegetativo o racional. Ningún otro tipo de «valores», es decir, de intereses radicales y últimos, puede hallarse, salvo los que derivan del conatus básico. Nadie pretende conservar su ser con vistas a otra cosa, Spinoza dixit, ni nada ni nadie pretende otra cosa que conservar su ser" (De "El contenido de la felicidad"-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1994).

El principio de Spinoza debería expresarse de una manera que permitiera explicitar una finalidad de la vida de cada ser humano, lo que equivaldría a encontrar un sentido de la vida objetivo, que habría de añadirse a los sentidos de la vida individuales. Si existe una tendencia a perseverar en el ser, o en la esencia de cada ser humano, impuesta por el propio orden natural, el camino que ha de satisfacer tal tendencia ha de ser la adaptación a las leyes naturales que conforman dicho orden. Tal adaptación apuntará a nuestra supervivencia colectiva, de donde la palabra "supervivencia" implica algo semejante a "perseverar en nuestro ser".

Para facilitarnos las cosas, el orden natural premia con la felicidad nuestra predisposición a promover la supervivencia de la humanidad, lograda con la cooperación social derivada de nuestra empatía emocional. Todos los desvíos a esta postura óptima se verán exentos de este premio, en una forma gradual. Como los premios, o su ausencia, son un logro personal, puede encontrarse una justificación de aquellos planteos filosóficos que identificaban el mal como una "ausencia del bien".

La perseverancia en nuestro ser implica la continuidad y permanencia de todos los atributos que caracterizan la vida inteligente, es decir, los emocionales, intelectuales y corporales. El aspecto que caracteriza toda decandencia humana puede interpretarse como una mutilación generalizada de algunos de tales atributos, principalmente el asociado a la empatía emocional, del cual surge el comportamiento ético.

En cuanto a la adaptación a las leyes naturales, podemos ejemplificar tal proceso con la ley de gravedad. Adaptarnos a dicha ley implica ser apto para vivir en un mundo en donde estamos permanentemente sometidos a ella. Al cuidarnos de caer al piso desde cierta altura estamos protegiendo nuestra integridad y nuestra vida en función de la existencia de dicha ley. Infringirla implica sufrimiento. Así, todas las leyes que gobiernan nuestra mente y nuestro cuerpo, actúan en forma semejante, es decir, están siempre presentes. De cada uno de nosotros depende nuestra adaptación a las mismas.

La preocupación por dejar rastros de nuestro paso por la vida es otro "síntoma" del principio de perseverancia mencionado. De ahí la justificación, o la comprensión, de muchas acciones humanas reñidas con la ética elemental, como la del político que juega sucio para arribar al poder y así permitir que su nombre aparezca en el futuro en los libros de historia. Si nos sintiéramos integrantes de toda la humanidad, posiblemente pensaríamos más en la supervivencia del conjunto que en la nuestra individual.

En otras épocas, cuando se creía firmemente en la posibilidad de una vida posterior a la muerte, tampoco la gente se sentía del todo feliz, por cuanto podía vivir atormentada con la posibilidad de una vida posterior en el infierno. Aún cuando nada se pueda asegurar al respecto, sólo resulta accesible a nuestras decisiones adaptarnos al orden natural orientados por los "premios" que nos otorga si nos hacemos merecedores de los mismos.

1 comentario:

agente t dijo...

La declinación de la creencia en la salvación de la muerte tiene como consecuencia esa voluntad de dejar nuestra personal huella en la vida mundana, o como mínimo, su disfrute sensual. Digamos que hemos reemplazo un infierno incierto en la otra vida por uno más palpable y cierto, puesto que al quedar como innecesario el juicio moral necesario para decidir qué clase de segunda vida merecemos la ética se ha relajado sobremanera.