lunes, 28 de agosto de 2023

Cristianismo vs. Nacionalismos

Si bien el mandamiento cristiano del amor al prójimo ya aparece como una sugerencia moral en el Antiguo Testamento, su significado cambia en el Nuevo Testamento. Al respecto, Paul Wienpahl escribió: "«Prójimo» es la palabra clave. En el primitivo sentido bíblico quería decir el conciudadano, es decir el paisano hebreo. Y es claro que tal comportamiento garantizaría de verdad el reconfortante funcionamiento de un cuerpo cívico".

"Los pueblos del mundo antiguo oyeron el mensaje: la buena nueva, el Evangelio. Ama a tu prójimo, pero en el Evangelio «prójimo» vino a significar ser humano" (De "Por un Spinoza radical"-Fondo de Cultura Económica-México 1990).

Puede decirse que la actitud promovida por el Antiguo Testamento era similar a la propuesta por los diversos nacionalismos, es decir, consideran una desigualdad esencial entre el individuo que comparte una misma nacionalidad, o una misma pertenencia a un grupo social, respecto del resto de los seres humanos. Por el contrario, para el cristianismo es esencial contemplar una igualdad entre todos los seres humanos, hijos de un mismo Dios, lo que resulta una postura acorde con la visión amplia requerida por la religión.

Las grandes catástrofes sociales ocurridas durante el siglo XX, con las guerras mundiales y los totalitarismos, tuvieron bastante vinculación con los nacionalismos exagerados, considerando al ciudadano de otro país como un enemigo. Si bien en los países beligerantes se aceptaba parcialmente al cristianismo, los comportamientos observados parecieron ignorarlo completamente, con el alto costo del sufrimiento generalizado.

En la actualidad, por el contrario, se promueve cierta igualdad en la consideración del inmigrante que busca entrar en los países más desarrollados. Sin embargo, muchas veces, estos inmigrantes no se adaptan a las sociedades receptoras llegando incluso a pretender imponer sus costumbres y creencias religiosas. Esto constituye también una forma de nacionalismo, o sectorismo, en tierras ajenas.

No parece justo que los países que padecen una mala organización política y económica, expulsen a una parte importante de su población para que vayan a otros paises a crearles problemas casi insolubles. Así como se distingue el nacionalismo del patriotismo, debe distinguirse el egoísmo del amor propio. Los países atrasados, que expulsan a sus ciudadanos, son países con poco patriotismo, derivado de poco amor propio de sus integrantes. Mario Vargas Llosa escribió: “El nacionalismo es la cultura del inculto, la religión del espíritu de campanario y una cortina de humo detrás de la cual anidan el prejuicio, la violencia y a menudo el racismo. Porque la raíz profunda de todo nacionalismo es la convicción de que formar parte de una determinada nación constituye un atributo, algo que distingue y confiere una cierta esencia compartida con otros seres igualmente privilegiados por un destino semejante, una condición que inevitablemente establece una diferencia –una jerarquía- con los demás".

"Nada más fácil que agitar el argumento nacionalista para arrebatar a una multitud, sobre todo si es pobre e inculta y hay en ella resentimiento, cólera y ansias de desfogar en algo, en alguien, la amargura y la frustración. Nada como los grandes fuegos artificiales del nacionalismo para distraerla de sus verdaderos problemas, para cerrarle los ojos sobre sus verdaderos explotadores, para crear la ilusión de una unidad entre amos y verdugos. No es casual que sea el nacionalismo la ideología más sólida y extendida en el llamado Tercer Mundo”.

El nacionalismo surge otras veces como defensa en contra de los imperialismos, que a la vez son impulsados por nacionalismos expansionistas. Mario Vargas Llosa escribió: “La verdadera cuna del nacionalismo moderno es Alemania y su progenitor intelectual Johann Gottfried Herder. La utopía contra la que éste reacciona no es la de un mundo remoto sino de actualidad arrolladora: esa revolución francesa, hija de los «philosophes» y de la guillotina, cuyos ejércitos avanzan por todo el continente, nivelándolo e integrándolo bajo el peso de unas mismas leyes, ideas y valores que se proclaman superiores y universales, portaestandartes de una civilización que pronto abarcará el planeta entero".

"Contra esa perspectiva de un mundo uniforme, que hablaría francés y estaría organizado según los principios fríos y abstractos del racionalismo, levanta Herder su pequeña ciudadela hecha de sangre, tierra y lengua: «das Volk». Su defensa de lo particular, de las costumbres y las tradiciones locales, del derecho de cada pueblo a que se reconozca su idiosincrasia y se respete su identidad, tiene un signo positivo, nada racista ni discriminatorio –como lo tendrán, después, estas ideas en un Fichte, por ejemplo- y ella puede interpretarse como una muy humana y progresiva reivindicación de las sociedades pequeñas y débiles frente a las poderosas, animadas de designios imperiales. Por lo demás, el nacionalismo de Herder es ecuménico; su ideal, el de un mundo diverso, en el que coexistan, sin jerarquías ni prejuicios, como en un mosaico cultural, todas las expresiones lingüísticas, folclóricas y étnicas de ese arco iris que es la humanidad” (De “Desafíos a la libertad”-Alfaguara-Buenos Aires 2009).

La primera reacción contra la “invasión cultural” es la del nacionalismo. Luego, cuando éste se consolida, el país que lo sustenta puede intentar “invadir culturalmente” a otros pueblos, siendo la secuencia que ha provocado nefastos resultados a lo largo de la historia. El citado autor escribe: “De la afirmación de lo propio se pasaría luego al rechazo y menosprecio de lo ajeno. De la defensa de la singularidad alemana, a la de la superioridad del pueblo alemán –léase ruso, francés o anglosajón- y a una misión histórica que por motivos raciales, religiosos, políticos le habría tocado cumplir frente a los demás pueblos del mundo, y a la que éstos no tendrían otra alternativa que resignarse o ser castigados si se resistían. Ése es el camino que condujo a las grandes hecatombes de 1914 y de 1939”.

1 comentario:

agente t dijo...

En un cristianismo ya oficial tuvo un aliado el Imperio romano para intentar aunar y seguir gobernando sobre la variedad de etnias y credos que lo caracterizaron, pero de poco le sirvió a esos efectos porque acabó disolviéndose en múltiples entidades de poder que, paradójicamente, siguieron considerándose cristianas.