viernes, 4 de agosto de 2023

Distribución de la información

En las primeras etapas de la Revolución industrial, una gran máquina de vapor distribuía, a través de ejes y poleas, su potencia mecánica a las distintas máquinas de un establecimiento fabril. En caso de que dicha máquina se averiaba circunstancialmente, se detenía toda la actividad productiva. Al aparecer los motores eléctricos, y al construirlos de distintos tamaños, de manera de ubicar un motor por cada máquina, fue posible subsanar el inconveniente de la "concentración de la potencia motriz".

En el proceso del manejo de información ocurrió algo similar. Así, las primeras computadoras digitales, que funcionaban con válvulas electrónicas, eran de gran tamaño y sólo podían ser adquiridas por algunas instituciones estatales y grandes empresas. La mayoría de los usuarios no disponían de computadora debiendo concurrir a dichos centros de cómputos. Con la aparición de los circuitos integrados y del microprocesador, se pudo distribuir eficazmente el proceso de información hasta llegar a la etapa en que millones de usuarios pueden disponer de una computadora personal.

Antes de que ocurrieran tales procesos, la invención de la imprenta había favorecido la masiva distribución de la información, permitiendo que mucha gente pudiese disponer de una biblioteca propia, algo impensado antes de la aparición de la imprenta.

El evidente progreso de la ciencia y la tecnología se debe esencialmente a este proceso de distribución de la información, intensificado con la aparición de Internet (red internacional de información), que ha permitido una "democratización" de la información y del conocimiento disponible.

Todo esto resulta fácil de entender, ya que resulta evidente cuál es la dirección del progreso en todas las actividades humanas. Sin embargo, en el caso de la economía, en muchos países todavía no advierten que la distribución de la información necesaria, asociada a la producción y distribución de bien y servicios, resulta mucho más eficaz estando democratizada que concentrada en muy pocas personas.

Las preferencias por una economía planificada centralmente desde el Estado (socialismo), en reemplazo de millones de decisiones individuales, por parte de productores y consumidores que realizan intercambios (mercado), todavía cuenta con muchos adeptos, a pesar de los fracasos sucesivos.

Cuando se analiza con cierto detenimiento la variedad de preferencias, necesidades y deseos de millones de individuos que componen una sociedad, se advertirá que sólo alguien perturbado mentalmente pretenderá conocer toda la información asociada a los procesos de intercambio para reemplazarla por sus decisiones personales desde el Estado socialista. Tal locura ha sido denominada como "la fatal arrogancia" por Friedrich A. Hayek, ubicándola como título de su último libro.

Como ejemplo de los serios riesgos que se corren cuando las decisiones de una nación surgen de la mente de alguien poseído por la "fatal arrogancia", puede mencionarse el caso de Mao Tse-Tung, cuando promueve entre los chinos la tarea de exterminar a los gorriones por cuanto, adujo, comían una parte importante de los granos, como el trigo. No tuvo en cuenta que los gorriones protegían a la agricultura del ataque de las langostas, por lo que favoreció con su ignorancia la mayor hambruna que registra la historia, estimada en unas 40 millones de víctimas.

Para que la gente se adapte al consumo y a los deseos de lo que el planificador central ha decidido, debe promoverse desde el Estado una campaña propagandista eficaz, por lo cual la concentración de la información tiende a ser total. Hayek escribió: "Si todas las fuentes de información ordinaria están efectivamente bajo un mando único, la cuestión no es ya la de persuadir a la gente de esto o aquello. El propagandista diestro tiene entonces poder para moldear sus mentes en cualquier dirección que elija, y ni las personas más inteligentes e independientes pueden escapar por entero a aquella influencia si quedan por mucho tiempo aisladas de todas las demás fuentes informativas" (De "Camino de servidumbre"-Alianza Editorial SA-Madrid 2000).

A continuación se transcribe un artículo de www.lavanguardia.com

EL AÑO QUE CHINA DECLARÓ LA GUERRA A LOS GORRIONES

Por Domingo Marchena

Mao Zedong, o Mao Tse Tung, como escribieron su nombre durante años generaciones de estudiantes, fue uno de los mayores déspotas del siglo XX. Pero, a diferencia de otros a su altura, a él aún se le sigue rindiendo culto en su país, China. Resulta sorprendente si se recuerda que entre 1958 y 1962, los años del Gran Salto Adelante, millones de chinos murieron por sus delirios.

La dimensión de la tragedia sobrecoge. En 1988, el régimen admitió 23 millones de muertos en aquel lustro, pero hay historiadores que duplican la cifra. Mao fue un autócrata que declaró la guerra a la naturaleza, desvió ríos y derribó montañas. La lista de sus alocadas empresas es inacabable. Desde la destrucción de casas para convertirlas en abono para los cultivos hasta la creación de hornos caseros de fundición en los patios de viviendas, colegios y hospitales.

Había que impulsar la economía del país a toda cosa. Pero las cosechas se pudrían en los campos por falta de mano de obra, ya que legiones de familias abandonaron las tareas agrícolas para dedicarse a la producción siderúrgica. Y la escasa producción agrícola que se salvó fue insuficiente para hacer frente a una hambruna de proporciones apocalípticas. Las estadísticas de la industria pesada se hincharon, eso sí, de manera artificial y con acero de ínfima calidad e inservible, procedente de enseres domésticos y cacharros de cocina.

Quienes no perdieron la casa, perdieron las ollas. Mao Zedong (1893-1976) se empeñó en que China, una nación depauperada tras la Segunda Guerra Mundial, igualara o superase a toda costa la economía occidental. Y se fijó para ello un plazo de quince años. La iniciativa se llamó el Gran Salto Adelante, aunque en realidad fue un gran salto atrás o, peor aún, un salto al vacío.

El precio que pagó el país fue apocalíptico. Así lo sostienen historiadores como David Arnold, Jasper Becker o, más recientemente, Frank Dikötter, que acaba de publicar La tragedia de la liberación: una historia de la revolución china, 1945-1957 (Acantilado). Uno de los episodios cruelmente más pintorescos del Gran Salto Adelante fue la guerra contra los gorriones. Y no sólo contra estas humildes aves...

Mao Zedong, presidente del Partido Comunista Chino desde 1943 hasta su muerte, estaba fascinado por el poder de las masas. Un ejército de trabajadores, sostenía, podía suplir la falta de maquinaria pesada. Grandes obras propias del Egipto de los faraones se sucedieron por todo el país. Y esas mismas masas, decía el Gran Timonel, podían imponerse a la naturaleza. Entre 1957 y 1958 el país se embarcó en una guerra nacional contra las moscas, los mosquitos, las ratas y los gorriones.

En el caso de los gorriones la excusa era que diezmaban las cosechas, pero el remedio fue mucho peor que la enfermedad. Quedan vídeos de aquella época. Aldeas enteras salieron a los campos con tambores para asustar a estas criaturas y no darles ni un segundo de descanso. Las avecillas se desplomaban del cielo, exhaustas, después de verse obligadas a volar ininterrumpidamente durante horas. Muchos ancianos, que no podían sostener el ritmo de los más jóvenes, murieron al intentar encaramarse a los árboles o a los tejados de las casas para destrozar los nidos.

Los ejemplares también eran abatidos en pleno vuelo. El ya citado Frank Dikötter explica en otra de sus obras, La gran hambruna en la China de Mao (Acantilado), que durante esta “catástrofe devastadora” se distribuyeron armas entre ciudadanos y campesinos para que se convirtieran en francotiradores de la noche a la mañana. Sólo en Nankín se gastaron 330 kilos de pólvora en un único día. La única víctima de aquella fusilería fue la naturaleza, además de los heridos por el fuego amigo.

Los cazadores dispararon contra todo lo que volase. Y lo que no mataron las balas o los perdigones lo mataron los cebos. El uso indiscriminado de venenos fue un Armagedón para gatos, perros, patos, palomas, conejos, corderos, lobos… Pero si esta estrafalaria guerra se ensañó contra alguien fue contra los humildes gorriones. Las estadísticas ofrecidas por las autoridades locales, ansiosas de satisfacer a los mandos del partido, se tienen que interpretar con muchísima cautela.

Algunos informes oficiales desclasificados provocarían carcajadas, si no fuera por el trasfondo que ocultan de palizas, torturas y hambruna. Los chinos no se lanzaban a cazar gorriones o a fundir acero por capricho. Quienes no podían o no querían ya sabían a qué se arriesgaban. Shanghai dijo haber eliminado en una batida 48.695 kilos y 490 gramos de moscas. Esa surrealista precisión de 490 gramos dice mucho de la psicosis que se adueñó de la población para agradar a las autoridades. Quizá en el caso de los gorriones también se hincharon las estadísticas.

Pero un dato resulta incontestable. Y atroz. Las bandadas de antaño se volatilizaron. Cuando ya casi se habían extinguido, las autoridades se dieron cuenta de un hecho trascendental: estos pajaritos no sólo comen semillas de cereales, también insectos. De hecho son un efectivo e insustituible plaguicida natural. Sólo los burócratas de Shanghai dijeron haber sacrificado un total de 1.367.440 gorriones en una de sus batallas contra este enemigo del Estado.

El alto mando ordenó un alto el fuego inmediato en 1960. Ya era demasiado tarde. Las cosechas, en nombre de las que se hizo todo, fueron pasto de nubes de langostas. Las plagas de estos y otros insectos crecieron a medida que menguaban las colonias de gorriones, que estuvieron a punto de desaparecer por completo. Años después hubo que importarlos en secreto de la URSS para recuperar parcialmente su población.

Otros parásitos muy dañinos para los cultivos proliferaron gracias a la ausencia de enemigos naturales. Como una venganza del medio ambiente, una de las capitales más afectadas fue precisamente Nankín, que llevó la delantera en este absurdo genocidio ornitológico. Y, justo cuando los gorriones más se echaban en falta y más necesarios eran los insecticidas, el país descubrió que se había quedado casi sin existencias.

Los productos tóxicos se emplearon muy alegremente en los primeros años del Gran Salto Adelante. Tanto se abusó de ellos que escasearon cuando de verdad hicieron falta. Por si fuera poco, los grandes proyectos de irrigación de la época alteraron el equilibrio ecológico. Las inundaciones sucedieron a las sequías y lo agravaron todo aún más. Fue un desastre. Incluso los historiadores menos críticos con este periodo admiten que China no recuperó hasta 1964 las cifras de producción agrícola e industrial anteriores a 1958.

1 comentario:

agente t dijo...

Los dirigentes actuales de China saben muy bien que la economía dirigida con ausencia total de mercado es un error y un crimen de resultados catastróficos. Por eso han apostado por una economía con altas dosis de mercado donde el estado se reserva una pequeña parte del intervencionismo económico anterior, pero el mismo poder político y cultural. Si herramientas y resultados han cambiado mucho, la misma clase política dirigente sigue siendo la principal beneficiaria de un sistema que sólo nominalmente continúa siendo socialista.