martes, 25 de octubre de 2022

Orígenes y funciones del Estado

En toda época encontramos tres posturas, más o menos definidas, respecto de la naturaleza humana. Una de ellas es la que considera que el hombre es perverso por naturaleza, otra que es esencialmente bueno y generoso, siendo la tercera una postura intermedia, es decir, no es ni bueno ni malo, aunque es factible su mejoramiento permanente. Erich Fromm escribió: "Hay muchos que creen que los hombres son corderos; hay otros que creen que los hombres son lobos. Las dos partes pueden acumular buenos argumentos a favor de sus respectivas posiciones" (De "El corazón del hombre"-Fondo de Cultura Económica-México 1967).

A partir de estas posturas han surgido diversas teorías respecto del origen del Estado, si bien tal proceso formativo no tiene tanta relevancia como lo tiene definir las funciones que debería cumplir y los medios para lograrlas. Así, unos piensan que el Estado debe dirigir y orientar la vida de quienes, en su ausencia, vivirían en un permanente caos. Otros piensan que, dadas las virtudes naturales de los seres humanos, el Estado no debería existir, mientras la tercera postura es la que lo considera como un factor de seguridad ante posibles desvíos parciales de individuos o grupos que se alejan demasiado de la ética natural.

Luego de tener presentes las distintas formas de Estado y de sus efectos, a lo largo de la historia, resulta necesario tenerlas presentes a fin de optimizarlo adecuadamente. En primer lugar aparece la prioridad básica que ubica al individuo, o bien al colectivo, como el prioritario sujeto de interés. Así, quienes parten de una idea negativa de la naturaleza humana, por lo general proponen un Estado que conduzca a una sociedad similar a un hormiguero o una colmena en las cuales todo integrante sólo tiene como objetivo colaborar con la supervivencia y crecimiento del conjunto, sin prestar demasiada atención a sus intereses y a su integridad individuales. Este ha sido el caso de los colectivismos asociados a los totalitarismos del siglo XX. La otra postura implica que es el Estado el que debe existir para beneficio de todos y de cada uno de los integrantes de la sociedad, siendo la democracia liberal la que apunta a ese objetivo.

Los colectivismos totalitarios apuntan a gobiernos ejercidos por una sola persona, con riesgos ciertos de que alteraciones psicológicas, de quien ejerce el mando, conduzcan a verdaderas catástrofes sociales, como aconteció con nazis y comunistas. La democracia liberal, por el contrario, tiende a que se ejerza un gobierno de leyes previamente establecidas quedando limitadas las posibilidades de gobiernos autoritarios.

El Estado, con funciones similares a los actuales, se asocia a la labor del cardenal Armand du Plessis de Richelieu, ministro de Luis XIII. Vicente Massot escribió: "A Richelieu le había conferido Luis XIII el privilegio y, sobre todo, la responsabilidad que le iba aneja de concentrar en sus manos el diseño y ejecución de la estrategia real, nada menos. A partir de ese instante se dedicó a servir también a otro Dios, distinto del que había aprendido a adorar desde pequeño y al que se había consagrado cuando entró al seminario y terminó tomando los hábitos. Este, sin mengua del Altísimo, era un Dios mortal del cual, en Francia, fue él, en buena medida, su fundador: el Estado moderno".

"Poco de lo que caracteriza al Estado tenía alguna envergadura o siquiera existía antes de asumir el cardenal en funciones. No había nada que se pareciese ni remotamente a un sistema impositivo regular y obligatorio. El gobierno se financiaba con recursos excepcionales, fuera de los viejos tributos feudales y los provenientes de las propiedades de la corona".

"Tampoco hubiese sido dable hallar unas fuerzas armadas permanentes. Cuando se las necesitaba, se las reclutaba mediante levas. En cuanto a la justicia y a la administración, no dependían directamente del ejecutivo. Fue Armand du Plessis quien puso el manejo de las cuestiones contables en cabeza de los intendentes y en desmedro de los nobles y de los gobernadores provinciales, que hasta su ascensión al poder eran autoridades de gran autonomía".

"Logró imponer un sistema impositivo -recusado por los grandes señores y los pequeños propietarios- forzoso, racional y calculable que, a la larga, explica las razones en virtud de las cuales transmitió a sus sucesores, como heredad, la nación más poderosa del mundo" (De "Las caras de la historia"-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2015).

Desde el liberalismo se propone siempre, como un factor de seguridad, la división de poderes, ya que la concentración del mando en una persona, o en un grupo reducido, conlleva una potencial posibilidad de catástrofe social. Así, la división de poderes en el Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) y la economía de mercado, con su división del trabajo y la competencia entre empresas apuntan a dicho factor de seguridad.

Entre las posturas liberales, o libertarias, sin embargo, han surgido propuestas para la eliminación del Estado, y no solamente una abstención a intervenir en la economía. Al respecto, cabe mencionar que, desde hace varios años, las facturaciones de empresas son similares a los PBI (Producto Bruto Interno) de algunas naciones. Así, la facturación anual de Nestlé era comparable al PBI de Egipto, cuando ese país contaba con unos 55 millones de habitantes.

Es por ello que es necesaria la presencia del Estado, como un poder más, para ayudar a mantener el equilibrio de poderes. De lo contrario, es posible la injerencia desmedida de los grandes grupos empresariales respecto a instalar orientaciones sociales no siempre beneficiosas para los integrantes de la sociedad.

Este es el caso de empresarios como Bill Gates, Nelson Rockefeller y George Soros, entre otros, quienes, al menos según varias versiones, promueven orientaciones sociales poco beneficiosas para las poblaciones actuales, si bien varios Estados, en realidad, aceptan sus directivas en lugar de oponerse.

Lo que nunca debemos perder de vista, aunque sea poco "visible", es la orientación individual y social que nos impone el orden natural a través de sus leyes, especialmente las que rigen nuestras conductas individuales y que nunca deberían ser relegadas por leyes positivas que las desconocen. Mariano Grondona escribió: "El Estado desciende de la cúspide de la escala de valores. Es un «servidor» de una realidad más alta. Representa lo temporal frente a lo eterno. La ley positiva que él dicta, por lo tanto, no sólo queda sometida a la ley de Dios que surge de la Revelación, sino a la ley natural que Dios ha inscripto en las cosas. El Estado halla su razón de ser y el fundamento de su potestad de mando en el sometimiento de la ley positiva a la ley natural" (De "Política y Gobierno"-Editorial Columba-Buenos Aires 1969).

1 comentario:

agente t dijo...

Siendo realistas lo más positivo de un estado, siempre que sea democrático y no una mera representación que sirva para ocultar una oligarquía realmente operante, es el freno que su existencia regular, desarrollo en publicidad y control proveniente de una competencia abierta y pacífica implica para la expansión de políticas que sólo existan en función de unos pocos intereses particulares que previamente lo hayan “capturado” y puesto a su exclusivo servicio.