Se entiende por burocracia al personal administrativo estatal necesario para controlar el cumplimiento de una cantidad excesiva de reglamentaciones, que son el reflejo y la medida de algún tipo de corrupción existente. Publio Cornelio Tácito escribió: “El pueblo más corrompido es el que más leyes tiene”. Entre las causas por la que aparece tal exceso podemos mencionar las siguientes:
a) Al existir pactos entre políticos y empresarios, cuando éstos requieren del Estado ciertas ventajas protectoras, con exclusión de otros empresarios, surge la necesidad de burocracia adicional. Ello se debe a que la competencia es la clave tanto para promover la eficacia empresarial como para proteger al consumidor de la posible aparición de monopolios. Por ello, cuando un empresario no es eficaz en su especialidad, tratará de evitar cualquier tipo de competencia e incluso podrá recurrir a alguna treta para poder mantenerse en el mercado. En este caso, recurrirá al poder político de turno para recibir ventajas y así podrá compensar sus deficiencias empresariales. Incluso con la ayuda de la política podrá, no sólo perdurar en la actividad, sino liderar las ventas en su especialidad.
b) Cuando existe un exceso de empleados públicos, al tener que justificar su trabajo, se crean nuevas reglamentaciones y controles que entorpecen al sector productivo. Al prolongarse los tiempos de gestión y el costo del cumplimiento de nuevas reglamentaciones, se obliga a un importante sector de productores a realizar sus tareas desde la informalidad. Los gobiernos populistas se caracterizan, entre otros aspectos, por otorgar miles de puestos de trabajo estatal improductivos a cambio de votos, para futuras elecciones, con los que los empleados les retribuirán en agradecimiento por el favor concedido. Esta forma de “combatir el desempleo” absorbe recursos de los sectores productivos impidiendo la creación de puestos de trabajo productivo.
c) El pueblo, acostumbrado a evadir la ley y hacer trampas en toda ocasión, favorece la proliferación de controles y de procesos adicionales de seguridad.
En cuanto a la protección estatal a los empresarios ineficaces, debe considerarse que surge también en aquellos países en los que no existe una mentalidad favorable a la empresa, ya sea porque la mayor parte de la población ambiciona un empleo en el cual la mayor exigencia sea la de cumplir un horario, o bien porque el empresario forma parte de la clase social maldecida por el marxismo y por los gobiernos populistas. Con un bajo porcentaje de empresarios, la sociedad se asegura un pobre nivel de vida.
Respecto del antiguo mercantilismo europeo, y el que todavía persiste en los países subdesarrollados, Hernando de Soto escribió: “Durante el siglo XVI, las ciudades de Europa iniciaron un importante proceso de crecimiento y las que más crecieron fueron las que eran centros administrativos públicos. Reid y otros historiadores atribuyen este hecho a que era ahí donde se otorgaban y se negociaban los privilegios y donde residía, por supuesto, la burocracia”. “La burocracia crecía porque la razón de ser del Estado mercantilista era redistribuir la riqueza de acuerdo con sus intereses fiscales y políticos y, en ese sentido, favorecer, desalentar o prohibir distintos tipos de actividades y agentes económicos. La tarea de decidir quienes prevalecían y quienes no, era ardua, inclusive para los reyes. Requería del análisis y la documentación hábil de abogados y contadores que debían probar que sus propuestas eran las que más convenían al Estado y sus objetivos. Si para un banquero escoger las empresas que pueden ser sujetos de crédito es una tarea difícil, cabe imaginar lo que debió significar para los gobiernos mercantilistas de entonces decidir a quiénes debía fomentar y a quiénes debía prohibir a escala nacional”.
“Al principio las burocracias eran pequeñas; sin embargo, la primera asignación de recursos, y los reglamentos, impuestos y subvenciones correspondientes fueron solamente el comienzo de las tareas de la burocracia mercantilista, porque luego los que no fueron beneficiados con la redistribución comenzaron a buscar maneras de hacer que el gobierno también les prestara atención. Esto requirió la organización de todo un aparato privado dedicado a buscar favores gubernamentales, lo cual exigía mayor reglamentación para corregir las primeras decisiones y más burocracia para administrar la mecánica y el cumplimiento de las decisiones tomadas”. “Consiguientemente, los aparatos administrativos de los Estados mercantilistas dejaron de tener objetivos autónomos y se convirtieron más bien en administradores de las relaciones y continuas negociaciones entre gremios, las coaliciones redistributivas y el Estado”.
La burocracia estatal impone costos enormes a quienes quieran iniciar actividades productivas formales, de ahí que muchas veces tengan que optar por la actividad fuera del ámbito controlado por el Estado. De ahí que es típico encontrar en algunos países subdesarrollados una división en tres sectores:
a) El empresariado “amigo” de los políticos con un Estado burocratizado
b) Los sectores extremistas que tratan de solucionar los problemas mediante algún totalitarismo
c) Los pequeños y medianos empresarios que están marginados del sector formal
En referencia al Perú de hace algunos años atrás, Hernando de Soto escribía: “Dentro de las fronteras del Perú existe más de un país. Hay un país mercantilista al que hasta el día de hoy se le trata de reanimar con distintas fórmulas y técnicas políticas, pero que ya tiene todos los síntomas del cuerpo que no da más; hay también un segundo país, el de quienes se angustian buscando salidas, pero que se pierde entre los objetivos de destrucción de la violencia terrorista y las exhortaciones carentes de soluciones prácticas de muchos progresistas; y finalmente, existe un tercer país, que constituye lo que nosotros llamamos «el otro sendero»: el país que trabaja duro, es innovador y ferozmente competitivo, y cuya provincia más resaltante es, por supuesto, la informalidad”.
“Este último país es la alternativa directa a cualquier violencia subversiva o criminal, porque sustituye la energía desperdiciada en el resentimiento y la destrucción, por la energía bien invertida en el progreso económico y social. Los informales nos lo prueban todos los días. Están siempre dispuestos al diálogo, a la prudencia y a la adaptación social. Las personas motivadas por sus ansias de progreso y superación están siempre muy bien dotadas para vivir en un Estado de Derecho. El odio y la rabia de los subversivos sólo encuentra terreno fértil ahí donde la informalidad no ha podido establecerse y donde la formalidad mercantilista ya fracasó”. “El verdadero remedio contra la violencia y la pobreza es reconocer la propiedad y el trabajo a quienes la formalidad hoy excluye, de tal manera que donde existía rebelión nazca el sentido de pertenencia y de responsabilidad. Así, donde ya surgió el gusto por la independencia y la fe en las fuerzas propias, se difundirá una esperanza justificada en el pueblo y la libertad” (De “El otro sendero”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1987).
Los partidarios del populismo, o del totalitarismo, abogan por la “igualdad de los inferiores”, ya que si los consideraran iguales, no tendrían necesidad de tratarlos como seres inferiores que necesitan de la protección del dirigente político populista. Al respecto, el citado autor agrega: “Quizás la más grave distorsión que ha producido el enfoque mercantilista de la realidad es haber impedido ver el enorme capital humano y el potencial de desarrollo que han traído consigo los migrantes. En realidad, lo que ha sucedido es que tanto la derecha como la izquierda han tenido un prejuicio antiempresarial cuando se trataba de personas de origen popular”.
“En lo que se refiere a la izquierda parece prevalecer un romanticismo que hace que generalmente elogie y hasta venere al hombre del pueblo, a condición de que se atenga a un rol estrictamente dependiente y sea un trabajador sin ideas ni capacidad de organizarse con otros. Lo ven como un sujeto que requiere programas de asistencia similares a los que necesitan los minusválidos y los desempleados. Es como si solamente se apreciara al trabajador en la medida en la que está desprovisto de las cualidades necesarias para abrirse camino por su cuenta. Esta actitud no es muy distinta del paternalismo de los de derecha, que también simpatizan con la persona de extracción popular cuando se limita a la leal servidumbre, a la artesanía o al folklore, pero que la rechazan cuando abre su propio negocio y cobra, negociando sus precios según los dictados del mercado. Ante esta situación reaccionan considerando los precios «exhorbitantes» y al trabajador empresarial un «ladrón» o un «sinvergüenza». Ambas, izquierda y derecha, le reconocen al «cholito» venido de la puna un derecho a vivir entre nosotros sólo a condición de que nos necesite para organizarlo o emplearlo, en una ubicación claramente dependiente y circunscrita a un ámbito acorde con la visión mercantilista de las cosas”.
La mentalidad socialista, además, tiende a considerar que las empresas deben tener intereses sociales, antes que regirse por las pérdidas y ganancias. De ahí que la “espiritualidad” del burócrata esté asociada al derroche de recursos económicos en que incurren los establecimientos estatales y que son extraídos previamente al sector productivo. Se critica también al empresario “egoísta” que se guía sólo por las pérdidas y las ganancias, olvidando que sin la eficacia económica del empresariado, no podría sustentarse el posterior derroche económico estatal. Ludwig von Mises escribió:
“La oposición entre mentalidad comercial y mentalidad burocrática es, en el plano intelectual, copia de lo que existe entre capitalismo, o propiedad privada de los medios de producción, y socialismo, es decir, propiedad pública de dichos factores. El sujeto que tiene elementos productivos a su disposición, bien sean propios, bien prestados por sus propietarios a cambio de determinada compensación, tiene que poner siempre especial cuidado en emplearlos del modo que satisfagan, en cada momento, las necesidades de la sociedad más urgentemente sentidas. De no proceder así, incurrirá en pérdidas; tendrá, como propietario o empresario, que reducir sus actividades, viéndose finalmente desahuciado de tales posiciones”.
“Nada menos que Goethe definió la contabilidad por partida doble como «de los más admirables descubrimientos de la mente humana»; podía así pronunciarse el poeta alemán precisamente porque no compartía ese típico resentimiento que el mezquino escritorzuelo siente contra el hombre de empresa. Forma éste, con gentes semejantes, ese sempiterno coro que denuncia, como el más vergonzoso de los pecados, al cálculo económico y la preocupación por las pérdidas y las ganancias”.
“La administración burocrática, al no poder recurrir al concepto de pérdidas y ganancias al valorar la correspondiente inversión, no tiene más remedio, para compensar tal deficiencia, que apelar a pobres medidas formales cuando se trata de contratar personal y de ordenar la gestión pública en general. Todos esos defectos tantas veces denunciados en la burocracia –su falta de flexibilidad y de imaginación, su impotencia ante el problema insólito, que fácilmente, en cambio, resuelve la empresa de ánimo lucrativo- por entero derivan de aquella apuntada deficiencia, del no poder examinar la correspondiente cuenta de pérdidas y ganancias. Los inconvenientes de la burocracia, sin embargo, en tanto la actividad estatal quede circunscrita a los estrechos límites que la doctrina liberal le marca, no resultan socialmente demasiado gravosos. Tales deficiencias burocráticas, sin embargo, ejercen un influjo muy dañoso para el sistema económico en cuanto el Estado, la provincia o el municipio consiguen socializar los factores productivos, actuando efectivamente en el mundo de la producción y los servicios” (De “Liberalismo”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1994).
En el ámbito socialista, al considerarse que todo intercambio comercial produce ganancia de uno de los participantes y pérdida del otro, se elimina tanto al mercado como las ganancias posibles. De ahí que toda actividad económica tenga como finalidad lograr “objetivos sociales”. Además, al no existir el mercado ni los precios de mercado, no es posible establecer cálculos económicos, por lo que el sistema es inherentemente burocrático. Tal es así que en el socialismo teórico de Marx habría de establecerse la “dictadura del proletariado” luego de la revolución comunista, mientras que en el socialismo real lo que se ha impuesto es la “dictadura de la burocracia”, que en la URSS se denominaba la Nomenklatura. Andrei Sajarov escribió:
“De esencial importancia es el hecho de que nuestra sociedad esté lejos de ser justa. A pesar de que no se ha efectuado (o, en caso contrario, debe de considerase «materia reservada») un correcto estudio sociológico del país, es posible afirmar la existencia de una clase especial, surgida de entre las filas de la burocracia del Partido, que empezó a formarse en los años veinte y treinta para adquirir concluyente realidad en los de la posguerra. Esta clase, que se autodenomina «nomenklatura», (Milovan Djilas la llama «la nueva clase»), tiene su propia forma de vida, un asentamiento social claramente definido (son «jefes» o «directores») y un lenguaje y mentalidad característicos. La nomenklatura es, de hecho, inalienable, y en los últimos tiempos se ha tornado hereditaria” (De “Mi país y el mundo”-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976).
En la Argentina kirchnerista ha surgido la tendencia, al menos en algunas empresas estatales, a que sean dirigidas por políticos en lugar de serlo por empresarios, ya que predomina la idea socialista de que las empresas deben apuntar hacia el logro de “intereses sociales” en lugar de ganancias. De ahí que no deba causar sorpresa que Aerolíneas Argentinas tenga una pérdida diaria de unos 2 o 3 millones de dólares (según se tome como referencia el dólar paralelo o el oficial). Debe señalarse que el liberalismo se opone a tal tipo de empresas, y no a que existan empresas estatales si están sometidas a las leyes del mercado y al control según las pérdidas y ganancias. La tendencia a las expropiaciones y al manejo burocrático de las empresas, apunta hacia la formación de una clase política cuya influencia sobre los resultados económicos resulta poco fiable.
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