jueves, 28 de noviembre de 2013

Deísmo vs. teísmo

Para describir las diferencias existentes entre las posturas deístas y teístas, dentro del cristianismo, resulta conveniente hacer una analogía entre las posturas liberales y socialistas en cuanto al rol del Estado y del individuo. Así, mientras que el liberalismo propone un Estado mínimo que establezca y garantice las reglas para la actividad económica promovida por los individuos, el socialismo propone un Estado poderoso que monopolice totalmente las actividades económicas reduciendo significativamente el accionar individual. Luego, la postura deísta se asemeja al liberalismo por cuanto sostiene que las leyes naturales que rigen todo lo existente hacen innecesaria la intervención de un Dios exterior al mundo, mientras que la postura teísta supone que un Dios personal interviene en la humanidad a través de la revelación e incluso en forma casi cotidiana a través de los milagros.

También la analogía se mantiene en cuanto a la posible influencia que ambas posturas producen en el comportamiento individual, ya que, cuando todo depende del Estado, o de las decisiones de Dios, menor predisposición tendrá todo individuo a tratar de realizar acciones creativas predominando una actitud contemplativa. Por el contrario, si está convencido que todo su futuro depende de sus acciones, tratará de adaptarse lo antes posible a las leyes naturales dejando de esperanzarse en las posibles respuestas que dará Dios a sus pedidos y ofrendas.

De todas formas, mientras que la elección entre una economía de mercado o una de tipo socialista depende de las decisiones de los hombres, la forma en que funciona el Universo, ya sea cercano a la visión deísta, o a la teísta, no depende de nuestras decisiones, mientras que su conocimiento implica uno de los grandes objetivos de la humanidad. Es oportuno tener en cuenta que la economía de mercado ha dado mejores resultados que la de tipo socialista, por lo cual ésta fue abandonada en la mayor parte de los países. Quizás sea también la postura deísta la que más convenga al hombre, por lo cual podemos suponer que el mundo está hecho de tal manera que de dos alternativas posibles, la naturaleza ha elegido la que mejor conviene al desarrollo pleno del hombre.

En cuanto al significado de deísmo y teísmo, José Ferrater Mora escribió: “Se suele entender hoy por «deísmo» la afirmación de la existencia de un Dios aparte de cualquier revelación. Este Dios es concebido primariamente como principio y causa del universo. Se trata del mismo Dios afirmado por la llamada «religión natural» (o también «religión racional» en la medida en que se identifican «razón» y «Naturaleza»). En consecuencia, el Dios de los deístas tiene poco –si es que tiene algo- que ver con una Providencia y nada tiene que ver con la gracia. Es un Dios racional, que puede llegar a identificarse con una Ley (en el sentido racional-natural del término «ley»)”.

“El deísmo tiende a equiparar la ley divina con la ley natural. Con ello, según los teístas, ha desembocado en una negación del carácter personal de Dios. Pero la negación de este carácter personal equivale, al entender de los teístas, a la negación de la existencia misma de Dios. Por eso los deístas fueron denunciados por los teístas como ateos”. “El teísmo sostiene que Dios es una persona. Sostiene, además, que Dios gobierna al mundo. Admite por ello la providencia y la revelación. Para los teístas, la verdad revelada no puede reducirse a una verdad racional, conocida en principio por todos los seres humanos” (Del “Diccionario de Filosofía”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1994).

Puede establecerse una definición breve de ambas posturas de la siguiente forma:

Deísmo: Universo = Dios = Naturaleza
Teísmo: Universo = Dios + Naturaleza

Mientras que el teísmo se basa esencialmente en la fe, el deísmo se basa en la razón. De ahí que tenga importancia para el teísta la creencia en Dios de las personas, ya que, por lo general, asocia la creencia a la virtud. Por el contrario, para el deísta tiene mayor importancia saber cómo funciona el mundo real para una adaptación al mismo. Además, el teísta tiende a someterse intelectualmente a la tradición religiosa y a la jerarquía eclesiástica, mientras que el deísta tiende a ser un librepensador.

Uno de los movimientos intelectuales que promovió la postura deísta fue la Ilustración, respecto de la cual Immanuel Kant escribió: “La ilustración consiste en el hecho por el cual el hombre sale de la minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración” (Citado en “Pensamiento cristiano y cultura en Occidente” de Paul Tillich-Editorial La Aurora-Buenos Aires 1976).

Uno de los aspectos que la Ilustración criticó de la Iglesia Católica de la época, era la tendencia del clero a pretender gobernar mentalmente al habitante común, que es uno de los excesos más frecuentes en que se puede caer cuando no se dispone de una cuota de razonamiento sobre acciones y decisiones. La suposición de que alguien no creyera en el Dios del teísmo, implicaba que habría de recibir reproches y ataques inmediatos. Jean Le Rond D`Alembert escribió: “Hay que reconocer que si, en el siglo en que vivimos [el XVIII], el tono de irreligión no cuesta nada a algunos escritores, nada cuesta a otros el reproche de irreligión. Sed cristianos, se podría decir a estos últimos, pero a condición de que seáis lo bastante para no acusar con demasiada ligereza a vuestros hermanos de no serlo” (Del “Discurso preliminar de la Enciclopedia”-SARPE-Madrid 1989).

Si llegamos a definir en una forma concreta a la religión, existirá la posibilidad de ponernos de acuerdo. Tal definición ha de responder a algunas de las siguientes preguntas:

I) ¿Es la religión una competencia de misterios e irracionalidad; y una disputa respecto de la habilidad para conquistar adeptos transmitiendo y convenciendo a la población acerca de la validez de los mismos?
II) ¿O es acaso la religión un camino para “unir a los adeptos” despertando en ellos una actitud cooperativa para consolidar tal vínculo?.

La disputa entre deísmo y teísmo surge bajo la primera posibilidad mencionada, mientras que deja de existir en cuanto se considera la segunda posibilidad, por cuanto no existe una estrecha relación entre creencia religiosa y comportamiento ético. Una postura filosófica de validez personal o sectorial nunca debería considerarse una “religión”, ya que para ello debería tener un carácter y una validez universal. El establecimiento de tal religión universal ha de consistir en encontrar y transmitir la información necesaria para el resurgimiento ético del hombre, siendo el deísmo, o religión natural, la que presenta una mayor sencillez conceptual y compatibilidad con la ciencia experimental. Miguel de Unamuno escribió: “Creer en Dios es anhelar que le haya y es además conducirse como si le hubiera”.

Respecto a la prioridad del comportamiento sobre la creencia, podemos mencionar la expresión de Cristo: “No todo aquel que dice: «Señor», «Señor» entrará en el Reino de los Cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt). Bernard Delfgaauw escribió: “El ateismo y la fe en Dios no se revelan simple y únicamente por profesar o no la fe en Dios. No se sabe por la boca, sino por el corazón. Creer en Dios o no creer en Dios, no es cosa que se decida por palabras, sino por acciones y obras”. “De aquí viene que esta dificultad vaya enzarzada con la anterior en que el ateismo del ateo se ponía en tela de juicio en cuanto ateo. Porque es hora de decir que la fe del cristiano se pone asimismo en duda cuando se queda en fe de palabras. Ser cristiano no es cosa de ser miembro de una Iglesia cristiana. No se trata de llamarse uno así, sino de serlo. Si el amor a Dios, según el Evangelio, se reconoce por el amor al prójimo, la verdadera fe en Dios no es lo mismo que profesar de palabra la fe en el Evangelio, sino vivir el Evangelio de corazón. (De “Creyentes e incrédulos”-Ediciones Carlos Lohlé-Bs.As. 1968).

A partir de la prioridad ética sobre la creencia o el razonamiento, podemos interpretar los mandamientos de Cristo considerando que contemplan tanto el aspecto racional del hombre como el aspecto vinculado a su aspecto emocional. Así, el amor a Dios puede identificarse con el “amor intelectual de Dios” propuesto por Baruch de Spinoza, posiblemente el deísta más influyente en la historia del pensamiento. En cuanto al amor al prójimo, debería interpretarse en base a la empatía, como una sugerencia a compartir las penas y las alegrías ajenas como si fuesen propias. De ahí que en base a este último requisito debemos discernir si una persona trata de ser cristiana, al menos, o no. Martín Buber escribió respecto de Spinoza:

“En su teoría de los atributos divinos, parece haberse empeñado en el mayor esfuerzo anti-antropomórfico que haya intentado alguna vez el espíritu humano. Spinoza califica de infinito el número de los atributos de la sustancia divina. Sin embargo, asigna nombre sólo a dos de ellos, «extensión» y «pensamiento» -en otras palabras, el cosmos y el espíritu” (De “Eclipse de Dios”-Ediciones Galatea-Buenos Aires 1955).

En cuanto al bienestar espiritual derivado de su visión del mundo, Baruch de Spinoza escribió: “Después que la experiencia me hubo enseñado que todo lo que ocurre en la vida ordinaria es vano y fútil; después de haber visto que todo lo que para mí era objeto o motivo de temor no contenía nada bueno ni malo en sí, fuera de los efectos que ejercía sobre mi alma, me decidí finalmente a investigar si no habría algo que fuese un bien verdadero, posible de alcanzar y al cual sólo pudiera entregarse el alma una vez rechazadas todas las demás cosas; más aún, si no había algo cuyo descubrimiento y adquisición me diera el goce eterno de una alegría suprema y continua”. “Me di cuenta que estaba expuesto a un grandísimo peligro y obligado a buscar, con todas mis fuerzas, un remedio aunque fuera inseguro, como el enfermo atacado de una enfermedad mortal y que prevé una muerte segura si no recurre a un remedio, se ve obligado a buscarlo con todas sus fuerzas aunque sea inseguro, pues constituye su única esperanza”.

“Me ha parecido que estos males provienen de poner totalmente la felicidad o la desdicha en una sola cosa, es decir, en la cualidad del objeto a que estamos ligados por amor. En efecto, lo que no es amado no engendra nunca disputas, ni produce tristeza cuando perece, ni envidia cuando otro lo posee, ni temor ni odio, en una palabra, conmoción alguna del alma. En cambio, sucede todo esto en el amor de las cosas perecederas, como lo son todas aquellas de que hemos hablado. Pero el amor por una cosa eterna e infinita alimenta el alma con una alegría singular y libre de toda tristeza; lo que hace que sea tan deseable y digno de ser buscado con todas nuestras fuerzas” (Extractos del “Tratado de la reforma del entendimiento”-Editorial Tecnos SA-Madrid 1989).

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