Si bien disponemos individualmente de una visión de lo que la sociedad es, y de lo que debería ser, el conjunto de las ciencias sociales carece de un modelo de sociedad que sea aceptado masivamente, aunque la mayor parte de la información necesaria para su construcción se encuentre dispersa en los distintos sectores de una biblioteca.
Puede decirse que una sociedad es un conjunto de individuos que comparten objetivos comunes, por lo que un modelo de la misma ha de surgir de los atributos de sus integrantes; atributos que permitirán, o no, conformar una sociedad. En el caso negativo, se tratará simplemente de un conglomerado humano con escasa interacción social, o con una interacción poco cooperativa. De ahí que la base de un modelo de sociedad ha de estar constituida por un modelo psicológico que describa la personalidad individual.
El primer aspecto a considerar ha de ser el de la determinación de las tendencias generales de la interacción social, entre las cuales encontramos la cooperación y la competencia. Para que la descripción abarque todas las situaciones posibles, es necesario agregar la predisposición asociada a los individuos poco sociables que no responden a ninguna de las dos orientaciones mencionadas, quedando entonces: a) Cooperación, b) Competencia, c) Indiferencia social. Al respecto, William F. Ogburn y Meyer F. Nimkoff escribieron:
“En toda vida de grupo hay fuerzas operantes que dividen o que unifican. La gente se casa o se divorcia, trabaja o va a la huelga, forma hermandades religiosas o se lanza a luchas sectarias. Por ello, la organización social de una comunidad en un tiempo dado representa el equilibrio entre las fuerzas centrifugas y centrípetas”. “A estas tendencias de la vida del grupo, modos fundamentales por los que los hombres actúan unos sobre otros, les aplicamos el nombre de procesos sociales. Cuando los hombres trabajan juntos para obtener metas comunes, su comportamiento se llama cooperación. Cuando se oponen unos contra otros, su conducta recibe el nombre de oposición. La cooperación y la oposición son los dos procesos básicos de la vida de grupo” (De “Sociología”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1959).
Es oportuno considerar los atributos adquiridos por el hombre bajo la etapa de la evolución biológica y que le permiten iniciar la etapa de la evolución cultural, proceso que acelera el ritmo de adaptación al orden natural y le confieren a la humanidad sus características propias que la distinguen de todas las demás especies. Thomas Grüter escribió: “Varios investigadores, entre ellos Steven Pinker, de la Universidad de Harvard, suponen que los antepasados del hombre moderno debieron encontrar y ocupar en el transcurso de la evolución un nicho ecológico novedoso, el nicho cognitivo. Pinker describió en 2010 tres grupos de capacidades humanas, las cuales se refuerzan en forma reciproca:
1- La invención y utilización de herramientas especializadas. Esta capacidad requiere un control flexible de las manos, así como una precisa coordinación espacial y temporal entre el ojo y la mano.
2- Una cooperación de confianza con los congéneres más próximos, pero también con los no emparentados, para la caza, la crianza conjunta de los niños, la repartición del botín, la lucha o el comercio con otros grupos. Ello comporta un sentido de justicia muy desarrollado, una comprensión mutua y la capacidad de ponerse en el lugar de otro.
3- Un lenguaje con una gramática elaborada. Sólo así pueden transmitirse con sentido los más dispares conceptos –casi en cualquier contexto y combinación- a otras personas” (De “Mente y Cerebro” Mayo/Junio 2013 Nº 60-Prensa Científica SA-Barcelona).
En cuanto a las capacidades mencionadas, puede decirse que la aptitud para producir herramientas tanto como aquella para comunicarse con los restantes miembros de un grupo, son posibilitadas por el proceso imaginativo. Tal proceso requiere de una memoria que le permite al hombre realizar comparaciones y agrupamientos aun cuando no intervengan los sentidos. Este tipo de razonamiento, “con los ojos cerrados”, caracteriza la vida inteligente y posibilita el inicio de la evolución cultural, que consiste esencialmente en la adquisición de información del medio circundante para ser luego transmitida al resto mediante el lenguaje.
Cuando hablamos de la cultura, no debemos olvidar el contexto en el que aparece, pudiendo definirse como toda acción humana que tiende a favorecer un mayor nivel de adaptación al orden natural como continuación o prolongación del proceso de adaptación biológica. Con esta definición se deja de lado el relativismo cultural que poco tiene en cuenta este aspecto, ya que considera como cultura tanto a la actividad humana que mejora nuestra adaptación como la que nos aleja de la misma.
En cuanto a la posibilidad de actuar en forma cooperativa, puede decirse que proviene esencialmente de la empatía, atributo que resulta esencial para la supervivencia del grupo humano. Mediante tal proceso tenemos la posibilidad de compartir las tristezas y las alegrías ajenas que así resultan tan importantes como las propias.
Al existir las tendencias sociales hacia la cooperación y hacia la competencia, no resulta extraño que hayan surgido de la mente de psicólogos y filósofos algunos principios asociados a la personalidad individual que se corresponden con las mismas. Así, el principio de placer, invocado por Sigmund Freud, contempla a la cooperación, mientras que el principio de poder, invocado por Alfred Adler, contempla la competencia. Sin embargo, no debe considerarse que la cooperación y la competencia son siempre tendencias opuestas e incompatibles entre si, ya que puede existir una buena competencia y es la destinada a mejorar la capacidad para cooperar con los demás.
Si la evolución biológica ha mantenido la competencia, seguramente ha de ser porque implica un factor que favorece nuestra supervivencia. Así, la competencia entre productores, tratando de lograr un mayor porcentaje del mercado, para cierto producto, requiere de una mejora en la calidad o una disminución del precio, lo que redunda en beneficios para el consumidor. Por el contrario, la ausencia de competencia conduce a la formación de monopolios. William F. Ogburn y Meyer F. Nimkoff escribieron:
“La situación puede ser inversa y los individuos competir con objeto de cooperar mejor. Un ejemplo de cooperación en competencia es la organización científica, como la British Royal Society o la American Geographical Society. Los grupos de miembros trabajan juntos para progresar en el camino de la verdad, pero hacen esto procurando superar cada uno el trabajo de los demás. Las ideas que no están apoyadas por pruebas suficientes son atacadas. De la misma manera los trabajadores de una fábrica donde existe participación en los beneficios pueden ser llevados a competir unos con otros para obtener un provecho total más elevado en beneficio de todos. Para aumentar la producción pueden introducirse primas por destajo, salarios diferenciados y rivalizarse las unidades de producción. Estos ejemplos demuestran cómo se equivocan los que tratan de atribuir una primacía natural a la competencia o a la cooperación”.
Aunque sepamos que la actitud cooperativa resulta beneficiosa para todos, es posible que no podamos aceptarla sólo mediante el ejercicio del pensamiento, ya que toda sugerencia ética debe ser parte de una ideología de adaptación. Tal ideología, cuando forma parte de la religión, le da al hombre un sentido pleno de la vida. Sin embargo, con el avance del pensamiento científico, se ha ido dejando atrás a la religión y al sentido de la vida por ella otorgado, lo que implica un notorio avance del vacío existencial. Víktor Frankl escribió: “Lo más profundo del hombre no es el deseo de poder ni el deseo de placer, sino el deseo de sentido” (De “El hombre doliente”-Editorial Herder SA-Barcelona 1987).
Si se considera a la Biblia como una ideología de adaptación establecida en forma simbólica, puede considerarse entonces que la visión científica del proceso de adaptación implica una “visión realista”, sin simbolismo alguno, pero equivalente a aquélla, ya que la voluntad del Creador y la predisposición del hombre para cumplirla resultan equivalentes a aceptar la “voluntad de las leyes naturales” y nuestra predisposición para adaptarnos a ellas. De esta forma, será posible, para una gran cantidad de personas, encontrar el sentido de la vida que, por el momento, ha sido impedido por las interpretaciones bíblicas textuales. La imposibilidad de lograr tal sentido, hace que todo individuo trate de refugiarse en la adopción de sentidos alejados de toda referencia al orden natural. Víktor Frankl escribió: “Entonces se siente tentado a querer lo que los demás hacen o a hacer lo que los demás quieren. En el primer caso topamos con el conformismo y en el segundo con el totalitarismo”.
En el ámbito de la Psicología Social, a través del concepto de actitud característica, con sus componentes afectivas y cognitivas, se ha podido simplificar la descripción del comportamiento humano. Así, la tendencia hacia la cooperación proviene de la componente afectiva por la cual compartimos las penas y las alegrías ajenas como propias (amor), mientras que la tendencia competitiva está asociada al odio, por el cual las alegrías ajenas producen tristeza propia, y la tristeza ajena, alegría propia. El egoísmo es la componente que tiene en cuenta la búsqueda de felicidad individual sin ser compartida, mientras que la indiferencia está asociada a la carencia de vínculos afectivos. Una persona, que interactúa con varias personas durante cierto tiempo, puede mostrar en un 50% de los casos una respuesta cooperativa, en un 20% una respuesta competitiva, en un 20% egoísta y en un 10% indiferente, a manera de ejemplo. Otra persona mostrará porcentajes distintos, caracterizando tales porcentajes la personalidad individual.
En cuanto a las componentes cognitivas, puede decirse que derivan del proceso de prueba y error, en el cual es necesario adoptar una referencia, que puede ser el propio mundo real, uno mismo, otra persona o lo que opina la mayoría. La adaptación cultural produce buenos resultados cuando algunos adoptan la propia realidad como referencia logrando buenas descripciones que serán compartidas por los demás.
Finalmente tenemos los “modelos de sociedad” que ignoran completamente los atributos de los individuos que la componen por cuanto se supone que sus comportamientos típicos dependen enteramente del sistema económico prevaleciente. Todo cambio social provendrá, no de algún tipo de mejora ética individual, sino del cambio de la forma de producción. El socialismo nace de tal tipo de suposiciones, siendo en realidad una sociedad anticapitalista, ya que se cree que con solo estatizar los medios de producción surgirá como por arte de magia la sociedad ideal; creencia absurda que, sin embargo, todavía logra bastantes adeptos y que resulta opuesta a la tendencia hacia el logro de mayores niveles de adaptación.
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