viernes, 22 de noviembre de 2013

Concordia y discordia en política

Cuando existen divisiones y antagonismos entre diversos sectores de la población, por cuestiones de política, debemos buscar las causas psicológicas que favorecen tanto la concordia como la discordia, para favorecer a la primera y desalentar a la segunda. Por lo general, lo que provoca los conflictos es la divergencia de actitudes y pasiones por cuanto las ideas políticas surgen como consecuencia de las predisposiciones, positivas o negativas, predominantes en los distintos individuos.

Lo que une a las personas es la posibilidad de compartir las penas y las alegrías de los demás, mientras que resulta difícil compartir los sentimientos negativos asociados a la burla o la envidia. La concordia es un acuerdo que proviene de compartir penas y alegrías, mientras que la discordia proviene del rechazo de las actitudes del otro sector, del cual no puede compartirse sentimiento alguno. La concordia une a las personas en un sector social mientras que las actitudes negativas las reúne en otro sector.

Entre los integrantes del primer sector predominan las actitudes cooperativas, mientras que en el segundo predominan las actitudes competitivas. De ahí que raramente aquellos podrán compartir el odio predominante en el segundo sector, por lo que aparece cierta incompatibilidad esencial que impide cualquier forma de comunicación entre los integrantes de ambos sectores, produciéndose una fractura social. Podemos hacer un esquema de ambos grupos:

a) Grupo cooperativo: sus integrantes tienden a unirse compartiendo las penas y las alegrías ajenas. En política reconocen a aliados y a adversarios (quienes comparten objetivos pero difieren en cuanto a los métodos)
b) Grupo competitivo: sus integrantes tienden a reunirse compartiendo objetivos agresivos hacia los integrantes del grupo cooperativo. En política reconocen a amigos y enemigos (con quienes no mantienen objetivos comunes)

Por lo general, los políticos que pretenden lograr el apoyo del sector cooperativo se dirigen a sus integrantes promoviendo un futuro de acción conjunta con los adversarios ocasionales, lo que constituye una actitud democrática, mientras que los políticos que pretenden lograr el apoyo del sector competitivo se dirigen a sus integrantes promoviendo futuros conflictos con el sector enemigo, lo que caracteriza a los movimientos populistas y totalitarios. Sin un enemigo a quien odiar, o a quien calumniar o difamar, poco les queda para ofrecer. Así, si a la ideología nazi se le quita toda referencia a las “razas inferiores”, poco queda de ella. Si a la ideología marxista se le quita toda referencia al sistema capitalista y a las “clases sociales incorrectas”, nada queda de ella.

La mayor fractura social que se produjo en la Argentina provino del peronismo, división que ha sido reeditada por el kirchnerismo, mediante sus continuos ataques hacia el sector cooperativo y democrático. Perón, que simpatizaba con el fascismo y el nazismo, considera como enemigo a la “oligarquía nacional” colaboradora del imperialismo yankee. De ahí que todo opositor, si no era oligarca, se lo consideraba afín a la oligarquía y, por lo tanto, un enemigo. En forma similar, el kirchnerismo, que simpatiza con el marxismo, tiende a unificar como enemigo a todo aquel que no adhiera a tal movimiento.

El que tiene poco éxito económico, y renuncia a todo progreso futuro, es posible que se considere peronista o kirchnerista, con la esperanza de que el Estado redistribuya las riquezas ajenas. Para ello está motivado, a veces, no tanto por una imperiosa necesidad material, sino porque al reducir el nivel económico del sector productivo, aliviará en cierta forma el malestar que le provoca la desigualdad económica y la envidia asociada a la misma.

En el siglo XVIII, Adam Smith tenía en cuenta el comportamiento cooperativo de los seres humanos. Al respecto, Mariano Grondona escribió: “Smith empieza por considerar, primero, el sentimiento de la «simpatía». ¿Por qué habla de sentimientos? Esto coincide con la «escuela escocesa del sentido común», que afirma que el hombre tiene un sentido moral («moral sense») intuitivo, no «racional». Para Smith, el primero de esos sentimientos es la simpatía: «La simpatía es aquella facultad por la cual podemos entrar en los sentimientos de otro»”.

“Por ejemplo, si yo veo a alguien a quien le cometen una injusticia, él siente un sentimiento de indignación y yo lo comparto, salvo que él exagere ese sentimiento, pues entonces ya no podría «entrar» ahí. Si yo experimento una sensación aguda de dolor, nada me es más grato que tú simpatices conmigo”. “El primer sentimiento que Smith advierte es un sentimiento de solidaridad en el hombre, que sale de sí mismo para compartir la situación de otro”.

“¿Cuándo puedo entrar en el sentimiento del otro? Cuando lo expresa en forma apropiada. Cuando el otro exagera su dolor, su expresión ya no es apropiada («proper»). Cuando se vive en sociedad, el que experimenta una pasión a veces no puede ser seguido por otros”. “Entonces, si yo tengo un sentimiento agudo que me aqueja, que me perturba, cuando lo expreso ante el grupo social con el cual convivo, tengo que bajar el tono de ese sentimiento porque si no lo hago los demás no pueden entrar en él. Si yo expreso «todo» el sentimiento que tengo, te impido entrar. He de expresarlo hasta donde te sea posible acompañarme. A la vez, a ti el sentimiento de simpatía te hará salir de tu indiferencia para «subir» a la altura hasta la cual yo «bajé». Esto se llama «concordia». La con-cordia (es decir, «corazones con….» otros) es un doble movimiento –de subir y bajar- hasta que se produce la armonía” (Extractos de “Los pensadores de la libertad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).

El sector populista y totalitario por lo general se atribuye la misión de defender los derechos humanos. Sin embargo, cuando en la Argentina se habla de tales derechos, por lo general se hacer referencia a los derechos a la vida que tenían los guerrilleros de los setenta, cuyas mentes y corazones fueron llenados de odio por los ideólogos marxistas que aun hoy perseveran en la siembra de tal actitud. Por el contrario, el sector democrático es considerado por tales ideólogos esencialmente como sub-humanos, por cuanto a los más de 1.500 argentinos asesinados por la guerrilla nunca se les reconoció ningún derecho a la vida, porque a sus asesinos ni siquiera se los considera como tales, por cuanto, aparentemente, actuaron en forma “ética”. Recordemos que Lenin expresó: “Moral es lo que favorece el advenimiento del socialismo; inmoral lo contrario”.

Gran parte de la sociedad argentina no tiene ningún inconveniente en apoyar electoralmente a partidos políticos que en sus filas militan algunos terroristas de los setenta que nunca han mostrado el menor arrepentimiento por sus actos. Recordemos que Montoneros impuso una especie de ritual de iniciación en la guerrilla que consistía en asesinar a traición a algún policía, fuera de toda acción bélica (como lo hizo el Che Guevara quien asesinó con su propia arma a 216 personas; ninguna en combate), para robarle el arma y el uniforme. Ramón Genaro Díaz Bessone escribió:

“En el lenguaje de los subversivos «desarme» es la operación de asesinar a un policía y robarle el arma y el uniforme. Para ello, el lugar y momento apropiado, en particular de noche, un jovencito o una jovencita se aproximaba como un transeúnte común, y al llegar a la altura del agente público, desenfundaba rápidamente un revólver o pistola y mataba al policía. Esta era una de las exigencias básicas para ser aceptado como soldado en el ejército subversivo. El Agente o Suboficial de baja graduación de la Policía, normalmente custodiaba una sede diplomática, un consulado, o estaba de servicio en una esquina; con su modesto sueldo este policía mantenía a su familia, tenía hijos pequeños. Hasta 1977 se contaban 372 policías en todo el país víctimas de estos «desarmes». Sus camaradas, llegado el momento, combatieron sin cuartel y duramente a la subversión, cumpliendo con su deber” (De “Guerra revolucionaria en la Argentina (1959-1978)”-Círculo Militar-Buenos Aires 1988).

El desprestigio sufrido por la Argentina en el exterior se debe a que los sectores de izquierda olvidaron relatar las acciones criminales por ellos emprendida, haciendo creer al individuo inadvertido que la lucha contra la subversión implicó “una matanza por parte de los militares a jóvenes indefensos que trataban, mediante sus ideas, de lograr un mundo mejor”. Adviértase que, en el caso citado de los policías, no se necesitaba orden alguna para atacar a los terroristas por cuanto se trataba de la elemental y natural lucha por la supervivencia. Tal reacción se llevó a cabo con todos los excesos y con toda la ilegalidad que cabe imaginar.

Como se dijo antes, las ideas políticas surgen de los aspectos emocionales de los individuos. De ahí que el sector cooperativo tenga la predisposición a seguir las prédicas cristianas, ya que el “amarás al prójimo como a ti mismo” puede interpretarse como un “compartirás como propias las alegrías y tristezas ajenas”. Por el contrario, el sector populista y totalitario tiene como a uno de sus héroes máximos a Ernesto Che Guevara, quien escribió: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal” (Mensaje a la “Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina”. Abril de 1967).

Mientras el fundador del liberalismo, Adam Smith, contempla los aspectos psicológicos básicos de la cooperación, coincidiendo esencialmente con las prédicas cristianas, el sector totalitario rechaza tanto al liberalismo como al cristianismo para identificarse con la prédica guevarista. De ahí que la fractura existente en la Argentina se da tanto a nivel social como a nivel intelectual, lo que no debe extrañar a nadie.

Actualmente, los sectores totalitarios no han cambiado esencialmente de opinión, sino de táctica. En lugar de tratar de llegar al poder a través de las armas, tratan de hacerlo adoptando una máscara democrática. Debido a que la acción de destruir resulta más sencilla que la de construir, la lucha ideológica emprendida consigue éxitos parciales. Antonio Gramsci escribió: “La intelligenza tiene que apoderarse de la educación, de la cultura y de los medios de comunicación social para desde allí apoderarse del poder político y con el poder político dominar la sociedad civil” (De “política y sociedad”-Editorial Centro Gráfico Limitada-Santiago 2006).

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