Los seres humanos optamos por una de las tres posibilidades siguientes, referidas a la relación con nuestros semejantes, ante las diversas decisiones que hemos de tomar a lo largo de nuestras vidas:
a) Preferencia por la libertad propia y la de los demás (individualismo)
b) Preferencia por gobernar a los demás (colectivismo, totalitarismo)
c) Preferencia por ser gobernado por otros seres humanos (servidumbre)
En realidad, tales preferencias dependen del tipo de decisiones a adoptar, ya que algunos prefieren trabajar en relación de dependencia mientras que a la vez optan por una postura intelectual independiente, mientras que otros prefieren trabajar en forma independiente mientras que se sienten cómodos siguiendo las opiniones y los pensamientos de otros seres humanos.
La preferencia por la libertad está asociada a la búsqueda de independencia respecto del posible gobierno de otros seres humanos, ya sea que se ejerza en forma directa o bien en forma indirecta a través del Estado. El individuo advierte que podrá realizar sus proyectos sólo si se encuentra en una situación de libertad, mientras que de otra forma se verá imposibilitado de cumplirlos. Esta es la postura básica del liberalismo, actitud asociada a quienes prefieren no ser gobernados por otro ser humano ni tampoco gobernar a otros, optando por tener presentes las leyes naturales que rigen todos los aspectos inherentes a nuestra personalidad.
La tendencia a ser gobernados por leyes antes que por seres humanos, no sólo es una idea básica del liberalismo, sino también del cristianismo, por cuanto la Biblia sugiere la búsqueda del Reino de Dios, que no es otra cosa que el Gobierno de Dios sobre el hombre a través de su adaptación a las leyes naturales. De ahí que no resulte extraño que el mundo occidental se caracterice principalmente por su simultánea adhesión al liberalismo, tanto económico como político, como también al cristianismo. Ludwig von Mises escribió:
“Desde tiempos inmemoriales, el Occidente ha valorado la libertad como el bien más precioso. La preeminencia occidental se basó precisamente en su obsesiva pasión por la libertad, ideario social éste totalmente desconocido por los pueblos orientales. La filosofía social de Occidente es, en esencia, la filosofía de la libertad. La historia de Europa, así como la de aquellos pueblos que expatriados europeos y sus descendientes en otras partes del mundo formaron, casi no es más que una continua lucha por la libertad. Un individualismo «a ultranza» caracteriza a nuestra civilización” (De “La Acción Humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).
Otros, por el contrario, sólo se sienten plenos cuando tienen la posibilidad de gobernar a los demás imponiendo sus criterios y sus gustos, desconociendo la posibilidad de existencia de leyes naturales. La actitud de quien pretende gobernar a los demás implica la adopción de la creencia en la superioridad del gobernante simultáneamente que cree en la inferioridad del gobernado. La desigualdad “natural” de los hombres, que es la base de los sistemas totalitarios, viene expresada desde la antigüedad, cuando Platón escribió el siguiente “mandamiento totalitario”:
“De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea hombre o mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aun en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse, comer…sólo si se le ha ordenado hacerlo. En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado, a no soñar nunca actuar con independencia, y a tornarse totalmente incapaz de ello” (Citado en “Esparta” de Vicente G. Massot-Grupo Editor Latinoamericano SRL-Buenos Aires 1990).
Existen también individuos que prefieren relegar gran parte de su libertad individual para ser gobernados mental y materialmente por otras personas, ya que confían poco en ellos mismos, mientras suponen que los demás sabrán orientar su vida de mejor manera. De ahí que la libertad, como forma de vida, surgió como una innovación cultural que aun no ha sido adoptada con la generalidad esperada. Ludwig von Mises escribió:
“Porque es lo cierto que, antes del surgimiento del liberalismo, clarividentes filósofos, fundadores, clérigos y políticos animados de las mejores intenciones y auténticos amantes del bien de los pueblos, predicaron que la institución servil, la esclavitud de una parte del género humano, no era cosa mala ni injusta, sino por el contrario, normalmente útil y beneficiosa. Había hombres y pueblos destinados, por su propia naturaleza, a ser libres, en tanto que existían otros a quienes convenía más el estado servil. Y no eran sólo los amos quienes así se pronunciaban; la gran mayoría de los esclavos pensaba lo mismo. Para éstos tal condición tenía también sus ventajas; no había, desde luego, de preocuparse del sustento; eso era cosa del dueño. De ahí que no fuera la fuerza, la coacción, lo que, en general, retuviera al esclavo. Pensadores sinceramente humanitarios, cuando el liberalismo, en el siglo XVIII y primera mitad del XIX, se alzó en favor de la emancipación del siervo de la gleba europea y del negro americano, no silenciaron, desde luego, su honesta oposición. El trabajador servil –argumentaron- hallábase habituado a su condición y no la consideraba mala. ¿Qué iban a hacer libres? Sentiríanse desamparados al no poder recurrir a su antiguo señor; no sabrían ni administrar los propios asuntos; apenas acertarían a conseguir lo indispensable para cubrir sus más elementales necesidades. La emancipación, por tanto, antes que beneficio, iba a arrogarles grave perjuicio” (De “Liberalismo”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1994).
Adviértase que la idea de igualdad surge en forma natural en la postura liberal y cristiana, algo que se ve reflejado en el mandamiento del amor al prójimo. Por el contrario, las tendencias totalitarias claramente distinguen entre gobernantes y gobernados, por lo cual los seres humanos son considerados bajo una desigualdad esencial. Sin embargo, tal es el grado de masificación de la sociedad que se habla de la “desigualdad” asociada a la propuesta liberal y de la “igualdad” bajo la propuesta totalitaria. Puede decirse que, mientras que la servidumbre de épocas pasadas era voluntaria, la impuesta por el socialismo real resulta ser una servidumbre obligatoria, ya que, al desaparecer la propiedad privada de los medios de producción, es el Estado (o los políticos al mando) quienes deciden por todos. Incluso cada integrante de la clase inferior, solo tiene el derecho a obedecer. De ahí que sigue teniendo vigencia la expresión de Joseph Goebbels: “Una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad”.
Por lo general, quienes suponen ser superiores al resto de los mortales, para legitimar su gobierno mental y material sobre los “inferiores”, tienen un complejo de superioridad que sólo resulta ser una compensación de un complejo de inferioridad previamente existente. Aducen que el ser humano, por naturaleza, es egoísta, lo que es bastante cierto, de ahí la necesidad de que exista el gobierno del Estado para subsanar tal inconveniente. Se supone que los totalitarios que ocuparán el gobierno carecen de egoísmo, debido justamente a su supuesta “superioridad ética”, argumento que carece totalmente de credibilidad. La soberbia llegó a tal nivel en la decadente URSS, que los burócratas marxistas afirmaban: “¿Qué sentido tiene aprender de nadie si, a fin de cuentas, llevamos sobre los demás toda una era histórica de adelanto?” (Citado en “Mi país y el mundo” de Andrei Sajarov-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976).
Podemos entonces sintetizar ambas posturas:
a) Liberalismo = Todo individuo busca la libertad partiendo de una supuesta igualdad natural
b) Totalitarismo = El sector superior busca la condición de servidumbre del sector inferior partiendo de una supuesta desigualdad básica
Mientras exista una calificación discriminatoria hacia personas o pueblos, surgirá de inmediato la tendencia hacia el dominio mental o material de los discriminadores (supuestamente superiores) hacia los discriminados. Así, para el nazismo, las razas superiores debían gobernar a las inferiores; para el marxismo, las clases sociales superiores debían gobernar a las inferiores (dictadura del proletariado); para los sectores nacionalistas, los pueblos superiores deben colonizar a los inferiores, etc.
Puede decirse que el grado de ingerencia del Estado en la vida de cada habitante es una medida del grado de totalitarismo vigente. Sin embargo, tanto economistas como ciudadanos, generalmente comparan los sistemas democráticos con los totalitarios según los resultados de la economía, sin apenas tener en cuenta las libertades esenciales y básicas que permiten a todo individuo llevar una vida normal. Durante la dictadura peronista de mitad del siglo XX, se promovió la fractura de la sociedad en dos bandos bien diferenciados. Tal es así que desde el mismo gobierno se alentaba a delatar a los opositores al régimen. El escritor argentino Héctor Bianciotti, de la Academia Francesa, expresó en una entrevista: “Yo creo que estaba al mismo tiempo huyendo del campo y huyendo de la dictadura de Perón, que fue mucho más terrible de lo que la gente cree. No se ha sabido nunca en Europa lo que era la vida cotidiana durante la dictadura de Perón; algo simplemente atroz. Un pueblo convertido en policías los unos de los otros. En delatores” (Reportaje de la Revista “Gente”).
Para tener idea de lo que fue el peronismo basta tener en cuenta que a los propios peronistas les daba vergüenza reconocer que lo eran. Sin embargo, todavía falta bastante para la “conversión” del pueblo desde el peronismo al cristianismo. Jorge Luis Borges escribió: “Dijo Croce: no hay en Italia un solo fascista, todos se hacen los fascistas. La observación es aplicable a nuestra república y a nuestro remedo vernáculo del fascismo. Ahora hay gente que afirma abiertamente: soy peronista. En los años de oprobio nadie se atrevía a formular en el diálogo algo semejante; declaración que lo hubiera puesto en ridículo. Quienes lo eran abiertamente se apresuraban a explicar que se habían afiliado al régimen porque les convenía, no porque lo pensaran en serio. El argentino suele carecer de conciencia moral, no intelectual; pasar por inmoral le importa menos que pasar por zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama viveza criolla” (Publicado en Diario “Los Andes”).
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