Las respuestas emocionales son descriptas en base a la empatía, fenómeno psicológico que nos permite compartir las penas y las alegrías ajenas, o cambiar penas y alegrías ajenas por alegrías y penas propias (empatía negativa), o siendo indiferentes a las mismas (empatía nula). Sin embargo, previamente a estas posibles respuestas, ha existido un pequeño cambio en nuestra propia actitud característica, ocasionado por la presencia o la referencia de otras personas, que nos llevará a responder bajo alguna de las formas descritas. Los conceptos mencionados fueron definidos por Baruch de Spinoza en el siglo XVII: “Por alegría entenderé, pues, en lo que sigue, la pasión por la cual pasa el alma a una mayor perfección”. “Además, llamo al afecto de la alegría, referido simultáneamente al alma y al cuerpo, placer o regocijo”. “Tristeza es la pasión por la cual pasa el alma a una menor perfección”. “Llamo al afecto de la tristeza, dolor o melancolía”.
La tristeza y la alegría, mediante la empatía, se transmiten entre las personas, de donde vienen el amor y el odio. Spinoza escribe respecto del amor: “El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o tristeza: y uno y otro de estos afectos será mayor o menor en el amante, según uno y otro sea mayor o menor en la cosa amada”. Y respecto del odio: “El que imagina que aquello a que tiene odio está afectado de tristeza, se alegrará; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, se entristecerá; y uno y otro afecto será mayor o menor según mayor o menor el afecto contrario sea en aquello a que tiene odio” (De “Ética”-Fondo de Cultura Económica-México 1985).
Si no existiese una respuesta típica en las personas, seria imposible conocerlas e incluso nos veríamos imposibilitados de predecir comportamientos simples. De ahí que podamos confiar en la existencia de una respuesta, o actitud característica, definida como la relación entre respuesta y estímulo:
Actitud característica = Respuesta / Estímulo
Esta relación (Respuesta/Estímulo) es justamente la “ley natural” que caracteriza, como principal atributo, a todo lo que existe, ya se trate de materia o se trate de la vida. Al adoptar este atributo en la descripción del hombre, se emplea en Psicología Social algo utilizado ampliamente en las ciencias naturales (física, biología, principalmente). El estímulo, en nuestro caso, será algo que le sucede a otra persona y ese hecho provoca una respuesta en uno mismo. Al definirlo de esta forma, una respuesta (R) se obtiene “amplificando” al estímulo (E) a través de la multiplicación por (A), es decir, R = A x E.
Podemos graficar sobre un eje horizontal, graduado numéricamente, los estados anímicos de una persona, correspondiendo a la alegría los estados positivos y a la tristeza los negativos. La actitud característica, entonces, aparece representada por un punto sobre tal eje graduado con cierta posibilidad de desplazarse a ambos lados. Así, cuando la persona referida encuentra a otra de su agrado, el punto representativo se moverá un tanto a la derecha, como es el caso de los niños pequeños que permiten que surja lo mejor de nosotros. Por el contrario, una persona que nos desagrade, tiende a que el punto representativo se mueva a la izquierda, impidiendo que de nosotros salga lo mejor, e incluso favoreciendo lo contrario.
Veamos un ejemplo concreto: cuando la persona X encuentra a alguien de su agrado, la relación entre respuesta y estimulo, es decir, su actitud característica Ax será:
Ax = 3/3 = 1 (Comparte alegría)
Ax = -2/-2 = 1 (Comparte pena)
Esto significa que si la persona de su agrado tiene un estado de felicidad de 3 unidades, X responderá con un estado similar, mientras que, al tener esa otra persona un estado de felicidad negativo (-2) (sufrimiento), responde con un estado similar. También es posible, respecto de otra persona por quien X sienta un amor más intenso:
Ax = 6/3 = 2
Ax = -4/-2 = 2
Decimos que en este caso se ha duplicado la respuesta, respecto del caso anterior. En cuanto a la persona Y, podrá actuar así:
Ay = -3/3 = -1 (Siente envidia)
Ay = 1/-1 = -1 (Posibilidad de burla)
La persona Y es una persona “negativa” por cuanto cambia la tendencia natural hacia los estados crecientes de felicidad, porque cambia la felicidad ajena por infelicidad propia.
No es necesario que la actitud característica nos dé siempre un número constante, como se ha visto. La realidad no responde rigurosamente a este nivel de precisión o exactitud, pero es un concepto que puede ayudar a establecer una aceptable descripción del comportamiento humano.
Los distintos individuos cambiamos nuestra respuesta característica alrededor de un estado medio, en una determinada etapa de nuestras vidas. A la tendencia a movernos hacia estados de mayor felicidad podemos asociarla a un desplazamiento hacia la derecha del gráfico, mientras que la tendencia a la competencia implica que algunas personas tratan (o desean) desplazar a la vez hacia la izquierda a quienes los superan. No todo el que sufre siente odio, ya que muchos tienen dignidad para soportar el sufrimiento y lo utilizan para descubrir los aspectos profundos del ser humano, haciéndolos crecer interiormente, encontrando posteriormente un aceptable nivel de felicidad.
Mientras que la empatía implica un cambio en nuestro estado de ánimo según lo que le acontezca a otras personas, denominamos inducción de la personalidad al desplazamiento del punto representativo según cuánto nos agraden o desagraden otras personas. La inducción de la personalidad es, posiblemente, uno de los fenómenos de mayor importancia en Psicología Social, ya que es el fenómeno por el cual la influencia del medio social afecta a nuestra propia personalidad. Podemos denominarlo también como inducción o cambio de nuestra actitud característica ante la presencia o la referencia de otra persona. El cambio circunstancial puede ser pequeño o grande, pero, debido a que tenemos memoria, podrá convertirse en permanente. Podemos expresarlo de la siguiente manera:
A = Ao + ∆A
Este cambio ∆A es el que permite lograr el mejoramiento de las personas, o su empeoramiento, y se produce alrededor de una respuesta típica predominante en una etapa de nuestra vida. Baruch de Spinoza escribió: “El hombre es afectado por la imagen de una cosa pretérita o futura con el mismo afecto de alegría o tristeza que por la imagen de una cosa presente”. “La esperanza no es nada más que una alegría inconstante nacida de la imagen de una cosa futura o pretérita de cuyo suceso dudamos. El miedo, por el contrario, es una tristeza inconstante nacida también de la imagen de una cosa dudosa. Además, si se quita de estos afectos la duda, de la esperanza resulta la seguridad y del miedo la desesperación; es decir, una alegría o una tristeza nacida de la imagen de una cosa que hemos temido o esperado”.
No solamente se produce la inducción de la personalidad, o cambio de nuestra actitud característica, ante la presencia o la referencia de personas determinadas, sino que incluso el medio social nos predispone al cambio, tanto si se trata de un cambio positivo como negativo. Por ejemplo, consideremos un caso frecuente, en la Argentina, cuando en horarios de mucho tráfico vehicular, algunos automovilistas detienen su automóvil en doble fila, perturbando sensiblemente el tránsito normal y favoreciendo el inicio de cierto caos vehicular. Además de proceder de esa forma, muestran una actitud de indiferencia total por los efectos que sobre los demás provoca su acción. Tal comportamiento típico tiende a mal predisponer al resto de los automovilistas que tienden a reaccionar con cierta violencia ante tal actitud descarada. Incluso en Buenos Aires algunos estacionan tranquilamente frente a garages impidiendo la entrada y la salida de vehículos. El egoísmo extremo tiende a promover respuestas violentas en la gente que se cansa de tener que tolerar cotidianamente conductas antisociales.
También el fenómeno de la inducción de la personalidad adquiere importancia dentro del hogar, cuando algunos padres tratan de imponer a sus hijos sus propias personalidades sin reconocer la esencial individualidad que caracteriza a todo ser humano.
Ya que tanto la empatía positiva como la negativa producen alegrías y tristezas, hay personas que apuntan a la negativa. Este es el caso del fútbol cuando, por ejemplo, un simpatizante de River se siente mucho mejor cuando pierde Boca que cuando gana su propio equipo, y viceversa. Sin embargo, en el largo plazo, la empatía positiva logra mayores niveles de felicidad, ya que “alegría compartida es doble alegría y dolor compartido es medio dolor”. Por el contrario, el que festeja y se burla del mal ajeno, en otra circunstancia sentirá envidia por el éxito de los demás, por lo que se autocastiga en forma cercana y permanente. Puede decirse que el odio es como el consumo de drogas, ya que en un primer momento el individuo se siente en la cima del mundo cuando ha podido burlarse, difamar y degradar a sus rivales para luego caer bajo el efecto negativo de la envidia.
En política ocurre algo similar, especialmente en el caso de la izquierda marxista, que sólo busca la destrucción del sistema capitalista (o economía de mercado) para imponer una supuesta igualdad. Alexis de Tocqueville escribió: “Mientras la revolución democrática se hallaba en plena efervescencia, los hombres ocupados en destruir los antiguos poderes aristocráticos que querían impedirla, mostraban un gran espíritu de independencia, pero a medida que la victoria de la igualdad se hacia más completa, se abandonaban poco a poco a las inclinaciones propias de esa misma igualdad y reforzaban y centralizaban el poder social. Quisieron ser libres para poder ser iguales, y a medida que la igualdad se iba estableciendo con la ayuda de la libertad, la libertad se les hacia más difícil” (Citado en “Iluminismo y política” de Rubén Calderón Bouchet”-Editorial Santiago Apóstol-Buenos Aires 2000).
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