Por lo general, tratamos de no recordar las torpezas que cometimos en el pasado, de lo contrario, pueden quitarnos parte de nuestra autoestima. Sin embargo, gracias a esos errores hemos podido mejorar nuestro propio comportamiento. En forma similar, nos cuesta rememorar nuestros errores colectivos, como sociedad y como nación, aunque ello constituya el primer paso dado por el camino que nos conducirá hacia la superación de épocas pasadas.
Si tuviésemos que definir en pocas palabras a la Argentina actual, nada parece más adecuado que el título de un libro escrito por el jurista Carlos S. Nino: “Un país al margen de la ley” (Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992), en el que se describe la tendencia de la sociedad argentina a la ilegalidad, pero no sólo como un desacato a las leyes provenientes del Derecho, sino también a las propias leyes naturales asociadas a nuestra cotidiana existencia. Como subtitulo del libro se lee: “Estudio de la anomia como componente del subdesarrollo argentino”. El citado autor escribe: “El objetivo central de este trabajo es llamar la atención sobre otro fenómeno social que generalmente no es incluido entre los factores que han intervenido en esa generación [de la involución económica y social de la Argentina]. Me refiero a la tendencia recurrente de la sociedad argentina, y en especial de los factores de poder –incluidos los sucesivos gobiernos- a la anomia en general y a la ilegalidad en particular, o sea a la inobservancia de normas jurídicas, morales y sociales”.
No resulta sorprendente que nuestro país ocupe la posición 102, entre 174 países, respecto de nuestro nivel de corrupción, siendo los primeros lugares ocupados por los países menos corruptos. En esa misma calificación del 2012, de Transparency International, si un 10 le corresponde a un país sin corrupción, a la Argentina se le asigna un puntaje de 3,5 puntos. En cuanto a la cifra de muertes por accidentes viales, también estamos entre los primeros del mundo, con unas 7.000 víctimas por año sobre una población de 40 millones de habitantes. La mayor parte de esos accidentes se debe al poco respeto por las leyes y precauciones establecidas.
Podríamos seguir dando ejemplos sobre la crisis que aflige a los distintos sectores de la nación, lo que confirma que lo que está en crisis es el propio ciudadano que no acata ningún tipo de norma de convivencia. De ahí que debamos hacernos conscientes del nivel de odio, egoísmo y negligencia existentes y que son las causas básicas de toda crisis individual y colectiva, cualquiera sea el país y cualquiera la época considerada.
Si consideramos a los personajes históricos de mayor popularidad, no resulta raro encontrar a dictadores, como Perón, cuya “acción política” más recordada fue la de promover el odio colectivo entre distintos sectores de la población, tendencia imitada por el kirchnerismo. La necesidad de orientar el odio personal generado puede hacernos entender la importante adhesión popular a un asesino serial como fue el Che Guevara. Cuando una emisora radial de Buenos Aires hizo una consulta entre sus oyentes acerca de la expresión de cierta líder izquierdista cuando afirmó “haber festejado” el atentado que provocó miles de victimas inocentes durante el ataque a las Torres de Nueva York, algo más de la mitad de los encuestados apoyó tal manifestación. Incluso desde el Estado se hacen homenajes y se otorgan subsidios a los familiares de los terroristas que en los años 70 cometieron unos 1.500 asesinatos, más de 1.700 secuestros extorsivos y más de 20.000 atentados, acción llevada a cabo con las intenciones de implantar un régimen carcelario similar al impuesto en Cuba por Fidel Castro, mientras se ignora totalmente a quienes defendieron a su país del ataque extranjero (en esa época el Imperio Soviético trataba de expandirse por todo el mundo).
El “ritual de iniciación” como integrante de Montoneros, considerado también como un simple entrenamiento, consistía en asesinar a cualquier policía que transitaba por una calle. Sin embargo, gran parte de la población no tiene ningún inconveniente en votar por los candidatos que han sido terroristas y que nunca se han arrepentido de serlo. Incluso en los medios masivos de comunicación adeptos al gobierno, se sigue promoviendo la ideología totalitaria que fue el primer eslabón de la cadena de violencia de los años 70. La ausencia total de patriotismo no resulta difícil de entender por cuanto la patria es un conjunto de personas antes que un territorio, y en una sociedad con alto nivel de odio colectivo, no puede esperarse otra cosa.
En cuanto al sector político, resulta normal el pobre acatamiento que los propios gobernantes dispensan a las leyes, incluso hasta llegar al extremo de pretender reformar la Constitución Nacional pensando siempre en las ventajas personales y sectoriales que ello conllevaría, mientras que el tercer componente de nuestras actitudes negativas es la negligencia, que puede observarse en el desgano y la indiferencia que muestran los trabajadores a todo nivel, a lo largo y a lo ancho del país. Wolfgang Goethe escribió: “La negligencia y la disidencia producen en el mundo más males que el odio y la maldad”.
Entre las tradiciones y costumbres argentinas figura siempre la “viveza criolla”, a la que se le otorga un lugar preferencial en la escala de valores, de ahí la gran popularidad del conductor televisivo que alguna vez degradó en público a un Presidente de la Nación, si bien ello fue un episodio más en la tarea emprendida por llevar la actitud de la burla hasta niveles insospechados de imitación.
Conviene detenerse en este aspecto “cultural” que subyace a los valores que motivan la conducta de los argentinos. Julio Mafud escribió: “Todas estas actitudes de replegamiento se incubaron en ese tremendo desajuste social. El nuevo status societario rechazaba con violencia al estilo de vida criollo. Todo esto quedó remachado por el total apoyo de los gobiernos al tipo de vida europea y el abandono del hombre de aquí, al que siempre se consideró inferior para entrar en el mundo de las competencias económicas. Desde Sarmiento, pasando por Alberdi, hasta Agustín Álvarez y Carlos O. Bunge, esta idea de la inferioridad del nativo para entrar en las competencias económicas persiste con virulencia. Ante esa opresión social y económica, los hombres de aquí tenían que reaccionar de algún modo y reaccionaron a través de la viveza. Al quedar fuera de competencia, el nativo recurrió a la viveza criolla como arma de lucha contra los que venían más allá del charco grande, que es el océano. Esto explica también el porqué la reacción psicológica se expresó con toda su violencia en Buenos Aires, donde el nuevo tipo de vida fue más total y la lucha por la existencia más aguda. Prueba de ello, es que la viveza criolla en la literatura gauchesca no existió. Hubiera sido considerada como una indignidad. Ni tampoco casi tuvo vigencia en las zonas del interior. Todavía hoy en las provincias del interior la llaman la viveza porteña y no criolla por considerarla peculiar de la capital”.
“La viveza criolla fue un hábito o vicio colectivo provocado por la inmigración. Lo espoleó por reflejo. Mejor dicho, lo estimuló y lo aguijoneó en el nativo-criollo. Éste comenzó a usarla únicamente contra el «extranjis». Pero luego se le invirtió contra sí mismo al hacerse norma. Los reflejos condicionados ya estaban. Y se hicieron connaturales. Entonces, surgió la colectivización de la «avivada» o la «ranada»” (De “Psicología de la viveza criolla”-Editorial Americalee SRL-Buenos Aires 1965).
La viveza argentina está asociada a la burla (alegrarse de los males y defectos de los demás) pero también a la envidia (entristecerse por lo bueno que le sucede a los demás), siendo la burla y la envidia las componentes del odio, que por lo general se juntan en una misma persona. Si en la base de las costumbres de una sociedad se encuentra tal actitud, tenemos la explicación segura para los males argentinos. Julio Mafud agrega:
“La cachada es lo que mejor define la viveza. Es su consecuencia. La viveza inverna en la mente del vivo hasta que aflora en la cachada. El cachador excede en «cancha» al no vivo”. “La etimología de la palabra lo indica: cachar viene de cazar, por agarrar, que por memorización itálica [cacciare] se hizo cachar. Cazar impone hacer caer a alguien. Cae la presa o se le captura”. “El cazador no puede acumular todas las piezas porque se quedaría sin función. Luego, no tendría presas para cazar. Tampoco el cazador puede acumular todas las bromas o las cargadas sobre un individuo sino hasta cierto límite. Porque si no se carga racionalmente al «punto», la cachada degenera en violencia abierta, cuyo resultado sería la pelea”.
Desde la propia Presidencia de la Nación se degrada y se difama, con ironías y burlas, al sector opositor, con el apoyo del conjunto de aplaudidores presidenciales; una escena típica del país de la viveza criolla y la justificación de la popularidad de tal estilo. Julio Mafud agrega: “Otro hecho necesario, aunque no imprescindible, es que el cachador esté rodeado por la «barra» o simples observadores para que el resultado de la burla sea festejada. Los miembros de la «barra», además, al igual que los perros en la caza o en la jauría, sirven para cercar o acorralar la presa”. “Inexorablemente la caza y la cachada excluyen toda reciprocidad entre ser cazador y ser cazado o ser cachador y ser cachado. Siempre tiene que existir un desequilibrio vital entre ambos. En caso contrario los dos serian vivos y no se «cargarían» o serían ambos «puntos» y tampoco lo harían”.
Si consideramos el “ADN cultural” de cada habitante, podemos encontrar, por ejemplo, que alguien es profesional, de clase media, liberal, tiene auto, juega la tenis, es empleado, lee “La Nación”, es de River, etc. Cuando, desde el propio gobierno, o desde los medios de difusión adeptos, degradan o atacan algunas de las instituciones o grupos con los cuales tal habitante se identifica, tiende a sentirse degradado y atacado él mismo, según el respectivo grado de adhesión. Por ello el odio se difunde masivamente desde el poder central provocando una severa división social. Julio Mafud escribió:
“A través de la viveza criolla se van fundando otros valores menores que se nutren y se vitalizan del valor absoluto o el valor eje. Esta nueva escala de valores domina casi en absoluto toda la sociedad argentina. La define. Es la medida para clasificar los hombres y las cosas. Estructura la sociedad política y económica. El ideal del hombre argentino de hoy y sobre todo del joven es único e inconfundible: ser vivo. Madrugar antes de que lo madruguen”. “El ser vivo indica algo así como vivir dos veces el acto o el gesto que se expresa. Es decir, «los sobra». El vocablo vivo no tiene aquí ninguna relación con pícaro. Ni tampoco con listo. Éstos están ajustados dentro de la moral, mientras que el vivo es casi absolutamente un inmoral”.
“El vivo pertenece a un tipo social que habita todas las categorías sociales. Vivo puede ser el funcionario, el político o un simple ciudadano. En la jerarquía económica la viveza da dividendos. En la política privilegio y acomodo. En la intelectual, prestigio. Al vivo la vida le ha peloteado su incapacidad desde todos los ángulos. De ahí le va a surgir su clásico resentimiento”.
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