La búsqueda de atributos éticos que tengan validez universal resulta ser un objetivo prioritario, siempre y cuando las distintas religiones tengan la intención de favorecer el apaciguamiento de los serios antagonismos que promueven, ya sea en forma directa o indirecta. Resulta alarmante la sucesión de conflictos que se producen a partir de la pertenencia, de pueblos y naciones, a determinadas religiones en cuanto entran en contacto con sectores que adoptan otras distintas; y que, incluso, también se producen entre sectores de una misma religión. Hans Küng hace referencia al “doble rostro de la religiones”, ya que, promoviendo el bien común, generan precisamente lo contrario, por lo que escribió al respecto:
“Muchas masacres y guerras –no sólo en el Próximo Oriente entre cristianos maronitas y musulmanes sunnitas y chiítas, entre sirios, palestinos, drusos e israelitas, sino también entre iraníes e iraquíes, entre indios y pakistaníes, hindúes y shiks, entre budistas singaleses e hindúes tamil, así como, anteriormente, entre monjes budistas y gobernantes católicos de Vietnam, o entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte –han sido y son todavía tan despiadadas y sangrientas por basarse en motivos religiosos. ¿Cuál es su lógica? Si Dios está con nosotros, con nuestra religión, nación, confesión o partido, entonces todo está permitido contra los contrarios, pues deben venir necesariamente del diablo. En nombre de Dios será preciso agredir, incendiar, destruir y matar. Pero, cuidado, que también hay ejemplos de lo contrario” (De “Proyecto de una ética mundial”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1994).
Entre la gran variedad de situaciones posibles que llevan a la violencia religiosa, puede mencionarse la mutilación de la actitud religiosa, que resulta similar a la que ocurre en el individuo cuando relega sus atributos afectivos e intelectuales priorizando a su cuerpo. En el caso religioso, puede decirse que el equilibrio se logra cuando se adopta una actitud ascendente, lateral e igualitaria; ascendente en cuanto busca vincularse a Dios, o el Creador, lateral en cuanto tiene presentes a las personas que le rodean como una consecuencia de la previa vinculación ascendente, e igualitaria cuando la actitud hacia el prójimo induce la sensación de que éste es tan importante como nosotros mismos.
Cuando predomina la actitud ascendente, y se ignoran las otras, la religión pierde su sentido ético y pasa a ser una postura filosófica que por lo general hace que el “creyente” se sienta como un individuo superior al resto de la sociedad. Si el motivo de superioridad radica en su creencia personal, necesariamente considerará inferior al que adopte una creencia o postura filosófica distinta, sin que apenas intervengan los valores éticos por cuanto son dejados de lado al producirse la mutilación mencionada.
Quienes adoptan una creencia ascendente similar, conforman una especie de secta que menosprecia al resto de la humanidad, surgiendo la típica discriminación religiosa que, posteriormente, podrá dar lugar a los serios conflictos interreligiosos. Baruch de Spinoza escribió: “Pero, tanto han podido la ambición y el crimen, que se ha puesto la religión, no tanto para seguir las enseñanzas del Espíritu Santo, cuando en defender las invenciones de los hombres; más aún, la religión no se reduce a la caridad, sino a difundir discordias entre los hombres y a propagar el odio más funesto, que disimulan bajo el falso nombre de celo divino y de fervor ardiente. A estos males se añade la superstición, que enseña a los hombres a despreciar la razón y la naturaleza y a admirar y venerar únicamente lo que contradice a ambas. No hay, pues, que extrañarse de que los hombres, a fin de admirar y venerar más la escritura, procuren explicarla de suerte que parezca oponerse de plano a la razón y a la naturaleza. De ahí que sueñen que en las Sagradas Escrituras se ocultan profundísimos misterios y que se fatiguen en investigar semejantes absurdos, descuidando toda otra utilidad; y cuanto descubren en semejantes delirios, lo atribuyen al Espíritu Santo y se empeñan en defenderlo con todas sus fuerzas y con toda su pasión. Tal es, en efecto, la condición humana que, cuanto conciben los hombres por el entendimiento puro, lo defienden con sólo el entendimiento y la razón, y cuanto opinan en virtud de sus sentimientos, también lo defienden con ellos” (Del “Tratado teológico-político”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).
Para superar los serios errores que se comenten, varios son los teólogos que proponen la concreción y adopción de una ética de validez universal que predomine sobre las distintas creencias particulares o sectoriales para dar inicio a una etapa de paz, algo que, por el momento, parece poco posible, al menos en varios sectores del planeta. Las conclusiones de Hans Küng, que le sirven como encabezamientos de capítulos del libro mencionado, son:
1- No hay supervivencia sin una ética mundial
2- No hay paz mundial sin paz religiosa
3- No hay paz religiosa sin diálogo entre las religiones
En primer lugar, debe tenerse presente que toda ética individual ha de fundamentarse en las leyes naturales que rigen nuestro propio comportamiento, siendo las leyes naturales las mismas leyes de Dios, que rigen todo lo existente. En coincidencia con la ley natural descripta por la ciencia experimental, podemos definirla como el vínculo invariante entre causas y efectos. De ahí que debemos tomarla como referencia para otorgar validez a los múltiples Libros Sagrados de las distintas religiones que, a su vez, dan lugar a múltiples interpretaciones posteriores, por lo que, actualmente, resulta imposible establecer un mínimo diálogo si cada sector propone a su propio Libro Sagrado como la referencia a adoptar.
Una vez que consideremos la existencia de leyes naturales invariantes, accesibles a una descripción científica y aceptada por la mayor parte de las religiones, tendremos disponible el vínculo adecuado para la unificación de criterios que permitirá establecer una ética universal y de ahí la posterior unificación de religiones, al menos en lo básico y esencial.
Queda, sin embargo, un aspecto importante a considerar ya que, en algunos casos, se considera que la ley natural invariante nunca ha de ser interrumpida (deísmo, ciencia experimental) mientras que otras posturas consideran que el Creador tiene la libertad de interrumpirla ocasionalmente (teísmo). Como el porcentaje de tales interrupciones (milagros) es muy bajo, es decir, tienen una probabilidad de ocurrencia muy pequeña, sigue predominando la idea de considerar a la ley natural como la referencia a adoptar. De ahí que las decisiones y la acción humana deberán orientarse en función de dichas leyes.
Es oportuno mencionar la edición de un libro realizado por la Comisión Teológica Internacional, que puede considerarse como la postura representativa de la Iglesia Católica y cuyo título es: “En búsqueda de una ética universal: una nueva mirada sobre la Ley Natural” (Conferencia Episcopal Argentina-Oficina del Libro-Buenos Aires 2011). En dicho libro llama la atención que no ubica como concepto unificador al mandamiento del amor al prójimo, sino que sugiere la Regla de Oro: “Haced a los demás lo que querrías que te hagan a ti”, la que tiene en cuenta, en forma implícita, la actitud que debe predominar en cada hombre de manera que pueda establecer cierto autocontrol para poder observar su propio mejoramiento espiritual.
Sin embargo, resulta mejor interpretar al “Amarás al prójimo como a ti mismo” como “compartirás como propias las penas y las alegrías de quienes te rodean”, ya que nos resultará posible condicionar nuestros afectos por medio de nuestro pensamiento, como una voz interior que nos recuerda a cada instante, “debo compartir la felicidad y el sufrimiento de los demás como propios”. Por ello, tal interpretación deberá constituir una norma de acción a adoptar en forma independiente a toda posible creencia religiosa que se tenga o a cualquier postura filosófica adoptada, que es lo que, finalmente, podrá permitir establecer la ética universal.
Recordemos que toda religión debe manifestar su efectividad a través de la actitud adquirida por el hombre y no tanto por la búsqueda de una posible respuesta que debe dar el Creador a nuestros pedidos, por cuanto “Dios sabe lo que os hace falta antes de que se lo pidáis” como lo advierte el propio Cristo. Podemos decir que lo que provoca, simbólicamente, una posible respuesta de Dios ha de ser nuestro comportamiento ético (en la religión moral) antes que nuestros pedidos o súplicas (en la religión pagana).
Las Iglesias cristianas deberían aceptar la misma prioridad que Cristo otorga a sus mandamientos, especialmente el que sugiere el amor al prójimo, algo bastante más difícil de cumplir que el amor hacia un ser invisible, distante y perfecto. Si se pretende que las demás religiones acepten la exigencia ética mínima y esencial, ya no será justo esperar que también acepten el resto de la tradición cristiana. En caso contrario, cada una de las restantes religiones tratará de imponer a las demás una parte de su tradición, por lo cual se volverá a la situación conflictiva actual, o no podrá salirse de ella.
La Comisión Teológica Internacional señala: “El concepto de ley natural supone la idea de que la naturaleza es, para el hombre, portadora de un mensaje ético, y constituye una norma moral implícita que actualiza la razón humana. La visión del mundo dentro de la cual la doctrina de la ley natural se ha desarrollado y encuentra todavía hoy todo su sentido, implica por lo tanto la convicción razonada de que existe una armonía entre esas tres instancias: Dios, el hombre y la naturaleza. Desde esta perspectiva, el mundo es percibido como un todo inteligible unificado por la común referencia de los seres que lo componen a un principio divino fundador, a un Logos. Más allá del Logos impersonal e inmanente, descubierto por el estoicismo y presupuesto por las ciencias modernas de la naturaleza, el cristianismo afirma que existe el Logos personal, trascendente y creador”.
Entre los requisitos básicos que debe reunir una ideología de adaptación al orden natural, podemos mencionar los siguientes:
a) Debe inducir a una conversión ética, o religiosa
b) Debe promover cierta conversión de tipo intelectual
c) Tales conversiones deben ser masivas
La ideología que surge de los lineamientos actuales de la Psicología Social responde a tales requerimientos, si bien falta conocer la respuesta asociada al consenso mayoritario del hombre común que podrá confirmar la factibilidad de los objetivos mencionados, ya sea en forma total, o parcial, o bien será un intento fallido más que se realizó con las intenciones de revertir la profunda crisis moral que afecta a gran parte de la humanidad.
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