Una controversia, con plena vigencia en la actualidad, es la del particularismo, por una parte, como una propuesta que considera la posibilidad de una validez restringida, o subjetiva, de la verdad, la moral y la cultura, que se opone al universalismo, por otra parte, que sostiene la posibilidad de una validez objetiva, o universal, de tales conceptos. Es la discusión entre los adherentes al relativismo, en sus distintas variantes, y sus opositores. Luis Arenas, Jacobo Muñoz y Ángeles J. Perona escriben:
“El relativismo consiste en un ataque sistemático a la pretensión de universalidad de nuestras prácticas (ya sean epistémicas, éticas o estéticas). El relativista lo que niega es la posibilidad de universalizar en ningún sentido racionalmente admisible creencias o prácticas cuya validez, sin dejar de ser reconocida, es restringida a ámbitos extremadamente concretos. Es eso precisamente lo que haría del relativista una figura claramente distinguible, por ejemplo, de la del escéptico o la del cínico” (De “El desafío del relativismo”-Editorial Trotta SA-Madrid 1997).
Es posible considerar al relativismo moral junto al cultural a través de un ejemplo. Supongamos la existencia de las dos siguientes sociedades caracterizadas por sus respectivos atributos:
Sociedad A: sus integrantes se dedican a cumplir el mandamiento del amor al prójimo
Sociedad B: sus integrantes se dedican a vivir para la guerra y el saqueo de las sociedades vecinas
Si consultamos a alguien que adopta el relativismo cultural, dirá que una sociedad es tan legítima como la otra, y que, al no poderse adoptar ninguna otra sociedad como referencia para valorar a las demás, no podrá hacerse ninguna comparación, mientras que, si consultamos a alguien que adopta como referencia a la ley natural que rige las conductas individuales, dirá que es mejor la sociedad A porque tiene un mejor nivel moral. De ahí que sea posible afirmar que, quienes consideran la validez del relativismo cultural, han aceptado también la previa validez del relativismo moral. Además, quienes adoptan como referencia la ley natural, están adoptando una postura religiosa, ya sea teísta o bien deísta, mientras que quienes rechazan tal referencia han adoptado una postura atea.
La alternativa restante, coincidente con la actitud científica, consiste en comparar los resultados logrados por las sociedades A y B, eligiendo a la mejor de ellas, procedimiento que en realidad es el que les ha permitido progresar a los pueblos en el proceso histórico de la adaptación cultural del hombre al orden natural. Sin embargo, para establecer tal comparación es necesario que exista intercambio de información entre las sociedades en cuestión y el resto. De ahí que las sociedades cerradas o totalitarias siempre han tenido como característica imponer un hermetismo que se opone a todo tipo de intercambio de información. Jorge Bosch escribió:
“Aún en el caso de que se acuda a un sistema de valores para comparar y juzgar dos sistemas de valores, no es necesario que el sistema de valores «patrón» coincida con el que tiene vigencia en algunas de las sociedades humanas existentes o que hayan existido. En efecto: si deseo comparar y juzgar los sistemas de valores de una sociedad capitalista democrática y de una sociedad comunista, necesito información y deducción racional; y a partir de las consecuencias (y de las experiencias) hago una elección según mi propio sistema personal de valores, que no tiene por qué coincidir con el que tiene vigencia mayoritaria en ningún país particular” (De “Cultura y contracultura”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).
Al considerar como referencia la ley natural que rige la conducta humana, se considera esencialmente los aspectos heredados de nuestra personalidad, o biológicos, dejando un tanto de lado las influencias culturales, que por lo general dependen del medio social considerado. Recordemos que el mandamiento cristiano del amor al prójimo surge en base a la existencia del fenómeno de la empatía, por el cual podemos compartir las penas y las alegrías de los demás. Por otra parte, el marxismo sostiene que el ser humano se comporta esencialmente en base a la influencia del medio, negando la existencia de la naturaleza humana mencionada, de la que, sin embargo, cada vez nos hacemos más conscientes a través de los estudios que provienen de la neurociencia.
El relativismo cultural es una parte importante de toda ideología realizada con la intención de posibilitar la imposición de cualquier utopía que pueda imaginarse. Juan José Sebreli escribió: “El relativismo cultural, la primacía de lo particular sobre lo universal, daba razones filosóficas a los nacionalismos, los fundamentalismos, los populismos, los primitivismos, las distintas formas de antioccidentalismo, el orientalismo, la negritud, el indianismo. Hay pues una sutil, secreta coherencia en esa mezcla rara de filosofías académicas sumamente esotéricas e iniciáticas con movimientos revolucionarios que pretendían expresar a masas analfabetas y primitivas, aunque, en realidad, sus portavoces eran profesores y alumnos de aquellas mismas universidades de elite”.
“Ya hacia fines de la década del `70 esta corriente de pensamiento comenzó a mostrar sus debilidades, el sólido edificio político en que se apoyaba empezó a agrietarse. El paso del tiempo mostró lo ilusorio de las expectativas suscitadas por los movimientos tercermundistas, incluidos los guerrilleros. Después de su «Revolución cultural» -clímax del irracionalismo del siglo- China hizo un espectacular vuelco hacia Occidente. La integración económica a nivel mundial, el apogeo del reformismo socialdemócrata, y el desmoronamiento final de los capitalismos burocráticos de Estado llamados «socialismos» son otros tantos procesos que dejaron sin base material a las doctrinas que exaltaban los particularismos antiuniversalistas y proclamaban el fin de Occidente” (De “El asedio a la modernidad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1991).
Quienes sostiene la validez de la “teoría de la dependencia”, por la cual los países centrales, se dice, pretenden dominar a los periféricos, encuentran en el relativismo cultural un medio que permite la defensa de las culturas nacionales ante el avance de la cultura Occidental. Jorge Bosch escribió:
“La teoría de la dependencia afirma que la penetración cultural es una parte importante de la estrategia que los países centrales despliegan para mantener su hegemonía sobre los periféricos, y que en consecuencia la política de liberación de éstos debe consistir en el rechazo de la cultura imperial y la elaboración de una cultura propia, autóctona y popular. Creo que esta teoría conspira contra sus propios fines, porque el rechazo de la cultura de los países centrales y la elaboración de una cultura propia desde la A hasta la Z requiere que el pobre país periférico reconstruya por sus propios medios toda la cultura, partiendo de sus canciones, sus bailes, sus tradiciones, y también de su tecnología atrasada y de su ciencia atrasada, renunciando al aporte de los recursos culturales que se han mostrado eficaces en los países desarrollados. Ésta es la mejor manera de consolidar el atraso relativo y hacer que el país periférico caiga definitivamente en una irremediable situación de dependencia; por eso digo que esta teoría conspira contra sus propios fines. En cambio, si un país periférico adopta los recursos culturales que han impulsado el progreso de los países desarrollados, y si realiza esta adopción con inteligencia y sentido de la apropiación, sin vulnerar sus auténticos valores originales, se colocará en condiciones mucho más favorables para desenvolverse con autonomía en la política mundial”.
El relativismo cognitivo está asociado a un ataque contra la ciencia experimental negando la validez universal del conocimiento por ella aportado. Sus resultados tienen validez universal por cuanto describen las leyes naturales que rigen todo lo existente. De ahí que el grado de aproximación a la realidad, ya sea cercano, o no, se mantiene inalterable en el tiempo y en el espacio. Quienes desconocen la existencia de leyes naturales y de sus atributos, desconocen también la validez de la ciencia, ya que le atribuyen un carácter subjetivo. Juan José Sebreli escribió: “En cuanto a la relatividad de la ciencia es algo que ningún auténtico científico avala y que ha llevado a concepciones aberrantes como la clasificación que hicieron los nazis en ciencia aria y judía, o los stalinistas en ciencia proletaria y burguesa, o los tercermundistas en ciencia nacional e imperialista”.
Como ejemplo podemos considerar las leyes de Newton de la mecánica. Tales leyes siguen teniendo en la actualidad la misma validez que en la época de su publicación. Durante el siglo XX fueron ampliadas o corregidas para que tuvieran vigencia en fenómenos en los que aparecen velocidades próximas a la de la luz (corrección relativista) y para fenómenos en los que interviene una cantidad de acción comparable a la asociada a la constante de Planck (corrección cuántica). Según se sabe, no sólo las leyes de la física tienen validez para nuestro planeta, o para el sistema planetario solar, sino para todo el universo conocido. La validez científica depende de la diferencia, o error, entre la descripción y la realidad que se pretende describir. De ahí que el error resulta ser objetivo, por cuanto las leyes naturales no cambian, teniendo la verdad (cuando el error es nulo) una validez independiente de cualquier observador, siendo una propiedad objetiva que cualquiera puede verificar.
Lo que se ha dicho para la física, ha de tener validez para las restantes ramas de la ciencia, ya que nuestro cuerpo y nuestra mente, al estar constituidos por moléculas y átomos de la única materia conocida, también están regidos por leyes naturales, y la validez de una teoría psicológica o social sigue teniendo un carácter objetivo, que puede ser convalidado por cualquier observador que desee hacer por su cuenta la experiencia que confirmó la hipótesis respectiva. Como la cultura está asociada a la personalidad de los integrantes de una sociedad, y como la personalidad ha podido ser descripta en forma objetiva, incluso desde el punto de vista de sus atributos éticos, puede decirse que no existe tampoco el relativismo cultural, al menos desde el punto de vista de la ciencia. Con ello no quiere significarse que la ciencia realizada carezca de limitaciones, sino que, tanto en la verdad como en el error, la aproximación lograda tiene carácter objetivo y universal. Juan José Sebreli escribió:
“La aceptación del relativismo cultural impide el progreso y el mejoramiento de los pueblos, ya que, en lugar de emular a otros, se encierran en la creencia de las ventajas de su autenticidad o de su identidad cultural”. “Los intelectuales y artistas nacionalistas de los países atrasados suelen transfigurar sus defectos en virtudes, sus carencias en cualidades del «ser propio». La desigualdad y la inferioridad ante las sociedades más avanzadas es legitimada en nombre de la diferencia, de la peculiaridad que evita toda confrontación. La generación española del 98 es un ejemplo característico de esta actitud. En la desolación de los campos yermos no encontraban la consecuencia de una mala distribución de la tierra que los dejaba sin cultivar, sino la esencia poética y metafísica del ser español. Ante el atraso científico y tecnológico de la España de fines de siglo, Unamuno profería soberbiamente: «¡Que inventen ellos!...nosotros a lo nuestro»”.
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