Entre los acontecimientos culturales de mayor importancia histórica puede mencionarse la aparición de la Ilustración, asociada al Siglo de las Luces, o Iluminismo, que surge en la Europa del siglo XVII llegando hasta el XVIII. Mario Bunge escribió: “Puede que siempre haya habido personas ilustradas y oscurantistas. Pero fue únicamente en el siglo XVIII cuando se hizo un esfuerzo sistemático y coordinado por construir una ideología ilustrada que guiara un movimiento cultural y político que iba a lograr una profunda y progresiva transformación social. Ese fue el siglo de las revoluciones francesa y americana, de los comienzos del secularismo y el liberalismo, y de la edificación de la razón y la exaltación de la ciencia, la tecnología y la industria. Fue una edad de progreso y optimismo. Fue el segundo Renacimiento” (De “La relación entre la sociología y la filosofía”-Editorial EDAF SA-Madrid 2000).
Sus principales gestores fueron: Locke, Newton, Hume, Voltaire, Condillac, Montesquieu, Condorcet, Diderot, D`Alembert, Buffon, Lavoisier, Helvecio, Holbach, Quesnay, Smith, Beccaria, Bentham, Franklin y Paine. Al respecto, Ludovico Geymonat escribió: “Por obra de los ilustrados franceses el resorte propulsor de la razón ya no se circunscribe a los habituales límites de la filosofía y de la ciencia, sino que irrumpe, desde la ciencia, al mundo para despertar, excitar, iluminar a todos los hombres interesados en el progreso de la cultura y de la civilización. De esta manera transformó radicalmente el sentido de la vida, al presentarla como lucha trabajosa para realizar el reino concreto de la humanidad. Se trata, en otros términos, de la victoriosa afirmación del hombre que, fortalecido por las conquistas científicas, acepta valientemente su puesto de lucha, sin seguir ilusionándose con ser el centro del mundo por inescrutable predestinación del Creador, sino trabajando con energía revolucionaria con el fin de llegar a serlo por propia iniciativa y por sus propias fuerzas” (De “Historia de la Filosofía y de la Ciencia”-Grijalbo Mondadori SA-Barcelona 1998).
Mario Bunge escribió: “La ideología ilustrada puede englobarse en los diez principios siguientes:
1. Confianza en la razón, que culminó durante la Revolución Francesa en la patética adoración de la diosa Razón
2. Rechazo del mito, la superstición y, en general, cualquier creencia o dogma infundados
3. Investigación libre y secularismo, así como estímulo al deísmo (en contraste con el teísmo), el agnosticismo o incluso el ateísmo
4. Naturalismo (en tanto que opuesto al sobrenaturalismo), en particular materialismo
5. Cientificismo: adopción del enfoque científico para el estudio tanto de la sociedad como de la naturaleza
6. Utilitarismo (en cuanto opuesto tanto a la moralidad religiosa como al deontologismo secular)
7. Respeto por la praxis –artesanía e industria- y reverencia por la máquina
8. Modernismo y progresismo: desprecio por el pasado (excepto la Antigüedad clásica), crítica de las deficiencias y vicios presentes y confianza en el futuro
9. Individualismo junto con libertarismo, igualitarismo (en algún grado) y democracia política, aunque todavía no para las mujeres o los esclavos
10. Universalismo o cosmopolitismo: por ejemplo, derechos humanos y educación para todos los «hombres libres»
Cuando el pensamiento se basa estrictamente en la fe, adoptando como referencia la opinión de otros hombres (religión), o bien cuando se basa estrictamente en la coherencia lógica de los pensamientos (filosofía), se deja un tanto de lado a la propia realidad. De ahí que el gran paso que da la Ilustración consiste en incorporar al pensamiento filosófico que resulta compatible con el científico, siendo este último el que finalmente adopta como referencia a la propia realidad. Ello implica, en cierta forma, tener la confianza necesaria como para poder desafiar a la tradición religiosa junto al pensamiento filosófico con ella compatible, de gran influencia en la época. Immanuel Kant escribió: “La Ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella. ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la Ilustración”.
Como en toda etapa de transición y de cambio, la Ilustración no obtiene los resultados esperados, pero ello no se debió a una indebida legitimidad de su tentativa, sino a que el futuro será el que irá a conformar el éxito esperado. Sin embargo, se inician movimientos que se oponen al espíritu de los ilustrados; oposición que llega incluso hasta nuestros días.
Puede decirse que, en la actualidad, tiene poco sentido hacer filosofía sin referencia alguna a la ciencia; ignorando el enorme caudal de conocimientos aportados por sus distintas ramas. Quien adopte tal camino, en lugar de conocer la gran variedad de ideas y conceptos verificados suficientemente, habrá elegido la senda asociada al pensamiento particular o subjetivo, motivado por una simple curiosidad o bien se trata de una verdadera pérdida de tiempo.
Debe advertirse que, cuando un físico estudia la obra de Albert Einstein, por ejemplo, está estudiando teorías verificadas experimentalmente, de ahí que ha adquirido un conocimiento concreto de una parte del mundo físico, por lo cual su inversión de tiempo ha sido “rentable”. Por el contrario, si alguien estudia la obra de un filósofo que no tiene en cuenta a la ciencia experimental, posiblemente será una “mala inversión” de tiempo, excepto, por supuesto, que se trate de un historiador del pensamiento, o de la filosofía. Nicola Abbagnano escribió:
“La Ilustración hace suya la fe cartesiana en la razón y, por otra, considera más limitado el poder de la razón. La lección de modestia que el empirismo inglés, y sobre todo Locke, impartieran a las pretensiones cognoscitivas del hombre, no fue olvidada y, de este modo, el empirismo llegó a constituir parte integrante de la Ilustración. La expresión típica de esta limitación del poder de la razón es la doctrina de la cosa en sí, que es un lugar común de la Ilustración y que, como tal, fuera compartida por Kant. Esta doctrina significa que los poderes cognoscitivos humanos, ya sean sensibles o racionales, se extienden hasta donde se extiende el fenómeno, pero no más allá de éste. La Ilustración se señala así, en primer lugar, por la extensión de la critica racional a los poderes cognoscitivos mismos y, por lo tanto, por el reconocimiento de los límites entre la validez efectiva de estos poderes y sus ficticias pretensiones. El criticismo kantiano, que pretende, como dice Kant, llevar a la razón ante el tribunal de la razón, no es más que la ejecución sistemática de una tarea que toda la Ilustración considera propia” (Del “Diccionario de Filosofía”-Fondo de Cultura Económica-México 1986).
Si la Ilustración se caracteriza por promover la razón y la ciencia, sus opositores promueven la irracionalidad y se oponen a la ciencia. La primera contrailustración fue el Romanticismo intelectual. Mario Bunge escribe al respecto: “El núcleo del Romanticismo intelectual fue la filosofía idealista de Fichte, Schelling, Hegel, Herder y Schopenhauer. Aunque diferentes, los cinco fueron idealistas, se opusieron a la incipiente ciencia de su tiempo e intentaron contrarrestar el proceso de desmitologización que Max Weber, haciéndose eco de Auguste Comte, vio como el sello de marca de la modernidad”. “Los filósofos románticos identificaron la ontología con la lógica, una confusión que les dio licencia para especular libremente sobre la realidad: con frecuencia confundieron la ficción con la realidad. Deseaban reemplazar las ciencias naturales por la filosofía natural, y las ciencias sociales por la filosofía social (sobre todo jurídica). Creían que todas las cosas eran totalidades orgánicas opacas al análisis. Y se opusieron al análisis conceptual y empírico, afirmando que toda disección mata”.
En cuanto a la postura típica del romanticismo intelectual, el citado autor da la siguiente lista:
1- Desconfianza en la razón y, en particular, en la lógica y en la ciencia
2- Subjetivismo, o la doctrina de que el mundo es nuestra representación
3- Relativismo, o la negación de la existencia de verdades universales
4- Obsesión por los símbolos, el mito, la metáfora y la retórica
5- Pesimismo, o la negativa de la posibilidad del progreso, sobre todo en materia de conocimiento científico
Podemos mencionar la “lista negra” de los pensadores que, en mayor o menor grado, adhieren a la postura mencionada: Edmund Husserl, Martin Heidegger, Oswald Spengler, Jacques Ellul, Georg Lukács, Louis Althusser, Albert Camus, Jean Paul Sastre, Karl Jaspers, Hans-Georg Gadamer, Michel Foucault, Jacques Derrida, Paul Feyerabend, Richard Rorty, Cliffor Geertz, Harold Garfinkel, Barry Barnes y Bruno Latour.
Mario Bunge agrega:
“Los fanáticos de la Contrailustración habrían detenido el progreso en lugar de afrontar los problemas actuales e intentar ir delante. Son bárbaros que intentan destruir la cultura moderna mientras continúan disfrutando de sus consecuencias tecnológicas. Aunque constituyen una multitud muy diversa, básicamente sólo se diferencian entre sí por la intensidad de su odio a la razón y a la ciencia (que ellos oportunamente apodan «positivismo»). No resulta sorprendente que no hayan producido descubrimientos sobresalientes, ni siquiera nuevos errores interesantes, cuya refutación habría dado lugar a verdades valiosas. Sin embargo, han tenido éxito en atraer a muchos académicos, como los autotitulados sociólogos de la ciencia que escriben de la ciencia y la sociedad sin estar familiarizados con ninguna de las dos”.
“Los errores comunes y los errores científicos pueden detectarse y corregirse a la luz de la razón o de la experiencia. Pero cuando la razón y la experiencia se anulan, tal corrección se convierte en imposible, los errores se perpetúan y el desatino barato y la metáfora superficial reemplazan a la penosa búsqueda de sistema y verdad. En lugar de estadísticas significativas y teorías serias, tenemos historias («descripciones débiles») y frívolas analogías como «la vida es un texto», «la vida es un escenario» y «la vida es un juego». Peor aún, cuando el oscurantismo está en ascenso, la libertad y el progreso están en peligro. Y cuando ocurre esto, los intelectuales se ven acosados por los skinheads, cuyos confusos cerebros controlan sus piernas embotadas, ansiosas de pisotear el legado de la Ilustración”.
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