Por lo general, se nos sugiere que debemos razonar con cierta frialdad antes de adoptar alguna decisión de importancia, dejando de lado, en lo posible, los aspectos emocionales. Esta postura implica la previa suposición de que sentimientos y afectos enturbian la mente y que, por ello, resulta mejor dejarlos de lado en tales circunstancias. Blaise Pascal escribió: “El último paso de la razón es reconocer que existe una infinidad de cosas que le son inaccesibles”. “Hay dos excesos: excluir la razón y no admitir sino la razón” (De “Pensamientos”).
Cuando el sector de nuestro cerebro, asociado al razonamiento, no funciona del todo bien, aún es posible llevar una vida feliz, mientras que si no funciona bien el sector asociado a nuestras emociones, nuestras motivaciones se verán limitadas hasta impedir lograr un nivel de felicidad aceptable. Federico Fros Campelo escribió: “Habitualmente, aquello que te motiva te genera emociones, y lo que te emociona es lo que te da motivación. Motivaciones y emociones suelen encontrarse juntas en los libros actuales de psicología universitaria, ambas catalogadas como funciones «activadoras», porque activan nuestras conductas. De hecho, los términos «motivación» y «emoción» tienen la misma raíz latina: moti y moción significan «mover»”.
También se asocia a las emociones el sentido de la consciencia. El citado autor escribió: “El australiano Derek Denton es reconocido por sus investigaciones sobre cómo puede haber surgido la consciencia en los animales primitivos y cómo puede haberse desarrollado hasta llegar a la consciencia humana. ¿Qué tiene que ver esto con las emociones? Bueno, advertí que cuando estás consciente tenés diferentes tipos de vivencias: ejercés tu propia voluntad, tomás decisiones y reflexionás intencionalmente. Ser consciente también implica identificar el presente como algo diferente al tiempo pasado, y acceder a la memoria de episodios de la propia vida. Pero la propiedad más importante de la consciencia es la capacidad de sentir lo que se está experimentando”. “Las emociones primarias surgieron a la par de la consciencia; fue entonces que comenzó lo subjetivo: sentir hambre, sed, apetito de sal, apetito de aire, dolor, sueño, etc.” (De “Ciencia de las emociones”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2013).
Debe señalarse que razón y emoción actúan juntas en nuestras decisiones y son, por ello, igualmente importantes, ya que el ser humano necesita de ambas para un comportamiento normal. José Antonio Jáuregui escribió: “El sistema emocional es un sistema genético de información mediante el cual el cerebro informa al individuo sobre qué debe hacer, cuándo y cómo, y cuál es el grado de urgencia o de emergencia del trabajo que debe realizarse. Es un proceso parecido al que ocurre entre los controles automáticos de un avión y el piloto”. “Ambos son causa y efecto. Las ideas están gobernadas por los sentimientos y los sentimientos por las ideas”.
“René Descartes, entre otros, no dio en el clavo cuando intentó descubrir la naturaleza y función de los sentimientos en su célebre libro «Meditaciones metafísicas». Excomulgó de la iglesia científica a los sentimientos, condenándolos como «confusi status mentis», estados confusos de la mente, como «ideas confusas»”. “Los sentimientos pueden engañarnos. Como sistema humano, el sistema emocional no es siempre perfecto o exacto ciento por ciento y puede no advertir a tiempo al individuo de algún elemento nocivo que se ha colado en la república digestiva sin haber sido detectado por los aduaneros del cerebro. Descartes cometió aquí el error de echar por tierra el sistema emocional como sistema informativo dejándose ofuscar por las sombras del cuadro –errores mínimos y excepcionales-, sin detenerse a descubrir y admirar el cuadro maravilloso de uno de los sistemas informáticos más ingeniosos y sofisticados que quepa imaginar” (De “El ordenador cerebral”-Editorial Labor SA-Barcelona 1990).
Nuestras decisiones se adoptan luego de que realizamos mentalmente una evaluación de la mayor parte de las consecuencias futuras que seguirán a cada una de las alternativas consideradas. El criterio de selección depende esencialmente de los resultados advertidos en cada caso. Luis Bachellier escribió: “Los actos razonados son guiados por el sentimiento de probabilidad de éxito; también los actos impulsivos; las resoluciones no son más que el resultado de la anterior acumulación de cálculos de probabilidades”.
Las descripciones del comportamiento humano han sido realizadas, a lo largo de la historia, considerando al cerebro como una “caja negra” respecto de la cual se ignora totalmente su interior y sólo se tienen en cuenta las respuestas ante los estímulos exteriores correspondientes. Es un caso similar al de un televisor respecto del usuario, ya que. ignorando su funcionamiento interno, no tiene inconvenientes en utilizarlo adecuadamente. Las descripciones de este tipo hicieron que las ciencias humanas y sociales se atrasaran bastante respecto de las demás ramas de la ciencia. Sin embargo, desde hace unas pocas décadas atrás, apoyada por los avances tecnológicos, la neurociencia ha podido penetrar eficazmente dentro de la “caja negra” para brindar un gran apoyo a los estudios del comportamiento humano, aun cuando todavía persistan muchos interrogantes. B. F. Skinner escribía antes de esta etapa:
“La física y la biología han avanzado mucho, pero no se ha producido el desarrollo paralelo equivalente, ni nada que se le parezca, por lo que a una ciencia de la conducta humana se refiere”. “Muy probablemente Aristóteles sería incapaz de entender una sola página de cualquier tratado actual de física o biología, y, en cambio, Sócrates y sus amigos tendrían muy poca dificultad en seguir cómodamente la mayoría de las discusiones contemporáneas concernientes a nuestros problemas humanos” (De “Más allá de la libertad y la dignidad”-Editorial Fontanella SA-Barcelona 1973).
Recientes investigaciones, realizadas en neurociencia, han aclarado algunos aspectos relativos a la forma en que elegimos entre diversas alternativas. En una de ellas, se sometió a exámenes a un individuo que, luego de una operación cerebral, sufrió el deterioro parcial de sus atributos afectivos, cambiando su personalidad por cuanto había perdido la capacidad de compartir estados anímicos con otras personas. Sus atributos racionales, sin embargo, permanecían intactos.
Entre los exámenes a que se lo sometió, hubo uno que consistía en una simulación, con computadora, de cuatro mazos de naipes de los cuales podía extraerlos de a uno, cierto número de veces. Los dos primeros mazos ofrecían la posibilidad de “ganar” o de “perder” una cantidad pequeña de dinero, mientras que los restantes permitían “ganar” o “perder” cantidades importantes. En el primer caso, una carta favorable aumentaba su capital en $ 10, o bien lo disminuía en una cifra similar si la elección al azar resultaba desfavorable, mientras que en el caso de las cartas de mayor valor, podía ganar $ 1.000 o bien perder una cantidad similar.
Cuando se hacía la simulación con una persona con atributos afectivos y racionales normales, generalmente terminaba la prueba con cierta ganancia de dinero. Ello se debía a que, al temer sufrir pérdidas eligiendo cartas de mayor valor, optaba por lo seguro, y de ahí el resultado positivo. Cuando se hacía la simulación con personas con atributos emocionales disminuidos, al no tener la sensación básica del miedo, generalmente perdían bastante dinero.
En relación con la experiencia descripta, podemos apreciar que la persona que teme la pobreza extrema, tiende a tomar decisiones seguras, es decir, sin arriesgar demasiado, mientras que los que tienen bastantes riquezas, tal situación puede deberse a que arriesgan mucho más, o bien porque, tomando decisiones seguras, sus decisiones les han conducido a buenos resultados sin necesidad de arriesgar en demasía.
G. Dennis Rains escribió: “Los pacientes con lesiones en la corteza orbito frontal muestran un patrón de deterioro consistente con los resultados de estos estudios animales. Estos pacientes tienden a estar inconscientes de las claves sociales y emocionales, y su conducta no parece estar influida por factores emocionales. Además, los razonamientos y los procesos de toma de decisiones de estos pacientes están extremadamente deteriorados. Esto no se debe a la alteración en el pensamiento lógico per se, pues los pacientes con lesiones en la corteza orbito frontal ejecutan bien una amplia variedad de tests en este terreno. Más bien, su toma de decisiones parece no estar informada por factores emocionales. Ellos parecen no ser capaces de integrar sus emociones en sus procesos de toma de decisiones. Por ejemplo, Damasio describe a un paciente con una lesión de la corteza orbito frontal que, cuando se le ofrecieron dos potenciales fechas de citas futuras para elegir alguna, pasó hora y media vacilando con indecisión, incapaz de elegir una de las fechas. Sin un componente emocional, él no tenía una base para hacer una elección” (De “Principios de neuropsicología humana”-McGraw-Hill Interamericana Editores SA-México 2003).
El psicólogo Daniel Kahneman, galardonado con el Premio Nobel de Economía, estudio también la forma en que establecemos nuestras decisiones. Distingue dos formas de pensamiento: el rápido, o intuitivo, asociado a las emociones, y el lento, asociado al razonamiento de tipo enteramente cognitivo, escribiendo al respecto: “Un avance importante es que la emoción está ahora en nuestra comprensión de juicios y elecciones intuitivos mucho más presente que en el pasado. La decisión del ejecutivo sería hoy descrita como un ejemplo de heurística afectiva, en la que los juicios y las decisiones son directamente regidos por sentimientos de agrado y desagrado con escasa deliberación o razonamiento”.
“Cuando se enfrenta a un problema –el de elegir una jugada de ajedrez o el de decidir invertir en acciones-, la maquinaria del pensamiento intuitivo hace lo mejor que puede hacer. Si el individuo tiene una experiencia relevante, reconocerá la situación, y es probable que la solución intuitiva que le venga a la mente sea la correcta. Es lo que ocurre cuando un maestro ajedrecista examina una posición complicada; las pocas jugadas que inmediatamente se le ocurren son todas buenas. Cuando el problema es difícil y no se tiene una solución adecuada, la intuición dispone todavía de un cartucho; una respuesta puede venir rauda a la mente; pero no es una respuesta a la cuestión original. La cuestión que encaró el ejecutivo (¿debo invertir en acciones de la Ford?) era difícil, pero inmediatamente vino a su mente la respuesta a una cuestión más fácil y en sintonía con ella (¿me gustan los automóviles Ford?), y esta determinó su elección. Tal es la esencia de la heurística intuitiva: cuando nos vemos ante una cuestión difícil, a menudo respondemos a otra más fácil, por lo general sin advertir la sustitución” (De “Pensar rápido, pensar despacio”-Debate-Bs. As. 2012).
Entre las conclusiones que podemos extraer al saber que nuestras decisiones dependen tanto de las emociones como de razón, es la de saber escuchar la “voz interior” que nos indica que algo anda mal aun cuando nuestro razonamiento nos indique que todo anda bien, evitándonos algún problema posterior.
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