sábado, 2 de septiembre de 2023

Justicia natural vs. Justicia social

Mientras que en al Antiguo Testamento predomina la idea de un Dios justiciero, que castiga a los seres humanos cuando no acatan sus mandatos, en el Nuevo Testamento predomina la idea de un Dios padre, que protege a sus hijos cuando acatan sus mandatos. Cuando se advierte cierta contradicción interna en la Biblia, esta aparente incoherencia puede interpretarse a través de la adaptación, o no, de los seres humanos ante la ley natural.

Cuando el ser humano no se adapta a las leyes que conforman el orden natural, sufre como consecuencia, por lo que en la visión de la antigüedad se interpretaba tal sufrimiento como la consecuencia de un castigo proveniente de Dios, y de ahí la caracterización de Dios como un justiciero que castiga la desobediencia a sus leyes.

Por el contrario, cuando el ser humano se adapta a las leyes que conforman el orden natural, se beneficia con cierto bienestar o felicidad, como una consecuencia inmediata. De ahí que surja la visión de un Dios padre que vela por la integridad de sus hijos. Ello conduce a la idea de que existe un orden natural, sin intervenciones de Dios, siendo el propio ser humano quien se autocastiga o bien se autobeneficia.

Este proceso de adaptación del ser humano al orden natural puede denominarse "justicia natural" ya que funciona en base a premios y castigos, aún cuando tales consecuencias sean "elegidas" por los propios seres humanos.

En la actualidad, sin embargo, tal justicia tiende a ser reemplazada por la denominada "justicia social", por la cual el Estado, como principal actor, se encarga de quitar recursos económicos al que produce (contra su voluntad) para otorgárselos a quienes poco o nada producen (recibidos con beneplácito). El lema de esta "justicia" podría asociarse a una expresión atribuida a Eva Perón: "Cada necesidad genera un derecho". También resulta compatible con el lema socialista: "De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad".

La "justicia social", sin embargo, es rechazada por individuos que tienen dignidad y no aceptan beneficios que no sean logrados mediante el trabajo productivo. No quieren sentirse como parásitos sociales sumidos en la inferioridad moral a que conduce tamaña desigualdad. Por el contrario, las masas con poca dignidad aceptan gustosamente el proceso confiscatorio que produce el Estado para mantenerlos sin ninguna obligación laboral, o bien mediante una aparente función laboral.

La severa decadencia económica y social que padece la Argentina resulta ser una consecuencia inmediata del auge de la "justicia social" peronista, llegando al extremo de que, quienes reciben planes sociales, y no trabajan mínimamente, ganan mensualmente más que quienes deben trabajar arduamente, incluso en más de un trabajo. Además, se ha llenado el Estado con millones de empleados públicos que realizan un pseudotrabajo, que muchas veces sólo sirve para entorpecer a quienes realizan un trabajo productivo. De esa forma, además, se ha llegado al extremo de que algunas provincias argentinas, como es el caso de Formosa, generen sólo el 6% de lo que consumen.

A pesar de las enormes dificultades que debe afrontar el ciudadano argentino, existe un alto porcentaje de la población que defiende la "justicia social" peronista, socialista y católica (ya que el actual pontífice es un alto exponente a favor de la misma).

Lo que llama la atención es que los defensores de la, mejor llamada, "injusticia social", aducen principios morales que la justifican, y con tales "principios" descalifican toda propuesta liberal que se aproxima mucho más a la justicia natural. Es oportuno tener presente que la finalidad y la justificación de la economía de mercado es la cooperación social, mediante intercambios asociados al trabajo productivo.

1 comentario:

agente t dijo...

Las políticas redistributivas extremas son defendidas incluso por parte de aquellos que las pagan a costa de su declinante patrimonio. Demostración palpable de que las ideas importan, por muy erróneas y disparatadas que sean. De ahí la importancia de no dejar de dar la batalla ideológica en toda ocasión que sea propicia para ello.