martes, 5 de septiembre de 2023

Feminismo: Victoria Ocampo vs. Eva Duarte

Con la palabra "feminismo" se designa la lucha establecida, tanto por hombres como por mujeres, por una igualdad de derechos y por una mayor estima hacia la mujer por parte de los hombres. De ahí que tal igualdad depende tanto de los hombres como de las mujeres. Si bien el mandato bíblico que induce a "amar al prójimo como a uno mismo", lleva implícita la igualdad de trato y de estima, aún en las sociedades cristianas muchas veces no se lo ha tenido presente.

Los desvíos respecto de la igualdad cristiana, por los cuales se ha promovido la preeminencia del hombre, han sido mantenidos en diversas épocas y en distintos países, siendo incluso aceptado y promovido por las propias mujeres. En nuestra época han surgido movimientos "feministas" que en realidad no buscan tanto la igualdad de la mujer sino la separación y cierta aversión a todo lo que signifique masculinidad. Tal lucha contra el hombre es absurda por cuanto todo ser humano está íntimamente ligado a hombres y mujeres, con quienes convive en todo ambiente familiar.

Entre las figuras destacadas de la lucha de las mujeres por liberarse del excesivo paternalismo varonil, encontramos a la escritora Victoria Ocampo. Así, en épocas pasadas, los padres disponían de la facultad de decidir el rumbo que, en la vida, sus hijos habrían de seguir, incluso eligiendo la persona con quien habrían de casarse. En este caso, aunque se adujera que lo hacían para beneficio y seguridad de sus hijos, no siempre resultaba la mejor opción. Laura Averza de Castillo y Odile Felgine escriben: “«Estoy en la edad de la brutalidad» declaró Victoria de forma abrupta y extraña a los nueve años. Alrededor de los doce, la niña se encontraba en la adolescencia, que fue para ella, como para muchos, un periodo difícil, pese a las excepcionales condiciones materiales de que disfrutaba y el amor tranquilo y sano que le tributaban las personas de su entorno. Y es que, paralelamente a su creciente deseo de independencia y a su necesidad de absoluto, Victoria chocó «con las absurdas costumbres de la época», con «todas aquellas prohibiciones» y todos los límites impuestos a la mujer a principios de siglo. El esplendor de la sociedad aristocrática argentina rayaba a la misma altura que su misoginia y había todo un código de buenas maneras que regulaba «lo que hay que hacer» y «lo que no hay que hacer»”.

“Las muchachas podían organizar reuniones, pero de aquellas fiestas quedaba excluida toda presencia masculina. Telefonear, escribir o invitar a chicos era algo que estaba rigurosamente prohibido y, si una chica salía sola a la calle, daba muestras de una conducta inconveniente que delataba sus «malas costumbres». Sólo al final de la adolescencia, cuando la señorita argentina estaba en edad de elegir esposo, tenía autorización para participar en un baile, si bien incluso entonces debía observar ciertas costumbres y no podía conculcar las prohibiciones con respecto a las cuales había sido concienzudamente catequizada, so pena de rebajarse y de comprometer su reputación y su honor, además de echar por los suelos sus probabilidades de encontrar un «buen» marido” (De “Victoria Ocampo”-Circe Ediciones SA-Barcelona 1998).

Los padres vigilaban las lecturas de sus hijos, prohibiéndoles algunas. También les prohibían optar por algunas actividades como el teatro, cuyo ambiente era mal visto en la Argentina de principios del siglo XX. “Un día, la doncella que se ocupaba de Victoria, Fani, descubrió escondido […] el «De Profundis» de Oscar Wilde. Su madre, convenientemente advertida, le confiscó la obra, no sin antes dirigirle una gran cantidad de reproches. Victoria, furiosa (tenía entonces diecinueve años), perdió los estribos y amenazó con arrojarse por la ventana, al tiempo que gritaba que no pensaba continuar «viviendo de esa manera»”.

“Aquella contrariedad no fue más que la gota de agua que hizo desbordar el vaso. Hacía poco tiempo que Victoria se había sentido contrariada de forma mucho más grave al ver frustrado su ardiente deseo de consagrar su vida al teatro. «Creo tener una auténtica vocación para el teatro […] La he conservado viva contra viento y marea», decía en una de sus autobiografías. Parece, efectivamente, que mantuvo toda su vida el amor a los escenarios y al público, la afición a la interpretación y al repertorio teatral e incluso, ya en edad avanzada, un cierto gusto por la teatralidad”.

Los padres que tratan que sus hijos no se “contaminen” con la sociedad tal como es, impiden que vayan formando sus propios “anticuerpos”, quedando expuestos a padecer en el futuro las consecuencias de no conocer a las personas en forma adecuada. Junto a la necesidad de evadirse de la tutela familiar, tal tipo de educación conduce a veces a fracasos matrimoniales, como fue el caso de Victoria Ocampo. La separación matrimonial, era mal vista en esa época, tanto como mantener algún vínculo social extramatrimonial, como fue la opción que eligió, promoviendo un escándalo dadas las costumbres de la época.

Cabe destacar que la mujer, luego de obedecer a sus padres, debía obedecer al marido, por lo cual durante toda su vida habría de padecer restricciones a su libertad. Victoria Ocampo expresaba en 1907: “Estoy cansada de sentirme incomprendida. Deseo que me reconozcan por lo que soy: una persona que piensa […] Para ser feliz sinceramente y de verdad, la mujer debe estar descerebrada, no tener inteligencia, o bien estar armada de un gran valor…”. “La única cosa que me hace bien, lo único que me hace olvidar hasta qué punto puede ser detestable la vida es el arte, el arte bajo todas sus forma…”.

Las autoras mencionadas escriben: “Los años de mediados del siglo XIX habían visto a un político de importancia, Domingo Faustino Sarmiento, adoptar posturas extremadamente progresistas a favor de la educación de las mujeres. Sin embargo, las resistencias eran profundas. A principios del siglo XX, la sociedad argentina seguía siendo patriarcal, tanto en el plano de las costumbres como en el de las leyes. Hasta 1926 las mujeres estuvieron totalmente subordinadas a su padre o a su marido y el estatuto de la esposa era el mismo que el de la hija menor de edad”.

“En 1926 se elaboró una nueva ley sobre el estatuto civil de las mujeres que interesaba directamente a Victoria: por razones evidentes, a partir de ahora toda mujer casada podía ejercer cualquier profesión, tenía derecho a disponer de su salario como se le antojase, firmar contratos y acuerdos financieros sin autorización de su consorte y, en caso de separación legal (no se admite el divorcio), «puede ejercer su autoridad sobre hijos y bienes»”.

Las costumbres mencionadas no sólo imperan a comienzos del siglo XX y en los ambientes aristocráticos, sino que se expanden hasta el resto de la sociedad y hasta más allá de mediados de siglo. Sin embargo, en lugar de realizar correcciones graduales a lo que no funciona bien, la sociedad argentina parece haber adoptado como referencia a todo lo que se hacia antes y a todo lo que sugería la Iglesia Católica, pero para hacer todo lo contrario. De ahí parece provenir el actual caos y libertinaje en las costumbres. La libertad plena no sólo se ha aceptado en el caso de las mujeres, sino también en adolescentes y niños, aun cuando no hayan adquirido la madurez suficiente para poder disponer de tal concesión. Albert Einstein escribió: “Comienza a manifestarse la madurez cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros mismos”.

En el otro extremo encontramos a Eva Duarte de Perón, quien admitía una actitud de dependencia y sumisión voluntaria hacia el dominio del hombre; a no ser que fuera una actitud fingida para promover la masiva sumisión de las mujeres argentinas ante el despotismo del tirano sediento de poder. Por las razones que fueren, Eva mantiene en público su adhesión a las costumbres de la época, es decir, considera que la mujer debe realizarse en total dependencia del hombre, en lugar de adoptar una postura independiente. En realidad, una actitud normal e igualitaria, implica que hombre y mujer compartan éxitos y fracasos, alegrías y tristezas, ya que la tan mencionada “liberación” de la mujer puede implicar cierto distanciamiento no recomendable. Juan José Sebreli escribió: “El feminismo, según Evita, se apartaba de la naturaleza misma de la mujer, que era «darse, entregarse por amor, que en esa entrega está su gloria, su salvación y su eternidad». Paradójicamente, Evita quedaría como adalid de la emancipación femenina cuando en realidad fue una defensora acérrima de la visión machista y paternalista de la mujer” (De "Comediantes y mártires"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2008).

El odio de Eva hacia las mujeres destacadas era sorprendente. John Barnes escribió: “En las puertas del periódico La Nación, entonaron las estrofas del Himno Nacional con aquel verso del estribillo que dice: «Libertad, libertad, libertad»…Los vítores y los cantos de aquellas damas de la sociedad porteña muy pronto atrajeron la atención de los guardias de asalto. Siete señoras fueron arrestadas…Todas ellas pasaron la noche en la cárcel, para ser puestas en libertad a la mañana siguiente con una seria advertencia del juez de turno. Durante todos estos acontecimientos, Evita había estado ausente de la ciudad. Cuando regresó y se enteró de lo ocurrido, inmediatamente ordenó que se arrestara nuevamente a las mujeres”.

“Fueron conducidas y amontonadas en celdas que generalmente se reservan para las prostitutas..., un cruel toque de venganza de Evita. Ya lo había hecho antes con un grupo de adolescentes que habían sido arrestadas por reírse del rústico acento de un gobernador de provincia peronista…Por tanto, repitió el mismo castigo con las mujeres mayores y luego las hizo comparecer ante un juez designado por Perón, quien las sentenció a treinta días de cárcel” (De “Eva Perón”-Ultramar Editores Argentina SA-Buenos Aires 1987).

1 comentario:

agente t dijo...

Eva Perón con su discurso pseudoromántico y tradicionalista, además de apostar por una determinada postura política y social que le convenía, a buen seguro que intentó despistar y ocultar su afán indudable de riquezas y poder, algo que alcanzó en buena medida gracias a su personal uso de las “armas de mujer”, conducta y principios bien distintos de los que recomendaba para las demás.