martes, 16 de mayo de 2023

La igualdad (según Esteban Echeverría)

La igualdad, asociada a una equitativa asignación de deberes y derechos, difiere del igualitarismo, mediante el cual sólo se contempla la "igualitaria" asignación de derechos. Cuando los derechos corresponden sólo a la clase gobernante, tenemos una oligarquía o bien un socialismo real (no teórico). Cuando los derechos son exigidos por el hombre-masa, y rechazados los deberes, surge el fenómeno de la rebelión de las masas, que exigen ser alimentados y mantenidos por el resto de la sociedad a través del Estado.

Este necesario equilibrio entre deberes y derechos fue advertido por Esteban Echevería en el siglo XIX, escribiendo al respecto: La igualdad consiste en que esos derechos y deberes sean igualmente admitidos y declarados por todos, en que nadie pueda substraerse a la acción de la ley que los formula, en que cada hombre participe igualmente del goce proporcional a su inteligencia y trabajo. Todo privilegio es un atentado a la igualdad (De "Los fundadores de la república" de Ricardo López Götigg-Editorial Grito Sagrado-Buenos Aires 2006).

En cuanto a todo lo que atenta contra la igualdad (que puede observarse en la práctica en la actual Argentina peronista) Echeverría escribía:

No hay igualdad donde la clase rica se sobrepone, y tiene más fueros que las otras.

Donde cierta clase monopoliza los destinos públicos.

Donde el influjo y el poder paraliza para los unos la acción de la ley, y para los otros la robustece.

Donde sólo los partidos, no la nación, son soberanos.

Donde las contribuciones no están igualmente repartidas, y en proporción a los bienes e industria de cada uno.

Donde la clase pobre sufre sola las cargas sociales más penosas, como la milicia.

Donde el último satélite del poder puede impunemente violar la seguridad y la libertad del ciudadano.

Donde las recompensas y empleos no se dan al mérito probado por hechos.

Donde cada empleado es un mandarín, ante quien debe inclinar la cabeza el ciudadano.

Donde los empleados son agentes serviles del poder, no asalariados y dependientes de la nación.

Donde los partidos otorgan a su antojo títulos y recompensas.

Donde no tiene merecimientos el talento y la probidad, sino la estupidez rastrera y la adulación.

Es también atentatorio a la igualdad, todo privilegio otorgado a corporación civil, militar o religiosa, academia o universidad; toda ley excepcional y de circunstancias.

La sociedad o el poder que la representa, debe a todos sus miembros igual protección, seguridad, libertad: si a unos se las otorga y a otros no, hay desigualdad y tiranía.

En cuanto a la influencia española, de gran trascendencia en el siglo XIX, Esteban Echeverría escribió:

La España nos educaba para vasallos y colonos, y la patria exige de nosotros una ilustración conforme a la dignidad de hombres libres.

La España dividía la sociedad en cuerpos, jerarquías, profesiones y gremios, y ponía al frente de sus leyes, clero, nobleza, estado llano o turba anónima; y la Democracia, nivelando todas las condiciones, nos dice que no hay más jerarquías que las que establece la ley para el gobierno de la sociedad: que el magistrado fuera del lugar donde ejerce sus funciones, se confunde con los demás ciudadanos; que el sacerdote, el militar, el abogado, el comerciante, el artesano, el rico y el pobre, todos son uno.

Que el último de la plebe es hombre igual en derechos a los demás, y que lleva impresa en su frente la dignidad de su naturaleza, que sólo la probidad, el talento y el ingenio engendran supremacía; que el que ejerce la más ínfima industria, si tiene capacidad y virtudes, no es menos que el sacerdote, el abogado u otro que emplea sus facultades en cualquiera otra profesión; que no hay profesiones unas más nobles que las otras, porque la nobleza no consiste en vestir hábito talar, o en llevar tal título, sino en las acciones; y que, en suma, en una sociedad democrática sólo son dignos, sabios y virtuosos y acreedores a consideración, los que propenden con sus fuerzas naturales al bien y prosperidad de la patria.

Para destruir estos gérmenes nocivos y emanciparnos completamente de esas tradiciones añejas, necesitamos una reforma radical en nuestras costumbres: tal la obra de la educación y las leyes.

Al observar la plena vigencia del anterior escrito de Echeverría, comprobamos que no hemos evolucionado demasiado desde el siglo XIX hasta la actualidad.

1 comentario:

agente t dijo...

La evolución con respecto al siglo XIX ha existido, pero deja mucho que desear. Lo único que ha desaparecido de las objeciones hechas por Echeverría es que a la milicia ya no sólo van los pobres.

Por otra parte, no cabe duda de que el virreinato era una sociedad estamental y un estado patrimonialista que no puede reivindicarse o poner como modelo de nada, pero es justo decir que en comparación su sustitución tampoco trajo grandes beneficios para el conjunto social en las primeras etapas.