lunes, 29 de mayo de 2023

Entendiendo a Freud, Adler y Frankl

Debido al complicado libro en donde Johannes Kepler expone sus leyes del sistema planetario solar, alguien comentaba que "era más sencillo encontrar esas leyes en el propio sistema solar que en el libro de Kepler". En forma semejante, a veces sentimos la sensación de que es más fácil comprender el accionar de los seres humanos en forma directa que a través de las complejas descripciones que hacen los psicólogos y los filósofos.

Quizás una visión de conjunto nos permita disponer de ciertas imágenes básicas para establecer luego una comprensión de las principales figuras de la psiquiatría. Para ello disponemos de unas supuestas exposiciones de psiquiátras reunidos en un congreso imaginario que reúne a las principales figuras del psicoanálisis, si bien varias de ellas abandonaron la postura fundacional de Sigmund Freud.

El desarrollo secuencial puede sintetizarse en la construcción de un edificio en el cual Freud construye el sótano, Alfred Adler la planta baja, Carl Jung que trata de justificar a ambas versiones, mientras que Viktor Frankl construye la terraza.

La primera conclusión es que el freudismo es una descripción de un hombre mutilado en sus atributos esenciales; es decir, mutilado en sus atributos que lo caracterizan como ser humano. J.J. López-Ibor escribió: "Dalbiez, que ha escrito un excelente libro sobre el psicoanálisis, dice que Freud ha escrutado maravillosamente lo que de menos humano hay en el hombre. Esto es cierto, y en definitiva hay que apuntarlo en el haber del psicoanálisis. Su falla no es sólo haber ignorado lo que de específicamente humano existe en el hombre, sino haberlo negado. Esto es ya demasiado grave. Por eso la herida de la doctrina psicoanalítica es, absolutamente, irreductible" (De "La agonía del psicoanálisis"-Espasa-Calpe-Madrid 1973).

A continuación se mencionan, parcialmente, los "discursos" supuestos en el imaginario Congreso del Psicoanálisis que aparecen en el libro "¡Vivir a tope!" de José Benigno Freire (Ediciones Universidad de Navarra SA-Pamplona 2000):

Alocusión de Sigmund Freud:

Al psicoanálisis le corresponde la primacía, el orgullo y la valentía de reconocer y aceptar que el obrar humano, desde el hambre hasta el pensamiento, es pulsión libidinosa; y de mantenerse en sus tesis a pesar de las férreas y tenaces presiones y oposiciones. El psicoanálisis describe al hombre como ser accionado exclusivamente por instintos, un ser al que sólo mueven los instintos, cuya esencia consiste en satisfacer instintos.

El hombre es como una cacerola al fuego...si llenamos la cacerola de agua, al rato, por efecto del calor, comienza a hervir. Al bullir, el agua desprende un vapor condensado en gotas eruptivas que se acompañan del sonoro y típico «chop-chop»...Contemplando el fenómeno desde arriba, como la cacerola oculta al fuego, el saltarín espectáculo del «chop-chop» puede dar la impresión de ser un producto inmediato del poder volcánico del agua.

Esta es la confusión que se produce cuando el hombre, ensimismado en su actividad -con el «chop-chop»-, la considera un efecto de sus más sublimes potencialidades; y describe sus acciones en términos de «movimientos gráciles y sutiles como pompas de jabón», al decir poético de Machado. Todo es, sencillamente, agua que hierve por efecto del calor. Si apagamos el fuego o apartamos la cacerola del fogón cesaría cualquier actividad en el agua...En este ejemplo la cacerola con agua quiere representar al hombre; el «chop-chop» a su actividad, a su conducta, de manera especial a la más aparentemente racional (arte, ciencia, moral,..); y el fuego, ¡lógicamente!, ocupa el lugar de la líbido, la impulsividad sexual.

Eso que orgullosamente denominan arte o ciencia es, sencillamente, sublimación de energía libidinosa. Se mosquean porque, en el fondo, el hombre tiene la vaga intuición inconsciente de que los móviles de su conducta ocultan unos deseos inconfesables, o al menos vergonzosamente confesables. Y al no tener la valentía de reconocerlo así, suelen adoptar una postura absurda: tapar la cacerola, colocar la tapadera a la cacerola y se desentienden y despreocupan de cualquier «chop-chop», con sus correspondientes e insidiosos problemas. Esta imagen me sirve, además, para describir suscintamente el mecanismo de represión.

En estas condiciones, y por su propia presión, se libera explosivamente la tensión instintiva constreñida, reprimida. La fuerza instintiva condensada se expande a modo de erupción dando lugar a todo tipo de patología psíquica y en concreto, a la neurosis.

Alocusión de Alfred Adler:

Estoy de acuerdo en reconocer el papel del pasado como «almacén» de los conflictos neuróticos, pues en esa misma dirección caminan mis investigaciones acerca del «complejo de inferioridad» que, como ustedes conocerán, se forja preferentemente en la infancia y lo incluyo entre las causas etiológicas de buena parte de las neurosis.

Mis discrepancias pertenecen al ámbito del matiz, del simple matiz. Pues no es otra cosa sino el matiz el estimar como una cierta exageración el papel de exclusividad que Freud reserva a la libido en los dinamismos humanos. No niego la importancia compulsuva del instinto de procreación y hasta admito su fuerza preeminente: preeminencia, sí, exclusividad, no.

En mi opinión, tanto en la conducta consciente como en la inconsciente, intervienen distintos tipos de fuerzas impulsivas, no sólo la pulsión sexual. Reducir los dinamismos instintivos del hombre a una única impulsión de energía libidinosa, como afirma el profesor Freud, me parece una exageración que contraviene la simple observación de los hechos cotidianos. Recurrir a sofisticadas elaboraciones de enmascaramiento libidinoso para explicar, por ejemplo, los movimientos de hambre, da la impresión de ser una complicación innecesaria y superflua, pues bien pudiese tratarse sencillamente de...¡hambre!.

Así como en el animal la conducta se encuentra regulada y determinada por las fuerzas instintivas, en el hombre no sucede lo mismo, pues el hombre es capaz de desobedecer o incluso negar sus instintos, puede domarlos o subordinarlos a otro tipo de intereses.

¿Se imaginan ustedes una sociedad fundamentada en conductas de base instintiva? ¿O las relaciones sociales como el resultado del paradigma funcional de satisfacer las personales necesidades instintivas? ¿Que cada uno se exprese y se comporte como le pide el «natural»? ¡Caótico! ¡Peor que en la selva! Bien, pues esa necesidad de vivr en sociedad despierta en el hombre un sentimiento comunitario que reduplica el rostro humano de su conducta.

Yo tan sólo me he tomado la osadía de subir unos escalones más para observar qué sucede en el piso principal del hombre, lugar al que, por las razones que sean, no ha querido ascender el profesor Freud.

Desde el piso principal se divisa otro panorama, un panorama más holgado y frondoso que el de la bodega. Desde el piso principal observamos cómo el hombre se sirve de la fuerza impulsiva -los productos ocultos de la bodega- para perseguir metas de aceptación y éxito social, eso que al eco de Nietzsche denominamos «voluntad de poder». La voluntad de poder dirige, encauza y energitiza las íntimas ambiciones, aspiraciones y necesidades del hombre; convirtiéndose en la auténtica motivación y fuente del obrar humano.

Alocusión de Carl Jung:

Freud, con su habitual maestría y profundidad, ha descrito y delineado la psicología de un tipo de hombres: los extrovertidos. Los extrovertidos se accionan por la fuerza bruta del instinto, de la libido, con un predominio del inconsciente (instintivo) personal. El profesor Adler ha descrito también con la maestría acostumbrada, otro tipo de hombres: los introvertidos. Los introvertidos se vuelcan hacia el interior de la personalidad; su dinamismo anida en la «voluntad de poder» más que en la fuerza de los instintos a flor de piel.

Por un lado, los hechos del pasado graban en la persona unas determinadas inclinaciones a la acción que vienen inducidas por una doble vía: por el inconsciente colectivo y por el inconsciente personal; el inconsciente colectivo, el pozo del pasado de la humanidad, condiciona al hombre a actuar en determinadas direcciones de conducta; pero estas condiciones generales se individualizan por el determinismo del inconsciente instintivo.

Ahora bien, para la conducta efectiva, además de las disposiciones instintivas aludidas, el hombre necesita un «proyecto de futuro», porque precisamente en ese proyectarse hacia algo se encauza y dirige la fuerza interna de la acción. La clave del tiempo del hombre no la tiene ni el pasado ni el futuro, sino el pasado y el futuro. Lo expresaré en el lenguaje que interesa a este congreso: la suma de Freud y Adler...

Alocusión de Viktor Frankl:

Yo me he tomado el atrevimiento de subirme a la «azotea» del edificio del hombre, por continuar en la misma línea metafórica. ¿Existe la azotea? Ya Jung avanzaba «sugestivas hipótesis de nuevas instancias psíquicas»...

El psicoanálisis freudiano contempla únicamente la infraestructura, el subsuelo biológico de la vida humana. Pero comete la torpeza de decir que eso es el hombre. La Psicología Individual, por su parte, reduce al hombre al suelo psíquico. Ni se puede ni se debe negar la dinámica afectiva y la energética instintiva. Pero la vida del hombre no consta exclusivamente de afectos y de instintos, de placeres y ambiciones. La mezcla dinámica de estos elementos no da una razón cabal de la conducta observada en el ser humano.

Ser responsable de los actos derivados de las pulsiones internas implican la capacidad de poder gobernarlos o regularlos. Ese dominio sobre las propias acciones es conocido y reconocido como la potencialidad de la libertad. De tal manera que la ecuación antropológica básica se formula de esta forma: «ser hombre es ser libre y responsable».

La realidad de la ecuación antropológica básica reclama una nueva estructura: la dimensión noológica. Lo noológico es lo espiritual como genuina dimensión humana, reino de la libertad. Para ser consciente y responsable en su conducta, el hombre ha de tener una instancia que le permita encauzar y dirigir los instintos y los afectos que lógicamente emergen de su naturaleza psicosomática. Una dimensión que asuma y gobierne lo psicosomático.

1 comentario:

agente t dijo...

El hacerse preguntas acerca del porqué de las cosas, la necesidad y el gusto de aprender, entre otras cosas, demuestran que el ser humano tiene como última instancia de su ser, tal como afirmó Victor Frankl, no el placer, el poder o la adaptación social sino la voluntad de sentido y la realización de valores. Su ser más radical es de carácter social y espiritual.