sábado, 27 de mayo de 2023

Acerca del egoísmo

Generalmente justificamos todo atributo humano diciendo que, si tal atributo ha sido establecido por el proceso evolutivo, ha de ser porque resulta favorable a nuestra supervivencia. Este es el caso del egoísmo. Si bien es necesario para una temprana edad, o para ciertas circunstancias de la vida, en general resulta negativo si predomina en la vida adulta.

En realidad, el egoísmo se opone a la naturaleza social del ser humano. Si intensificamos nuestro egoísmo hasta niveles superlativos, advertiremos una desvinculación efectiva respecto del medio social. Incluso si la mayoría de las personas adoptaran tal actitud, y la consideraran como una virtud, seguramente reinaría el caos, el desorden y la violencia.

A continuación se transcribe un artículo al respecto:

DIVAGACIONES

Por J. Gonzáles Martínez

No es posible negar que -como dicen ciertos autores- sin el egoísmo, el género humano hubiera desaparecido hace tiempo. Porque el egoísmo, mediante las pasiones por él engendradas, ha sido el mejor instrumento de su conservación. Pero lo que no tiene discusión es que por el egoísmo, y exclusivamente debido a él, la armonía entre los hombres nunca fue, ni hasta el presente ha sido, lo que ha debido ser; es decir, que el egoísmo, la mejor arma defensiva para proteger al individuo, es una constante amenaza y un elemento perturbador para la sociedad.

La organización social no tiene enemigo peor que el egoísmo; a él se deben todas las perturbaciones y cataclismos sociales y bélicos que el mundo tiene que lamentar, cuya magnitud ha crecido a medida que los adelantos humanos han aumentado científicamente con nuevos inventos y descubrimientos, y que si no se modifica, dará lugar a que en un futuro más o menos próximo la humanidad salte hecha trizas, devorada por el fuego de sus propias pasiones.

Desde que el hombre, uniéndose a sus semejantes, instituyó los primeros rudimentos de organización social para defenderse mejor de los poderes naturales y hacer más agradable la vida, hubo de comprender que, en bien de la comunidad, cada uno debía sacrificar parte de su egoísmo. Llenos están los libros religiosos y profanos, de todos los países, de consejos, exhortaciones y sentencias que lo atestiguan, por muy antiguos que sean.

Sin embargo, esta es la pura verdad: el individuo, lo mismo en las sociedades antiguas que en las ultramodernas, sólo tiende a que los demás observen y cumplan exactamente las leyes y preceptos del derecho y la moral, vulnerándolos él, en cambio, cuando le es posible, aunque inconscientemente muchas veces. Y el escollo más poderoso está en que el egoísmo, cuya principal misión es la conservación de la propia vida, siendo a la vez el instinto primitivo del hombre y la base fundamental de su personalidad, se resiste ferozmente a ser vencido y aun encauzado por las exigencias que la sociedad trata de imponerle.

Pero como es la moral y la justicia con quienes tendría que enfrentarse, no teniendo seguridad de vencer a enemigos tan poderosos, desvía la puntería y actúa por vías subrepticias, haciendo mella, desde la subsconciencia, en el enemigo consciente, dejándolo cándidamente convencido de que los móviles de su conducta y los fines que persigue con ella están inspirados en la moral y en la razón, y no en sus propias apetencias. Por eso el hombre armoniza sus tendencias y apetitos con su conciencia, y se queda tan tranquilo, pretendiendo convencer a los demás, por estarlo él de antemano, que su conducta, lejos de ser egoísta, es justa.

Este es el obstáculo más infranqueable con que hasta el presente ha tropezado la sociedad y el mundo para que las acciones humanas se inspiren en la justicia; pues así como el artista que considera su obra perfecta nadie podrá convencerlo de que debe modificarla por defectuosa, tampoco el hombre que de buena fe cree su proceder justo estará dispuesto a rectificarlo, aunque en uno y en otro caso sea el egoísmo el que haya falseado la verdad actuando solapadamente y consiguiendo adulterar las dos facultades más elevadas del espíritu, que son la razón y la conciencia.

Aunque sea triste confesarlo, es evidente que la civilización y el progreso no han conseguido modificar gran cosa el egoísmo en pro del beneficio social común. Entre el egoísmo de los individuos de una tribu centroafricana y el de los de un país civilizado no hay apenas diferencias cuantitativas, aunque cualitativamente se manifiesta de distinta forma; el salvaje será más franco al ponerlo de relieve; el ilustrado, más cauto; el egoísmo de aquel estará desprovisto de formas y oropeles, con los que éste lo envolverá; pero si vamos a cuentas, no sabemos lo que será mejor.

Es decir, que, no obstante tantos siglos de progreso y cultura, nos encontramos exactamente igual, en cuanto a la doma y represión del egoísmo, que cuando salió el hombre del estado natural, siendo, por lo menos, dudoso que la razón sola sea capaz de modificarlo, ya que, como hemos dicho, éste procura y consigue la mayoría de las veces adulterarla. Por eso será preciso que la razón tenga como aliada la fe para poder, si no extirpar, por lo menos domeñar esa terrible fiera que se llama egoísmo, causa de tantas miserias y dolores.

(De "Existencialismo, dinero y ética"-Ediciones Morata-Madrid 1952).

1 comentario:

agente t dijo...

Y si no la fe, algo intrínsecamente quebradizo, sí el sentimiento y las emociones positivas en general. La mera razón es algo demasiado frío que necesita ser acompañado.