sábado, 14 de enero de 2023

Causalidad y religión natural

Uno de los promotores de la idea de causalidad, como principio rector de las acciones humanas, fue Claude Bernard. Con ello se fue confirmando el fundamento de la religión natural, por cuanto dejaba de lado lo sobrenatural, o vitalismo, que fuera utilizado en la descripción de los procesos inherentes a nuestro cuerpo y a nuestra mente. La causalidad, asociada a la existencia de leyes naturales invariantes, implica un vínculo permanente entre causas y efectos. Claude Bernard escribió: "Es preciso admitir como axioma experimental que en los seres vivientes, así como en los cuerpos brutos, las condiciones de existencia de todo fenómeno están determinadas de una manera absoluta".

"Lo que quiere decir en otros términos que una vez conocida y cumplida la condición de un fenómeno, dicho fenómeno debe reproducirse siempre y necesariamente a voluntad del experimentador. La negación de esta proposición no sería otra cosa que la negación de la ciencia misma. En efecto, no siendo la ciencia más que lo determinado y lo determinable, se debe admitir forzosamente como axioma que, en condiciones idénticas, todo fenómeno es idéntico y que tan pronto como las condiciones dejan de ser las mismas, el fenómeno deja de ser idéntico".

"Todo lo que antecede podrá parecer elemental a los hombres que cultivan las ciencias físico-químicas. Pero entre los naturalistas y, sobre todo, entre los médicos, se encuentran hombres que, en nombre de lo que llaman vitalismo, emiten sobre el asunto que nos ocupa las ideas más equívocas. Piensan que el estudio de los fenómenos de la materia viviente no tendrá ninguna relación con el estudio de los fenómenos de la materia bruta. Consideran la vida como una influencia misteriosa y sobrenatural que actúa arbitrariamente, escapando a todo determinismo, y tachan de materialistas a todos los que hacen esfuerzos para referir los fenómenos vitales a condiciones orgánicas y fisico-químicas determinadas" (Citado en "Panorama histórico de la ciencia moderna" de Pedro Lain Entralgo y José María López Piñero-Ediciones Guadarrama SL-Madrid 1963).

Por lo general, el teísta supone la intervención de Dios en los acontecimientos humanos suponiendo que interrumpe las leyes naturales o bien cambia las condiciones iniciales en una secuencia de causas y efectos. A la vez, descalifica como "materialista y ateo" a quienes no comparten tal visión de la realidad. En realidad, quienes se oponen a adaptarse a las leyes naturales y piden cotidianamente que Dios cambie sus leyes, son en realidad opositores a la voluntad del Creador, o a la voluntad implícita en las leyes que conforman el orden natural.

Mientras que el concepto de teleología, o finalidad, es esencial en el ámbito de la filosofía, el concepto de causalidad lo es en la ciencia. Sin embargo, pudo advertirse que el concepto de finalidad implícita puede existir en la ciencia toda vez que se utilicen sistemas realimentados en la descripción del mundo real. El objetivo a alcanzar, dentro de dicho sistema, cumple con el rol de la finalidad empleado en filosofía. Hans Reichenbach escribió: “La selección en la lucha por la existencia es un hecho irrefutable, y la causalidad en combinación con la selección produce orden. No hay escapatoria de este principio. La teoría darwiniana de la selección natural es el instrumento por medio del cual la aparente teleología de la evolución se reduce a causalidad” (De “La Filosofía científica”–Fondo de Cultura Económica-México 1975).

Mario Bunge escribió: “La más importante conclusión (del antedicho examen) es que el principio de causalidad no constituye ni una panacea ni una superstición: que la ley de causación es una hipótesis filosófica que se utiliza en la ciencia y que tiene validez aproximada en ciertos terrenos, donde compite con otros principios de determinación”.

En cuanto a la predestinación, o fatalismo, agrega: “En realidad el determinismo fatalista es en cierto sentido precisamente lo opuesto al determinismo científico, y es en particular incompatible con el determinismo causal. Concretamente, el fatalismo es una doctrina teológica o por lo menos supernaturalista que afirma la existencia de un Destino incognoscible e ineluctable; mientras que el determinismo causal pretende ser una teoría racional que brinda los medios de conocer, predecir y modificar, en consecuencia, el curso de los sucesos. La palabra «fatalismo» designa la clase de doctrinas subordinadas a alguna creencia no naturalista, según las cuales un poder trascendente, extraterreno, impredecible e inmaterial produce todos los acontecimientos o la mayoría de ellos. No hay fatalismo sin un factum o destino, y éste es cualquier cosa menos el llamado imperio ciego de la ley, considerada como norma inmanente del ser y el devenir”.

“Para los fatalistas, los sucesos ocurren con independencia de las circunstancias: como lo preestablecido debe acontecer, nada evitará que acontezca, nada podrá interponerse en la consumación de una necesidad exterior inquebrantable –el fatum- que produce o dirige el curso de los acontecimientos. O sea que para el fatalismo, igual que para el accidentalismo, los sucesos son incondicionales, y el futuro es tan inmutable como el pasado” (De “Causalidad”-EUDEBA-Buenos Aires 1978).

1 comentario:

agente t dijo...

La clave en el concepto finalidad está en si ésta es inmanente o ha sido derivada desde una instancia externa a la naturaleza.