martes, 28 de marzo de 2023

La gracia de Dios vs. Los méritos propios

Respecto de los mandamientos del amor a Dios y al prójimo, Cristo dijo: "En estos dos mandatos se contiene toda la Ley y los profetas" (Mt). El objetivo de estos mandamientos es el logro de la felicidad en esta vida y el acceso a una vida posterior, en caso de existir. De ahí que tal objetivo habría de lograrse por méritos propios, una vez que se cumple con lo que el Dios Creador hubo ordenado y Cristo habría interpretado, como enviado o como Hijo de Dios.

Como el mandamiento del amor al prójimo no resulta fácil de cumplir, aunque ello implique una predisposición a compartir penas y alegrías ajenas como propias, su importancia fue relativizada por varios pedicadores cristianos aduciendo que al cielo se iba, no por méritos propios cumpliendo con los mandamientos cristianos, sino por una decisión de Dios a favor de los agraciados en forma independiente del cumplimiento del mandamiento del amor al prójimo, o bien se llegaría al cielo por "la fe" y no "por las obras".

Respecto de la gracia de Dios, Nicola Abbagnano escribió: "En general, don gratuito, o sea sin retribución; más específicamente, en sentido teológico, la donación que Dios hace al hombre con referencia a la salvación o a alguna condición esencial de la salvación, independientemente de los méritos (en caso de existir) del hombre mismo".

"Reducido a sus términos esenciales, el problema puede formularse del modo siguiente. La doctrina fundamental del cristianismo es que la salvación no entra en las posibilidades propias del hombre. La revelación y la encarnación de Cristo son los instrumentos indispensables que, al suplir la deficiencia de la naturaleza humana, disminuida o corrompida por el pecado original, le restituyen la posibilidad de la salvación".

"Pero el problema nace si, en cambio, se admite que no todos los hombres se salven y que al fin de los tiempos existirán aun justos y malvados y, por lo tanto, elegidos y condenados. En este caso, en efecto, nace la pregunta: ¿quién es el que determina la salvación del hombre en particular: el hombre mismo o Dios?".

"Frente a este problema no hay más que dos respuestas posibles y dos son, en verdad, las doctrinas típicas de la gracia:
I) La gracia es determinante, esto es, es Dios mismo quien al conferirla a unos y negarla a otros, determina los hábitos y las disposiciones que harán justo al hombre y lo llevarán a la salvación.
II) La gracia no es determinante, en el sentido de que su concesión por parte de Dios, aun siendo condición necesaria de la salvación, no determina ésta, que exige el concurso del hombre" (Del "Diccionario de Filosofía"-Fondo de Cultura Económica-México 1986).

La postura que supone que los méritos éticos no son necesarios para el acceso a la vida eterna y que sí lo es la gracia de Dios, promueve en el creyente una actitud de alejamiento respecto del interés por los demás seres humanos para centrar todo su interés en los homenajes y adulaciones a Dios, algo propio de las religiones paganas. Por el contrario, el acceso a la vida eterna (si existe) que resulta ser un premio al mérito ético, tiene sentido en el caso de la religión moral.

La figura más destacada, como promotora de la salvación "por la fe", ha sido Lutero. Al respecto leemos: "Martín Lutero se erige como el autor de la doctrina de la justificación por la fe sola, pues de este modo esperaba poder calmar su propia conciencia, que estaba en un estado de gran perturbación, y en consecuencia se refugió detrás de la afirmación de que la necesidad de las buenas obras más allá de la mera fe era del todo una suposición farisaica. Evidentemente esto no le trajo la paz y el bienestar esperados, y al menos no le trajo convicción a su mente; pues muchas veces, en un espíritu de honestidad y buena naturaleza pura, aplaudió las buenas obras, pero las reconoció sólo como concomitantes necesarias, no como disposiciones eficientes, para la justificación. Este fue también el tenor de la interpretación de Calvino (Instituto, III, 11, 19). Lutero se sorprendió al descubrir que por su doctrina sin precedentes estaba en contradicción directa con la Biblia, por lo tanto, rechazó la Epístola de Santiago como "una de paja" y atrevidamente insertó la palabra “sola” en el texto de San Pablo a los Romanos (3,28). Ciertamente, esta falsificación de la Biblia no fue hecha en el espíritu de las enseñanzas del Apóstol, pues San Pablo no enseña en ninguna parte que la fe sola (sin la caridad) traerá la justificación, a pesar de que también debemos aceptar como paulino el texto dado en un contexto diferente, que la fe sobrenatural sola justifica, pero las obras infructuosas de la Ley judía no lo hacen" (De la "Enciclopedia Católica").

1 comentario:

agente t dijo...

Dejar sólo en manos de la voluntad de Dios la salvación aleja del interés por el prójimo, con excepción de a quienes se tiene por sus representantes. Y para ejemplificar lo peligroso de esta tesitura ahí tenemos nada menos que a Lutero cayendo en la falsificación de un texto principal del cristianismo.