martes, 25 de mayo de 2021

La libertad cristiana y sus opositores

La ética cristiana apunta hacia la liberación de todo individuo respecto del gobierno mental y material de otros seres humanos, situación ésta que ha generado muchos conflictos a lo largo de la historia. El camino para ello radica en una paulatina mejora individual, por lo cual la libertad cristiana implica una eliminación de defectos que, traducida al lenguaje bíblico, implica una liberación respecto de nuestros pecados.

Si bien la tradición ha interpretado que Cristo muere para salvar a la humanidad de un posible castigo eterno, determinado por un Dios vengativo, el contenido de sus prédicas apunta a una liberación en esta vida, principalmente. A pesar de sus intenciones liberadoras y salvadoras, es rechazado por gran parte de la sociedad en la que vive; rechazo que seguirá vigente en el futuro, ya que muchos suponen que las mejoras sociales, provenientes de la política o de la economía, serán prioritarias. Fulton S. Sheen escribió: “Cuando se usaba la palabra «libertad» entendíase casi siempre en el sentido político de librarse de la esclavitud impuesta por el césar. Nuestro Señor, por tanto, tuvo que habérselas constantemente con este problema, ya fuese porque algunos esperaban que Él sería un libertador político, o a causa de que cada vez que Él hablaba de libertad la gente entendía equivocadamente esta palabra y creía que se estaba refiriendo a que los liberaría de la esclavitud de Roma”.

“En tres momentos diferentes dejó bien sentada su actitud a este respecto, sin dejar duda alguna acerca de lo que Él consideraba como la verdadera libertad:

1- La libertad política respecto al césar no era asunto primordial.
2- La verdadera libertad era espiritual y significaba liberación del pecado.
3- Para adquirir esta libertad para todos, tanto judíos como gentiles, se ofrecería voluntariamente como rescate por el pecado”.

En cuanto a los opositores de su época, que a veces podemos identificarlos con los opositores de la actualidad, el citado autor agrega: “Dos grupos había que sostenían puntos de vista contrarios con relación al césar: los herodianos y los fariseos. Los herodianos no eran una secta o una escuela religiosa, sino un partido político. Externamente eran amigos del césar y de la autoridad romana; aunque no eran romanos, favorecían la casa de Herodes, que era el que ocupaba el trono judío. Esto los hacía amigos de la Roma pagana y del césar, ya que el mismo Herodes era vasallo del césar. Deseando ver algún día la Judea sometida al cetro de un príncipe de linaje herodiano, entretanto se sometían, como compañeros de viaje, a la autoridad pagana de Roma”.

“Otro partido era el de los fariseos, que ahora se hallaba en la cúspide del poder. Como eran puritanos en lo que se refiere a la ley y a las tradiciones judaicas, rehusaban reconocer a Roma autoridad alguna, e incluso, según Josefo, habían intentado dar muerte a Herodes. Como nacionalistas, rehusaban reconocer el dominio romano y esperaban que algún día los judíos tendrían la soberanía del mundo bajo su rey Mesías”.

“Ambos grupos eran enemigos entre sí, no solamente porque los herodianos hacían causa común con el césar y estaban conformes con pagar tributo al vencedor, en tanto que los fariseos despreciaban al césar y pagaban sus impuestos a regañadientes, sino también porque los herodianos no sentían ningún interés especial por la religión, en tanto que los fariseos profesaban ser los modelos más ejemplares de la misma” (De “Vida de Cristo”-Editorial Herder SA-Barcelona 1996).

Un caso ilustrativo de la actitud de los opositores se hace evidente con la pregunta capciosa: “¿Es lícito pagar tributo al César, o no?”. Fulton J. Sheen la hace más explícita, para ilustrar la situación: “«Esta contribución que nosotros, los fariseos, tanto detestamos, pero cuya legalidad sostienen esos herodianos, ¿hemos de pagarla, o no? ¿Quiénes tienen razón, nosotros, los fariseos, que la aborrecemos, o los herodianos, que la justifican?»”.

“Esperaban que nuestro Señor respondiera: «los herodianos» o «los fariseos». Si respondía: «No, nos es lícito pagar tributo al César», los herodianos le entregarían a las autoridades romanas, que a su vez ordenarían su muerte como conspirador y revolucionario. Si decía: «Sí, es lícito», entonces incurriría en el desagrado de los fariseos, los cuales irían ante el pueblo y le dirían que aquel hombre no era el Mesías, puesto que ningún Mesías o libertador, o salvador, jamás consentiría que el pueblo doblegara la cerviz al yugo de un invasor. Si rehusaba pagar el tributo, era un rebelde; si consentía en pagarlo, era un enemigo del pueblo. Decir «no» le haría traidor al César; decir «sí» le convertiría en un antinacionalista, en un antipatriótico”.

Como se sabe, Cristo evade la situación al responder: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

Si en la actualidad buscamos a los “nuevos fariseos”, seguramente los encontraremos en quienes interpretan a Cristo como un líder político antiimperialista que buscaba liberar a los judíos de la opresión del Imperio Romano. Tal actitud puede observarse en los adeptos a la Teología de la Liberación, identificada con el marxismo-leninismo. Esta vez se trata de liberar a los países pobres del imperialismo norteamericano. Tal “teología” es aceptada y promovida por las altas autoridades del Vaticano y, como puede advertirse, se oponen al cristianismo auténtico al adherir a una postura política que produjo grandes catástrofes sociales a lo largo y a lo ancho del planeta.

El imperialismo de EEUU se establece a través de sus empresas, como Ford, General Motors o Microsoft, que “perjudican” a los países pobres proveyéndolos de artefactos diabólicos como automóviles, camiones y computadoras. Hay países que lograron liberarse de esas empresas, como Cuba y Venezuela, gozando de una pobreza generalizada que hace que sus habitantes, cuando las circunstancias lo permiten, huyan principalmente hacia el país imperialista.

Es oportuno mencionar que, ante la posible llegada del socialismo a un país, sus empresas y capitales tienden a salvarse de la expropiación estatal refugiándose, al igual que la población, en los países capitalistas. Al perder capitales y capital humano, el socialismo genera una ayuda concreta para el engrandecimiento del imperio al que tanto dicen combatir, generando mucha más pobreza que la antes existente.

Los “nuevos fariseos” parecen olvidar que fue el cristianismo el que se instaló en Roma en reemplazo del alicaído imperio. También Gandhi, empleando una ética cercana al cristianismo, pudo liberar a la India del dominio británico. La verdad y el amor se impusieron una vez más.

Los “nuevos fariseos” consideran como “herodianos” a quienes tratan de mantener en vigencia la ética de los Evangelios. Tales “herodianos”, al tener presentes las ventajas de los intercambios comerciales con el mundo, no lo hacen para beneficiar y agrandar al imperio, sino para mejorar las condiciones de vida mediante el sistema económico asociado al mercado y a los intercambios.

A manera de síntesis, puede establecerse el siguiente esquema:

Marxismo-Teología de la Liberación:

Proponen la Liberación política (respecto de los imperialismos)
Proponen una Igualdad económica (igualdad en la pobreza)

Cristianismo:

Propone la Libertad individual (mediante la empatía emocional)
Propone la Igualdad emocional (mediante el amor al prójimo)

1 comentario:

agente t dijo...

“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, además de una salida airosa a la cuestión planteada en la entrada, es una frase que se puede interpretar de varias maneras porque su sentido siempre dependerá de lo que se entienda o sobreentienda por César o por Dios. Demuestra gran habilidad dialéctica.