El kirchnerismo hizo creer a sus seguidores que la que va del 2003 al 2013 fue una década ganada por el país, aunque en realidad se trató de una serie de mentiras, algunas fácilmente comprobables, y de acciones cuyos objetivos resultan todavía dudosos. Se observó que su gobierno no mostró la capacidad necesaria para conducir una sociedad mediante métodos democráticos, ya que lo hizo creando una notable división entre partidarios y opositores, como evidente incapacidad para dirigir grupos humanos, a menos que haya sido un objetivo voluntario y consciente. Algunos, en lugar de tener presente las consecuencias que trajo tal división, contemplan solamente la capacidad que tuvo el grupo gobernante para obtener poder económico, por lo que consideran su gestión como “exitosa”. Martín Hary escribió:
“Platón, en su clasificación de tipos de gobierno, categorizó aquello que llamó la «Timocracia», ésta surgía desde hombres ambiciosos, duchos en prácticas políticas, arrivistas, que servían menos al bien común que a sus propias ansias de figuración y de oculto enriquecimiento personal. Este camino conducía con el tiempo a la oligarquización de esos grupos del poder prebendario y finalmente a la tiranía, esto es, la absoluta ansia de poder. El instrumento, para pavimentar este camino de injusticias, siempre fue el manipuleo y el engaño, la palabra mentirosa”.
El discurso político que hace referencia a “ellos” y a “nosotros”, nos hace recordar el triste pasado de la Argentina cuando Juan D. Perón produjo una división similar. Medio siglo de peronismo distorsionó toda la política nacional, por cuanto, aun depuesto, influyó sobre las elecciones futuras para, finalmente, apoyar a los terroristas de los setenta, no porque ello fuera beneficioso para la Argentina, sino que lo era para facilitar su propia vuelta a la actividad política. Tanto Perón como los Kirchner, no tuvieron amigos ni enemigos, sino que adquirieron la condición de tales según fuera la conveniencia del momento. Carlos Floria y César A. García Belsunce escribieron: “La polarización se había hecho centrifuga bastante tiempo antes de la crisis de 1955. Peronismo y antiperonismo no eran dos partidos: eran dos polos, dos tipos de sociedad, dos países, dos mentalidades entonces irreconciliables” (De “La Argentina política”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2005).
Cuando se juzga un hecho, se debe tomar como referencia los efectos que provoca en la nación, y no en el gobierno de turno. Sin embargo, el “voto no positivo” del entonces vicepresidente Julio C. Cobos, respecto a una medida dispuesta desde la presidencia, fue considerado como un “acto de traición”, ya que desde el kirchnerismo se sobreentiende que “gobierno y patria son una misma cosa”. Por el contrario, debería considerarse tal voto en función de los efectos que produjo en la sociedad, ya que, se supone, todo vicepresidente debe tener presente primeramente la seguridad económica y el bienestar de la población antes que las ambiciones de poder del presidente de turno. Además, puede decirse que los Kirchner traicionan a Cobos, ya que pretendieron usarlo, como político extrapartidario que era, no para compartir decisiones, sino para sumar los votos de sus seguidores esperando luego su ciega obediencia a las órdenes presidenciales. Cuando pensaban que era dócil y que podía ser manejado como un títere, lo consideraban un amigo; cuando se vio que no era manipulable, pasó a ser un traidor.
Una postura acorde con la anterior fue adoptada por el kirchnerismo con el ex-presidente Héctor Cámpora, cuyo apellido incluso fue elegido para denominar al grupo conocido como “La Cámpora”, ya que tal personaje se caracterizó por ser leal e incondicional a Perón, aunque desleal a su país, ya que fue el responsable de “abrir la jaula de los leones para que se comieran a la gente decente”, es decir, el Congreso convalidó una ley de amnistía por él presentada para liberar a los terroristas detenidos en las cárceles (no presos políticos), permitiendo que siguieran cometiendo atentados, asesinatos y secuestros extorsivos a lo largo y a lo ancho del país.
A pesar de los resultados poco favorables que el kirchnerismo logró para el país, que ostenta algo más del 25% de la población bajo el nivel de pobreza, aun con las condiciones favorables que presentó el comercio internacional, tiene todavía un importante apoyo electoral. Y ello se debe, posiblemente, a que no todos los ciudadanos actúan como el típico “votante racional” que elige al candidato que, supone, le posibilitará cierta ventaja económica personal, sino que existe un gran porcentaje de adeptos a un gobierno que los provee de la posibilidad de odiar al sector “antipatria”, “oligárquico”, “pro imperialismo yankee”, etc. De ahí que es común ver a algunos pequeños comerciantes, que son perjudicados seriamente por la inflación y que, sin embargo, permanecen fieles a la causa y al movimiento. José Ortega y Gasset escribió:
“La manía de ser anti-algo suele aparecer entre los síntomas de una vida mental averiada; la furia de la mente no es sino la explosión de aquel antagonismo difuso…lo sustantivo es odiar, irritarse, ejercitar su enorme capacidad de antagonismo, sea contra quién sea y por el motivo que sea”. “En este prurito de manifestarse anti-algo, el «algo» nada importa y el «anti» es todo. Pocas cosas mueven a tan grande melancolía como esta de ver un pueblo decadente, donde ninguna conciencia individual posee contenidos precisos y firmes; pugnan los unos para forzarse una personalidad mediante la negación de los otros. Ser enemigo de mi vecino constituye todo mi haber espiritual” (Citado en “La República que perdimos” de Martín Hary-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2010).
Los intentos kirchneristas por manipular las leyes y la Constitución, forman parte de las habituales tácticas de la izquierda revolucionaria. Beatriz Sarlo escribió: “Kirchner simpatizó o militó en la juventud peronista radicalizada. Nadie encuadrado en esa franja en aquellos tiempos pensaba que la Constitución de la República fuera otra cosa que la máscara de la dominación del imperialismo y de sus aliados locales. Nadie pensaba que las instituciones debían ser mejoradas, sino manipuladas, presionadas, ocupadas, hasta que pudieran ser destruidas y reemplazadas por otras que expresaran de modo directo los intereses de los sectores populares. El discurso de las juventudes políticas normalmente daba a la República el calificativo de «burguesa» o, simplemente, de «liberal», término que en sí mismo era un insulto grave. Kirchner dice que no ha renunciado a los ideales justicieros de los setenta, pero yo creo que no los ha pensado” (Citado en “La Cámpora” de Laura Di Marco-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2012).
Recordemos que, para la izquierda marxista, cualquier manifestación o acción realizada por sectores poco afines a esa tendencia, es considerada como destinada a favorecer al Imperio estadounidense. Tal el caso del libro titulado “Para leer al Pato Donald” (1972), de Ariel Dorfman y Armand Mattelard, en el cual se afirma que tal personaje fue realizado para promover y consolidar la dependencia económica de los países subdesarrollados. P.A.Mendoza, C.A.Montaner y A.Vargas Llosa escribieron: “¿Por qué encajó este libro tan perfectamente en la biblioteca predilecta del idiota latinoamericano? Porque está escrito en clave paranoica, y no hay nada que excite más la imaginación de nuestros idiotas que creerse el objeto de una conspiración internacional encaminada a subyugarlos. Para estos desconfiados seres siempre hay unos «americanos» intentando engañarlos, tratando de robarles sus cerebros, arruinándolos en los centros financieros, impidiéndoles crear automóviles o piezas sinfónicas, intoxicándoles la atmósfera, o pactando con los cómplices locales la forma de perpetuar la subordinación intelectual que padecemos” (Del “Manual del perfecto idiota latinoamericano”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1996).
En realidad, quienes favorecen en forma directa a los EEUU y a otros países desarrollados, son precisamente los gobiernos populistas como el de los Kirchner, ya que, luego de algunas expropiaciones por parte del Estado, salieron del circuito productivo más de 80.000 millones de dólares, capitales que, de estar destinados a la producción nacional, habrían cambiado notablemente nuestra triste realidad económica.
Se dice que el imperialismo yankee actúa a través de sus empresas, de ahí que los terroristas de los setenta asesinaron a unos 54 empresarios o empleados jerárquicos de empresas de distinto origen. Sin embargo, olvidaron que las empresas norteamericanas ayudaron al fortalecimiento y al mantenimiento de la URSS, William E. Simon escribió: “Así, en ese año, invitó a los capitalistas de Occidente para que reconstruyeran la economía rusa. Lenin se consideró maquiavélico al inventar la Nueva Política Económica que describió como «convivencia industrial con los capitalistas» y declaró: «tan pronto estemos lo suficientemente fuertes como para voltear al capitalismo, lo agarraremos por la garganta»”. “Los capitalistas occidentales, que no sabían nada de esos venenos ideológicos pero, en cambio, todo lo referente a producción y obtención de beneficios, mordieron la carnada rusa. Lenin les ofreció generosas «concesiones» a cambio de la rápida industrialización de Rusia”.
“Durante la década del 30 nuestros hombres de negocios embarcaron réplicas de complejos centros de producción norteamericana y los instalaron en la Unión Soviética como si fueran gigantescos juegos de armar”.
“La verdad es que la Unión Soviética no había entrado en ninguna auténtica era industrial sino que continuaba tan dependiente como antes de la tecnología occidental, para su desarrollo. A lo largo de la década del 50`, mientras los soviéticos incesantemente importaban tecnología, sus exportaciones consistían casi exclusivamente de productos manufacturados” (De “La hora de la verdad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1980).
También el desarrollo de la actual China se debe esencialmente a la concurrencia masiva de empresas de Occidente. Sin embargo, la mayor parte de los medios masivos de comunicación argentinos todavía consideran positivo el accionar de grupos como Montoneros y ERP debido a los asesinatos de empresarios, a quienes la sociedad, mayoritariamente, “no les perdona” su capacidad de producir bienes y servicios dando trabajo a mucha gente, por cuanto la envidia predomina sobre la emulación y el agradecimiento. La mentalidad antiempresarial es favorecida por los gobiernos populistas. William E. Simon agrega: “Si un hombre obtiene su fortuna mediante el fraude o el uso de la fuerza, es sencillamente un delincuente que debe ser entregado a la policía y a la justicia. Si ha ganado su fortuna honorablemente, gracias al intercambio voluntario de bienes y servicios, no es ni un delincuente ni un ciudadano de segunda clase, y por lo tanto no debe ser tratado como tal. Una sociedad a la que se le enseña que los productores son delincuentes, terminará destruyendo su sistema productivo”.
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