Desde la izquierda política se trata de mostrar que los movimientos revolucionarios surgen desde los trabajadores en respuesta a las injusticias del sistema capitalista. Sin embargo, entre los revolucionarios y guerrilleros más notables encontramos a varios que surgieron de las clases medias y altas, lo que contradice la afirmación sustentada por la ideología marxista. Esto puede entenderse por el hecho de que en sus propias familias recibieron malos ejemplos, ya que tuvieron que respirar un ambiente de egoísmo extremo que incluso se materializaba en un desprecio absoluto por la mayor parte de la sociedad. Luego de vivir en un ambiente poco propicio para una vida social plena, se impusieron como meta la destrucción de toda la sociedad bajo la suposición de que en ella se piensa y se siente en forma similar a la de sus propias familias. Tales individuos, sin embargo, heredan y mantienen sus ambiciones de poder y de mando, sólo que las conducen por otros medios.
En la sociedad capitalista surge también una actitud condescendiente hacia los pobres debido al contraste económico con los exitosos. Sin embargo, aplicando el “principio de Schwarzenegger” (“El nivel de entrenamiento realizado en el gimnasio es proporcional al real interés del individuo por poseer un físico desarrollado”), puede decirse que la preocupación real que la gente tiene por los pobres, es proporcional al esfuerzo concreto realizado personalmente por combatir la pobreza. De ahí que las declamaciones y los buenos deseos poca importancia han de tener. Rubén Zorrilla escribió: “La misma riqueza masiva que produjo [el capitalismo]-desconocida antes en la historia del homo sapiens-ocasionó en los sectores altos de la estratificación social (los más beneficiados con su expansión) un sentimiento general de compasión y autoculpabilidad frente a la pobreza, que es el contenido de lo que llamo «efecto Dickens», fenómeno completamente extraño, en cambio, entre los mismos pobres”.
“De ahí que, a medida que se difunde la sociedad de alta complejidad y se propaga una actitud de comprensión y ayuda desde los estratos altos y medios hacia los estratos bajos y pobres, crece el apoyo de pastores, militares, empresarios, escritores y artistas a las reivindicaciones de los trabajadores. El inmenso desarrollo de la filantropía en EEUU y Gran Bretaña –los dos países que lanzaron y sostienen el capitalismo en el mundo- ejemplifica la práctica del “efecto Dickens”, que abarca también la defensa del mundo animal y natural”.
“Ahora, a diferencia de la antigüedad, el rechazo o la resistencia a la sociedad de alta complejidad se potencia desde los resultados emocionales del “efecto Dickens”: por eso tantos millonarios, hijos de millonarios, e intelectuales pertenecientes a sus círculos, o mantenidos por ellos, así como sectores conexos, no sólo satisfacen sus deseos de más «igualdad» y dar sentido a sus vidas, sino también –y en muchos casos principalmente –sus deseos de llegar al poder (si son jóvenes, a cualquier precio), hecho que se convierte en ocasiones en una forma de vida, y también en costos de vida de los otros. Los «niños bien» y los hijos de los «niños bien» quieren liberar a la Humanidad de los padres de los «niños bien», cuyo ejemplo paradigmático es Friedrich Engels, al fin transformado él también en empresario. Algo inesperado y desagradable para Marx, Bakunin, Kropotkin, Singer, Lenin, Dzerzinski, Che Guevara, Castro, Rafael Barret, Robert Owen, Carlo Cafiero, Tolstoi, Fernand Pelloutier, Lasalle, Alexander Herzen, todos «niños bien», entre una lista interminable de los que pensaban –a veces con grandes diferencias- en que los trabajadores, y no los intelectuales acaudalados y aristócratas, serían los protagonistas de su propia liberación” (De “Sociedad de alta complejidad”-Grupo Editor Latinoamericano SRL-Buenos Aires 2005).
Puede decirse que las distintas posturas políticas surgen de la actitud adoptada frente a la pobreza y a sus causas, según el siguiente esquema:
1- La pobreza es una calamidad. La culpa es de los ricos, que son egoístas (Izquierda política)
2- La pobreza es una calamidad. La culpa es de los pobres, que son vagos (Conservadurismo)
3- La pobreza es una calamidad. La culpa es de la sociedad, aunque en distinto grado según el accionar de cada individuo (Liberalismo)
4- La pobreza es la condición necesaria para el surgimiento de la espiritualidad (Tolstoi y otros)
Respecto de la última alternativa mencionada, el citado autor escribió: “El conde Tolstoi, integrante de la más elevada aristocracia zarista y novelista extraordinario, llega a una conclusión conocida, casi generalizada en la intelligentzia de su tiempo, presente inclusive en Marx: «He llegado a la conclusión de que nuestra riqueza es la causa real de la miseria del pueblo». Si esto es cierto, el único propósito, o propósito final de Tolstoi, no es buscar que haya menos pobres, o que estos vivan mejor, sino que los ricos se conviertan en pobres. Su idea no consiste en potenciar la capacidad productiva para satisfacer las necesidades de la gente (lo que sólo es posible creando más riqueza en menos tiempo y con menos trabajo) sino reducirlas al nivel más sencillo para que la satisfacción sea posible. Sólo así se entiende que la gran industria sea reemplazada, como en Gandhi, por el trabajo doméstico. Suponer, además, que la reducción de los intercambios hará que la gente sea más fraterna, menos envidiosa, y se acabe el odio, a fin de lograr una comunidad armónica, es desconocer los mecanismos fundamentales de la conducta humana. En esas condiciones que imagina Tolstoi como «buenas», la violencia, el odio y la envidia se manifestarán más que nunca”.
En cuanto a las sugerencias de Tolstoi, se advierte que la supuesta libertad del hombre respecto de los bienes materiales, termina por esclavizarlo completamente: “No debe acudir a los tribunales, no debe usar productos industriales, no debe emplear en su vida nada que proceda del trabajo de los demás. No debe tener propiedades, debe evitar tocar la moneda, no debe viajar en ferrocarril o en bicicleta, ni debe votar nunca, ni desempeñar un empleo público. No debe jurar lealtad ni al Zar ni a ningún otro poder: pues debe obediencia únicamente a Dios y a su palabra según se expresa en los evangelios, y no debe reconocer más juez que su conciencia”.
En cuanto al grupo terrorista Montoneros, puede advertirse la participación del típico “niño bien” ya mencionado, que busca destruir la sociedad que supone estar hecha “a imagen y semejanza” de su propio hogar. Pablo Giussani describe a tal personaje como el “rebelde”, en oposición al revolucionario tradicional: “Un rebelde vive de rebote. La dirección de sus movimientos no está marcada por metas que lo atraen sino por realidades dadas que lo repelen. Y la repulsión desnuda, la repulsión vivida como un absoluto y no como momento derivado de una previa percepción de valores y objetivos que califican de rechazable lo rechazado, se resuelve en puro negativo”. “La negación, en su variante absoluta, es un modo de depender de lo negado. El joven rebelde, carente de una tabla de valores propia, necesita conocer la tabla de valores de sus padres para construir por inversión la suya”.
“Y si se expresa en términos políticos, las opciones del joven rebelde no serán otras que las del contorno familiar asumidas con signo invertido. En mis tiempos, por lo menos, este rechazo negativista consiste en poner cabeza abajo la escala de valores de papá, se cumplía en el terreno político a través de la siguiente operación: el adolescente se preguntaba qué era lo que papá más temía y detestaba en el campo político: La respuesta era, generalmente, «el comunismo internacional». Y el joven rebelde, en consecuencia, corría a inscribirse en el Partido Comunista”.
“Ortega y Gasset creía advertir un contraste entre los europeos, empeñados en «hacer», y los argentinos, empeñados en «ser». Por un lado, una vida abierta al mundo, a los demás, a una constelación de fines exteriores a ella. Por el otro, una vida ensimismada, revertida sobre sí misma, en la que el sujeto que la vive permanece consagrado a la construcción de su propio personaje. Un europeo, en la visión de Ortega, elige ser escritor porque quiere escribir. Un argentino elige escribir porque quiere ser escritor”.
“Para un militante de extrema izquierda, la tarea de construirse autocontemplativamente una personalidad revolucionaria requiere otros ingredientes. La contemplación, autopracticada o buscada en otros a propósito de uno mismo, necesita un objeto claramente visualizable, audiovisualmente más atractivo”. “No es necesario precisar que la descripción de este narcisismo revolucionario es también, en gran medida, una descripción de Montoneros, con su sanguinolento folklore, sus redobles guerreros, su gesticulación militar”. “En otros términos, el narcisismo revolucionario necesita, de un modo visceral y como componente de su propia identidad, situaciones de violencia. Violencia practicada y violencia padecida. Heroísmo y martirio” (De “Montoneros. La soberbia armada”-Editorial Sudamericana-Planeta SA-Buenos Aires 1984).
Complementando la descripción anterior, respecto de la nefasta década de los 70, Rubén Zorrilla escribió: “Esta posición socialoide –muchas veces de raíz nacionalista, fascista y marxistoide- tiene una vertiente violenta, guerrillero-terrorista, claramente criminal en su metodología, que intenta su coerción totalitaria -como práctica política- con el manto aparente de sus sagradas intenciones. Si éstas pretenden ser convencionalmente «buenas» (según garantizan sus partidarios) entonces sus promotores serán calificados de «idealistas» -quieren una sociedad «mejor»-, independientemente de que practiquen crímenes políticos, secuestros extorsivos, atentados terroristas sobre civiles indefensos, destruyan fuentes de riqueza social, o generalicen y sistematicen la intimidación sobre personas y grupos. Todo esto se basa en hechos practicados con feroz determinación por los «buenos muchachos» de familias rigurosamente «decentes», prestigiosas y en general acaudaladas, en ocasiones muy católicas y casi siempre universitarias por su formación, desde antes de 1970, pero especialmente a partir de ese año”.
“Cualquier decisión de defensa contra sus desmanes sería, en términos de sus partidarios, «terrorismo de Estado» (dado que ofrecen la vida por «todos», por más que éstos no se los hayan pedido). Pero ese «terrorismo de Estado» fue practicado y generalizado por aquellos que los mismos terroristas llevaron al poder en 1973, aunque la violencia política –si bien no de ese carácter- existía desde mucho antes de esa fecha. Por otra parte, si el «terrorismo de Estado» es condenable, doblemente, puesto que lo hace en representación del país, este reconocimiento no invalida una condena general y sin contemplaciones, por más ácida que pueda parecer, sobre el conjunto, realmente criminal, de los grupos organizados para eliminar físicamente a sus enemigos políticos o para aterrorizar a la población. Ellos enseñaron cómo hacer secuestros extorsivos y cómo sistematizar el asesinato político, algo único en el país”.
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